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Para quienes han tenido la oportunidad de visitar Roma y conocer la belleza de sus incontables espacios monumentales es probable que sea difícil de olvidar uno de los acercamientos arquitectónicos más sorprendentes que ofrece la ciudad, aquello que Le Corbusier bautizó como Promenade architecturale. Me refiero a la aproximación a pie al recinto de las Termas de Caracalla. Digo a pie porque tampoco hay grandes alternativas para llegar allí y seguramente las personas interesadas lo harán caminando desde el cercano Circo Massimo, bien comunicado por transporte público. En todo caso, buena parte de la belleza de la ciudad de Roma reside en la facilidad con la que, mediante el caminar, uno se traslada en el tiempo a través de los recintos históricos de épocas tan diferentes como la Roma imperial, la Roma renacentista y barroca de los papas, o la Roma más triste de los sventramenti del fascismo. Precisamente este collage urbano, representativo del ensamblaje de fragmentos históricos de ciudad y muestra de la complejidad de la formalización urbana, fue inspirador de Collage City (1998), el manifiesto de Colin Rowe y Fred Koetter contra la ciudad de solución única de la modernidad.
Prácticamente rodeadas por esas avenidas “romanizadoras” tan del gusto de Benito Mussolini, y muy cerca de las propias murallas aurelianas, se encuentran las Termas de Caracalla, la maravilla hidráulica del siglo III construida por los emperadores Septimio Severo y su hijo Marco Aurelio Antonino Caracalla. O más bien se encuentra lo que queda de ellas, un colosal recinto arqueológico que abruma por la grandiosidad de sus estructuras milagrosamente en pie, y que nos conecta simultáneamente con el esplendor del Imperio romano y con la fragilidad del tiempo. Por eso siempre ha sido un lugar emblemático desde el que recordar El culto moderno a los monumentos de Alois Riegl, allí donde defendía la necesidad de preservar las arquitecturas del pasado no solo por sus valores históricos o artísticos, sino también por su capacidad para hacer resonar otros valores sociales o éticos del presente. Quizás la lectura de Rigl, además de las de Camillo Boito o Manfredo Tafuri, entre otras, nos han acercado a mirar al pasado no solo desde la perspectiva de la historia, sino también desde los valores de la memoria.
Llegar a las Termas de Caracalla es observar de lejos, a través de los pinos, unos paredones de piedra anónimos que parecen vigilados por nubes coreográficas de estorninos. Hace falta rodear el conjunto para situarnos en la explanada que nos enfrenta a los restos monumentales del caldarium y las saunas, donde se dibuja la silueta monumental de la ruina que debió ser una catedral del ocio y la higiene. Y eso que ni siquiera fueron las termas más grandes de Roma, claramente superadas por las termas de Diocleciano en el siglo siguiente, y cuyo recinto representaba casi el doble de superficie –una parte de él sabiamente reconvertido por Miguel Ángel en el siglo XVI en la Iglesia de Santa María de los Ángeles y de los Mártires, seguramente una de las operaciones de reutilización de arquitecturas preexistentes más interesantes de la historia–. Lo cierto en los baños de Caracalla es que la sorpresa reside en el tremendo contraste que supone enfrentarse a ellos. Se pasa de la levedad difusa y efímera de la Roma rodada, la que conecta lugares, a la rotundidad estática de la gravedad que representa la arquitectura de las Termas. Gravedad que se percibe desde el silencio en el que te sumerge el recinto y que hace más impresionante la sensación de masa (“el peso nunca duerme”, solía recordar precisamente Miguel Ángel, haciendo referencia a un aforismo que se atribuye a los constructores toscanos). También lo menciona Juhani Pallasmaa, el arquitecto finlandés que más se ha interesado por la psicología ambiental de la arquitectura a través de la fenomenología. La experiencia de las Termas es verdaderamente fenomenológica –casi se siente la humedad en los mosaicos, o el murmullo del agua entre las piscinas–. A menudo las ruinas tienen esa capacidad de evocación, tan del gusto de John Ruskin o de los románticos británicos, pero pocas veces se reincorporan al presente en forma de arquitecturas elocuentes de la memoria que contienen. Por eso interesa reivindicar a continuación el potencial de un caso que reúne muchas de estas condiciones.
