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crisis habitacional

Tourist go home

El turismo masivo y desregulado, que reduce la oferta inmobiliaria mientras dispara los precios del alquiler, está contribuyendo a la profundísima crisis de vivienda que asola España

Emilio de la Peña 13/10/2024

<p>Pancarta en protesta del turismo masivo en Barcelona. / <strong>Miltos Gika</strong></p>

Pancarta en protesta del turismo masivo en Barcelona. / Miltos Gika

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Por primera vez se ha desatado una protesta generalizada contra la invasión turística en nuestro país. Coincidió con el comienzo de la temporada de 2024 y todavía no ha acabado. Es algo insólito en el sitio que hasta ahora ha presumido de acoger a todo aquel que venía con dinero a divertirse y disfrutar del sol y las playas españolas. A cambio el sector, los empresarios, claro está, hacían un suculento negocio.

El 20 de abril marca el comienzo de esta protesta. Fue en Canarias. Isla con isla ese día unas 200.000 personas salieron a la calle para manifestarse contra la saturación turística bajo el lema “Canarias tiene un límite”. Un mes después fueron varios miles de cántabros los que se movilizaron contra la avalancha turística. A partir de ahí, todo ha ido seguido: Mallorca, donde se sumaron a la protesta 20.000 personas, Cádiz, Málaga, Sevilla, Girona, Barcelona, Valencia o Alicante. También Madrid ha tenido sus protestas, aunque de menor intensidad. El final de la temporada de sol y playa se cerró con nuevas marchas callejeras y para el 20 de octubre se anuncia otra protesta en Canarias, comunidad donde emergió por primera vez el activismo en contra de un turismo invasivo. La movilización ha venido asociada a una nueva expresión: la turismofobia.

¿Qué ha pasado para que las cañas se vuelvan lanzas?

Inside Airbnb considera que el 32% de las VUT de Barcelona carecen de licencia

Hace ya 22 años, con ocasión de la crisis económica en Argentina que desembocó en un estallido social y en el corralito, el premio nobel de economía, Joseph Stiglitz, aseguró: “Lo sorprendente es que el pueblo argentino haya tardado tanto en protestar de esta manera”. Sin llegar a comparar tal situación con la saturación turística que todo lo invade, aquí también es sorprendente que hasta ahora la gente no haya clamado por los efectos que tal modelo invasivo estaba teniendo sobre la normalidad ciudadana. La población flotante en España, en su mayoría turistas, es ya el doble de la población residente. Esto no ha pasado en ninguna nación grande y obviamente tiene efectos peligrosos.

En 2013 nuestro país tenía 46,7 millones de habitantes, diez años más tarde la población había aumentado hasta los 48 millones, lo que supone un 2,8% más. En ese periodo el número de turistas pasó de 60,7 millones hasta poco más de 85 millones, el crecimiento había sido del 29%, es decir, los turistas que venían de fuera aumentaron diez veces más que la población que vivía en España. Y veníamos de un país que figuraba ya entre los tres con mayor turismo del mundo.

Esta avalancha, de la que la industria turística y las autoridades no paran de presumir, es una de las razones del malestar, pero no es la única.

De todos los estímulos para el nacimiento de la turismofobia, el principal ha sido la escasez de vivienda y los altos precios del alquiler

Las llamadas viviendas de uso turístico (VUT), que al principio se vieron como una novedad curiosa cuyos únicos perjudicados eran los hoteles a los que podían quitar clientes, han superado en España la cifra oficial de 350.000, según el Instituto Nacional de Estadística, dato que parece haberse quedado corto en lo que se refiere a las principales ciudades, de acuerdo con lo que recoge Inside Airbnb, una página web que escudriña todo lo relativo a este tipo de viviendas. Esto se explica porque una parte de las VUT lo son sin declararlo legalmente ni cumplir la normativa, ya de por sí laxa para los problemas que genera. Es decir, son ilegales. Las inspecciones, cuando las hay, son claramente insuficientes. Inside Airbnb considera que el 32% de las VUT de Barcelona carecen de licencia. Algo semejante ocurre en Madrid y en otras ciudades… y ahí siguen.

Otro fenómeno se incorporó hace ya bastante tiempo a la avalancha turística, pero su crecimiento ha llegado a hacerse insoportable. Es el de los cruceros. De barcos que pretendían emular el viaje de lujo y placer, se ha pasado a edificios flotantes descomunales cuyo atraque en puerto causa espanto entre los residentes e incluso entre los turistas de tierra. Hace unos días conté hasta quince plantas en un crucero y he sabido que no es el más alto. Este mismo año se ha puesto en servicio uno con veinte pisos y con capacidad para casi 8.000 pasajeros. Los grandes llevaban ya un pasaje de entre 3.000 y 6.700 turistas. A ello hay que sumar la tripulación, que supera las 2.000 personas.

No son las únicas causas de la turismofobia. Lejos de suponer que la llegada masiva de personas de otras tierras, para pasar sus vacaciones, incentiva a las autoridades a mantener unas ciudades limpias, tranquilas y con dotaciones públicas para todos, la realidad es que ocurre casi lo contrario. Una multitud que invade las calles más céntricas ocupa la mayoría de las terrazas de los bares y con su llegada suben los precios de las consumiciones.

