LAS MÁSCARAS DEL DRAMA
Subcomandante Marcos: el espejo, la revolución, los espejismos
Analizamos el impacto del movimiento zapatista que en 1994 puso en el mapa al estado mexicano de Chiapas y a toda la cultura indígena, sublevados contra el código ‘Si no compras ni vendes, no existes’
Miguel Ángel Ortega Lucas 27/05/2024
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¿Acaso de verdad se vive en la tierra? No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí. Aunque sea jade, se quiebra. Aunque sea de oro, se rompe. Aunque sea plumaje de quetzal, se desgarra. No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí.
Lo que antecede es un poema náhualtl, la lengua del milenario pueblo tolteca, conocido como An nochipa tlalticpac: Fugacidad universal. Es un poema anterior a la llegada de los europeos, anterior quizás a los registros escritos en cualquier lengua mesoamericana. Retumba desde los manantiales de lo humano porque alude a algo atemporal e irrevocable: “No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí”.
Sin embargo, la desventura de algunas comunidades humanas ha conocido la fugacidad terrenal no sólo por ley de vida, sino por leyes impuestas por otros sobre la propia tierra: “no para siempre” en la tierra que te vio nacer; o no, al menos, como tu pueblo la conoció siempre. La historia universal está llena de ejemplos; la historia americana no se entiende sin esto; la historia de México contiene algunos de los episodios más paradigmáticos y sangrientos, todavía en carne viva.
Cuatrocientos años después de la colonización española, y cien años después de la Revolución de Pancho Villa y Emiliano Zapata contra la dictadura de Porfirio Díaz, el académico de la Historia mexicana Enrique Florescano escribía lo siguiente (en Etnia, Estado y Nación; 1997):
La afrenta que más agravió a los indígenas fue no ser reconocidos como comunidades merecedoras de un lugar digno en la república que construían los grupos dirigentes. Si se recorre la historia de este siglo [XX], se advierte que desde la independencia los autores de los proyectos nacionales trataron a los indígenas peor que los conquistadores españoles del XVI. En ningún momento los aceptaron como pueblos con tradiciones distintas a las de criollos y mestizos, y nunca aceptaron esas tradiciones como parte de la cultura y del patrimonio nacional. (...) Si algún grupo merece el nombre de mexicano es sin duda el integrado por los descendientes de las etnias mayas, zapotecas, totonacas, yaquis, tarahumaras, purépechas… ¿No es una contradicción mayúscula que en los libros de historia se diga que esas etnias fueron las creadores de la civilización mesoamericana, y fuera de las escuelas sean considerados seres inferiores y no representativos del verdadero México?
Es posible que el panorama descrito en ese párrafo resulte algo genérico para un lector ajeno a la realidad mexicana o latinoamericana. Lo que sigue es más concreto, fechado también en 1997:
En el municipio chiapaneco de Chenalhó, bandas paramilitares (entrenadas, pagadas y dirigidas por el gobierno mexicano y por ese cadáver podrido que es el PRI) se dedican a cazar indígenas rebeldes como en los tiempos de la conquista… Mientras usted lee estas líneas, más de 4.000 refugiados, viviendo y muriendo en la intemperie, lejos de sus hogares, son la mejor muestra de que los discursos de paz no son sino una torpe careta para esconder la guerra contra la historia.
Marcos ya no podía leer las novelas de Carvalho, detective gourmet, porque en plena selva le daban un hambre bestial
Esas líneas son parte de una carta recibida en Barcelona por el periodista y escritor Manuel Vázquez Montalbán, con remite de “subcomandante Insurgente Marcos. Ejército Zapatista de Liberación Nacional”. En realidad iba dirigida tanto a Montalbán como a Pepe Carvalho, su personaje literario más célebre. Sucedió que el tal Marcos había comparecido ante las cámaras de TVE, oculto tras un pasamontañas, confesando que ya no podía leer las novelas de Carvalho, detective gourmet, porque en plena selva le daban un hambre bestial. En esa selva, contaba, había aprendido durante años a comer “de todo”: tlacuache, ratón, culebra… Montalbán no tardó en responderle desde El País, prometiéndole incluir cocina de supervivencia o precolombina en sus novelas. Entonces Marcos le respondió en privado.
En la carta que glosamos, Marcos aclaraba a Montalbán que, amén la complicidad con sus novelas –compartida por un compañero muerto en combate el 1 de enero de 1994–, era la afinidad de sus ideas lo que le había llevado a escribirle: planteamientos comunes en torno a cuestiones como “la globalización, el agonizante Estado nacional, la Europa social y la del dinero…” y “esa pesadilla”, implantada tanto en Europa como en América, “que nos promete la destrucción más terrible: la de la memoria histórica. Tal vez por eso el Poder acá destruye a quienes hacen de la memoria histórica su guía y bandera: los indígenas zapatistas”.
