Una década fascinante
Si no es libre, no consuma
Esta pequeña revista solo ha tenido y tendrá dos lealtades incondicionales, Chomsky y El Cholo. Suena marciano, sí, pero si se fijan bien, comparten filosofía
Miguel Mora 15/01/2025
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Esta pieza forma parte del libro CTXT, una utopía en marcha, en el que sesenta y siete firmas hablan sobre los primeros diez años de funcionamiento de la revista y su contexto político. Se puede comprar aquí.
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Probablemente usted ya sepa, querida lectora, querido lector, que CTXT es una revista digital raruna y medio invisible, a la que nadie cita ni enlaza aunque muchos copian, que solo publica tres o cuatro artículos al día, no corre detrás de las noticias y no participa en tertulias ni depende de los mecenas del IBEX. Tampoco necesita los sobornos de la publicidad institucional para sobrevivir, porque el 75% de los ingresos los aporta su comunidad de suscriptores, donantes, alumnas de talleres y lectoras de libros contextatarios; es decir, usted, y usted, y usted también (si usted aún no, puede bichear nuestra librería aquí).
A diferencia de casi todos los demás medios, no tenemos departamento de Marketing y Publicidad, no publicamos teletipos, no agregamos o copiamos noticias de terceros, no aceptamos contenido patrocinado. Nuestra filosofía se resume en llegar despacio, y en aplicarnos el título de una sección que publicamos desde hace años: “A la mierda el trabajo”. ¿Para qué correr y bombardear al lector si al final del día no nos queda tiempo para ir al cine, hablar con los colegas o leer un libro?
Seguramente por eso nacimos sin empresa, sin local y sin modelo ni idea de negocio: arrancamos gracias a que catorce periodistas nos juntamos y pusimos mil euros por barba (alerta micromachismo) en noviembre de 2014, y cuatro meses más tarde hicimos un crowdfunding en Verkami que reunió 25.000 eurillos. El reclamo era una frase de Albert Camus: “Porque un país vale lo que vale su prensa”.
Diez años después, lo que más orgullo nos produce es que nunca hemos vendido nuestra alma al diablo y nos las hemos apañado para no tener muro de pago. Preferimos cerrar a que la gente que no puede pagar una suscripción no pueda leer CTXT. Nuestros siete mil suscriptores abonan sus cuotas para que varios millones de personas puedan leernos de gañote cada año –salvo las “Cartas a la Comunidad”, que se envían al correo los sábados–.
Lo que más orgullo nos produce es que nunca hemos vendido nuestra alma al diablo y nos las hemos apañado para no tener muro de pago
Cuando nacimos, el 15 de enero de 2015, entendimos que mucha gente había dejado de comprar y de leer prensa porque ya no podía o no quería pagar por unos medios que en su gran mayoría habían dejado de informar cabalmente para defender de manera obscena a los estafadores (los bancos, los ricos) frente a los estafados (la gente normal, los lectores) en el Esquema Ponzi “hipotecas basura / Gran Recesión / austericidio”.
Las y los fundadores aspirábamos a que CTXT fuese un medio interesante, atractivo y sostenible, pero jamás pensamos en que fuera además un negocio. Solo queríamos seguir viviendo como periodistas (libres, éticos y estéticos), y la única manera de hacerlo fue crear un medio sin empresa. La experiencia nos enseñaba que, cuando los acreedores apretaron, a algunos directivos de la prensa tradicional no les pareció mal abdicar del periodismo, dar la vuelta a la línea editorial como si fuera un calcetín y echar a la calle a los periodistas mejores o más molestos para mantener sus sueldazos de ejecutivos de Wall Street y sus avioncitos privados.
Para explicar esto con más detalle, déjenme contarles algunos secretos y darles un poco de contexto personal (y político) sobre los orígenes de CTXT. Prometo no remontarme a los fenicios.