La experiencia de las Termas es verdaderamente fenomenológica
Entre los meses de septiembre y noviembre de 2024 se ha celebrado en Barcelona la bienal de arte Manifesta, un evento nómada de carácter internacional que se organiza cada dos años en una ciudad europea diferente. Su presencia en Barcelona ha destacado por su despliegue como un archipiélago de sedes heterogéneas –con instalaciones desiguales– distribuidas por varios municipios del área metropolitana. Muchas de estas sedes se han caracterizado precisamente por ser equipamientos culturales que ocupan edificaciones históricas, lo que significa un aporte especialmente significativo. Hasta aquí, y sin entrar a valorar las aportaciones y circunstancias de una bienal de arte de estas características, la experiencia podría haber pasado bastante desapercibida para aquellas personas no especialmente vinculadas al ámbito artístico (la deslocalización es interesante, pero siempre corre el riesgo de descentrar también el foco de atención para un público más general). Sin embargo, la selección de las Tres Chimeneas de Sant Adrià del Besòs como una de las sedes principales significa un acierto que merece ser advertido.
Las Tres Chimeneas son ya el resto arqueológico de lo que fue la Central Térmica de Sant Adrià, con la que FECSA (Fuerzas Eléctricas de Catalunya S.A.) amplió sus instalaciones previas en la zona de la desembocadura del río Besòs. La Central se construyó en 1971 y estuvo en activo parcialmente hasta 2011, cuando la energética trasladó su actividad a otras ubicaciones. Se inició entonces un proceso de reflexión (ese eufemismo que utilizamos para hablar de negociación en la gestión pública), primero para determinar si las Chimeneas podían ser protegidas –hablamos de tres cuerpos de hormigón armado extremadamente voluminosos, visibles desde todos los municipios del Besòs y protagonistas, junto a arquitecturas más recientes, del frente marítimo barcelonés– y después para contemplar sus usos futuros. Por una parte, en 2016 las Chimeneas y el edificio de la sala de turbinas fueron declarados bienes culturales de interés local. Por otra, en 2023 se aprobó un plan director urbanístico que calificaba el recinto como equipamiento, inicialmente vinculado a la Catalunya Media City, un futuro ámbito de creación en torno al mundo digital, audiovisual y los videojuegos. Así se activó la adaptación parcial de la nave de turbinas, un proyecto que redactó el arquitecto Jordi Murtra. Esta actuación ha permitido que durante unos meses de 2024 la nave fuese ocupada por algunas de las instalaciones más interesantes de Manifesta y, lo que es más importante, se adecuara y se abriera su acceso a la ciudadanía, mostrando el tremendo potencial del lugar para cualquier tipo de colonización creativa.
La intervención de ocupación parcial llevada a cabo puede recordar lejanamente el proceso de adecuación como centro de creación contemporánea del edificio del Palais de Tokyo de París, un proyecto realizado por los extraordinarios arquitectos Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal. Allí también se enfrentaron a un enorme vacío en ruinas en su interior, y quizás su experiencia de hacer “la menor arquitectura posible” ha podido ser una referencia importante para la adecuación actual de la sala de turbinas, y seguramente debería seguir siendo una premisa para el futuro del recinto. Tal y como se ha podido visitar, el edificio puede ser comprendido perfectamente como una arquitectura abierta, en el sentido más puro que Umberto Eco otorgó a la expresión en su Opera aperta: una arquitectura que puede ser constantemente reformulada por artistas y visitantes, definiendo sus itinerarios, sus lecturas y sus interpretaciones propias.
La visita al recinto es una experiencia singular. Al igual que en las Termas de Caracalla, llegar a las Tres Chimeneas nos obliga a caminar por un lugar de tránsito, en este caso antiguas instalaciones industriales, muchas obsoletas, que se sitúan bajo el peso simbólico y monumental de las propias Chimeneas, omnipresentes en la zona. El acceso al edificio también obliga a un recorrido a su alrededor, en una ritualidad que recuerda inevitablemente a las Termas. Cuando llegamos al interior de la sala de turbinas, de nuevo la gravedad, el peso de la ruina y la magnitud de la escala del recinto impresionan por su condición geológica, despojada de la maquinaria pero no de los restos de la colonización mecánica que ocuparon el lugar. Aquí la arquitectura no es monumental, sino casual, pero en la atmósfera resuena la memoria de un lugar fundamental para el desarrollo económico, social y humano de una ciudad. Resuenan sus reivindicaciones internas (por las condiciones laborales) y externas (por el impacto ambiental que produjo). Ya no se respira el polvo negro, pero se percibe el aire en movimiento que fuerza la coreografía de las telas en la instalación del artista Asad Raza. Aquí no hay murmullo de agua entre piscinas, pero se huele la playa. Y se oyen las olas del mar.
Para quienes han tenido la oportunidad de visitar Roma y conocer la belleza de sus incontables espacios monumentales es probable que sea difícil de olvidar uno de los acercamientos arquitectónicos más sorprendentes que ofrece la ciudad, aquello que Le Corbusier bautizó como Promenade architecturale. Me...
Autor >
David H. Falagán
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