Fue ese 1 de enero de 1994 cuando el grupo guerrillero llamado Ejército Zapatista de Liberación Nacional trató de hacerse con el control de varios municipios en Chiapas. No pasa desapercibido el simbolismo de la fecha, resonante con el 1 de enero que cuarenta y cinco años atrás había visto entrar en Santiago de Cuba a los barbudos de Fidel Castro. Pero no iban por ahí esos tiros; es que hicieron coincidir el levantamiento con el día en que se hacía efectivo el Tratado de Libre Comercio de América del Norte entre EEUU, México y Canadá, que para los zapatistas suponía la coronación de la “mascarada”: la entrada del Estado mexicano en el presunto Olimpo de la modernidad y la democracia, cuando la realidad del país dibujaba un rostro criminalmente opuesto.
En realidad, el EZLN –de composición mayoritariamente indígena– era sucesor de las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN) que desde los años sesenta pelearon contra el gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI; más de 70 años ocupando el poder en México), debido a la represión y la expropiación de tierras perpetradas contra las comunidades originarias. La mayor parte de los miembros del FLN fueron eliminados por las fuerzas del Estado a principios de los setenta. Diez años después, en noviembre de 1983, se constituyó oficialmente el EZLN, que tardó otros diez años más, de preparación y acción y contención, en darse a conocer al mundo. (“Tomábamos orines cuando las caminatas eran muy largas”, refería Marcos sobre esos años previos en las montañas de la selva Lacandona. “Nos turnábamos para orinar para no deshidratarnos al mismo tiempo. Ésta es la parte que nadie pregunta. Nos preguntan de enero para acá”.)
No sólo exigían la tierra arrebatada a sus comunidades por el Estado, sino una reformulación integral del sistema que comprometiera al gobierno a respetar la participación y los derechos fundamentales de los pueblos originarios –tzeltal, tsotsil, chol, tojolabal…– en todos los ámbitos en que una comunidad se funda. Pedían, en suma, acabar con la explotación social y laboral, la discriminación jurídica y el racismo que esos pueblos soportaban. Si bien con un planteamiento muy singular que abordaremos más tarde.
Aquella algarada de enero de 1994 se extendió durante doce días, tras lo cual se inició un largo proceso de diálogo entre el EZLN y el gobierno federal. Las negociaciones cristalizaron en 1996 con la firma de los acuerdos de San Andrés, que reconocían constitucionalmente los derechos de los pueblos indígenas. Pero el Estado nunca llegó a cumplirlos.
Imagen del proceso conocido como los acuerdos de San Andrés.
Mientras tanto, el EZLN consiguió asentar los llamados Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas (MAREZ), concretamente 29, en distintas zonas de Chiapas (Ocosingo, Altamirano, San Andrés Larrainzar…). Se trataba de enclaves propios dentro de los municipios “oficiales”. Estructuras de autogobierno donde ningún miembro del EZLN y adláteres podía, según sus propias reglas, ocupar cargos de responsabilidad –porque lo contrario era violar el mismo principio en que se fundaban–, y donde los indígenas establecieron sus propios sistemas de educación, justicia, atención sanitaria, trabajo comunal de tierras, comercio, vivienda y alimentación, amén de la enseñanza de lenguas y tradiciones propias. El EZLN se ocuparía de garantizar que las fuerzas del gobierno respetaran esas líneas.
En el fondo, estas propuestas implicaban una impugnación de todo el sistema nacional tal y como se había desarrollado hasta entonces, desde el momento en que reclamaban comunidades con su propia forma de organización sin por ello ser excluidos de la sociedad llamada “México”. Pero también, y aquí el punto fundamental, impugnaban a toda una cosmovisión; la del sistema neoliberal que ya se instalaba sin fisuras de México a la Patagonia, de Algeciras a Estambul y más allá.
En la mentada carta del Subcomandante Marcos a V. Montalbán –recogida en el libro de este último Marcos: el señor de los espejos; 1999–, el guerrillero citaba al príncipe maya Jacinto Canek: “Los blancos hicieron que estas tierras fueran extranjeras para el indio, hicieron que el indio comprara con su sangre el viento que respira. Por esto va el indio, por los caminos que no tienen fin, seguro de que la meta, la única meta posible, la que le libera y le permite encontrar la huella perdida, está donde está la muerte”. Concluía Marcos: “Para encontrar otros caminos luchamos nosotros y estamos seguros de que ustedes [la izquierda intelectual que Montalbán representaba] también. Espero que los tiempos mejoren para quienes lo necesitan y merecen, es decir, los olvidados de todo el mundo”.
El “señor de los espejos”
La repercusión del movimiento zapatista –su estrategia cara a la galería dentro y fuera de México– tuvo su mascarón de proa en la figura de ese individuo llamado subcomandante Marcos. Y de la pregunta forzosa que venía a continuación: “¿Quién diablos es?”. Quién se escondía bajo el pasamontañas. Quién era el tipo corpulento de mirada burlona –entre la trinchera y la picaresca– que había conseguido llamar la atención del mundo no sólo a base de tiros, sino sobre todo de un discurso inédito en alguien en su lugar, mucho más inspirado en la alta literatura y la cultura popular que en los dogmas de plomo en que se sustentaba la herencia ideológica revolucionaria. ¿Quién respiraba tras la máscara?