Secreto 1 o, como diría Martínez, a): nuestro gerente y secretario vitalicio del consejo de administración, Jaime Fernández, estuvo fichado por anarquista en sus años mozos y luego trabajó unas décadas como arquitecto antes de echar la persiana tras la estafa de 2008 e incorporarse a CTXT justo a tiempo de poner orden en unas cuentas imposibles. Dos, o b), el director, es decir yo, me licencié en Políticas, pero jamás milité en nada (bueno, era fan de The Clash y fui socio del Atleti desde los siete años hasta los treinta y siete). De joven me ganaba bastante bien la vida como jugador de póker cuando mi adorada tía y madrina, Magda Mora, me obligó a colgar el naipe y a matricularme en el máster de El País; era 1990.
Fue una gran decisión, la suya, porque allí conocí (milagro) a mi actual pareja, la periodista madrileña/pamplonica Mónica Andrade, madre de dos hijas superlativas (Adri y Eli), primera consejera delegada de Revista Contexto S.L. (apodada El Muñeco por nuestro abogado, Óscar Tejerina, en obvia referencia a la infanta Cristina), además de jefa suprema del Saloncito y codirectora adjunta (con la mujer más lista y más leal que haya dado Gades, Vanesa Jiménez) durante esta primera década ctxtera.
Sería enero de 1991 cuando entré como becario chupatintas en la Edición Internacional de El País (gracias a Carlos Mendo y a mi admirado Ángel Luis de la Calle). Tras unos años de mili como cabo chusquero (editando, maquetando y cortando textos ajenos), José María Izquierdo y mi exjefa favorita, Ángeles García, me pusieron de redactor cultureta-puta-base, y pude hacer mis pinitos como cronista flamenco, banderillero del genial crítico taurino Joaquín Vidal y ayuda de campo del no menos formidable Ángel Fernández-Santos. Con todos ellos aprendí algunas cosas útiles: escribe claro, pon las comas en su sitio, huye de los gerundios, no aburras a las ovejas y jamás te dejes invitar a un café por el torero, político o cineasta al que debas criticar.
En 2006, Jesús Ceberio, buen amigo y el mejor director que conocí, decidió que ya estaba bien de cerrar la cueva del Candela cada madrugada y me largó de corresponsal a Lisboa; dos años después, su sucesor, Javier Moreno, me trasladó (pobres hijas, qué ajetreo) a Roma con aguacero. Allí vivimos los mejores años de nuestras vidas, pero Berlusconi, que no me quería tanto como yo a él, se compró Cuatro y un cacho de Digital +, y en 2012 la empresa le entregó también mi cabeza y caímos en la Ciudad de la Luz (eléctrica), París.
Allí estaba, paseando por el Campo de Marte como Mitterrand y cobrando un salario indecente, el día que Cebrián convocó a la plantilla de El País y nos anunció que ya no podíamos seguir viviendo tan bien. El grupo debía 5.000 millones de euros y había que soltar lastre.
Dos años después, en julio de 2014, otra mudanza, esta con doble tirabuzón y mortal atrás: desde el Salón Pompadour del Elíseo hasta el despacho de Antonio Caño (Carnicerito de Martos) y enseguida hacia un saloncito sito en la calle más facha de Madrid, donde unos meses más tarde iba a nacer un nido de rojos y anarcos llamado CTXT.
La movida fue más o menos así: a finales de 2012, un chivato que copiaba (malamente) las columnas del Financial Times, y otro probo funcionario de El País, a la sazón agente del CNI, le contaron a Juan Luis Cebrián, The Señorito, que yo era uno de los dos traidores que habían redactado el manifiesto contra los despidos colectivos anunciados por PRISA tras la llegada de un encargado de la familia Botín al consejo de administración del jóldin. Y sí, era verdad: el papelito, que en origen fue una servilleta manuscrita, acusaba a Cebrián de haber violado los principios fundacionales del diario indepe de la mañana y de haber traicionado la confianza de los lectores y trabajadores. El problema fue que aquel papel lo acabaron firmando casi todos los colaboradores ilustres, y eso Cebri no se lo tomó bien (aunque también es cierto que solo se atrevieron a firmar cuando supieron que Vargas Llosa había aceptado encabezar la lista).
