LOS BUENOS TEBEOS
Manga en Valencia, un tebeo conservador, terror elevado y caracoles asesinos
Informe sobre los tebeos más atractivos del mes
Pablo Ríos 11/06/2024
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El ritmo editorial no cesa, y uno ya no sabe de qué demonios se habla cuando se habla de crisis, si a lo mejor el término ha pasado a significar otra cosa y no nos hemos enterado o solo es pitorreo y ya qué más dará.
Pero en el Ministerio de CTXT no nos dejamos avasallar por el martillo pilón del mercado y estamos dispuestos a separar el grano de la paja para deleite y gozo del lector atento. Vamos con esta nueva tanda de cómics que han logrado dar un saltito y llamar la atención de este viejo y cansado crítico.
En La carretera (2006), Cormac Mc Carthy fue incapaz de encontrar la luz entre la oscuridad. Pero Jack London ya había descubierto el amor que anida en La llamada de lo salvaje (1903) y George Miller había configurado en Mad Max (1979) a un héroe que emergía de las ruinas de la civilización. Víctor Puchalski (Catarroja, Valencia, 1986) ha dedicado toda su carrera a la figura del bárbaro y a sus códigos de honor, puliendo las enseñanzas de Robert E. Howard y pasándolas por una trituradora saludablemente pop. En Kneel!! (Ediciones Inuit), el valenciano deja atrás la mística que sobrevolaba La balada de Jolene Blackcountry (Autsaider Cómics, 2017) y abraza el objetivismo a base de golpes de guantes de acero: los malos son los malos y los buenos podrán con ellos si eso es lo que quieren. Puchalski parte de una premisa argumental que deja bien claro cuál es el propósito de la obra: para salvar el alma de la princesa de un reino corrupto, su prometido se tiene que convertir en el encargado de acabar con su vida. Hasta llegar a ese punto, el valenciano despliega toda su potencia gráfica, y deja atrás la exuberancia de Enter the Kann, (Autsaider Cómics, 2016) su puesta de largo, para centrar el tiro en un blanco y negro heredero directo de Kentaro Miura, Tetsuo Hara y Tsutomu Nihei. Porque, sí, Kneel!! es un manga, dibujado en Valencia y que se lee en sentido occidental, pero un manga. Quizás la obra más refinada (en intención) de su autor: un festival de acción sin tregua, sin ninguna distancia ni coartada intelectual que enmascare la nobleza de solucionar los problemas a puñetazo limpio.
Y es que en este absurdo clima bélico en el que estamos inmersos la guerra vuelve a ser uno de los grandes temas de nuestro tiempo. En esta ocasión la leeremos a través de los ojos del siglo XX en forma de gozoso homenaje a uno de los cómics clásicos de la tradición francobelga. El arte de la guerra (Norma Editorial) es el último álbum publicado de Blake y Mortimer, dos personajes creados en 1946 por Edgar P. Jacobs (asistente de Hergé en Tintín), caracterizados por hablar por los codos en interminables diálogos que exploran los límites físicos de los bocadillos en las viñetas y mantener la compostura y la elegancia en todo momento, así se esté viniendo abajo el universo. En esta nueva aventura, los curtidos guionistas Bocquet (Neully-sur-Seine, Francia, 1962) y Fromental (Túnez, 1950) han decidido que sus protagonistas sean menos parlanchines, pero la estrella de la función, el espectacular dibujante Floc’h (Mayenne, Francia, 1952), ha elevado la elegancia de Blake y Mortimer a la máxima potencia. Heredero directo de Jacobs y practicante de una pulcrísima línea clara, Floc’h despliega una puesta en escena con conciencia plena de sí misma y que no llama a engaño a nadie. Sí, puede que estemos ante una revisitación contemporánea de un clásico, pero ofrece, agitados pero no mezclados, los mismos ingredientes: alta sociedad, chaquetas cruzadas, corbatas, martinis y coches y aviones dibujados que da gloria verlos. La excusa argumental, el enésimo peligro mortal que amenaza la supervivencia de la civilización en plena Guerra Fría y que debe ser enfrentado por nuestros héroes, es un lugar común tan seguro para el lector como un refugio nuclear. Porque, para qué engañarnos, también se puede disfrutar de un cómic conservador.
Todo lo contrario a conservador es Maleficio (Libros Walden), una antología de cuentos venidos del futuro a cargo de George Wylesol (Filadelfia, 1989), un ilustrador con amplia trayectoria en medios de prestigio y dibujante de cómics fogueado en la autoedición fanzinera de la escena norteamericana. Maleficio es el primer trabajo de su autor publicado en España, y hay que alabarle a Libros Walden el riesgo. Wylesol es un dibujante misterioso y también lo es su trabajo, construido sobre imágenes veladas venidas de ultratumba, a veces de manera literal, como en el primer cómic del tomo, Fantasmas, y otras explorando el espacio simbólico de lo cotidiano: en Casa abierta, un anuncio inmobiliario se transmuta en una suerte de tarot enajenado. Para ello, el de Filadelfia acude a trucos de imprenta y una sencilla paleta de colores planos y figuración esquemática, una suerte de señalética para una cercana dimensión alternativa. La obra de Wylesol se ha enmarcado dentro de las coordenadas del terror elevado (sea lo que signifique eso), aunque este crítico piensa que, si bien el desasosiego y la desesperanza anidan en sus páginas, hay suficiente humor en Maleficio para convertir el trabajo de Wylesol en algo más cercano a la risa rara que al horror existencial. En El amante maldito, la pièce de résistance del tomo, una historia apocalíptica que se prolonga durante más de cien páginas, tiene las santas narices de interrumpir el clímax del relato insertando un par de páginas de publicidad de dos de sus antiguas obras. Esa saludable distancia con su trabajo (no irónica, pero sí tronchante, ese es el matiz) lo emparenta con otras propuestas de la vanguardia del cómic internacional, que tiene al belga Olivier Schrauwen (Brujas, 1977) como máxima figura de la experimentación majareta. Tal vez era ya hora de que los “cómics” volvieran a ser “cómicos”.
Precisamente sentido del humor no le falta a El rei dels cargols (Editorial Finestres), flamante premio Finestres de cómic en catalán de este año, escrita por David Pamies (Elche, 1982) y dibujada ni más ni menos que por una debilidad de quien esto firma, David Sánchez (Madrid, 1977). Fue Pamies quien contactó con Sánchez para poner marcha esta buddy movie satánica protagonizada por una pareja de policías perdedores que operan en Amarillo, Texas, y que tiene que resolver un homicidio absurdo perpetrado, aparentemente, por unos caracoles. Quizás el tono de Pamies no termina de funcionar demasiado bien, como suele suceder con este tipo de obras que transitan entre la ligereza de la iconografía pop religiosa (demoníaca, en este caso) y un contenido supuestamente profundo, véase Buenos presagios (1990), la novela de Neil Gaiman y Terry Pratchett, o Dogma(1999), la estrepitosa reflexión (es un decir) de Kevin Smith sobre el cristianismo. Sin embargo, Sánchez mantiene su nivel de magisterio y, aunque tiene que hacer hablar a sus personajes más de lo que imagino que a él le gustaría, levanta el vuelo haciendo lo que mejor sabe, crear ese clima de realidad espantosa y a la vez cercana, con un ritmo desasosegante y aplastante claridad expositiva.
El ritmo editorial no cesa, y uno ya no sabe de qué demonios se habla cuando se habla de crisis, si a lo mejor el término ha pasado a significar otra cosa y no nos hemos enterado o solo es pitorreo y ya qué más dará.
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Pablo Ríos
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