Él se encargó de construirla con una astucia no exenta de retranca; de una autoparodia que consiguió a veces salirse con la suya. Por ejemplo, cuando en aquel 1994 declaró al San Francisco Chronicle: “Viví en la estación de autobuses de Monterrey, donde vendía ropa usada en las calles y pasaba las tardes viendo películas porno. Fui taxista en Santa Bárbara. Trabajé en un restaurante de San Francisco hasta que fui despedido por homosexual, y luego en un sexshop donde hacía demostraciones para los clientes con muñecas inflables. Luego me trasladé a la costa este. Fui agente de seguridad en una sala de masajes y corredor en el mercado de valores de Wall Street”.
Sí parece respaldar su estancia española el conocimiento palmario que poseía del país
Como apuntaba Montalbán, no resultaba verosímil que echaran a nadie de ningún sitio en San Francisco, ancestral bastión gay, “por homosexual”. Lo del porno y Wall Street no lo apuntalaban. Por eso, entre otras cosas, hubiera sido sensato poner en cuarentena lo que declararía en 2001 –una de sus intervenciones tras la gran marcha zapatista al D.F.– en el programa radiofónico de Concha García Campoy, y que muchos se tragaron sin problemas: que, viviendo en Madrid, le habían echado de El Corte Inglés por vender la ropa más barata de lo que ponía en las etiquetas, y de una tasca donde curraba de camarero por “bailar flamenco”. (La cuestión es que le echaran de todas partes.) Sí parece respaldar su estancia española el conocimiento palmario que poseía del país. Y cierta frase en su conversación con V. Montalbán pudiera ser reveladora: “Eso ya no me tocó”, dice cuando aquél le habla de la etapa artística “comprometida” de Marisol –a quien conocía perfectamente–; es decir, entrados ya los años setenta. Pero, si esta pista es cierta, y sabiendo que nació en 1957, no cuadran mucho sus andanzas laborales.
Su identidad civil transcendió antes de lo esperado gracias a la pasión con que el gobierno mexicano se apresuró en investigarle, sabedores de que quitarle la máscara ayudaría a destruir el encantamiento público. Resultó llamarse Rafael Sebastián Guillén Vicente, alumno brillante y luego profesor de la Universidad Autónoma de México, hijo de un comerciante de muebles de Tampico y hermano de una diputada del gobierno priísta de Enrique Peña Nieto (al parecer se desvinculó de su familia al engrosar la guerrilla a principios de los años ochenta). Tras la revelación propuso a sus compañeros quitarse el pasamontañas, pero éstos dijeron que no. Lo cual le confirmó que “no importaba” si la gente sabía o no quién era él concretamente.
El pasamontañas era la metáfora: “El símbolo de los zapatistas no son las armas ni la selva; es la máscara, el pasamontañas. Cuando nos dicen: ¿por qué usan máscaras?, ¿por qué se esconden?… Nadie nos miraba cuando teníamos el rostro descubierto; ahora nos están viendo. Y si hablamos de máscaras vamos a hacer cuentas de lo que oculta la clase política de este país y de lo que muestra. Vamos a comparar el tamaño y el sentido de sus máscaras y de las nuestras”. Se trataba de construir un símbolo que, ocultando los rostros físicos, resumiera y transcendiera éstos para crear un solo rostro múltiple y anónimo. Pero también que funcionara como espejo desenmascarador de quienes gobiernan la función a cara descubierta desde las tribunas, los despachos y las cloacas del Estado.
Pudo resultar naif a muchos (y una estafa de segunda para aquellos que desde el otro lado de la trinchera no dejaron de llamarle “impostor”), como si un advenedizo de uniforme –desclasado por más señas– pudiera erigirse en caballero blanco, u oscuro, a aquellas alturas de la película. Pero lo cierto es que consiguió llevar hasta las últimas consecuencias la transmutación simbólica de su identidad: este sujeto zapatista mató en más de un sentido a Rafael Guillén hace treinta años, y ahí sigue.
Por otra parte, el pasamontañas le mimetizaba con el resto de su tropa con la deliberada intención de “poner en crisis continuamente la imagen del caudillo o líder”; de que nadie le tomara como el tótem de la Autoridad a la manera de otros paladines rebeldes (devenidos luego en dictadores, como el patriarca Fidel Castro). El nombre también era un trampantojo: Marcos “como el marco de una ventana” que permitiera a la gente “asomarse al mundo indígena”. Claro que “conocíamos el riesgo de que algunos se quedaran mirando el marco y no vieran lo que muestra la ventana”. Es decir: de acabar convertido en un póster como el de Ernesto Che Guevara, a quienes los detractores de Marcos sí consideraban veraz por haber palmado puntualmente en la selva.
Este hombre hablaba de “Marcos” como hablaría un actor del personaje que tiene en cartel, porque de eso exactamente se trataba. Un personaje que también debía transmutar el discurso político en poético, si lo que querían era crear una corriente de comunicación entre el lenguaje indígena y el urbano occidentalizado: “No es nuestra la tierra de la muerte y la angustia. No es nuestro el camino de la guerra…”, escribía en la V Declaración de la Selva Lacandona, tras la matanza del pueblo de Acteal en 1997 [perpetrada por fuerzas paramilitares en el interior de una capilla, mientras los “objetivos” rezaban en misa: 45 indígenas tsotsiles muertos, niños y mujeres embarazadas entre ellos]. “Para poder sobrevivir teníamos que traducirnos a otro código”, decía. “Conceptos como patria, nación, revolución, justicia social… estaban completamente vacíos. No pensamos que la palabra vaya a producir una revolución, no le apostamos tanto. Pero sí que la palabra puede producir reflexión, conciencia de lo que está ocurriendo”.