La culpa de que CTXT y este libro hayan llegado a sus casas la tuvo mi adorada hija menor, Elisa, que entonces tenía catorce o quince años
Pero la culpa de que naciera CTXT no fue de Cebrián, ni de los bancos que reclamaban decidir la portada a cambio de rebajar la deuda, ni de los fondos buitre del millonario homeless Nicolas Berggruen; ni siquiera de la mediocre Brigada Brunete que aquellas lumbreras del PP de M. Rajoy decidieron colocar en 2014 al frente de la redacción de El País –una pandilla basura formada por Caño, sus chivatos de cabecera y otras glorias del oficio que hoy campean (bulo va, bulo viene) por los tabloides de Ayuso y de la Little Caracas.
La culpa de que CTXT y este libro hayan llegado a sus casas la tuvo mi maravillosa hija menor, Elisa, que entonces tenía catorce o quince años y llevaba ya cinco o seis colegios y cuatro países a sus espaldas.
Aquella tarde de 2012 andaba yo fumando pitillos de dos en dos. “¡Es la leche, dicen que van a ahorrarse trece millones de euros despidiendo a ciento treinta periodistas, y esa es justo la cifra que va a cobrar este año Cebrián!”.
Elisa me oyó bramar por el pasillo y me dijo solo dos palabras con su perfecto acento del Trastevere: “Coerenza morale”.
Así que llamé a un (ex)amigo, al que no delataré, garabateamos el manifiesto de la servilleta, y me convertí en el huelguista más activo y mejor pagado de Europa. Unos días más tarde, el killer silencioso, Javier Moreno, me llamó para decirme que todo aquello “tendría consecuencias”.
Adiós, muchachos, a 22 años de aprendizaje y disfrute profesional en el periódico donde pensaba jubilarme.
El burofax en diferido donde Moreno me comunicó que se cancelaba con un año de adelanto mi contrato de corresponsal en Francia y Andorra (de Andorra solo escribí una vez un blog, pero la cosa fue sonada: me declararon persona non grata) llegó en marzo de 2014. Tenía dos opciones: largarme al paro con mi coherencia moral a cuestas, o volver con la cabeza gacha a Miguel Yuste y ponerme a hacer pasillo y/o la pelota al rutilante equipo de dirección neocón. Por suerte, o no, mi estómago nunca me ha permitido pasar la manito por el lomo a mamarrachos ni censores.
Yo llevaba ya diez años fuera de la redacción, trabajando en casa, sin jefe directo, escribiendo cómo y de lo que quería y fumando mis tres paquetes de rigor, y como suele decir Maruja Torres, no tenía “el coño pa ruidos”. Aunque en París me detectaron un principio de enfisema, mantenía una notable capacidad pulmonar y cardíaca, y muchas ganas de pelear contra quienes habían destruido mi empresa, mi periódico y mi país (ya saben lo que dijo Almudena Grandes del Atleti: “Somos el desgraciado que se ha sentado en la mesa de los ricos y les está dando la cena”).
De manera que, el 6 de julio de 2014, día de mi 50 cumpleaños, volví a Madrid tras cogerme una memorable (es un decir) borrachera de tequila, y pedí hora para visitar a Mr. Caño en su despacho.
Unos meses antes, tras otra resaca de tequila, había puesto un tuit definiendo una entrevista de El País Semanal a Aznar como “periodismo mamada”, así que la charleta fue breve. Le pregunté a Caño si iba a tener en cuenta mis méritos profesionales para reubicarme en la Redacción, me dijo que para nada, me levanté, salí sin darle la mano ni cerrar la puerta, entré en el despacho de la jefa de personal, le dije que me metiera en el xxxx ERE, y quedé con el laboralista José Luis Casado para pedir la vez en magistratura.
