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música

De vampiros de ciudad y religiones monoteístas

Reflexiones a partir de la música de Vampire Weekend y Alcalá Norte, con cameo de Freud

Manuel González Molinier 29/07/2024

<p>Un concierto de Vampire Weekend en Colorado, 2013. / <strong>Wikipedia</strong></p>

Un concierto de Vampire Weekend en Colorado, 2013. / Wikipedia

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      1. Vampire Weekend: un vuelo a cielo abierto.

“Only God Was Above Us”. Así se titula el último disco de la banda neoyorquina Vampire Weekend. Cuando anunciaron el título del disco y enseñaron la portada, antes de que pudiéramos acceder aún a su contenido musical, reconozco que sentí cierto prurito de desconfianza. Y eso que no eran precisamente nuevos los guiños, más o menos humorísticos, más o menos metafóricos, a la religión de su líder y principal letrista, el refinado y vitriólico Ezra Koenig. En la brillante Ya Hey, de su disco de 2013 “Modern Vampires of The City”, ya arrancaba diciendo “Oh, cosa dulce, Sión no te ama / Y Babilonia no te ama, pero tú amas todas las cosas”. Es cierto que “Zion” y “Babylon” eran guiños a los símbolos espirituales de la música reggae, que él siempre había reconocido como influencia, pero como suele ocurrir con Koenig, en un segundo plano estaba haciendo alusión a la religión judía de sus orígenes. La canción giraba en torno al sentimiento de ser un excluido, y el estribillo, que daba título a la canción, era un juego de palabras que combinaba astutamente religión y cultura pop. Ya Hey jugaba a invertir las sílabas de la canción Hey Yade Outkast, que dichas en voz alta, son homófonas a “Yaveh”. Si quedaba alguna duda sobre las connotaciones judeocristianas, estas quedan desveladas cuando canta “A través del fuego y a través de las llamas (Ya Hey, Ya Hey) / Ni siquiera dirás tu nombre / Dices ‘Yo soy lo que soy’”. Por supuesto, la letra no está exenta de ironía, pero es interesante cómo Koenig hace pivotar sobre la simbología hebrea su reflexión sobre la condición de ser un excluido en la sociedad actual, con hallazgos hilarantes, como cuando compara las tiendas de campaña de los festivales musicales de verano con las tiendas de las tribus semíticas durante el éxodo judaico. En definitiva, los seguidores del grupo ya sabíamos que su peculiar modo de escribir las letras gusta de la superposición y condensación de imágenes poderosamente simbólicas, muchas veces tomadas de la religión, que son transformadas con el fin de hablar de malestares contemporáneos.

En definitiva, cuando no sabíamos nada más, eso de “solo Dios estaba sobre nosotros” parecía un aviso: ¿no queríamos caldo? Pues nos tenían preparadas tres tazas de metáforas religiosas y misticismo posmoderno. Pero claro, muchas cosas habían sucedido en el mundo desde aquel lejano 2013 del que databa Ya Hey. Desde entonces, la cuestión religiosa, especialmente en esa pequeña región del mundo que vio nacer las tres grandes religiones monoteístas, había sufrido una escalada de violencia brutal, hasta llegar a cotas de horror difícilmente soportables. Sí, en el pasado, Ezra Koenig había apoyado públicamente a Bernie Sanders y abogado por un new green deal, como buen intelectual judío de izquierdas, pero eso ya no era suficiente. Estamos en otro momento histórico y nadie está ya para sermones bienintencionados y medias tintas morales. Los estudiantes de aquella universidad de Columbia que hace años viese nacer al grupo, se manifiestan hoy en apoyo al pueblo Palestino. Piden un alto el fuego inmediato en Gaza, y por ello son desalojados y detenidos por las fuerzas de orden público, mientras las voces conservadoras, pero también una gran parte del establishment demócrata, los acusa de antisemitas. Dios sigue estando sobre nosotros, desde luego, pero como arma arrojadiza.