Gran parte de la seducción conseguida por el personaje de Marcos, con el fin de ganar apoyo para el EZLN, se sustentó en su talento para formular líricamente su estrategia política: una filosofía, en el sentido literal, que sonaba nueva para una izquierda internacional perdida en el laberinto de sí misma. Esto, sumado a una capacidad sincera para reírse de su sombra, para el juego metaliterario sobre su identidad, dibujó un personaje antidogmático, amigo de la poesía y casi nada de la policía. Por las evidencias escritas es indudable su sentido del humor, su savoir faire para encajar los golpes y su inteligencia alerta para no caer en la solemnidad. Una estampa idílica, sí; como de tonada de Silvio Rodríguez o canto de Neruda combinando besos y fusiles. Pero la coherencia entre sus palabras y sus hechos deslumbró a muchos por entonces en la izquierda cultural de habla hispana.
Uno de ellos fue Sabina, quien también recibió una carta desde la selva Lacandona estando en México –en unas condiciones cáusticas de canción de Sabina–. El cantautor simpatizaba con Marcos por esa duda metódica que aplicaba, por su ironía y buena pluma, y por haber conseguido organizar una revolución “prácticamente incruenta”, según contó a Javier M. Flores en el libro Yo también sé jugarme la boca (2006). Marcos le admiraba de siempre y llegó a remitirle un poema para que lo musicara, con la sincera intención de que una mujer le hiciera un poco más de caso. La canción, escrita a cuatro manos y titulada Como un dolor de muelas, vio la luz en el disco de Sabina de 2002 Dímelo en la calle. Pero por esas mismas fechas Marcos dio un patinazo que hizo a muchos, Sabina incluido (“metió la pata hasta el fondo”), recular en sus entusiasmos.
Sabina simpatizaba con Marcos por esa duda metódica que aplicaba, por su ironía y buena pluma
El zapatista publicó en el diario mexicano La Jornada una carta poniendo a caldo, entre otros, al juez Baltasar Garzón, acusándole de “fascista” por su cerco al entorno de ETA y defendiendo el derecho de éstos a “luchar por una causa que es legítima”. Garzón no tardó en responder, acusándole de ampararse “tras la falsa rebeldía, la violencia, la mentira, el desconocimiento, la falta de ética y la falta de escrúpulos”. Sabina lo atribuyó a la “desinformación” y a la imagen equívoca que ETA había conseguido sembrar en ciertos sectores de Latinoamérica. Pero resulta extrañísimo que alguien que sabía tanto de España, de Marisol a Mario Conde, no supiera de qué iba la banda terrorista ETA. Más aún alguien que en 2001 condenaba la actuación de las FARC colombianas porque “nada podrá justificar que se afecte a civiles” [en esta extensa entrevista para la BBC en español].
Entre esos perfiles, el idílico y el diabólico, lo más lógico es que el “subcomandante” no fuera ninguna de las dos cosas. Así como resulta evidente que alguien capaz de liderar una guerrilla y sobrevivir años en la selva debe de ser duro como el pedernal. (Por cierto: una de las acusaciones contra el EZLN era el uso de niños de muy corta edad en sus filas.) “Ni nosotros mismos entendemos lo que somos”, contaba Marcos a V. Montalbán hace ahora veinticinco años. “No podemos decidir que somos maravillosos, simpáticos… Los hechos son tan vertiginosos que dificultan la toma de distancia crítica o autocrítica”. El legendario periodista español Jesús Quintero intentó entrevistarle por aquel entonces, sin éxito, así como muchos otros.
La sombra de la impunidad
Más allá de Marcos y el EZLN, los hechos son que Amnistía Internacional publicaba en ese 1999 un informe –México, bajo la sombra de la impunidad– en que denunciaba la práctica habitual de detenciones arbitrarias, desapariciones, torturas y ejecuciones extrajudiciales por parte de los aparatos del Estado. También la persecución de los defensores de derechos humanos, incluyendo ataques paramilitares a varios obispos implicados en esa causa. Veintitrés años después, Amnistía reportó un total de 9.826 desapariciones a lo largo de 2022 (6.733 hombres y 3.077, mujeres), lo cual “elevaba a más de 109.000 el número total de personas desaparecidas y no localizadas en México desde 1964”. La ONU informó entonces de que el Estado custodiaba más de 52.000 cadáveres pendientes de identificación. La ONG Global Witness contabilizó 54 asesinatos de activistas medioambientales en 2021, lo que hacía de México “el país más mortífero del mundo para quienes defendían esos derechos”. (Así como, según AI, un lugar donde “la violencia estructural contra las mujeres” continúa siendo un problema gravísimo.)