Enseguida puse en marcha el plan B, que no duró ni dos semanas. Iba a ser el director del nuevo semanario en papel Ahora, que impulsé con Miguel Ángel Aguilar, Soledad Gallego-Díaz y José María Ridao. Mi segunda dimisión se debió a una leve diferencia de criterio con Aguilar y Ridao. Ellos pensaban que Internet tenía la culpa de todos los males del periodismo, y no quisieron que Ahora tuviera edición digital ni redes sociales. Como homenaje literal a Chaves Nogales y a los años treinta, ni tan mal. Como apuesta laboral, un poco peor.
Así que, a finales de agosto, me cogí otra melopea con Luis Felipe Torrente (que la tierra le sea leve) y Javier Sampedro y, tras visitar la oficina del SEPE de Chamartín, mandé un correo electrónico a una tropa de gente heterogénea: querida Zutana, estimado Mengano, nos vemos tal día, a tal hora. Es para contaros que vamos a sacar una revista digital.
Tras semanas de tormentas de ideas, el 28 de noviembre de 2014, catorce emprendedores tan ignorantes como intrépidos patinamos hasta el Palacio de Hielo de Madrid para firmar las escrituras. El notario Antonio Álvarez Pérez constituyó la minipyme Revista Contexto S.L. y unas semanas más tarde, mi nombre apareció en el Registro Mercantil como cofundador, accionista y presidente del Consejo de Administración. Ni Cebrián, oiga.
Para diciembre, me había convertido además en baranda, editor (gracias, Inés Amado), diseñador (en los ratos libres ayudaba a Juan Peces), estanquero, y, last but not least, telefonista en jefe de Atención al Suscriptor de CTXT. Todo ello, remunerado durante dos años con la apabullante cantidad de ¡cero euros! Como diría Susana Díaz: un tieso. Pero un tieso coherente, eso sí.
A principios de 2015 presentamos el proyecto ya en marcha a veinticinco o treinta amigas y conocidos en El Saloncito. Casi todos estaban en paro, o similar. Había una sexóloga, Celia Blanco; un señor asturiano de Ciudadanos, un escritor gallego taciturno y gracioso, Juan Tallón, y estaban también mi comadre Victoria Carvajal, el mítico José Luis Cuerda (nuestros padres jugaban juntos al póker, y eso une mucho) y el profesor Ignacio Sánchez-Cuenca, que debía ser el único con nómina y que con su desfachatez habitual, se subió a la patera sin dudarlo.
Cuando los invitados se besaron, se zamparon un cruasán y se disponían a disfrutar del powerpoint, les explicamos lo de CTXT.
–La criatura iba a llamarse Contexto, pero la marca ya estaba registrada. Pensamos llamarlo ‘Con Texto y Fotos’, pero al final se va a llamar CTXT.
La retranca instantánea de Cuerda resumió la perplejidad general: “¡Pero coño, si pides CTXT en el kiosko, te mandan a la farmacia!”.
El primer paso fue la estética: dibujamos una web minimalista y lindamente ilustrada con viñetas y caricaturas (secreto: queríamos ser The New Yorker con sabor a chorizo, pero nos quedamos cortos en unos dos mil quinientos periodistas). Luego nos declaramos orgullosas de llegar tarde a las noticias (secreto bis: no éramos suficientes para llegar antes), y por fin nos dimos el lujo de viajar hasta Boston, en febrero y con dos metros de nieve, para entrevistar en el MIT a nuestro ídolo y faro, Noam Chomsky, que aceptó ser presidente de honor de CTXT con la única condición de no cobrar por ello. “No se preocupe”, le dije, “no podríamos pagarle aunque quisiéramos, de momento solo cobran los informáticos y los colaboradores”.
En ese momento, teníamos más presidentes de honor que redactores en nómina. La copresidenta, por supuesto, era y es doña Magdalena Mora (no se pierdan el texto de Aurora F. Polanco en el susodicho libro).
