ADUANAS
Capitalismo, armas e impuestos bajos
A. M. Homes ficciona (o no) sobre la baja calidad de las conspiraciones reaccionarias en su última novela
Roberto Valencia 16/06/2024
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Más allá de las tramas de sus novelas, de su sentido de la oportunidad o de sus fascinantes entrelazamientos de diálogos, la literatura de A. M. Homes ofrece al lector la muy cotidiana experiencia de sentirse en peligro. No un peligro inminente, no el aviso de una catástrofe o un colapso sistémico, sino el daño para la salud que supone tener que aguantarle el ritmo a una sociedad que va extraviando cuantas premisas humanizadoras rigieran en otros tiempos su precario funcionamiento. Diríamos que Homes es una autora cáustica que satiriza los modos de vida contemporáneos por puro sadismo literario si no fuera porque su proyecto reviste más nobleza de espíritu que la pura diversión. No observo por su parte una predisposición al escarnio o a la mofa porque sí. Creo, más bien, que su querencia por los personajes al límite y las situaciones inaprensibles la explica el deseo de recortar los elementos más monstruosos de la realidad para convertirlos en oraciones gramaticales. Y, más allá de eso, de obsequiarle al lector con una crítica en su estado más nítido, haciendo todo lo cristalino que resulte posible el visionado de las deformidades sociales que se invisibilizan tras el fragor de los días.
Así, lleva prefiriendo los materiales sórdidos para sus narraciones desde el principio de su carrera literaria. Por nombrar algunas: en El fin de Alice se atrevía a afrontar sin ambages la pedofilia, y en La hija de la amante contaba en primera persona el desastroso reencuentro con su madre biológica. En Ojalá nos perdonen –su anterior novela– abordaba de un modo más general el modo en que los culpables con conciencia ensayan la redención en el seno de un ecosistema social desquiciado por el control y los omnipresentes códigos de buen comportamiento. Tras la pausa de su tercer libro de cuentos, Días temibles (donde se atrevía a mezclar en una misma pieza el abuso sexual infantil con la invasión de Irak), se publica ahora en nuestro país La revelación. Otra vez una novela larga, confeccionada con no demasiadas escenas, si tenemos en cuenta las 450 páginas que ocupa, y rebosante de unos diálogos vivos, perfectamente creíbles. Los dos temas principales son, de nuevo, la obsesión de su autora por el modo en que se construyen y sobreviven las familias bastardas, así como la preocupación política. Ambos entrelazados, aclaremos. De lo segundo, encontramos una mirada en retrospectiva: A. M. Homes desanda los últimos quince años de democracia estadounidense para hablar de conspiraciones. Lo hace de un modo que incomoda a lectores como yo, que conviven mal con el exceso de argumentaciones conspiranoicas forzadas para explicar cualquier mal, desde el capitalismo internacional al mapa del tiempo. Homes describe en su novela el impacto que ejerció la llegada al poder de Barack Obama en algunos militantes de élite –blancos, ricos, racistas y avejentados del partido republicano–. Un hombre negro, con un discurso explícito sobre la injusticia, salido Dios sabe de dónde, no podía dejar indiferentes a los que se consideran a sí mismos custodios legítimos de la nación americana, así que la noche de la derrota electoral, uno de ellos pone en marcha una suerte de maquinación secreta para revertir a medio plazo el orden de los acontecimientos. ¿Explica A. M. Homes con esta ficción el advenimiento del populismo en EEUU? Puede que sí. Nadie sabe muy bien qué es el populismo, pero una de las conquistas de Trump fue deslegitimar a conveniencia dimensiones esenciales de la democracia liberal, como la justicia o las urnas. Haciéndole creer al pueblo americano que no servía para nada, Trump consiguió despiezar en el imaginario social el mecano de la estructura democrática: ¿para qué quiere el presidente de la nación una justicia orgánica si a ésta le da por castigar sus excesos personales? A la hoguera la justicia. ¿Para qué sirve una Casa Blanca durante el traspaso de poder? Para ocuparla (bueno, para que la ocupen extraños tipos con gorro de bisonte). Los conspiradores de A. M. Homes parten de una posición similar: para ellos, las instituciones solo existen para modelar su versión del sistema, una visión en la que democracia “quiere decir capitalismo, armas e impuestos bajos” –la cita es textual–. El sistema no debe garantizar la justicia o cierta equidad social –ya sé que afirmar esto de EEUU es hacer el tonto–. El sistema está para preservar una suerte de imagen elitista, purísima, en la que no manda la voluntad popular sino los grandes accionistas, los jueces jubilados o los altos funcionarios que carecen de una mínima lealtad a la democracia.
