LA CABEZA LEVANTADA
La pobreza también salpica en la fantasía de Robin Hobb
Los y las personajes de ‘El reino de los Vetulus’ tropiezan constantemente con su pertenencia a las clases bajas, representada en una herencia ‘mágica’ que debe ocultarse bajo pena de muerte
Diego Delgado 5/08/2024
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Escribe Roland Barthes en El susurro del lenguaje que “leer levantando la cabeza” es una forma particular de aprehender un texto, de hacerlo propio a través del flujo de ideas que este va haciendo aflorar en la mente de quien lo está leyendo y que construyen lo que él denomina “texto-lectura”. Hay tantos textos-lectura posibles como leyentes. Y no solo. Hay tantos textos-lectura posibles como momentos lectores, puesto que una misma obra puede construir caminos cognitivos muy diferentes según el momento vital en el que se lea (o relea).
Acudo al concepto de levantar la cabeza, también, como práctica física. Como expresión corporal del orgullo de clase. Contra las opresiones kinésicas de la pequeñez que empujan a las desposeídas a retraerse, a ocupar el menor espacio posible, a pasar inadvertidas. En la vida en general y, para lo que interesa aquí, en la producción cultural en particular. Son otros los encargados de escribir, leer e interpretar los textos; es más, sus textos son los únicos con entidad suficiente para merecer una interpretación. Su interpretación.
‘La cabeza levantada’ pretende ser un ejercicio de interpretación de textos desde una posición de disidencia
‘La cabeza levantada’, en fin, pretende ser un lugar en el que se articulen ambos sentidos. Un ejercicio de interpretación de textos desde una posición de disidencia frente a la exclusividad/exclusión de lo académico o lo cultural. Y no por un esfuerzo consciente, sino por fidelidad genuina –diría que inevitable, pero sería mentira; muchas han logrado alienarse para extirpar de su obra la huella que delata su no-pertenencia a las clases tradicionalmente productoras de cultura, con el objetivo de pasar ciertos filtros– al origen propio.
La pobreza es como un charco que siempre se coloca debajo de los pies de la persona empobrecida, a la manera de esas nubecitas tan típicas de películas y series de animación, que descargan lluvia sobre la cabeza de un personaje atormentado y le acompañan allá donde vaya. La suela de ciertas zapatillas –al escribir “la suela de” surge automáticamente la palabra “zapato”; sabéis quién lleva normalmente zapatos y quién zapatillas, ¿verdad? Exclusividad/exclusión también en el lenguaje común– pisa de forma continua el charco, una y otra y otra vez. Las salpicaduras, entonces, son inevitables en cada paso.
Esta presencia pegajosa de la extracción social propia es uno de los temas predilectos de Annie Ernaux. En Los armarios vacíos, la premio Nobel cuenta que se topaba con su pobreza en los andares de las chicas con las que compartía clase, ligeras y exentas de esa carga que a ella le hacía moverse de forma diferente. Una condición casi genética que la acompañaba cuando llegaba tarde y también cuando destacaba por su inteligencia. En el cuerpo, la vida y la mente. Omnipresente. Opacante.
Los y las personajes de Robin Hobb (pseudónimo de Margaret Astrid Lindholm Ogden, 1952, EEUU) en ‘El reino de los Vetulus’ tropiezan con esas salpicaduras del charco de la desposesión en una conexión instintiva con un animal tan afín a ellos que terminan por compartir pensamientos, sensaciones y corporalidades. Una rebosa felinidad en su mirada, otro desarrolla un olfato agudísimo y escucha sermones de su lobo sobre la importancia de la manada. Lo hacen a través de la Maña, una magia antiquísima que parece pertenecer a las clases marginalizadas y que carga con un enorme estigma. Tan enorme como que el castigo por ser Mañoso o Mañosa –sí, por ser; no es necesario abusar, ni siquiera ejercer– es la horca y la hoguera. Ambas. La muerte y el ensañamiento ejemplarizante. El deceso y la desaparición total.
‘El reino de los Vetulus’ es una saga de fantasía épica compuesta por dieciséis novelas, agrupadas en cuatro trilogías y una tetralogía situadas en el mismo universo ficticio. Si bien cada una de esas subsagas cuenta con coherencia narrativa propia, las historias van entrelazándose con mayor o menor explicitud hasta tejer una trama de una profundidad sorprendente, sobre todo en lo relativo a los y las personajes. Porque Robin Hobb es, por encima de todo, una de las mejores escritoras de personajes que se pueden leer en el terreno de la fantasía épica.