Además de Chomsky, pásmense, al principio nos ayudaron bastante Ferreras y Escolar, líderes del Nuevo Periodismo Progresista, sección Grupo Planeta. Quizá no se creyeron que fuéramos tan pobres como decíamos, o que aquella revista tan pintona se publicara desde un saloncito, o ambas cosas. Al fin y al cabo, como dijo Jordi Évole el día de nuestra presentación en el Círculo de Bellas Artes, el 14 de octubre de 2015, ante 700 personas, CTXT parecía “una reunión de extrabajadores de El País”. Y eso debió de parecerles inquietante.
El caso es que los chicos de Al Rojo Vivo –hoy más conocido como Demasiado Burdo Pero– fueron todo amabilidad. Ferri nos invitó a su programa el mismo día que lanzábamos nuestro primer número. Y Escolar nos ofreció incluso usar el sistema editorial de eldiario.es. Aunque declinamos, me invitó a presentar la revista en el Festival de Periodismo de Huesca, y solo puedo darle las gracias porque allí conocí, y fiché, a un tímido chaval sevillano de nombre artístico Gerardo Tecé. Era de noche, el mayor genio de Twitter estaba en la puerta del bar, echamos un pitillito y una cerveza, y el resto es historia de CTXT.
Nuestras relaciones con las estrellonas de la progresía mediática se enfriaron pronto, porque desde el primer número publicamos la sección Comunicación, pensada para informar sobre los delitos, vicios y silencios del cártel mediático bipartidista; la obscena concentración empresarial del sector, su connivencia con el Ibex35 y su amor ciego, sordo y mudo por el Estado monárquico corrupto, ese que Guillem Martínez bautizó como El Régimen / La Cosa.
En aquellos días, los medios digitales, mixtos y nativos, trataban de superar la crisis económica, social y constitucional en curso, y el hundimiento de la credibilidad de la prensa, inundando las pantallas de sus “usuarios” con doscientos o trescientos “contenidos” diarios gratuitos. La única pasión de los editores era (y sigue siendo, brrr) el click: obtener pinchazos, es decir, “audiencia”, de cualquier manera para optar al jugoso reparto de la publicidad institucional y a las migajas del mercado privado controlado por Silicon Valley. (Por cierto: docenas de anunciantes públicos y privados inyectan cada año millones en algunos medios progresistas. CTXT solo cuenta con el apoyo de dos, que aportan menos del 10% de nuestro presupuesto anual. Nuestro regalo de cumpleaños ideal sería sumar unos cientos de suscripciones más; si aún no se ha suscrito, hágalo acá, carajo).
Lejos de copiar aquellas tendencias suicidas, que daban la misma jerarquía en portada a la crónica de un corresponsal de guerra que a un publirreportaje de champú, decidimos hacer lo contrario. Contra la audiencia, lectura; contra el click, el clock.
Salimos al éter con una portada de pobres: cuatro cajas peladas y mondadas. Pero menos era más. Tres firmas de mujeres, más la de Roberto Saviano, mi mejor amigo napolitano. Y dentro de las cuatro ventanas, casi escondidos, unos textos interminables que iban a misa. Y ni un solo anuncio, claro.
La idea era parecernos lo menos posible a los medios que habían elegido ignorar el interés general para defender el asalto ordoliberal a la periferia sur europea y destrozar, de paso, usando las peores artes del sindicato del crimen y publicando mentiras a sabiendas, a los representantes de los partidos surgidos como reacción a aquellos recortes criminales, léase Podemos y Syriza. Aquellos medios habían dejado a la mitad de los periodistas del país en paro aplicando las reformas de Merkel / Zapatero / Rajoy, habían convertido las redacciones en granjas extensivas de noticias y se habían entregado a una orgía sadomaso de anuncios que estallaban en la cara del “lector”.
Las secuelas del 15M, aquel terremoto social y cultural contra el “todo atado y bien atado” del 78 –corrupción e impunidad del capitalismo de amigotes, final de la leyenda urbana de la Transición modélica, sistema de partido único de los negocios con dos siglas y colores, más trampantojo/abdicación/huída del jefe del Estado evasor–, produjo un inédito ataque de pánico-terror en las élites. Y muchos medios eligieron difamar a quienes denunciaban ese estado de cosas, negando de paso la validez del voto de millones de personas que solo pedían socorro. Por supuesto, nadie admitió su fracaso ni se hizo a un lado para dejar paso a una generación de periodistas menos mafiosa e irresponsable.
