endogamia
Deberes y virtudes de las parejas de escritoras y escritores
Como advirtió Hanif Kureishi: “¡Nunca te cases con un escritor, acabarás desnudo en un libro!”
Iban Zaldúa 6/08/2024
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Se habla mucho –demasiado, probablemente– de las escritoras y los escritores, pero mucho menos de los deberes y quehaceres que deberían llevar a cabo sus parejas, sean del sexo, género y orientación que sean. Este breve listado es un intento de dar unos pasos provisionales en ese sentido, sea cual sea el estado civil de la pareja, y siendo aplicable, por extensión y adaptando el uso del plural, a relaciones poliamorosas que vayan más allá de los modelos tradicionales.
1.- El primer deber de la pareja ideal de cualquier escritor o escritora es intentar no ser pareja de tal persona. Como advirtió Hanif Kureishi: “¡Nunca te cases con un escritor, acabarás desnudo en un libro!”.
Y aunque la posible pareja, en principio, decidiera que no le importa, no lo dudes: le importará, en algún momento. Quizá no, precisamente, por aparecer en la obra del escritor o escritora, sino por cómo aparezca en la misma: peor de lo que en realidad es, más fea, más vulgar, o, por el contrario, mejor de lo que es, o más guapa, o incluso más interesante. Primo Levi lo explicaba muy bien: “Pasa siempre, cuando intentas plasmar en la página impresa a un individuo vivo, lo incomodas, por muy buenas que sean tus intenciones. Todo el mundo tiene una determinada imagen de sí mismo. Y es muy raro que la imagen de ti mismo coincida con la que describe un observador. Por mucho que la imagen del libro sea más favorecedora, no es lo mismo”.
2.- Sin embargo, si la persona en cuestión se convirtiera en pareja del escritor o de la escritora –hay cosas que son inevitables–, conviene que dicha pareja no sea o, menos aún, se convierta en escritora, a lo largo del camino que van a recorrer en común.
Está claro que este requisito es de difícil cumplimiento, porque es bien sabido lo endogámico que es el mundo de la literatura. Pero, en el largo plazo es un tipo de acuerdo que, seamos realistas, no suele funcionar.
Ya sea porque los celos profesionales lleven a romper la pareja, más pronto o más tarde –las gentes de la literatura, al menos en el esquema actual dominado por los principios del capitalismo neoliberal, pueden llegar a ser muy competitivas, y los motivos que aducirán para explicar la ruptura serán, de acuerdo, muy otros, pero en todos los casos, si se indaga bien, se podrá encontrar el atisbo de algún tipo de envidia laboral–.
Ya sea, lo que es aún peor, porque una de las variables de la ecuación anulará parcial o totalmente la otra, como ha demostrado una y otra vez la historia de la literatura –especialmente la historia de la literatura masculina, o, lo que es casi lo mismo, la historia masculina de la literatura–, porque dichas relaciones, de funcionar, lo hacen, lamentablemente, desde la dependencia, no pocas veces absoluta.
Que le pregunten, si no, a la novelista irlandesa Edna O’Brien, sobre lo que tuvo que soportar cuando quedó claro que estaba superando a su marido, Ernest Gébler
Que le pregunten, si no, a la novelista irlandesa Edna O’Brien, sobre lo que tuvo que soportar cuando quedó claro que estaba superando a su marido, Ernest Gébler, tanto en fama como en calidad, nada más publicarse sus primeras novelas: Gébler vio claro, y acertó, que nunca pasaría de ser un escritor de segunda o tercera fila, a pesar de que cuando la joven O’Brien se casó con él ya había escrito alguna novela con la que había conseguido cierto renombre y había trabajado como guionista para el cine de Hollywood. De hecho, fue precisamente ese uno de los factores que llevaron a O’Brien a sentirse atraída por Gébler, su estatus literario. Tan mal fue la cosa no bien O’Brien empezó a publicar, que, un tiempo después de su divorcio, y de forma bastante demente, Gébler llegó a autorreivindicarse como autor o coautor de aquellas primeras exitosas novelas de O’Brien. El resultado, en todo caso, es palmario: si alguien se acuerda, como nota a pie de página, de Gébler, es solo porque un día su camino se cruzó con el de O’Brien. Por cierto, si a alguien le interesara un retrato ficcionalizado de Gébler, no tiene más que acercarse a la segunda novela de O’Brien, Girl with Green Eyes, publicada originalmente en 1962, que se puede encontrar en la editorial Errata Naturae bajo el título de La chica de los ojos verdes.