Sin embargo, al escuchar el disco, he podido comprobar con alivio que no se trata de un disco espiritual. Al menos, no es esa la lectura que yo extraigo de unos versos siempre ambiguos. Pero sí se detecta en las letras una reflexión metatextual sobre la profunda crisis ideológica que afronta el mundo actual, y la sociedad americana en particular. Ezra Koenig marca algunas posiciones respecto a la tensión interracial, intergeneracional e ideológica que vive su país, y usa la religión de nuevo como un elemento simbólico, como condensación de la búsqueda frustrada de trascendencia del género humano. Y la voz del narrador se posiciona, una y otra vez, del lado del excluido, el outsider,el apátrida. El título, de hecho, es más una expresión coloquial que una exaltación religiosa, y es en este sentido sarcástico donde el chiste tiene su efecto transgresor. La frase es tomada del titular del periódico que aparece en la foto de la portada, y no es otra cosa que la declaración de uno de los pasajeros del vuelo Aloha Airlines 243, que sufrió el desprendimiento del techo en pleno vuelo. En esos momentos de puro vértigo existencial, en el que el espíritu humano se confronta con lo más real de su experiencia, desprovista de pronto de todo velo, de toda metáfora, puede revelarse una verdad. Y si en aquel vacío una persona siente realmente a Dios, podemos decir sin miedo que se trata de una auténtica experiencia de éxtasis (como estar “cayendo p’arriba” que decía Yung Beef). En esta frase, con todo su oscuro humor, está la clave para leer todo el disco.  

Como en Hey Ya, donde lamentaba que ni la tierra madre ni la tierra padre le amaban, Koenig se sitúa como observador externo, disociado en toda identidad. Y desde ese ángulo, se muestra agudo pero compasivo, preocupado ante la profunda crisis social, religiosa y política que asola su país. El disco abre con Ice Cream Piano, canción ideada en un crescendo explosivo, que señala la violencia conspiranoica que ha tomado el discurso de la derecha estadounidense, y que ha vampirizado a una parte de la población americana. Melancólicamente, descarta toda posible victoria dialéctica y, por tanto, declina tomar parte de la discusión pública. “Las palabras se han convertido en armas tan pronto como han pasado tus labios”, dirá, descartando luego toda posibilidad de llegar mediante argumentos a una paz acordada que el oponente no desea, como ha podido constatarse en el reciente juicio a Trump, en el que no ha parado de desacreditar al jurado y al juez. En esta guerra no habrá tregua. Reivindica, por otro lado, una América multirracial donde es imposible separar a los ciudadanos según su origen, “todos somos hijos e hijas de vampiros que succionaron el cuello del viejo mundo”. 

La búsqueda de trascendencia explora distintos caminos

En Classical reflexiona sobre cómo los horrores presentes en los mitos fundacionales de un pueblo o una religión, con el tiempo pasan a ser algo “clásico”, como esas cruentas batallas contra los indígenas americanos que son hoy historia del cine de Hollywood. “Falso, despiadado e innatural / cómo lo cruel, con el tiempo, se convierte en clásico”. De nuevo se acerca, con desesperanza, a los mitos religiosos que han fundado la cultura occidental, de fuerte base judeocristiana. “Sé que las paredes cayeron, las cabañas se movieron, los puentes ardieron y los cuerpos se rompieron. Está claro que algo va a cambiar, y cuando lo haga ¿qué quedará como clásico? El templo ha sido destruido, pero aún una sola columna sigue en pie. La sensación de hundimiento se diluye, pero nunca se va del todo. Una escalera hacia la nada dentro de tu ADN. Bueno, eso sí que es un amanecer triste”, nos dirá taciturno, mientras la música nos mece suavemente.

Capricorn, empapada de decadentismo, apunta a que “el mundo parecía diferente cuando Dios estaba de tu lado”, mientras que en Connect, una oda urbanita dedicada a Nueva York, recuerda un viaje psicodélico con un amigo, narrado como una experiencia iniciática cuyas sensaciones y revelaciones se han perdido para siempre. La búsqueda de trascendencia explora distintos caminos, también el de las drogas enteógenas, sin hallar más que un sentimiento de decepción, al comprobar que lo que se ha perdido lo está para siempre. En casi todas las canciones, el narrador acaba por confrontarse con ese vacío constitucional que lo habita.