La popularidad de Marcos y el EZLN marcó su cenit el 11 de marzo de 2001, cuando varios millones de simpatizantes culminaron una marcha, iniciada en Chiapas, en la inmensa plaza del Zócalo de México D.F., exigiendo al gobierno de Vicente Fox el reconocimiento constitucional de los derechos indígenas recogidos en los Acuerdos de San Andrés –negociados con el otrora presidente Ernesto Zedillo, y que tampoco cumpliría Fox–. Estuvieron respaldados, además de por Sabina, Vázquez Montalbán y el cantante Miguel Ríos, por el Nobel portugués José Saramago, la escritora mexicana Elena Poniatowska y el sociólogo francés Alain Touraine, entre otros.
Imagen de la marcha en apoyo del subcomandante Marcos y el EZLN.
Todo el planteamiento del EZLN se basaba en el combate contra la “homogeneización” de la sociedad. Con una postura que disentía de cualquier otro movimiento revolucionario al uso. Según Marcos, no se trataba de instalarse en el poder, porque tal cosa hubiera sido imitar la misma praxis que cuestionaban. Pretendían aglutinar un movimiento ciudadano “lo más amplio, plural y tolerante posible” que obligara al Estado a “mandar obedeciendo” en todos los aspectos de la vida nacional, pues para ellos la democracia mexicana era y es una dictadura de facto. Se trataba de incluir a los pueblos indígenas no sólo por la injusticia en que vivieron siempre, sino también como símbolo de una forma de vida alternativa a la imperante: de cooperación horizontal y no jerárquica, de respeto a la Tierra y no de expolio, y de humanidad integral por encima de la idolatría al becerro de oro materialista.
“El neoliberalismo”, decía Marcos, “prepara en México una gran simulación: podemos conseguir ser del primer mundo si eliminamos aquellas capas sociales que no llegan a esos estándares. Que en este caso son estándares de compra-venta: ‘Si no compras ni vendes, no existes para nosotros’. Así quedaban fuera diez millones de indígenas, como si no fueran mexicanos, porque nunca habían sido tratados como tales… Para que se realice el orden que ellos proponen necesitan liquidar o excluir a una parte importante de la humanidad, y a los Estados nacionales para que no se opongan a los designios economicistas”. Recordaba al hilo la película Blade Runner (1982): “En lugar de un mundo, una megaempresa con muchos estratos hasta llegar al consumidor final”. No se trataba de una vindicación patriótica, ni de supremacía racial encubierta (cultura indígena mejor que la occidental): “Lo que quieren es ser considerados cien por cien indígenas y cien por cien mexicanos”, en un país que ha conocido el mestizaje durante cinco siglos.
Ése era el desafío: el movimiento indigenista no pretendía jugar en la misma mesa de parchís del sistema, que homogeneiza todo en sus estándares –simulando que los partidos políticos son “distintos” cuando el tablero siempre tiene los mismos dueños– y termina por deglutir y neutralizar cualquier intento de transformación real de sus mimbres. De ahí que en realidad no tuvieran ningún objetivo último: no se trataba de llegar a ningún sitio, sino de ir abriendo un camino con el resto de la sociedad que ni ellos podían prever por eso mismo, porque estaba por descubrirse, como quien se abre a machetazos por la selva: “Porque somos un movimiento; nos estamos moviendo… Vamos y venimos de acuerdo a cómo sentimos que somos recibidos. No buscamos seguidores sino interlocutores, porque sabemos que lo que queremos construir no lo vamos a poder hacer solos. Si no nos cuestionamos vamos a crear una secta que puede ser amplia o restringida, pero que no va a resolver los problemas… Más que provocar respuestas, se trata de provocar preguntas”.
Si no quieren el poder –se preguntaba por entonces Octavio Paz, pope indiscutido de la cultura mexicana–, “¿qué es lo que quieren?”. Lo que no querían era vivir al margen, y al mismo tiempo sometidos, por una sociedad que sólo integra a las piezas de la maquinaria; que se construye demasiadas veces en contra del otro. Algo que el propio Paz, a pesar de sus críticas al EZLN, ya había expuesto en su magistral ensayo La llama doble (concluido en mayo de 1993), donde recordaba que el argumento de Bartolomé de las Casas para defender a los nativos americanos en el s. XVI ante la Inquisición fue que no eran “un ente mecánico”, sino “criaturas con alma”. Esa noción, escribía, “fue un escudo contra la codicia y la crueldad de los esclavistas. El alma fue el fundamento de la naturaleza sagrada de cada persona. Porque tenemos alma, tenemos albedrío: facultad de escoger”.
Del “póster” al 15-M
Alejandro Ruiz Morillas (Granada, 1980), experto en intervención sociolaboral y educativa con personas en riesgo de exclusión, fue miembro de la revista de análisis Laberinto de la Universidad de Málaga y teórico de las Juventudes Comunistas Andaluzas por aquellos años del cambio de siglo. Hoy considera que la ola neozapatista fue recibida por sus simpatizantes europeos como “algo que no éramos capaces de leer en realidad”, puesto que “no es una continuidad sino un replanteamiento de los movimientos de izquierdas”: “Los discursos zapatistas rompen la clásica división trabajador-empresario porque visibiliza otras estructuras jerárquicas que se daban por hechas”; por ejemplo, dentro de los mismos movimientos políticos –algo que quizás “podía alinearse con la izquierda autónoma italiana”.
