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Hace poco vi un grupo humano que me conmovió sobremanera. Se trataba de una mujer adulta, madura, que avanzaba junto a su madre, una anciana de complexión y rasgos muy parecidos a los suyos, a quien tomaba de la mano. La hija, al practicar ese gesto, no podía evitar volver a ser una niña. Su madre, a su vez, desprovista de memoria, tampoco podía evitar volver a ser una niña, protegida y, como sucedió al principio de lo que ahora parecía estar llegando a su final, nuevamente guiada por la mano de un adulto. Verlas era, así, como ver, a la vez, a dos niñas, o a dos adultas que habían cruzado, nuevamente y en el sentido inverso, la frontera entre la infancia y la vida adulta. Lo que me remitió, de alguna forma, a uno de los dos momentos más impresionantes de El barón rampante, cuando Cosimo, sentado en la rama de un árbol, en la ventana, disfruta de los últimos momentos de su madre, en tardes en las que ambos, madre e hijo, nuevamente niños, redescubren la rutina de un juego. El juego consistía en que ella, ya torpe y cansada, dormitaba, mientras él fabrica pompas de jabón, que volaban hasta el rostro de ella, y se instalaban unos segundos en la comisura de sus labios, brevemente, para explotar al poco, con la leve violencia de la respiración de ella. Lezama Lima, intuyendo posiblemente esa vuelta a la infancia más absoluta en la vejez de la madre, hablaba de la muerte de la madre como el momento en el que se fundaba la vejez del hijo. No lo sé. En todo caso, sé que la senectud de la madre, ese periodo lento y perezoso previo a la muerte, no es la formación de la vejez del hijo, sino una etapa en la que se labra algo que, en efecto, debe preceder a la vejez, pues es una suerte de frontera: es la última ocasión de la infancia, un momento tierno e imprevisto, en el que la madre y el hijo vuelven a hacer lo primero que hicieron juntos, con gran sencillez e intensidad. Jugar. De hecho, he empezado a escribir estas líneas, simplemente, para hablar de mi última tarde de juegos con mamá, acaecida hace menos de diez años. Cada mañana íbamos hasta el pueblo, ambos agarrados de la mano, como dos niños o como dos adultos a punto de dejar de serlo. Su memoria ya flaqueaba. Su memoria era una broma. Era como una pompa de jabón, que estaba a punto de ser algo grande y fabuloso, si bien explotaba mucho antes de ser cualquier otra cosa. A pesar de ello, disfrutábamos de una suerte de humor extraño, sin memoria, instantáneo, sin pasado ni futuro, pequeñas tomaduras de pelo que le hacían reír, de manera franca y absoluta. Supongo que fue exactamente así como ella hizo nacer mi risa, hace décadas, cuando yo era también un bebé sin memoria alguna. Pues bien, un día, en uno de esos paseos hasta el pueblo, su expresión cambió. Me miró, sonrió y dejó de caminar. En un instante, había olvidado caminar, la idea, hasta cierto punto complicadísima, de poner un pie delante de otro. En cuestión de horas le desapareció el lenguaje, ya precario. Y con él, cualquier prueba de la existencia de algún recuerdo. Su infancia, las sirenas de los bombardeos, su llegada a este país en barco, cruzando una frontera, su juventud, su madurez, su vejez, desaparecieron. Cosimo, una tarde, vio, de pronto, cómo una de las pompas de jabón volvía a caer en los labios de su madre. Pero, en esta ocasión, la pompa no explotó, pues no había ninguna respiración que la reventara. Había cesado el pulso. En el caso de mamá, esas pompas seguirían explotando, pues ella vive, o muere, en una suerte de frontera. Por lo que, supongo, sigo siendo un niño. Y, este texto, una pompa contra su boca, el juego.
Hace poco vi un grupo humano que me conmovió sobremanera. Se trataba de una mujer adulta, madura, que avanzaba junto a su madre, una anciana de complexión y rasgos muy parecidos a los suyos, a quien tomaba de la mano. La hija, al practicar ese gesto, no podía evitar volver a ser una niña. Su madre, a...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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