Gracias en buena parte a esos renuncios, CTXT superó con muchas fatigas y algunas alegrías inesperadas el primer año de precariado forzoso. Gracias a Twitter (quién lo diría, eh), la gente empezaba a conocernos, a leernos y a difundirnos. Así que en mayo 2016 hicimos un segundo crowdfunding en Goteo (El Contexto lo es todo), que nos permitió empezar a sumar suscripciones y firmar las primeras nóminas a algunos fundadores. Debimos tener cierto éxito en los círculos socioliberales, porque la consultora Llorente y Cuenca (ala ultralib del PSOE) nos plagió el logo, el concepto y la cabecera y ya se disponía a vender a sus abonados un boletín titulado Contexto Económico cuando un amigo nos avisó de la superchería. Fuimos a verlos, les llamamos chorizos, y logramos que frenaran el saqueo y pagaran diez suscripciones anuales durante unos años. Menuda tropa.
Para intentar llegar más lejos, firmamos un acuerdo con Infolibre (gracias, Maraña), otro con la revista de EEUU The Baffler, y luego nos mudamos a Público (gracias, Bayo, Delás, Pardo de Vera y Virginia). Y se nos ocurrió poner en práctica una de las medidas ideadas por Julia Cagé (la lista de la pareja Piketty-Cagé) para democratizar los medios: lanzar una ampliación de capital con participaciones de 500 euros a la que, nadie sabe cómo, acudieron decenas de crédulos y amorosos lectores y lectoras (hoy los dueños de Contexto somos 190 pequeños accionistas).
En 2017, pudimos premiar a nuestros primeros suscriptores con El Dobladillo, la revista en papel más barata y bonita del mundo (copiamos el formato de la francesa Le1, que nos trajo de París la amiga y mecenas Carmen de la Ossa), y nos fuimos a repartirla bajo el aguacero con una panda de jovenzanos a Vistalegre II. El titular de portada, “Podemos: refundación o suicidio”, resumía la línea editorial de la revista desde el inicio: “Izquierda: unidad o barbarie”.
Este lema ha sido durante los últimos diez años el principal eje de nuestros editoriales sobre política española, y ha tenido un enriquecedor reflejo en el consejo editorial y en la revista, donde han convivido sin llegar a las manos –inspiren– felipistas, zapateristas, sanchistas, federalistas andaluces y catalanes, cuadros del PC y de IU con y sin botellín, anticapis, kichistas, carmenistas, municipalistas, ecolos a favor y en contra del litio, pablistas (él mismo), irenistas y anti-irenistas, errejoners, yolandistas y más-madridistas (socorro), anarquistas, sindicalistas, las mareas y los que limpiaron lo del Prestige, feministas de cátedra y de calle, activistas trans, gitanas y LGTBI, quincemayistas sin cargo, un laborista de Liverpool, el italiano amenazado por la Camorra, un holandés errante (Faber), varios jueces zurdos (por si las moscas), sin olvidarnos de vascos, asturianos, leonesas y valencianos (y algún ciudadaner y algún rojipardillo se nos coló también) –y expiren–.
Otra canción fue, por supuesto, el traslado de la teoría a la práctica, de las musas al teatro: a la criminal persecución (política, judicial, empresarial, policial y mediática) de las cloacas y otros delincuentes con toga, placa o carné de prensa contra Podemos y sus aliados, se sumaron demasiado pronto las broncas internas, traiciones, purgas y escisiones, deportes favoritos de las izquierdas desde la Toma de la Bastilla.