Una de las conquistas de Trump fue deslegitimar a conveniencia dimensiones esenciales de la democracia
Decía antes que la visión de la conspiración incomoda a quienes no negamos que ésta pueda existir, pero creemos que no explica todas y cada una de las desviaciones de las sociedades democráticas. A. M. Homes cuenta en su novela la constitución de una poderosa célula conspirativa en los albores de la era Obama. La operación no es que no fuera posible: es que resultaba más que plausible en un entorno degradado por la trampa electoral y las agresiones internacionales de George Bush. En ese caldo de cultivo, resulta difícil esperar la proliferación de hordas de fanáticos que aceptaran alegremente la rotación democrática. Difícil no recordar a Kennedy, por otra parte. Etcétera. La novedad puede ser que, según Homes, estos tipos que maquinan el vuelco electoral representan el summum del hedonismo, del infantilismo, del fanatismo, de lo maníaco y, claro, del machismo más ignorante. Se reúnen en sus lujosas mansiones con un programa de diversiones previo a los negocios –tiro al blanco, caballos, etc.–, lo que da una idea de que su proyecto para el país más poderoso y complejo del mundo no resulta ni medido ni apropiado. No pasa por la redistribución de capitales o la redacción de leyes justas. No responde a las necesidades de sus ciudadanos o a la urgencia de sus angustias sino a un exceso de orgullo y egoísmo. Los conspiradores son niños malcriados, muy alejados de una madurez intelectual mínimamente demostrable, que estiman que el poder solo resulta legítimo cuando lo ostenta su propio candidato. Trasvasando este argumento a la realidad, podemos preguntarnos si hubo este tipo de conspiraciones en los mandatos de Obama. Si los hay durante el de Joe Biden. Y, en ese caso, ¿qué capacidad de maniobra tienen? La novela, aunque sea desde su espacio de ficción, deja una inquietud notable: sabíamos que una de las primeras democracias del mundo está en horas bajas, sí. Pero de ahí a filtrar que militares retirados, viejos millonarios y jueces corrompibles, esquemáticos en sus planteamientos políticos, se agazapan tras la actividad parlamentaria, supone ese salto cualitativo que tanto complace a los espectadores de Cuarto Milenio (el personaje del general y su sistema de búnkeres secretos pone los pelos de punta).
El otro tema de La revelación es la familia, omnipresente en A. M. Homes y en la propia literatura estadounidense. En Ojalá nos perdonen, los distintos acontecimientos de la novela iban favoreciendo que un protagonista con graves problemas vitales pudiera rehacer su familia, completamente destruida, superponiendo restos de otros estratos familiares. El resultado final era un nuevo núcleo familiar, heterogéneo y disforme, donde lo que operaba como pegamento de la unidad no era la voluntad de sus miembros por permanecer juntos, el amor o el patrimonio económico, sino la necesidad y la vulnerabilidad. La idea, afortunadamente extendida hoy día, entre otros, por la izquierda y el feminismo de que el individuo no es nada sin la cooperación de los demás, de que las estructuras básicas de la sociedad no son armazones de fuerza bruta sino dinámicas de mutua compenetrabilidad que nos sostienen a todos. Que somos poca cosa uno a uno, vamos. Esa curiosa familia era la versión de Homes del modelo “familia desestructurada”, una versión tierna y nada apocalíptica. De hecho, parecía la fórmula definitiva por parte de una autora obsesionada con el tema, su aportación más clara. Ahora, en La revelación, pone en escena otra familia con problemas, sólo que, igual que al final de su biográfica La hija del amante, emerge en toda su podredumbre la causa de tanta infelicidad en su seno: el oscurantismo, el machismo, la sumisión de la mujer a los deseos del marido exitoso, el qué dirán, etcétera. La escena en la que los miembros de la conspiración descansan de una de sus sesiones y salen al patio para hacer prácticas de tiro contra los vestidos de la esposa del dueño de la mansión, ausente en ese momento, es de lo más simbólico que uno haya leído sobre la violencia de género. Porque son disparos cobardes y de un resentimiento desproporcionado. Disparos por la espalda, gratuitos y vengativos. La escena revela, claro, que en este ambiente del poder y la tradición del dinero no es posible ensayar ninguna solución. No hay esperanza, las reconciliaciones resultan imposibles en los dormitorios de las altas clases de la mentira y la evitación, porque el mismo orgullo autoritario que niega la legitimidad de la victoria electoral a un candidato negro del partido demócrata conduce los designios domésticos puertas adentro. Por si fuera poco, Homes introduce en esta familia tan necrosada que protagoniza la novela una niña adoptada por una vieja infidelidad del padre (la historia de la propia autora, vamos). Este apunte de la adopción no es estrictamente necesario para recordarnos que, en muchas familias donde se desata violencia soterrada o situaciones asimétricas de poder, hay niños sufriendo roles que no les corresponden. Pero, como suelen hacer los grandes autores, Homes repite sus temas hasta la obsesión. Siempre de la misma manera y siempre de un modo distinto.
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A. M. Homes. La revelación. Anagrama. 2024. Barcelona
Más allá de las tramas de sus novelas, de su sentido de la oportunidad o de sus fascinantes entrelazamientos de diálogos, la literatura de A. M. Homes ofrece al lector la muy cotidiana experiencia de sentirse en peligro. No un peligro inminente, no el aviso de una catástrofe o un colapso sistémico, sino el daño...
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Roberto Valencia
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