ULISES
Hacia un Joyce panhispánico (o no)
Un repaso al caudal de artículos y homenajes publicados en el ámbito hispánico con ocasión del Bloomsday
Rubén A. Arribas 15/06/2024
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Lo sabemos: el 16 de junio ya está reservado en el santoral literario para el Ulises, James Joyce y su Bloomsday dublinés. Sin embargo, antes de cumplir con el rito de hablar de esa santísima trinidad, quisiera recordar que ese día también podrían celebrarse otros acontecimientos, como el nacimiento de los poetas Marosa di Giorgio y Leopoldo Panero, o el de la novelista Joyce Carol Oates. Además, la noche del 16 de junio de 1816 fue cuando la joven Mary Wollstonecraft Shelley tuvo aquella famosa pesadilla suiza que daría origen a Frankenstein, el monstruo más famoso de la literatura universal. Y, puestos a estirar la efemérides, recuérdese también el inicio del cuento “Las dos historias”, de Felisberto Hernández, incluido en su emblemático Nadie encendía las lámparas(1946). Dice así: “El 16 de junio, y cuando ya era casi de noche, un joven se sentó ante una mesita donde había útiles de escribir. Pretendía atrapar una historia y encerrarla en un cuaderno. Hacía días que pensaba en la emoción del momento en que escribiera. Se había prometido escribir la historia muy lentamente, poniendo en ella los mejores recursos de su espíritu. Ese día iba a empezar...”.
Podría buscar más ejemplos, pero daría igual: ya solo existe el 16 de junio de 1904, que es cuando transcurren las alrededor de mil páginas –depende de las ediciones– del Ulises. De hecho, si bien el epicentro físico y emocional de la novela está en Dublín, algunos de sus personajes son ya tan universales que aparecen donde menos se los espera. Por ejemplo, según un periódico mexicano, Leopold Bloom estuvo un 16 de junio de 2015 en una taberna del norte del país. Al parecer, antes de todo ello se hacía llamar Julián Herbert.
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Algo que me fascina del 16 de Joyce –alguien habrá que le haya cambiado ya incluso el nombre al mes– es la cantidad de artículos y homenajes que genera. Una de las menciones que más me ha sorprendido últimamente es la de Ahora imagino cosas (Random House, 2022), el libro de crónicas del mexicano Julián Herbert, quien habla de cómo celebró el Bloomsday de 2015 en una taberna de Saltillo, la capital del estado de Coahuila de Zaragoza. Si bien la crónica en cuestión no gira alrededor de la celebración joyceana, incluye varios párrafos jugosos sobre ella.
En uno Herbert asegura que aquella noche “hubo trajes de época, microperegrinajes, representaciones escénicas, cerveza negra y whiskey irlandés y riñón de cerdo asado y sexo en el baño de mujeres: desmesura, mucha tensión erótica, como lo ameritaba St. James Joyce”. Eso sí, en vez de profundizar en la discusión literaria acontecida en ese baño, Herbert elige contarnos que la mujer que le gustaba estaba especialmente hermosa aquella noche: “llevaba un gran sombrero blanco beige, con una banda marrón que hacía juego con su falda, una anticuada sombrilla y un collar de perlas, y una blusa blanca de muy bonitos pliegues y unos guantes albísimos de encaje”.
Según Herbert, la taberna cerró a las dos de la mañana y sus compañeros de farra y él –unas ocho personas– optaron por continuar el tributo a Joyce en un coqueto hotel. Mientras debatían con el personal de recepción si podían acceder todos a la habitación, alguien le encomendó a un taxista “una de las más difíciles misiones que se podían comisionar en el Saltillo de la época de la Guerra de los Zetas: comprar cerveza clandestina”.
Por desgracia, como decía más arriba, la crónica no gira en torno al Bloomsday, así que desconozco cómo terminó esa mezcla de narco, sexo, alcohol y alta literatura (si alguien sabe dónde puedo encontrar esa historia, por favor que me avise). Tampoco sé qué traducción del Ulises leyeron Herbert y sus secuaces joyceanos; en cualquier caso, y a la vista de la polémica sobre cuál es la mejor en nuestra lengua, yo apostaría por la suya. Por ahora, ninguna garantiza unos efectos secundarios tan potentes.
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Además del fetichismo alrededor del 16 junio, otra cosa que me fascina del Ulises son los debates encendidos que suscita. Así, leyendo un artículo de julio de 2015 de Carlos Gamerro me enteré de que estaba en marcha un partido España – Argentina, en cuanto a traducciones se refiere. El titular rezumaba rivalidad deportiva: “En el duelo por la lengua literaria española, Ulises vuelve al Plata”. Gamerro aludía a que su país acababa de empatar gracias al gol de Marcelo Zabaloy, quien recientemente había publicado su versión en la editorial El Cuenco del Plata. El gol anterior –el que abría el marcador– había sido obra de José Subirats Sala en 1945.
