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Hay veces en las que el resultado de un partido de fútbol dice muy poco de lo que ha sucedido en el campo. El que disputó ayer el Atlético de Madrid en tierras extremeñas es un buen ejemplo de ello. Ciñéndonos a la información pura y dura, diríamos que el equipo colchonero ha ganado 1-3 y se ha clasificado para la siguiente ronda de la Copa del Rey. La realidad es que el Cacereño, su rival, un equipo de la Segunda división RFEF, ha conseguido no sólo hacérselo pasar muy mal, sino exponer algunas de las costuras más evidentes de un equipo supuestamente llamado a protagonizar grandes empresas.
El Atleti parecía haber aprendido la lección de su anterior eliminatoria y saltó al campo con la intención de dominar la pelota. El problema es que eso vale de poco si no se acompaña con velocidad, intensidad en el juego y un mínimo de talento. Sin todo eso, cualquier equipo semiprofesional es capaz de juntarse en su campo, plantar cara y hacer que no pase nada relevante. Y eso es precisamente lo que ocurrió en la primera media hora. Cuando a los ocho minutos, como suele ser habitual, Sorloth resolvió mal una picardía de Correa, ya podía intuirse lo que estaba por venir.
Los de Simeone creían dominar el encuentro, pero eran como un niño jugando en uno de esos parquecitos vallados de los que no se puede salir. Igual de inocentes. Igual de inofensivos. Daba bastante pena, la verdad, porque solamente De Paul y Correa parecían jugadores de primera división. A la pertinaz sequía del noruego se sumó primero Riquelme, inoperante por la derecha, inoperante por la izquierda e inoperante por el centro. Más tarde, superando incluso a sus compañeros, se sumó un Lino que, como imbuido por una especie de síndrome de Benjamin Button, parece cada vez peor futbolista. Piensen que el equipo jugaba además con ese ritmo de balada funeraria que imponían Koke (horrible), Witsel (horrible) o Azpilicueta (horrible). Le Normand estaba completamente fuera de forma. Y poco más. La intensidad que imponía el colectivo era la misma que la de un recién jubilado mientras da de comer a las palomas en un parque.
El Atleti no tiene plantilla para disputar tres competiciones. Y no se puede jugar cincuenta partidos con los mismos futbolistas
Todo apuntaba a fiesta y, claro, la fiesta apareció con la primera salida trenzada del Cacereño. Llegó después de que Lino, como suele acostumbrar, fallase delante del portero un gran pase de Correa. El mismo Lino se trastabilló en el área en la jugada siguiente y el contraataque del rival fue defendido por los colchoneros como si estuviesen viendo una serie. Bajando lento y mal, entrando flojo y tarde, y permitiendo que Christian metiese un balón al área para que Merencio lo transformase en gol.
El 1-0 aumentó la dosis de adrenalina en vena de los locales y terminó por aturdir a unos rojiblancos que ya no hicieron otra cosa hasta el descanso que jugar mal y seguir fallando ocasiones. Simeone sentó a Azpilicueta, Le Normand y Riquelme por Llorente, Lenglet y Julián. Normal. Lo que es incomprensible es que Lino y Koke siguiesen en el campo. Los rojiblancos salieron del vestuario con algo más de brío, pero duró poco. En seguida volvieron a jugar de forma atropellada y a fallar goles. Primero De Paul, lanzando fuera un remate franco. Después Sorloth disparando con la uña. Después Lino rematando al aire un balón colgado por Llorente. Después Correa cruzando demasiado. Y así hasta el infinito.
Simeone agotó los cambios sacando a Barrios y Gallagher. Entonces, ya sí, el equipo pareció tener algo más de orden, aunque quizá colaboró también el desgaste físico de un Cacereño que empezaba a pagar el esfuerzo. En cualquier caso, el gol no llegaba. Todo el criterio que Galán ponía por la izquierda lo desbarataba Lino regateándose a sí mismo. Cualquier triangulación medianamente sensata de Julián, De Paul o Barrios moría en la inexistencia de Sorloth.
Pero el conjunto extremeño no podía más, así que entre el empeño de unos y el desgaste de los otros llegó el gol del empate. Julián sacó una falta que despejó el portero. De Paul acunó el rechace y metió un balón al área que Lenglet remató de cabeza hasta la red. En ese momento todos sospechábamos cómo acabaría el partido, pero no lo supimos con certeza hasta pocos minutos después, cuando González fue expulsado por cortar un contraataque a base de patadas. La puntilla definitiva llegó en el minuto 92, cuando De Paul, el mejor del partido, disparó un balón en dirección a Pontevedra, que golpeó en un defensa rival y entró en la portería. Simeone, que había sido expulsado poco antes por protestar, respiraba en una esquina del Estadio Príncipe Felipe. El tercer tanto, un buen zurdazo de Julián dentro del área un par de minutos después, puede considerarse una anécdota.
No suele ser sensato sacar conclusiones de partidos así, pero a mí me sirve para reforzar algo que pienso desde que comenzó la temporada: el Atleti no tiene plantilla para disputar tres competiciones. Y no, no se puede jugar cincuenta partidos con los mismos futbolistas.
Hay veces en las que el resultado de un partido de fútbol dice muy poco de lo que ha sucedido en el campo. El que disputó ayer el Atlético de Madrid en tierras extremeñas es un buen ejemplo de ello. Ciñéndonos a la información pura y dura, diríamos que el equipo colchonero ha ganado 1-3 y se ha clasificado para...
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