Planteaban la revolución “como una expansión progresiva, circular, donde no aparece el concepto de victoria/derrota, sino una espiral que va creciendo”. Un espíritu que podía verse desde aquí con cierta condescendencia velada: “Esa especie de pureza espiritual o moral que sugería la tradición indígena al final se quedaba en la estética, la superchería”; el póster exótico de nuevo. Cuando lo que plantea es “un salto respecto al paradigma europeo que cree que hay un único poder”: el poder se da en todas partes, a todas horas, en todos los ámbitos de la sociedad.
El indigenismo puso otro espejo aquí: que también hay un “esquema europeo” que superar
El indigenismo puso otro espejo aquí: que también hay un “esquema europeo” que superar. Quizás porque el emblema ilustrado Libertad, igualdad, fraternidad quedó en otro eslogan con que la tradición europea lleva varios siglos autocomplaciéndose, sin que ninguna de esas tres cosas se dé en sus términos más profundos.
El actor y cuentacuentos sevillano Jesús Tirado (1977) fue uno de los miembros activos del Colectivo Zapatista fundado en Granada por entonces, y que aglutinó a gente de dentro y fuera de España. Recuerda que el movimiento fue para él “muy inspirador". De repente esa prosa maravillosa de Marcos planteando un discurso que emocionaba: Un mundo en el que quepan muchos mundos… Había una participación muy activa de las mujeres en la organización. A mí todo eso me ilusionaba. Decía: “Yo necesito un discurso que llegue a mi madre, porque estamos siempre los mismos aquí”. Muchos jóvenes europeos viajaron a México “porque querían ver de primera mano los caracoles, su forma asamblearia y de organización”. “Las contradicciones”, dice, “siempre eran un debate” aquí; como el machismo palpable en todos los estratos y los problemas de alcoholismo entre los indígenas (en las comunidades del EZLN el alcohol está prohibido por los estragos que causa en ellos).
“Marcos era un personaje que cogía las armas”, dice J. Tirado, pero también “escribía libros de poesía y cuentos para que la gente le entendiera sin dejar de ser complejo. Ahora pasa que la ultraderecha hace un discurso simple y bruto y consigue calar. Él conseguía que la gente le siguiera y era emocionante. Hacíamos quedadas en que traíamos gente a dar charlas, proyectábamos películas… Ahora no tenemos referentes tan cercanos, experiencias tan palpables que propongan un modelo diferente y tan integrador a la vez como lo hacían ellos”.
Lo que resultó “muy importante” en el zapatismo a nivel internacional, según Alejandro R. Morillas, fue su ligazón, o incluso anuncio, de los movimientos antiglobalización, en un páramo ideológico para los que cuestionaban el statu quo quo (con grupos fundamentalistas como el peruano Sendero Luminoso que ahondaban en el foso de la izquierda más fanática). Mientras los sumos sacerdotes del capitalismo proclamaban el “fin de la historia”, los zapatistas inspiraron en cierta medida a todo aquel descontento mundial que cristalizó en el Foro Social Mundial de Porto Alegre, Brasil, del año 2001.
Ese encuentro “dio visibilidad y vocación unitaria al movimiento antiglobalización”, dice Morillas, y resultó un “laboratorio para los movimientos asamblearios” posteriores: “ondas juveniles convergieron con gente que vivió el mayo del 68 y activistas de ONG’s”. Así, “muchos que nunca se dejaron seducir por una lucha directa por el poder” empezaron a organizarse. Dando lugar a agrupaciones como la española Juventud Sin Futuro: una de las bases de lo que desembocaría en la protesta del 15 de mayo de 2011 (15-M) de la Puerta del Sol de Madrid, extendida luego a toda España. Ésos que acamparon, hartos de la partitocracia española y de las medidas de “austeridad” impuestas por los señores sin rostro del gobierno financiero mundial, bajo la consigna Lo llaman democracia y no lo es… (Etcétera.)
El “triángulo del mal”
En estos treinta años, cumplidos el pasado enero, desde que el EZLN y el Subcomandante Marcos irrumpieran en la escena mundial, las cosas en México no han ido a mejor; aún menos en Chiapas. Desde allí nos habla Pedro Faro, uno de los miembros y portavoces internacionales del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas (conocido como ‘FrayBa’). Quien comienza señalando que en 2024 se cumplen no treinta, sino treinta y cinco años desde que el obispo Samuel Ruiz fundase dicha entidad, con el fin de paliar, dice, “el despojo territorial, la tortura y las privaciones de libertad hacia los pueblos originarios”.