Ahora bien, puesto que la influencia de Joyce es muchísimo mayor allá que acá, me llamó la atención que Argentina no hubiera remontado antes los goles de José María Valverde (1976) y del tándem Francisco García Tortosa y María Luisa Venegas (1999). La respuesta a mi pregunta la encontré en otro artículo de Gamerro, Ulises en su laberinto, este de 2022, donde además anunciaba el tercer gol argentino.
Según Gamerro, las obras de Joyce no entraron en el dominio público hasta 2012, lo que había impedido a las editoriales argentinas competir con las españolas hasta entonces, en especial si tenemos en cuenta el tamaño del texto (unas 265.000 palabras). Eso explica, por ejemplo, que la editorial Edhasa publicara en 2017 la traducción de Rolando Costa Picazo, conocido por su versión de Moby Dick o por su edición crítica de las obras completas de Borges. Eso mismo, antes del 2012, hubiera sido casi imposible debido al factor económico.
Además de esta lectura en clave empresarial –eso que Damián Tabarovsky llama industria de la lengua–, me interesa también la que hace Gamerro en clave política. Según él, el Ulises no está escrito en una lengua o dialecto, sino en una tensión entre la variante desprestigiada (el inglés de Irlanda) y otra dominante (el inglés británico imperial); si bien esa relación no puede homologarse tal cual a la existente entre el español de España y el de los demás países de habla hispana, sí que admite una comparación. Por esa razón, “al menos en teoría, cualquier traducción latinoamericana del Ulises debería ser más fiel al original que una española”.
A modo de ejemplo, Gamerro pone la de Subirats Salas, que contiene tantos errores como aciertos (algo que también señalaron Juan José Saer o Eduardo Lago en su día). Y es que la versión aporteñada de Subirats “reproduce en todas sus imperfecciones el tironeo del original: se pasa de formas dialectales argentinas, o latinoamericanas, a formas reconociblemente peninsulares: vacilante, políglota, revuelta: esa es la fricción que enciende el inglés del Ulises, y que hace que el español del primer Ulises criollo posea algo de la misma vitalidad”. Algo similar, subraya, ocurre con la versión de Zabaloy.
En cambio, las traducciones en español peninsular no reflejan esa tensión y utilizan un lenguaje que le resulta ajeno al público argentino. A tal punto, asegura Gamerro, que ya es “un lugar común, al menos en Latinoamérica, hablar de la notoria fealdad de la mayoría de las traducciones hechas en España, especialmente cuando el argot asoma”.
Y, ya entrando con los tapones de punta y buscando el tobillo peninsular, el escritor argentino anota: “los traductores españoles eso que arrojan sobre la página no es su dialecto, es la lengua, así sin más –dialecto es lo que hablan los otros, nosotros. (Ocho siglos de historia, una serie de conquistas imperiales y el inquisitorial Diccionario de la Real Academia respaldan ese permanente hábito de descortesía). España no sabe de hermandad, sino de maternidad; el traductor latinoamericano en cambio es consciente de estar traduciendo para una comunidad de hablantes heterogénea, y es más cauto a la hora de endilgarle sus formas locales a los lectores extranjeros”.
Pese a que Gamerro aporta un par de ejemplos incontestables sobre la edición de García Tortosa y Venegas, diría que se pasa de frenada. Entre otras cosas, porque dudo mucho que quienes traducen en Argentina o Uruguay –por hablar de los casos que conozco mejor– piensen en si les entenderán en Chile, Bolivia o Paraguay... Con todo, estoy de acuerdo en que la solución pasa por establecer una relación fraterna, de igualdad, y acabar ya con esa tontería de la madre patria. Al fin y al cabo, el futuro de la lengua será algo parecido al de las sociedades que formamos hoy: pura mezcla. Juraría que la música, el cine o el teatro superaron hace rato ese conflicto. ¿Podrá hacerlo la literatura? No lo sé, pero me maravilla que la traducción del Ulises pueda ser parte de la solución.
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Mientras leía artículos y más artículos, tuve la impresión de que Joyce es mucho más citado por hombres que por mujeres. Tomo como referencia, sin ir más lejos, este mismo artículo. De hecho, podría haber mencionado a muchos otros escritores, traductores o editores: Ricardo Piglia, Enrique Vila-Matas, Osvaldo Lamborghini, Juan Díaz Victoria, Malcom Otero Barral, Antonio Soler, Antonio Garriga Vela, Jordi Soler, etcétera. De todos ellos, solo quisiera destacar al joven Diego Garrido, cuya irrupción en los últimos años, como traductor –cartas, cuentos y prosas breves o Stephen Hero– y como novelista –Libro de los días de Stanislaus Joyce (Anagrama, 2024), vino a romper otro sesgo mío: Joyce solo le interesa a los señores mayores. Pues parece que no.
Volviendo a la ausencia de mujeres, quisiera enmendarla dejando constancia de que Djuna Barnes escribió un bello artículo rememorando sus encuentros con Joyce en París o que Ana Gargatagli publicó otro, El primer Ulises en español: cinco reflexiones, que explica cómo fue la recepción de la obra en España entre 1924 y 1930. A esos dos, añado un tercero –en inglés– de Merve Emre, recomendado por Eduardo Lago.
