TIRANDO DEL HILO, XXVII
Anne Truitt, vida interior de una artista
Los diarios de Truitt ocupan ya su lugar en mi biblioteca junto a los de de Virginia Woolf, Sylvia Plath Susan Sontag y May Sarton
Carmen G. de la Cueva 20/12/2024
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Antes de ser artista, Anne Truitt (1921-2004) fue enfermera y psicóloga. Quizá por eso, porque su entrega al arte, aunque vocacional, no fue absoluta hasta sus cuarenta años, tuvo tiempo de pensar en qué clase de artista quería ser y en cómo llevarlo a cabo. Tengo en las manos su fascinante libro Daybook. Diario de una artista, publicado recientemente por Chai Editora con traducción de Virginia Higa, que he leído con fervor en una tarde. El lápiz se ha quedado sin punta a fuerza de subrayar una línea tras otra, párrafos enteros de pensamientos y reflexiones lúcidas y honestas. Truitt se convirtió en artista casi al mismo tiempo que se hizo madre y durante años estuvo poniendo por delante su familia, su marido, sus hijos, antes que su obra, así la habían enseñado a hacer las cosas. Hasta que se divorció en 1971 y todo estalló por los aires. La precariedad económica, el síndrome de la impostora, el tiempo o la ausencia de este para poder encerrarse a crear: “La intemperie quiere decir: soy artista. Incluso escribirlo me hace sentir muy incómoda. Siento que no soy lo suficientemente buena para ser artista. Y esto me lleva a preguntarme si mi desagrado por la definición social inflada de los artistas no será el reflejo inverso de una secreta soberbia”.
Poco tiempo después, entre diciembre de 1973 y abril de 1974, se realizaron sendas exposiciones retrospectivas en torno a su obra que la dejaron en un estado de trance: “La fuerza de esa atención sin precedentes focalizada en mi trabajo y en mí me arrasó como un maremoto (…) Me sentía agrietada como se agrieta la porcelana, con fisuras diminutas. Poco a poco me fui dando cuenta de que cuanto más visible se hacía mi obra, menos visible me volvía yo para mí misma”. En mitad de esa extraña epifanía, Truitt decidió que tenía que escribir, escribir un diario de artista, volcar sobre la página todo lo que sentía, pensaba, lo que le fuera ocurriendo en el afuera y el adentro: “La única limitación que me impuse fue dejar hablar a la artista. Tenía la esperanza de que si lo hacía con honestidad descubriría cómo verme a mí misma desde una perspectiva que me haría completa ante mis propios ojos”. Y así lo hizo. Escribía su vida mientras cuidaba de sus tres hijos, Alexandra, Sam y Mary, que tenían diecinueve, dieciséis y catorce años, respectivamente. “Cocinaba, limpiaba, me ocupaba del jardín y hacía todas las tareas que le tocan a una mujer que vive sola con sus hijos”. La escritura fue un extraordinario ejercicio que le permitió ver cómo se había convertido en artista. Y con toda la generosidad, por si esas páginas suyas llenas de dolor y dudas, de destellos maravillosos, de cotidianidad pudieran acompañar a otros, a otras en su camino como artistas, las publicó en 1982. Ahora, cuarenta y dos años después, podemos leerla en español, es decir, asomarnos a lo que es la vida de verdad de una creadora, día a día, como si pusiéramos los ojos en una mirilla y contemplar así, con libertad y en soledad, sin que nadie pueda vernos ni juzgarnos, la vida interior de Anne Truitt desde 1974 hasta 1978.
Este es un libro de una belleza sublime, la mirada de la artista es sensible, también implacable, sobre todo, consigo misma. La leía y me era inevitable pensar en Diario de una soledad de May Sarton o en Autorretrato de Celia Paul, libros que son leales compañeros de vida, escritos en la madurez de sus autoras. Quizá todo lo que necesite leer una joven artista, una madre artista sea el diario de Anne Truitt para poder estar más cerca de entenderse a sí misma porque el libro explora todas las cuestiones que tienen que ver con las preguntas que las madres artistas se hacen sin descanso y que la autora Audrey Niffenegger enumera en la introducción: “¿Qué es el éxito para una artista? ¿Cómo influye la vida personal de una artista en su arte? ¿Qué se gana y qué se pierde cuando la artista llega a la mediana edad y mira retrospectivamente su obra? ¿Qué ve cuando mira hacia adelante?”.
Este libro ocupa ya su lugar en mi biblioteca, justo al lado de los diarios de Virginia Woolf, del volumen de diarios de Sylvia Plath y de los de Susan Sontag, de las memorias de May Sarton y los dos libros de Celia Paul, toda esa intimidad creadora, ese espacio íntimo que se abre ante mí como lectora y escritora. Diario de una artista de Anne Truitt sigue la estela de algunos libros de finales de los años setenta que exploraron la ambivalencia de las madres creadoras, libros como Nacemos de mujer de Adrienne Rich, sobre todo, en los fragmentos más autobiográficos, como los de “Cólera y ternura”, y de Silencios de Tillie Olsen y de El nudo materno de Jane Lazarre, también podría haber sido parte de Maternidad y creación, el volumen recopilado por Moyra Davey, donde los textos de Alicia Ostriker y Ursula K. Le Guin parecen conversar con el de Truitt. Todas ellas forman parte de esa genealogía de madres artistas.
“La parte más demandante de vivir toda una vida como artista es la disciplina estricta de forzarse a una misma a trabajar incondicionalmente”
“La parte más demandante de vivir toda una vida como artista es la disciplina estricta de forzarse a una misma a trabajar incondicionalmente siguiendo nuestra más íntima sensibilidad”, escribía Anne Truitt en 1978, a los cincuenta y siete años, en la residencia artística de Yaddo, justo cuando su primer nieto está a punto de nacer. Al final, nada queda resuelto, ni una sola de las preguntas, es más, surgen otras nuevas, preguntas que oscilan temblorosas en el alambre de la ambivalencia. La madre y la artista son dos identidades en permanente conflicto, solo integradas en pequeñas epifanías domésticas: “La artista se esfuerza por sostener la posición estricta que mantiene su trabajo en una línea que valora, mientras que la madre trata de crecer adaptándose a las condiciones cambiantes que me presentan mis hijos a medida que avanzan hacia lo que para mi mente esquemática se ve como una trayectoria en ascenso: están aprendiendo mucho y muy rápido sobre muchos aspectos de la vida. Lo que esperan de mí, al parecer, es un punto de vista” –no más baños ni planchar vestidos y camisitas, se acabó lo de ser la chófer, no más noches en vela– “Me hacen preguntas y quieren mis respuestas. Las respuestas de una artista pocas veces les resultan útiles”. La artista es egocéntrica y singular, una rareza, la madre es tan miope que siempre quiere a los hijos cerca, aunque sean adultos que la superan en altura. “La artista”, escribe Truitt, “no podría haber llegado a existir sin la experiencia de la madre: tiene con ella una deuda de honor por todas las capas y capas de horas, días, semanas, meses y años de sabiduría de lo que es la vida. Pues sin duda la artista ha surgido de ese terreno fértil”.
Antes de ser artista, Anne Truitt (1921-2004) fue enfermera y psicóloga. Quizá por eso, porque su entrega al arte, aunque vocacional, no fue absoluta hasta sus cuarenta años, tuvo tiempo de pensar en qué clase de artista quería ser y en cómo llevarlo a cabo. Tengo en las manos su fascinante libro Daybook....
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Carmen G. de la Cueva
Periodista, escritora y editora. Ha publicado varios libros y fue directora de la editorial feminista La señora Dalloway.
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