CTXT defendió incansablemente, entre 2015 y 2018 y más allá, que la ciudadanía había dicho en las urnas un par de cosas; a) que la izquierda debía formar coaliciones electorales para no tirar un solo voto a la basura, y b) que el gobierno de coalición “socialcomunista”, con el apoyo de nacionalistas de diversa ralea, era la mejor manera de intentar dejar atrás el país de la Gürtel, Glez., Florentino, Noos, el rey inviolable y Verónica, la máxima autoridad del PSOE.
Si hemos logrado sobrevivir diez años a los vetos y la censura del R’78 es porque mucha gente se sentía indignada, expulsada, huérfana, y necesitaba entender qué rayos había sucedido
Una década después, el balance suma cero es tan deprimente que lo mejor es abstenerse hoy, día de celebración, de esbozar un inventario más cumplido.
El caso es que CTXT y otros medios alternativos nacimos en aquellos años por pura necesidad vital, sin comadronas ni toallas. A la intemperie, con el único pulmón de las comunidades de lectores empeñadas en rebelarse contra aquel Gatopardo generacional y de clase. Si hemos logrado sobrevivir diez años a los vetos y la censura del R’78 es porque mucha gente se sentía indignada, expulsada, huérfana, y necesitaba entender qué rayos había sucedido y adivinar si iba a ser posible o no canalizar sus esperanzas de un cambio real.
CTXT era solo una patera, pero el tamaño no importaba. Lo crucial era recuperar, como dijo el Cholo Simeone en otro contexto, el sentimiento de pertenencia de la gente hacia los medios. Escuchar a la juventud sin futuro, dar voz a las minorías amordazadas, buscar firmas nuevas, periféricas y heterodoxas, ser transparentes, majos y horizontales, duros con los poderosos y amables con los olvidados. Hacer un periodismo limpio, claro y riguroso, a la inglesa, pero a la vez comprometido, valiente y cercano. Por eso usamos las redes sociales (antes de que las jodieran Trump y sus secuaces) para hacer comunidad desde el estilo opuesto al de la revista: interpelando sin tapujos a los partidos y las instituciones; pateando las plazas, las manifas y las fosas en directo (gracias, Willy Veleta); interactuando con los seguidores y a ratos posteando verdaderas macarradas. Reconozco que algunas veces se me fue la mano. Pero qué carajo, yo también estaba indignado. Y al fin y al cabo CTXT era (y es) una utopía libertaria, no un convento de clarisas (mal ejemplo, me temo).
La idea era informar y movilizar (contexto y acción) a los ciudadanos, tratándolos como personas pensantes y cómplices, y tratar de cumplir aquello tan bonito que dijo De Gaulle sobre Combat, el fugaz periódico antifa de Albert Camus: “Son ingobernables, pero, putain, qué buenos son”.
Así surgieron algunas iniciativas insensatas. La producción, en 2016, del documental y libro El síntoma Trump, realizado (¡en Estados Unidos!) por Álvaro de Guzmán y Héctor Muniente. Las Jornadas Feministas de Zaragoza, en 2018 (gracias, Joaquín Estefanía, por la idea), donde Belén Barreiro presentó la primera gran encuesta sobre el feminismo en España. El lanzamiento de la edición en catalán, Ctxt.cat, en 2019, cuando tantos se dedicaban a alimentar la venganza ordenada por el monarca suplente contra el procés. La apertura del Taller de CTXT, aquel mismo año, que intentó inventar el agotador concepto redacción+cervezas+librería+eventos (mil gracias, Carlos G. de la Vega y Adriana M. Andrade, por ser tan buenos mesoneros / libreros). La creación de nuestro pequeño sello editorial, primero con Lengua de Trapo y después en solitario. Y la realización, en 2020 y 2021, de las encuestas sobre la monarquía que Tezanos se negaba a hacer. Fueron financiadas en apenas veinticuatro horas por las comunidades de las quince cabeceras de la Plataforma de Medios Independientes (maravillosa idea que sería reventada desde dentro por los submarinos progres del Grupo Planeta).