    2. Alcalá Norte: Ciudad Lineal como experiencia mística.

En un salto quizá inopinado, opto por moverme de coordenadas, para detenerme en los puntos de similitud (quizá no del todo evidentes) que el disco de Vampire Weekend tiene con otro salido estos meses, aunque bastante alejado de este a nivel estilístico. Se trata del disco homónimo de los madrileños Alcalá Norte. Mientras que en Vampire Weekend las referencias son George Gershwin y Evelyn Waugh; la ciudad en la que todo sucede es Nueva York; y sus protagonistas son chicos de clase acomodada; en el disco de los de Ciudad Lineal el escenario es la periferia de Madrid; el estilo, un post-punk a veces cristalino y pop, otras iracundo y rugoso; y las referencias son Joy Division o Ernest Jünger.

Su música está emparentada con la de grupos actuales, como La Paloma o Carolina Durante

Su música está emparentada con la de grupos actuales, como La Paloma o Carolina Durante, pero como viene siendo habitual en la capital desde hace varios años, echa también raíces en aquella nueva ola madrileña de La Mode o Décima Víctima. Sus letras, enigmáticas y poderosas, ponen al oído en guardia y a la mente a trabajar. En ellas destaca también, curiosamente, el uso de la simbología religiosa, mezclada con elementos de la cultura pop y personajes que son tomados desde un prisma sorprendente (desde Goebbles y Stalin a Cristiano Ronaldo y su mujer Georgina).

Las primeras frases del disco ya son, de por sí, impactantes: “La sangre del rico es pus / La pena del pobre derrama dinero / Sangre del hijo de Dios / Carga que carga, borrego”. La canción, La sangre del pobre, se intuye un homenaje al escritor y agitador cristiano León Bloy, famoso por sus coléricas diatribas (“Guarda el rico en la llaga del pobre su pesada billetera / y dice dar la limosna cuando eyacula sobre misera”). Las crudas imágenes que escupe Álvaro Rivas difícilmente pasan desapercibidas. Tras esto, el disco recorrerá una sociedad de repartidores de Glovo dedicados al crimen organizado, inmigrantes venezolanos traicionados por sus propios compatriotas, emprendedores turbocapitalistas que arden dentro de un laboratorio casero de droga sintética… modernos vampiros de ciudad tratando de extraer un último sorbo de sangre de la seca yugular del viejo mundo. También Stalin, Goebbles o Cristiano Ronaldo se convierten, en las letras de Rivas, en oscuras parodias del superhombre nietzscheano, objetos de una idolatría enfermiza que los emparenta con dioses y demonios arcanos. 

Ambos discos no solo comparten guiños culturales de postín (Koenig cita a Joyce y reconoce la influencia de Mark Fisher; Rivas habla del filósofo hegeliano Kojève y hace surgir, fulgurante y fuera de sentido, al Falo de Lacan), también tienen en común un sorprendente talento para saltar de la crítica social al imaginario religioso. Si los neoyorquinos pueblan sus canciones de universitarios pijos que juegan a ser gangsters callejeros (Prep-School Gangsters), Alcalá Norte pone a un trabajador de Glovo como testigo privilegiado de todo tipo de estafas y trapicheos (Supermán). Si los primeros se burlan de la policía moral que ha constituido la Generación X (“cada generación hace su propia apología”, dicen en Gen-X Cops), los segundos pervierten una letra de The Libertines (esos truncheons and shields de Time for heroes que se convierten en trincheras y mazmorras) para hablar de una juventud sin futuro en Los Chavales. Y si Vampire Weekend menciona el destruido templo de Jerusalén, Alcalá Norte se ríe de la concepción protestante del pecado en “Westminster” o invocan a Dioniso para sobrevivir al demencial mercado del alquiler madrileño en La calle Elfo. No contentos con recorrer los suburbios de la capital de España sacando punta a sus liturgias sacras y paganas, adaptan la letra de Cosquilleo, de sus colegas La Paloma, para narrar el calvario de Jesús (“siento un cosquilleo frío, soy el rey de los judíos”).