Asimismo, dejo anotados dos libros que descubrí ahora y agendé como posibles lecturas. Uno es las memorias de Sylvia Beach, publicadas por la editorial Trama el año pasado. La entonces encargada de la librería parisina Shakespeare & Co. fue, como escribió Joyce en una carta a su editor estadounidense, la “valiente mujer” que “arriesgó lo que los editores profesionales no quisieron arriesgar: tomó el manuscrito y lo entregó a los impresores”. Una jefa total, vamos.
El otro libro es el ensayo Joyce. De perdidos al Liffey (Maclein y Parker, 2018), de Zarabel Santos-Rodríguez. En la introducción, esta filóloga sevillana subraya que el irlandés no es solo “una lectura asequible, sino también increíblemente jugosa, entretenida y realmente fructífera”. Y, ya puesta a la exhortación, añade: “Leer a Joyce es sexy, por ello no nos extraña que Marilyn Monroe se hiciera una fotografía haciendo como que leía el Ulises y la aireara orgullosa. Empiece a leerlo, aunque sea por frivolidad, por despecho, y terminará leyéndolo por placer”.
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Eduardo Lago, autor de Todos somos Leopold Bloom (Galaxia Gutenberg, 2022), se hizo eco brevemente del partido Argentina-España en un artículo. Él, que conoce bien las diversas traducciones del Ulises a nuestro idioma, llegó a la conclusión hace unos años de que no tiene sentido “traducir el libro a ninguna variedad regional del español, sino que habría que encontrar una fórmula que permitiera dar con una versión panhispánica del texto”. Curiosidades de la vida, lo pensó en unas jornadas joyceanas en Argentina y lo propuso después en una charla en Bogotá.
Según Lago, “habría que dividir [la novela] en tantos segmentos como países donde se habla español, en cada uno de los cuales se encargaría de la traducción un equipo de tres personas, preferiblemente jóvenes, que verterían el segmento que les correspondiera a la variedad de español hablada en su país de origen”. Pese al entusiasmo inicial con que fue recibida la idea por parte del Instituto Caro y Cuervo, el proyecto no fructificó.
En la introducción de Ulises. Claves de lectura (Interzona, 2015), Carlos Gamerro propone superar la polémica también con una suerte de versión panhispánica. Eso sí, la suya pasa por proponer un “dream-team de vivos y muertos” donde cada capítulo lo traduciría aquella persona que mejor hubiera asimilado sus rasgos identificativos. A modo de ejemplo –y con aire conciliador, amén de utópico y didáctico–, propone convocar a Ortega y Gasset, Guillermo Cabrera Infante, Onetti o Julián Ríos, así como a Borges, Saer, Manuel Puig o Rodolfo Walsh. A falta de conocer el resto de ese equipo de ensueño, ahí va un deseo de este aficionado: que el seleccionador convoque alguna mujer y, claro, que recuerde que Colombia, Ecuador o México también existen.
Por último, y sin querer incurrir en el periodismo deportivo, un dato: el madrileño Carlos Manzano publicó su versión del Ulises en septiembre de 2022 con la editorial Navona. Más allá de que el dichoso partido vaya ahora empate a tres, rescato que este traductor de largo recorrido, antes de comenzar su tarea, se compró las catorce versiones que había en las seis lenguas que dominaba: “cinco en español, una gallega, dos catalanas, dos francesas, dos italianas y dos portuguesas”, explica en un artículo. Según Manzano, la mejor traducción es la gallega, “seguida de las dos catalanas, a cuál mejor, aun siendo diferentes, y, por tanto, las tres admirables y debidas a traductores literarios profesionales y muy expertos; el resto, bastante anodinas y, en particular, las de lengua española, todas ellas –¡qué casualidad!– obra de profanos”.
Dejando a un lado que eso último no es cierto, la reflexión de Manzano me hace volver sobre dos ideas. Una es, que, como dice Gamerro, el Ulises expresa una tensión lingüística entre una lengua dominante y otra minorizada/desprestigiada, y acaso eso pueda leerse también en clave del país plurilingüe que somos (véase, por ejemplo, este artículo de Gorka Bereziartua para El Ministerio). La segunda idea es que empiezo a creer que se debería retransmitir en directo un hipotético congreso sobre un Joyce panhispánico: promete ser más emocionante que la Eurocopa y los Juegos Olímpicos juntos. Vaya por delante que, si se celebra ese congreso, yo hincharé por México, el equipo literario más hedonista del momento.
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Lo sabemos: el 16 de junio ya está reservado en el santoral literario para el Ulises, James Joyce y su Bloomsday dublinés. Sin embargo, antes de cumplir con el rito de hablar de esa santísima trinidad, quisiera recordar que ese día también podrían celebrarse otros...
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Rubén A. Arribas
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