Todo lo que nos remite, ni que decir tiene, al punto 1 de esta serie: que la pareja de un autor o autora, quiera o no, acabará, finalmente, apareciendo en alguno de sus libros.
3.- La pareja del escritor o escritora debería intentar ser su mejor amiga. Otra cuestión es qué implica una afirmación tan general, exactamente. ¿Debería ser la pareja la crítica más incisiva de su obra? Es decir, la primera línea de defensa que le protegiera de publicar textos mediocres, teniendo en cuenta que las editoriales no siempre cumplen adecuadamente esa función: en definitiva, la persona obligada a decirle las verdades, sin piedad, a la cara. Como contó Maggie O’Farrell en una ocasión: “Mi marido es mi crítico más duro. Es mi primer lector; las y los escritores necesitan a alguien que les diga lo que han hecho mal. Aunque una vez pasamos unos cuantos días de frialdad cuando le enseñé el primer borrador de un libro y me dijo que tenía que reescribir la mitad”.
¿O, por el contrario, sería quien, en todo lugar y en todo momento –en los ambientes literarios, en la academia, en la prensa, y, dejando a un lado cualquier atisbo de dignidad, en las redes sociales, poniéndose incluso al frente de grupúsculos de trolls y ciberbullies–, alabe al autor o autora y a su obra, la defienda y, cuando es atacada injustamente –a las y los escritores siempre se les ataca injustamente, como es sabido–, la consuele y anime, incluso en el caso de que el escritor o la escritora haya incurrido, objetivamente, en la tontería más gorda? Como decía Elizabeth Gaskell, “nada hay más lastimoso de contemplar, en el mundo literario, que a una autora que no goza del apoyo amoroso e incondicional su marido”. Algo que, sin duda, corroboraría Richard Ford, que cuenta acerca de la que es su primera lectora, su mujer Kristina Hensley, que no es especialmente dura con él: “¡Ya hay demasiada gente por ahí dándome fuerte! Quiero que ella sea honrada, pero que no duela”. Claro que sí, Richard, cómo no.
La salida más fácil sería decir que, en este caso, la clave radica en buscar un punto de equilibrio, cómo no, in medio stat virtus, etc. Pero también resultaría un poco fraudulenta, hasta cierto punto, porque lo que entendamos en concreto por “mejor amigo/amiga” –sea una persona rigurosamente crítica o sea absolutamente complaciente– tiene que ver con el tipo de éxito y el grado de exigencia que, en definitiva, busca –o desea– el socio literato de la relación. Algo que estos no siempre tienen claro y que, en consecuencia, les llevará a no estar nunca satisfechos con la actitud de sus parejas.
4.- A este respecto, a la pregunta de si la pareja debe ser o no la primera lectora y correctora de las obras del escritor o escritora, la respuesta sería: según el tipo de pareja definido en el punto 3 de esta lista. Si es principalmente del tipo complaciente –que quizá es el que más conviene a quienes practican el arte del best seller, la “novela literaria” y similares–, puede llevar a cabo, si lo desea, esa tarea, pero también, igualmente, ahorrarse el esfuerzo. Porque lo que la persona creadora necesita, en la fase de corrección, es una lectura implacable, en general: la que le puede proporcionar, precisamente, el otro tipo de pareja. Aunque, desde luego, el escritor o escritora no se tomará nada bien ni sus sugerencias, ni sus despiadadas correcciones, por mucho cuidado con que se las haga su pareja.
Ya lo hemos señalado en el punto 1: a ser posible, no hay que liarse con ningún escritor o escritora.
4.1. Pero, si quien sea lo hace, y dicha pareja se ve obligada a leer críticamente algunos capítulos de la gran obra del gran autor o autora, es conveniente que le pida algo como contrapartida: algo en lo que pueda, por fin, mostrar de un modo fehaciente y práctico sus dotes creadoras en la vida real. Transcribir por siempre jamás las actas de la comunidad del portal cuando les corresponda la presidencia; redactar, con el mejor estilo posible, las notas para las faltas de asistencia de sus criaturas en la escuela; o copiar pulcramente en el cuaderno de cocina las recetas predilectas de la familia. Son algunos ejemplos de los muchos que puede haber.