    3. Sigmund Freud: el crimen original estaba bajo nosotros.  

Daremos un último salto; si acaso, el más arriesgado. Y como siempre sucede en psicoanálisis, el salto será hacia atrás, no hacia delante. En “Tótem y tabú” (1913), su texto de vocación antropológica, Freud había rastreado el origen de la prohibición del incesto en las religiones primitivas o totémicas, llegando al asesinato primordial del padre mítico de la horda primitiva. Establecía un paralelismo entre los síntomas de la neurosis obsesiva, arraigados en un trauma olvidado, y los ritos religiosos arcaicos. Tardó, sin embargo, veinticinco años en darle continuación, y atreverse a articular su teoría sobre el origen de la religión judía, tema que abordaría en “Moisés y la religión monoteísta” (1934-1938), un ambicioso conjunto de tres ensayos cuya escritura acometería al final se su vida. 

El texto arranca con una hipótesis impactante: sostiene que el origen de Moisés, padre de la religión judía, no era hebreo, sino egipcio. El relato de la vida de Moisés tiene muchos elementos comunes con el de otros héroes mitológicos, como Edipo, Rómulo, Ciro o Gilgamesh, tal y como había expuesto Otto Rank en “El mito del nacimiento del héroe” (1909). Sin ir más lejos, el hecho de ser dado a luz bajo una ominosa amenaza, puesto en una caja de juncos y arrojado a un río, estaba ya presente en la historia de Sargón, rey de Agade. Freud considera que estos elementos son elaboraciones aportadas por la tradición, que sirven para resolver el enigma del origen del héroe, del que no se tienen datos fidedignos, como sucederá mucho después con el nacimiento y la infancia de Jesús. Freud destaca la paradoja de que Moisés fuera, según el relato, hijo de una familia hebrea humilde, que sería rescatado y criado por reyes, al contrario que la mayoría de los relatos mitológicos, donde los protagonistas tienen un origen noble. ¿A qué puede deberse esta inversión?, se pregunta Freud. La historia trataría de borrar así el origen egipcio de Moisés, ya que la figura bíblica funde a dos Moisés distintos. 

Según Freud, el primer Moisés no era hebreo, sino egipcio, de familia noble, y sería portador de la primera religión monoteísta conocida, que se habría iniciado en Egipto con el emperador Ikhnaton o Akenatón, alrededor del año 1350 a.C. Esta religión egipcia tenía por primera vez un único dios para todos los humanos, que sería simbolizado por el sol. Se trataría de una religión espiritual, representada por los ideales de la verdad y la justicia, y mostraría su rechazo a los rituales mágicos y a la idolatría. En ese momento histórico se pudo afirmar por primera vez que “solo Dios estaba sobre nosotros”, al tratarse de un dios que no podía ser representado, y que, por tanto, era ubicuo. Tras la caída de Akenatón, su religión habría sido proscrita, y Moisés (probablemente un sacerdote cercano al rey) habría elegido al pueblo semita como depositario de su credo. Este sería, sugiere Freud, el origen de la creencia judía de ser el pueblo elegido de Dios. Este primer Moisés, que había guiado a los hebreos durante el éxodo de Egipto, habría sido asesinado por ellos, al ser estos incapaces de aceptar la severidad de la religión que se les había impuesto.

El segundo Moisés, según Freud, aparecería varias generaciones después, y sería un madianita, de las tribus semitas que ya estaban en el desierto y con las que se mezclarían aquellos exiliados de Egipto. Este otro Moisés es el que protagonizaría la revelación de la zarza ardiendo, con la más famosa tautología de la historia, la enigmática frase “yo soy lo que soy” que citaban Vampire Weekend en su canción Ya Hey. Pero su dios sería muy distinto del dios de Akenatón. Se trataba de un dios de origen volcánico, nocturno, vengativo y oscuro, al que llamarían Javeh. Esta segunda religión no se trataba de una religión monoteísta ni tendría las características de espiritualidad de la religión de Akenatón, que habría traído consigo el primer Moisés. Sin embargo, según Freud, con el tiempo esta segunda religión iría siendo sustituida por la primera, constituyendo así, progresivamente, la religión monoteísta judía tal como la conocemos. La tradición, trasmitida siglo tras siglo, acabaría por fusionar al primer Moisés con el segundo, omitiendo los capítulos más siniestros de la historia, como son el asesinato del primer Moisés (símbolo del asesinato del padre) y la procedencia extranjera del primer Javeh. Como diría Ezra Koenig, “Falso, despiadado e innatural / cómo lo cruel, con el tiempo, se convierte en clásico”. Freud añade algo más: desde esta perspectiva, ninguna religión cierra tan perfectamente el círculo iniciado con el asesinato del padre (Moisés) como el cristianismo, que ofrece el sacrificio del hijo (Jesús) como expiación. Aquel “cosquilleo frío” que describía Alcalá Norte, habría sido la antesala del perdón eterno, y el paso de la religión del padre a la religión del hijo. 