En estas tres décadas, relata Faro, “las reivindicaciones se han articulado de manera mucho más profunda. Se creó el Congreso Nacional Indígena. Pero hemos visto que el Estado ha obstaculizado una y otra vez el reconocimiento de sus derechos plenos”: que puedan participar en los procesos de decisión que afectan a sus comunidades, pero también en lo que concierne a la esfera privada. Apunta como ejemplo lo que llaman la “fábrica de culpables” perpetrada por el sistema judicial mexicano:
“Cada vez que documentamos situaciones carcelarias vemos que están plagadas de violaciones en el proceso regular, con muchas evidencias de personas inocentes a quienes se atribuyen delitos para aparentar que el gobierno combate la impunidad criminal en el país y tener índices de detenciones, por secuestros, asesinatos y demás. Pero muchos son inocentes y no tienen posibilidad de contratar a un abogado que les defienda. Quedan sujetos a un sistema que los absorbe y los sentencia a delitos que no cometieron”. [Amnistía Internacional corrobora esto con el caso de Daniel García Rodríguez y Reyes Alpízar Ortiz: más de 17 años recluidos a la espera de juicio.] Amén de que “las torturas siguen siendo habituales en el sistema de justicia”.
Según el FrayBa, existe “una complicidad de norte a sur del país” que incluye a “empresas, gobierno y crimen organizado”. Es un triángulo del mal visible en todas partes”, con “funcionarios del gobierno trabajando” para esa delincuencia a gran escala y “empresas lavando dinero” de dicha industria criminal. En Chiapas concretamente “hay una situación muy crítica de trata de personas, tráfico de migrantes y armas, prostitución y narcotráfico”. Además de un control del territorio por parte de estas mafias que llaman “cobro de pisos” y “de tránsito”: extorsiones sistemáticas para quienes habitan o pasan por allí, como puerta de entrada a México, y luego a EE.UU., desde Guatemala y el resto de países del sur. A pesar de que “en la zona fronteriza está el campamento más grande del ejército nacional. Pero se inhiben de todo eso”.
Faro asegura que las bandas no sólo pierden sino que ganan territorio en México; cosa que “no podría suceder si no hubiera complicidad entre las tres estructuras de gobierno: municipales, estatales y federales. Cuando hablamos de complicidad no es sólo permisividad, sino implicación en diferentes grados. Eso hace que crezcan las violaciones a los derechos humanos. Nosotros tenemos un cálculo estimado de más de 10.000 personas que han tenido que salir de Chiapas; por amenazas de muerte, por quitarles su territorio o por reclutar a los jóvenes para sus filas. La población vive con terror, con impactos psicosociales muy fuertes”.
“De ahí”, continúa, “que una de las cuestiones esenciales que defendemos es que se respete la autonomía que los pueblos zapatistas han construido”, por estar protegidos de esas mafias. Aunque “ya en los años noventa el Estado formó todo un aparato de contrainsurgencia paramilitar que iba por el exterminio del EZLN y de sus simpatizantes. Hechos como la masacre de Acteal [ya mencionada, y que fuentes gubernamentales achacaron a un “ajuste de cuentas” entre familiares] siguen impunes. Nunca se desarticuló a los paramilitares” con ningún cambio de gobierno, asegura, y “hay nuevas generaciones de paramilitares que actúan específicamente contra los territorios zapatistas”. A pesar de que el actual gobierno chiapaneco de Rutilio Escandón “dice que todo está controlado y que no pasa nada”, la documentación y la experiencia directa con que cuenta el FrayBa lo desmienten. Nada nuevo: “Todos los gobiernos” han seguido la misma línea descrita, con muy pocas variaciones, “desde los años sesenta”.
Pedro Faro admite que “sí”; tanto él como sus compañeros se sienten en peligro
Preguntado a título personal, Pedro Faro admite que “sí”; tanto él como sus compañeros se sienten en peligro: “Hay miedo a hacer nuestro trabajo. Desde hace años es de las profesiones más riesgosas. Hace meses torturaron y asesinaron a un profesor [José Artemio López Aguilar] que encabezó un reclamo por la paz en Chicomuselo. Y ya hemos tenido episodios de agresiones, de amenazas de muerte, de difamación constante en redes sociales para criminalizarnos… Pero es nuestra tarea, aun sabiendo que implica un alto riesgo para nuestra vida, como hacen otros compañeros. Vamos a seguir haciendo lo que nos corresponde en este cometido de caminar con los pueblos. Mientras ellos sigan construyendo alternativas de vida, allí estaremos nosotros”.
El espejo y el espejismo
Según el portavoz del FrayBa, en estas tres décadas “los pueblos zapatistas han construido un proceso de autonomía fuerte”. En 2003, la organización de sus poblaciones creó los núcleos más pequeños llamados “caracoles”, dirigidos, como los Municipios Autónomos, por hombres y mujeres indígenas. Según el Centro Nacional de Derechos Humanos de México, en este tiempo “se formaron maestros y médicos y se edificaron escuelas y clínicas”. También “se desarrolló un sistema de justicia al que acuden tanto zapatistas como otros miembros de la sociedad, por ser más eficaz que el institucional”. Pedro Faro asegura que hay “mucha presencia de jóvenes” desarrollando actividades artísticas y de otros tipos –como pudo verse en la celebración del pasado enero que el EZLN auspició por los 30 años del levantamiento en Chiapas.
