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Las Humanidades están muriendo. O, tal vez, ya están muertas. Puede ser preocupante. Con esa muerte perdemos un lenguaje común, unos apriorismos verificados, citas, lógicas comunes, una idea de la condición humana universal, que podemos compartir incluso con el desconocido que viaja a nuestro lado, en el transporte público, y que con la muerte de las Humanidades pasa a ser un enigma, un extraño y, por ello, alguien furioso o peligroso. Pero esa pérdida no es tan dramática como se pudiera suponer, en tanto que ya ha sucedido varias veces en el tiempo y, por lo mismo, su ausencia, su muerte, no durará eternamente. Las Humanidades, su agenda, su llama, volverán a nacer, como siempre ha sucedido, en otro punto y con otros matices. Muy posiblemente renacerá en la ciencia. Hay disciplinas que ya se adentran absolutamente en la discusión de lo que es un ser humano y, por lo mismo, en la discusión de lo que es el universo, ese punto incalculable en el que se ubica nuestra mirada. La paleoantropología, la primatología, la física, en ocasiones visitan, desde la ciencia, la agenda milenaria de las Humanidades, reformulándola, ampliándola, sorprendiéndola. Lo que sigue aquí es precisamente eso, ceder la palabra a la evolución y a la física, para establecer un discurso humanista. Se trata de la transcripción de una conversación que tuve, hace escasas semanas, con un físico, con el que hablé de evolucionismo. En su conversación, el físico defendía la física cuántica, una disciplina cuyos principales objetivos de estudio son microscópicos, del orden del mundo subatómico. El físico me explicaba que todo lo que ha ido formulando la física cuántica se ha ido confirmando, de manera que la física cuántica, gracias a esos éxitos y a su solidez, ha ido abandonando los experimentos pequeños y el mundo micro, para adentrarse en experimentos más amplios y empezar a describir el mundo macro, el cosmos. La física cuántica, una herejía contra los sentidos, más aún contra el sentido común, aquel que explica lo que vemos, ha dejado de explicar que un gato puede estar vivo y muerto a la vez, para pasar a explicar el universo. Explica, así, que las cosas pueden ser y no ser. Que un trayecto –un viaje en el espacio desde un punto a otro, pero también el salto de un caballo desde un punto a otro– consiste en un cuerpo saliendo y llegando de su salto, lo que no supone necesariamente que ese cuerpo haya existido durante todo el periplo realizado, más allá de su salida y de su llegada. Este ser y no ser de las cosas, esta visión fragmentada e imprevista de las cosas, progresivamente confirmada, es insufrible, insoportable para el ser humano, me explica el físico. Por lo que, concluye, “la evolución humana, ese itinerario que nos conduce desde el primate cuadrúpedo hasta nosotros, y en el que se produjo la inteligencia, debe ser también un proceso en el que tuvo que nacer, parejo a esa inteligencia, otra cosa. Tuvimos, por fuerza, que crearnos la capacidad, tal vez fabulosa y a través de un gran esfuerzo sostenido, para no ver esa realidad rota, dividida. Para ver, en su lugar, una realidad sólida. La que vemos ahora mismo si echamos un vistazo a esta habitación, que quizás no existe”.
Sabemos que faltan trozos a todo aquello que vemos, por lo mismo que sabemos no ver ese abismo terrible, tras millones de años educándonos en ello. Las Humanidades eran una herramienta que nos permitía solventar los fragmentos elididos de la realidad. Y, por ello, me temo, será dificultoso verlos hasta que la Humanidades vuelvan a nacer y a ayudarnos. Hasta entonces, mientras no haya Humanidades, será penalizado, sumamente penalizado, incluso castigado, ver la realidad imprevista, aquella que no se ve a través del sentido común. Ver otras realidades, lo no visto, lo no calculado, aquello que cuestiona la aparente solidez que se nos ofrece, será la gran aventura de este siglo. Una aventura consistente en olvidar lo que aprendimos cuando éramos monos, y que nos puede salvar de volver a serlo.
Las Humanidades están muriendo. O, tal vez, ya están muertas. Puede ser preocupante. Con esa muerte perdemos un lenguaje común, unos apriorismos verificados, citas, lógicas comunes, una idea de la condición humana universal, que podemos compartir incluso con el desconocido que viaja a nuestro lado, en el...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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