La estructura de las religiones guarda, según Freud, un inequívoco paralelismo con la neurosis de los sujetos contemporáneos

La estructura de las religiones guarda, según Freud, un inequívoco paralelismo con la neurosis de los sujetos contemporáneos, donde episodios de su remota infancia de tipo sexual o agresivo, habitualmente relacionados con las figuras parentales, tendrán el valor de un trauma que será completamente olvidado, por su carácter vergonzoso o doloroso, y tras un periodo de latencia, emergerá como un síntoma. Quizá algo de esto hayan detectado, sin saberlo, los letristas de los que hoy hablamos, que, sin el menor embarazo, se atreven a usar los mitos religiosos para hablar de las neurosis contemporáneas, como si se tratara de la misma cosa.

Freud decidió publicar la última parte de este conjunto de ensayos en 1938. Su publicación queda por ello atravesada por el momento en que abandonó Viena a causa del ascenso del nazismo y la invasión de Austria por Hitler. Por ello, escribió dos prólogos, uno aún en Viena, pesimista respecto a la situación mundial (señalando las contradicciones de la revolución bolchevique rusa, lamentando el brutal ascenso del fascismo en Italia) y un segundo prólogo, ya exiliado en Inglaterra, donde se muestra triste por su partida de Viena, aunque celebra la grata bienvenida que le ha dado la sociedad inglesa, no sin apuntar, irónico, algún detalle de esta acogida: “recibí (…) mensajes de personas que se preocupan por la salvación de mi alma, indicándome los caminos de Cristo o tratando de ilustrarme sobre el porvenir de Israel. Las buenas gentes que así escriben poco deben haber sabido de mí; pero espero que cuando una traducción haga conocer a mis nuevos compatriotas este trabajo sobre Moisés, también perderé ante muchos de ellos buena parte de la simpatía que ahora me ofrecen”. Freud se distanciaba así, amable pero decididamente, de aquella ilusión, la religión, que jamás le sedujo lo más mínimo, y cuyo declive había anhelado. Su tesón y su rigor por esclarecer los secretos inconscientes que atravesaban al ser humano, desde sus más recónditos orígenes hasta la patología neurótica de sus coetáneos fueron siempre su única meta. Ni siquiera en los momentos más penosos de su vida, enfermo, anciano, exiliado y testigo del derrumbe de su mundo, le hicieron buscar alivio en las religiones. 

Vampire Weekend y Alcalá Norte toman de la religión los mecanismos poéticos que hacen del mito una poderosa metáfora o un chiste con un alcance de particular profundidad; una ficción que sirve de vía de acceso a una verdad sobre el ser humano, cuyo sentimiento de culpa atraviesa las generaciones y los siglos. En Hope, Ezra Koenig canta “los profetas dijeron que desapareceríamos / pero ahora los profetas están muertos y nosotros aún seguimos aquí”. Vampire Weekend cierran el disco señalando a ese enemigo eterno, que resulta invencible porque no es sino el otro odiado que habita dentro de cada uno de nosotros. Koenig no se muestra mucho más optimista respecto al presente que Freud en 1938, y por eso verbaliza un anhelo imposible: ojalá puedas dejarlo ir (“I hope you let it go”). Ojalá pudiéramos dejar ir para siempre esa pulsión de muerte agazapada bajo la religión o la política, que nos empuja a destruir al prójimo y a destruirnos a nosotros con él, in saecula saeculorum. Ojalá pudiéramos librarnos del criminal que está dentro de nosotros, el íntimo enemigo que nos habita y cuyo reflejo siempre vemos en el otro, el culpable del crimen olvidado sobre el que se funda la humanidad. Ojalá.

      1. Vampire Weekend: un vuelo a cielo abierto.

“Only God Was Above Us”. Así se titula el último disco de la banda neoyorquina Vampire Weekend. Cuando...

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Autor >

Manuel González Molinier

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