A pesar de su mucha menor presencia en los medios de comunicación en estas décadas (en Europa prácticamente inexistente), las comunidades zapatistas no han dejado de actuar, según Faro, “para hacer otro tipo de política”, explicando la evolución de sus procesos internos y sus tensiones con el gobierno a través de comunicados en su página web, donde Marcos sigue publicando relatos y reflexiones. En 2018 apoyaron la candidatura de la aspirante independiente indígena, María Jesús Patricio –Marichuy–, a las elecciones presidenciales mexicanas que acabaría ganando Andrés Manuel López Obrador. Patricio no consiguió las firmas necesarias para presentarse, lo cual –señala Pedro Faro– “corroboró que lo indígena no tiene cabida” en el sistema electoral de hoy.
En cuanto al subcomandante Marcos, el hombre que le dio vida decidió que esa máscara debía pasar a segundo plano ya por esos años iniciales del siglo. Hasta matarlo en 2014, cuando, tras un ataque armado contra el caracol llamado La Realidad (atribuido por el FrayBa a los partidos del gobierno, pero perpetrado por “campesinos armados”), resultó asesinado el maestro de escuela José Luis Solís López, a quien todos conocían como Galeano. Marcos convocó entonces una rueda de prensa para denunciar el ataque y decretar la defunción del subcomandante Marcos (“esa botarga”), pasando a llamarse subcomandante Galeano en homenaje al amigo muerto. Ilustrando así, de paso, la forma en que esa máscara englobaba a todos sin importar la identidad.
Fue hace poco, en el pasado noviembre, cuando el líder más visible desde que Marcos dio un paso atrás, llamado subcomandante Moisés, anunció la clausura de los Municipios Autónomos y de los Consejos de Buen Gobierno, y la prohibición de entrada a “forasteros” a los caracoles, que siguen activos. Fueron medidas tomadas ante el recrudecimiento de la guerra abierta que mantienen los cárteles de Sinaloa y de Jalisco Nueva Generación en la frontera entre Chiapas y Guatemala, con algunas poblaciones –San Cristóbal de las Casas, Comitán, Las Margaritas y Pelenque– tomadas literalmente por los ejércitos del narco. Las tropas mexicanas desplegadas allí, afirmaban los zapatistas, sólo están para impedir la entrada de migrantes ilegales a los Estados Unidos.
Es por esto, concluye Pedro Faro, por lo que el zapatista es para muchos “un proceso de esperanza ante el horror, ante el escenario de violencia; porque a veces pensamos que mejor sería suicidarnos todos… Lo que generan los zapatistas es esa esperanza de cambio, de transformación. Es el movimiento de mayor duración y resistencia en México. Siempre los dan por muertos, pero en sus comunicados se proyectan a 120 años para que dé fruto la semilla”.
En aquella comparecencia de 2014, el Sucomandante Marcos (que últimamente resucitó ese nombre, pero degradado a capitán) dijo algo reseñable: que veinte años atrás había comenzado “una compleja maniobra de distracción, un truco de magia terrible y maravilloso, una maliciosa jugada del corazón indígena que somos”.
Sólo él sabía lo que trataba de decir. Podría conjeturarse –quizás– que toda la exposición masiva de 1994 y años siguientes fue una suerte de caballo de Troya: utilizar los resortes de la sociedad del espectáculo capitalista para proponer al mundo una forma de sabotaje contra la sociedad capitalista del espectáculo. Los medios que amparaban la “gran simulación” del sistema dieron pábulo a otra gran simulación que la denunciaba; consiguiendo así un apoyo –popular, cultural y político– muy difícil por otras vías.
Por esto, y otras muchas cosas, la entidad llamada “Marcos”, confeccionada para ejercer de “espejo” ante el estado de cosas de su país, sigue siendo un espejismo difícil de descifrar. Así como hasta qué punto las cuadrillas zapatistas han seguido o no los principios a los que se dicen leales durante tantos años. Y hasta qué punto podrán lograr algún día lo que se propusieron sus impulsores hace ya medio siglo.
Algo puede afirmarse sin error, a la luz implacable del tiempo: Guillén/Marcos/Galeano, 67 años el próximo mes de junio, llevaría ahora, según el calendario, más de 40 años allí. Como dice él mismo, sin ninguna prisa, en tanto el gobierno no se siente a dialogar o cumplir lo acordado hace casi tres décadas.
“El que permanece termina venciendo”, contaba a Vázquez Montalbán en aquellas noches en el poblado La Realidad, febrero de 1999. “Vamos a vencer porque vamos a permanecer. La ofensiva militar entró, hizo ruido, pero no hizo daño. Es lo que nosotros queríamos decir… Estuvimos diez años en la montaña preparando el primero de enero, pero tenemos la tradición de los pueblos indígenas de siglos de resistencia. Podemos esperar”.
… No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí.
¿Acaso de verdad se vive en la tierra? No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí. Aunque sea jade, se quiebra. Aunque sea de oro, se rompe. Aunque sea plumaje de quetzal, se desgarra. No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí.
Lo que antecede es un poema náhualtl, la lengua del...
Autor >
Miguel Ángel Ortega Lucas
Escriba. Nómada. Experto aprendiz. Si no le gustan mis prejuicios, tengo otros en La vela y el vendaval (diario impúdico) y Pocavergüenza.
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