Lo que se deberá tener en cuenta es que, si su pareja se convierte en una crítica y correctora buena, difícilmente podrá desenvolverse sin ella en lo sucesivo
4.2. Por otra parte, lo que el escritor o la escritora deberá tener siempre en cuenta es que, si su pareja se convierte en una crítica y correctora verdaderamente buena de su obra, difícilmente podrá desenvolverse sin ella en lo sucesivo y, en consecuencia, no podrá separarse o divorciarse eventualmente de la misma, aunque lo desee: las y los buenos correctores no son tan abundantes, y puede ocurrir que su posible siguiente pareja no sea tan hábil en dicha tarea. Perdería, en consecuencia, todas las posibilidades de vivir alguna vez un divorcio, con todos los beneficios que ello hubiera supuesto para su posterior proceso creativo, como socorrida inspiración en estos tiempos tan atravesados por la autoficción.
5.- La pareja debe conservar con sumo cuidado todo aquello que esté relacionado con la escritora o escritor, tanto bienes materiales como inmateriales, incluidos los recuerdos más precisos posibles, de cara al futuro. Principalmente todo aquello que escribe: todas las versiones de su obra publicada, trabajos inéditos –muy importantes–, work in progress de todo tipo, hasta las listas de la compra que confeccione…
No es de obligado cumplimiento, pero puede resultarle conveniente llevar un diario lo más detallado posible: a diferencia de los diarios de las propias escritoras y escritores, que suelen ser depositarios de exageraciones, recuerdos falsos, enfermedades más o menos imaginarias, frases grandilocuentes y detalles sin importancia, los de las parejas pueden resultar muy útiles, eventualmente.
Si la escritora o escritor, por un casual, lograra alcanzar cierta fama, su pareja podrá servirse de todos esos documentos para completar los fondos de la fundación que dirigirá y gestionará tras su fallecimiento, o incluso desde el momento en que su decadencia a causa de la edad lo haga posible. En el caso, claro está, de que la fundación no le suponga demasiado trabajo y tenga la esperanza de sacar de la misma unos mínimos beneficios: si se convierte en una carga demasiado pesada siempre cabrá la posibilidad de vender el archivo a alguna institución pública o universidad, y con ello redondear, siquiera, los beneficios que recibirá por los derechos de autoría.
Y, si la escritora o escritor no llegara a gozar de la fama suficiente –que es, no nos engañemos, lo más habitual–, puede resultarle muy útil para usos vengativos de alta o baja intensidad. Por ejemplo, podría, en el curso de un estallido de rabia justificado, hacer un montón con todos sus papeles y cosas importantes para luego prenderle fuego –un acto simbólico que fastidia mucho a la mayoría de autores y autoras–. O, en caso de separación –contraindicada en el punto 4.2–, para escribir una biografía no autorizada del escritor o escritora –tras la separación/divorcio, por supuesto, queda suspendido el punto 2 de esta lista–. O –para qué tomarse todo ese trabajo– con el objeto de difundir la mayor cantidad de porquería posible sobre la figura del autor o autora a lo largo y ancho de los mentideros literarios o de las redes sociales, lo que siempre resulta más eficaz si todo está debidamente fundamentado –como ocurrirá sin duda si la expareja ha archivado bien todo lo archivable–.
6.- La pareja nunca debería permitir que el autor o autora escriba textos sobre el tema de las parejas de los autores o autoras, ni siquiera si lo hace con la intención más humorística y superficial, porque la dejará en evidencia, de una u otra manera, incluso si alegara que se trata de un mero ejercicio de ficción. De hecho, de redactarse un texto sobre este tema, ¿no debería hacerlo la propia pareja –si eso no fuera contrario al punto 2 de esta lista–?
En cualquier caso, si la pareja no lograra impedir la redacción y publicación de un texto semejante, deberá obrar en consecuencia.
Tengo que dejar el texto aquí: huele a humo, me parece que se algo se está quemando…
_________________
Iban Zaldua ha escrito libros de cuentos como Etorkizuna (Alberdania 2005, traducido como Porvenir, Lengua de Trapo, 2007) y Como si todo hubiera pasado (Galaxia Gutenberg, 2018), novelas como Si Sabino viviría (Lengua de Trapo, 2005) y ensayos como Ese idioma raro y poderoso. Once decisiones cruciales que un escritor vasco está obligado a tomar (Lengua de Trapo, 2012). Su último libro publicado en español es A escondidas (Páginas de Espuma, 2023). Este panfleto literario es la adaptación de uno escrito en euskera, que originalmente apareció, dividido en dos partes, en el suplemento cultural Ortzadar.
Se habla mucho –demasiado, probablemente– de las escritoras y los escritores, pero mucho menos de los deberes y quehaceres que deberían llevar a cabo sus parejas, sean del sexo, género y orientación que sean. Este breve listado es un intento de dar unos pasos provisionales en ese sentido, sea cual sea el estado...
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