Robin Hobb es una de las mejores escritoras de personajes que se pueden leer en el terreno de la fantasía épica
Las suyas son novelas que se cocinan a fuego lento porque se cocinan bien. No es la acción la que va dando forma a los y las personajes, la sociedad en la que viven o el conflicto que dinamiza la narración, sino al revés. El grueso de las páginas están dedicadas a conformar un retrato complejísimo del escenario y todos los elementos que lo integran, de tal forma que sea la propia viveza que llegan a adquirir lo que pone en marcha los engranajes de la acción. No son lecturas ágiles, pero son lecturas exquisitas.
En esa misma línea, el contenido político, que rebosa por los cuatro costados, se desarrolla siguiendo el esquema recién descrito. En lugar de ser algo así como el surco narrativo que dejan a su paso las luchas de poder, estas solo adquieren relevancia cuando todas las piezas que las impulsan han sido minuciosamente presentadas. Y por el camino la lectura va aportando reflexiones feministas, sobre las consecuencias ecológicas del antropocentrismo o sobre la opresión de clase, por mencionar algunas de las más presentes.
Empezar hablando de una saga de fantasía épica escrita por una mujer es, creo, la mejor declaración de intenciones posible para ‘La cabeza levantada’. Porque la literatura fantástica es un lugar tan bueno como otro cualquiera para pensar sobre cuestiones fundamentales, pese a haber sido catalogada siempre desde las torres de marfil como “baja cultura” –un engendro clasista e inexistente–. Y porque la escritura de las mujeres ha sufrido una marginalización semejante, acaso mayor, encajonada en la etiqueta de “literatura femenina” y denostada a todos los niveles. Hay más: la fantasía épica es, en concreto, un género en el que los esfuerzos por ocultar a las escritoras son sonrojantemente evidentes. (Os emplazo a retomar este hilo al final del texto, no lo soltéis.)
Volvamos a la Maña. Cuando empieza a atisbarse, la querencia a vincularse con un animal es duramente reprimida en el entorno familiar. En parte por protección frente a la represión violenta ejercida por el gobierno de los Seis Ducados –nación en la que se enmarca parte de la historia de la saga–, en parte por un sentimiento de rechazo fruto de la interiorización del estigma.
Hobb describe la Maña como parte indivisible de la personalidad de un individuo. No es un poder ni una habilidad especial. A pesar de que cabe pensar que ofrece ventajas, se vive como un elemento constitutivo de las personas a las que acompaña. Y así, experimentar una coacción violenta que busca cercenarlo supone un sufrimiento visceral. Aunque no siempre ocurre así: algunas personas disfrutan de una mayor libertad y llegan a satisfacer ese apetito de compañía animal, sea por un contexto familiar más flexible o por una mayor habilidad a la hora de ocultarlo. En esos casos el dolor aguarda en la esfera pública. Ese otear como un halcón que el cuerpo ejerce de forma preconsciente puede suponer la muerte. Así que toca enclaustrar la corporalidad propia, ponerle una serie de topes con los que, inevitablemente, chocará una y otra vez. Ahí, el dolor. La salpicadura.
La obra de Hobb es un espacio literario perfecto para reflexionar acerca de la sanción de ciertas corporalidades
El hecho de que la Maña pueda asomar en cualquier momento y en gestos del todo cotidianos convierte la obra de Hobb en un espacio literario perfecto para reflexionar acerca de la sanción de ciertas corporalidades, de ciertos modos de estar en el mundo. Además, el abordaje que hace la autora de las personas mañosas que van apareciendo a lo largo de la narración no deja dudas respecto a que la persecución que sufren no responde a ningún crimen implícito a su magia. Se trata de una normatividad construida con el único objetivo de legitimar un orden social concreto, por injusto que sea, sancionando a quienes no encajan en él.
¿Recordáis el hilo que no debíais soltar? Bien, ahora toca hacer honor al título de esta columna levantando la cabeza para reflexionar acerca de lo siguiente: siete de las dieciséis novelas de ‘El reino de los Vetulus’ no están traducidas al castellano, y las otras nueve se encuentran actualmente descatalogadas. Si tras levantar la cabeza del texto decidís, como yo y como muchas otras lectoras, que es incomprensible no tener acceso a la obra de Robin Hobb en castellano mientras se reedita con fervor a autores –el masculino, aquí, no es genérico– que están hasta en la sopa, os invito a que se lo hagáis saber a las editoriales como buenamente queráis.
Escribe Roland Barthes en El susurro del lenguaje que “leer levantando la cabeza” es una forma particular de aprehender un texto, de hacerlo propio a través del flujo de ideas que este va haciendo aflorar en la mente de quien lo está leyendo y que construyen lo que él denomina “texto-lectura”. Hay tantos...
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Diego Delgado
Entre Guadalajara y un pueblito de la Cuenca vaciada. Estudió Periodismo y Antropología, forma parte de la redacción de CTXT y lee fantasía y ciencia ficción para entender mejor la realidad.
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