En Ibiza, el 15% de las viviendas de alquiler son ahora turísticas

De todos los estímulos para el nacimiento de la turismofobia, el principal ha sido la escasez de vivienda y los altos precios del alquiler. Personas con trabajo se han visto obligadas a vivir en una caravana porque su sueldo no les da para pagar la renta de una casa. Ha ocurrido en Ibiza, en el área de mayor concentración turística de Tenerife, Adeje, y en otros lugares repletos de visitantes. Desde hace unos diez años, miles de casas y apartamentos destinados a residencias permanentes se han transformado en viviendas de uso turístico, con dos consecuencias: han desaparecido del mercado del alquiler residente todas esas casas y se ha contribuido a elevar los precios que se pagan por vivir bajo techo. Con ello, a la vez que se multiplicaba el alojamiento confortable para los turistas, escaseaba para muchos trabajadores que les dan servicio. En Ibiza, por ejemplo, el 15% de las viviendas de alquiler son ahora turísticas. En el otro enclave citado, Adeje y su entorno, con una población residente de 206.000 personas, las viviendas de uso turístico representan el 47% de todas las que están en régimen de alquiler.

Málaga, la quinta ciudad más poblada de España, tiene el 30% del alquiler destinado a viviendas turísticas

Consultando distintas fuentes, he elaborado una relación de poblaciones importantes con cifras elevadas de viviendas de uso turístico y las he contrastado con el número de viviendas alquiladas en cada caso. Entiendo que la comparación es más correcta con las alquiladas que con todo el parque de casas, ya que es de las primeras de donde se han restado preferentemente alojamientos residenciales. El resultado no puede ser más alarmante: Málaga, la quinta ciudad más poblada de España, tiene el 30% del alquiler destinado a viviendas turísticas; Valencia, la tercera capital, el 17%; Cádiz, el 22%. La provincia de Girona destina el 30% de sus casas de alquiler a los turistas. En Madrid y Barcelona el porcentaje es menor, pero esto se explica porque su parque de viviendas, tanto en propiedad como en alquiler, es infinitamente mayor, pero también lo es la necesidad de alojamiento para decenas de miles de familias y de emancipación de jóvenes que no pueden hacerlo porque su salario no da para vivir sin la ayuda de sus padres.

Los casos citados son alarmantes, pero por sí solos no explican el efecto perverso de las viviendas de uso turístico sobre la población. Son los precios los que lo ponen en evidencia. Una vivienda turística se alquila por días. Según Fevitur, lobby de viviendas y apartamentos turísticos, una VUT tiene un precio medio de 146 euros por noche. Y su ocupación media es del 43% de los 365 días del año. Con ello, el propietario ingresa casi 23.000 euros. Por su parte, la renta del alquiler de una vivienda residencial puede representar 1.100 euros al mes. Es decir, 13.200 al año. Alquilar a plazos cortos a turistas supone una mayor rentabilidad. La consecuencia es que, para un residente, alquilar una vivienda se ha encarecido en las capitales con mayor presencia turística: según Idealista, en Palma de Mallorca el precio del alquiler ha subido un 19%, en Valencia un 15%, en Málaga o en Adeje un 13%, en Madrid un 16% y en Barcelona un 12%.

El otro fenómeno que incentiva la turismofobia es la manía por el crucerismo; mejor dicho, la manía por el macrocrucerismo. Con el paso de los años, el número de personas que emplean parte de sus vacaciones en subirse a un crucero se ha disparado. Sin embargo, el número de barcos destinados a este viaje de recreo no aumenta en igual proporción.

El número de personas que emplean parte de sus vacaciones en subirse a un crucero se ha disparado

El año pasado, en España tomaron un crucero doce millones de personas. Entre enero y agosto de 2024 los pasajeros que tomaron un crucero en puertos españoles fueron casi el triple que diez años antes. Sin embargo, los cruceros aumentaron en menor medida: algo más del doble. Eso quiere decir que los cruceros ahora son más grandes o que, lo sean o no, van más llenos. Y más lleno, en un barco de quince plantas con 350 metros de eslora, significa atestado de pasajeros que invaden los lugares donde atracan. El pasado mes de agosto, el puerto de Barcelona tuvo en sus muelles una media de tres cruceros al día con unos 5.000 pasajeros por barco. Es decir, diariamente, 15.000 personas que subirían por las Ramblas, la vía Layetana o demás trayectos para inundar el Barrio Gótico.

El Ayuntamiento de Barcelona ha hecho varios amagos de acabar con una situación que, además de trastornar la ciudad, provoca una contaminación como pocos medios de transporte, pero lo cierto es que de momento sólo ha habido anuncios. También en Valencia se han propuesto hacer algo. En Europa, Venecia fue la primera en actuar: prohibió que navegaran y atracaran en el Gran Canal, como si fueran góndolas. Otros puertos europeos, como Ámsterdam o Dubrovnik, van en la misma línea.

El turismo debería ser la compensación al estrés o el trabajo, algo bello y relajante. También enriquecedor, pero no sólo para las empresas que se dedican a exprimirlo. Y sobre todo no a costa de dificultar la vida de los residentes en los enclaves a donde llegan.

Por primera vez se ha desatado una protesta generalizada contra la invasión turística en nuestro país. Coincidió con el comienzo de la temporada de 2024 y todavía no ha acabado....

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Autor >

Emilio de la Peña

Es periodista especializado en economía.

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