En fin, tengo que ir acabando ya, pero no puedo hacerlo sin hablar de mi mayor error, de nuestra sección más odiada. Se llama La Colchonería, y es la reserva atlética de CTXT, pero su filosofía editorial es la misma que la de la revista y por eso siempre ha sido crítica con los nazis del fondo sur y con los dos directivos prescritos que robaron el club a sus socios. Como prueba de esa radical independencia, solo un dato: el Club Atlético de Madrid nos ha concedido cero entrevistas en diez años.
Esta revista solo ha tenido y tendrá dos lealtades incondicionales, Chomsky y El Cholo. Suena marciano, lo sé, pero si se fijan bien, comparten filosofía
Mucha gente, incluso entre los ocho redactores, los casi 200 accionistas y los cerca de 10.000 suscriptores, se pregunta por qué mantenemos este capricho absurdo. Dos razones. Una: el libro Memorias del Calderón, de Ennio Sotanaz, es el más vendido de la colección Escritos Contextatarios, y ha contribuido generosamente a financiar la revista. Dos: es obligado luchar, también escribiendo sobre fútbol, contra el nacionalmadridismo y el ayusismo sociológico. En CTXT no arriesgamos nuestro precario patrimonio y nuestro dudoso prestigio para acabar, como tantos otros, afiliados a la Asociación de la Prensa Cierva de Florentino Pérez.
Último secreto, a voces: ese tal Pérez es el tipo con más poder de España. El oligarca, el intocable capo de los dos duopolios turnistas que controlan el 90% de los medios desde hace al menos medio siglo: la falsa rivalidad Barça-Real Madrid (Trampes-Trampas) y el bipartidismo “y tú más” PP-PSOE. Y lo que más odia, lo que no puede ni ver, son el Atleti de Simeone y a los medios y periodistas que no se pliegan a sus dineros, sus deseos y sus órdenes. Así que, mientras CTXT siga existiendo y este obtuso baranda resista, seguiremos combatiendo El Mal con un colchón a rayas.
Como quizá ya saben, esta revista solo ha tenido y tendrá dos lealtades incondicionales, Chomsky y El Cholo. Suena marciano, lo sé, pero si se fijan bien, comparten la misma filosofía: “No consuman” (prensa manipuladora, progresista –pero poco– o vendida al gran capital).
Y hasta aquí puedo escribir. Pido disculpas por la sábana, sobre todo a las y los explotados coautores de este libro (cómprelo, mujer) que solo han tenido 750 palabras para contar sus cuitas y memorias, y encima gratis et amore.
Agradezco, de corazón, a las y los colaboradores, consejeros/as editoriales, currantes, amigas/os, socios/as, suscriptores, donantes, accionistas y demás parientes por habernos ayudado y acompañado durante estos primeros diez años.
Intentaremos sobrevivir diez más, al menos. Nada nos gustaría más que llegar vivos de milagro a 2035 y poder afirmar que este país y su prensa son mejores de lo que eran cuando nació CTXT, aquella gélida noche del 15 de enero de 2015, mientras Fernando Torres metía dos goles al Madríz bajo el palco del Bernabéu; uno a la derechona del faraón Pérez I, y el otro a su izquierdita neoliberal.
¡Salud y libertad!
P.S.1 Ah, por si no nos vemos dentro de diez años: para mí ha sido un verdadero placer estar a su servicio.
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Miguel Mora es el director de CTXT desde 2015. Desde 2024 es también consejero delegado de Revista Contexto S.L.
Esta pieza forma parte del libro CTXT, una utopía en marcha, en el que sesenta y siete firmas hablan sobre los primeros diez años de funcionamiento de la revista y su contexto político. Se puede comprar aquí.
...Autor >
Miguel Mora
es director de CTXT. Fue corresponsal de El País en Lisboa, Roma y París. En 2011 fue galardonado con el premio Francisco Cerecedo y con el Livio Zanetti al mejor corresponsal extranjero en Italia. En 2010, obtuvo el premio del Parlamento Europeo al mejor reportaje sobre la integración de las minorías. Es autor de los libros 'La voz de los flamencos' (Siruela 2008) y 'El mejor año de nuestras vidas' (Ediciones B).
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