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Cuando Catherine Morland regresa a su tranquilo hogar tras meses de aventuras en Bath y en la Abadía de Northanger, a su pobre madre no se le escapa que la chiquilla anda algo mustia y despistada. Preocupada y dispuesta a darle una tarea que le ocupe el tiempo y la mente, la pobre mujer rebusca en la biblioteca un libro tocho de sermones y recomendaciones para jovencitas que olvidan que su lugar en el mundo está en el hogar y en sus tareas. Lejos está la señora Morland de sospechar que a su hija lo que realmente le pasa es que está enamorada, saber esto la hubiera aliviado muchísimo porque la aterrada madre temía que su hija hubiera caído en manos del peor de los males: el aburrimiento. Cualquiera que haya sido madre o padre, o haya tenido algún contacto con niños y adolescentes, desarrolla un instintivo pánico al aburrimiento. Llenamos las vidas y las horas de la infancia y los adolescentes de actividades y entretenimiento para que no quede ni el más mínimo resquicio a la posibilidad de que se abra la puerta de la sala y entre nuestra chiquillada anunciando la frase que más nos espanta: “Me aburro”. Por eso es que mi abuela decía, cuando comprobaba que no quedaba ni un solo Pin y Pon sin sacar del cajón de los juguetes, que cuando el diablo no tiene nada que hacer espanta moscas con la cola. Los franceses, por su parte, mucho más elegantes y misóginos que mi abuela, afirman que el aburrimiento es el demonio de la mujer... Está claro que tiene mala fama eso de aburrirse, y es normal que la tenga porque cuando nos aburrimos es cuando realmente nos ponemos a pensar, a reflexionar, a buscar respuestas a las cosas, a replantearnos nuestra vida y nuestras decisiones. Y es que para aburrirnos tenemos que tener tiempo, que es precisamente algo de lo que andamos escasos en estos días de capitalismo acelerado.
Algo similar ocurre en estas nuestras ciudades, pues se han convertido en espacios de entretenimiento 24 horas siete días a la semana para los turistas. No hay día en que no se organice un mercadillo, feria, fiesta, desfile, concierto, espectáculo deportivo... todos ellos intercambiables entre sí y que hacen de nuestras ciudades y pueblos lugares aculturales, parques temáticos y abrevaderos en los que no se permite a los turistas ni un minuto de descanso, de aburrimiento, de dejarles pensar. Porque entonces quizás, solo quizás, se den cuenta de que han pagado demasiado para pasar un fin de semana en una ciudad no tan distinta de la que han huido buscando algo que no van a encontrar para alojarse en un piso turístico que puede que en otro tiempo sirviera de hogar para alguien que tal vez ahora ya no pueda permitirse vivir en esa ciudad que se preocupa tanto en salvar a los turistas del aburrimiento y tan poco por el bienestar de los que en ella habitan todo el año. Es una verdadera lástima que hayamos olvidado el placer que se siente cuando te aburres en vacaciones, ese no hacer nada, como las mejores tardes de domingo en las que vas picoteando de distintas series de Netflix, coges y dejas un libro, dormitas en el sofá y ojeas reels en Instagram sabiendo que ese tiempo es tuyo y solo tuyo y que no se lo debes a nadie, en un insignificante pero valioso acto de rebeldía ante la mitología de la productividad.
En política me pasa igual, tan acostumbrados estamos últimamente a los sobresaltos, a los giros de guión, a las jugadas maestras, a las cartas a la ciudadanía, a los golpes de efecto, a las salidas de tono, a los discursos agrios, al lawfare y a los ataques mediáticos, que hemos olvidado que una vida política aburrida es una vida política en la que se hacen cosas para la ciudadanía. Hemos convertido la política en un espectáculo en el que solo tienen espacio las pasiones y la emoción. Lo importante es epatar, mantener ocupado y asombrado al público. Gobernar es aburrido, hacer leyes, una pesadez.
Catherine Morland dejó su casa para vivir una emocionante aventura para al final verse envuelta en las cutres intrigas de la familia Thorpe; además casi pierde al amor de su vida por imaginar un asesinato, pues estaba tan sedienta de emociones que no supo ver la ambición y la avaricia de quienes la rodeaban. Tan contentos estamos de vivir cada día una emoción nueva que nos hemos olvidado de que seguimos necesitando que alguien se preocupe de garantizar el derecho a la vivienda o de acabar con el secuestro de la justicia o de plantarle cara a Israel. Necesitamos una vida política serena que nos permita reflexionar y pensar porque aquí no se ha venido para ser el jefe de pista de ningún circo sino para solucionar los problemas de la ciudadanía. Dejad que nos aburramos un poco, por favor.
Cuando Catherine Morland regresa a su tranquilo hogar tras meses de aventuras en Bath y en la Abadía de Northanger, a su pobre madre no se le escapa que la chiquilla anda algo mustia y despistada. Preocupada y dispuesta a darle una tarea que le ocupe el tiempo y la mente, la pobre mujer rebusca en la...
Autora >
Silvia Cosio
Fundadora de Suburbia Ediciones. Creadora del podcast Punto Ciego. Todas las verdades de esta vida se encuentran en Parque Jurásico.
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