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Eeuu, era Trump. / Pedripol
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Querida comunidad:
El presi de un Estado, al que Trump amenazó con freírlo a aranceles si no permitía el aterrizaje de un avión cargado de inmigrantes, en el trance de asumir que se iba a comer con patatas ese y todos los aviones que le enviaran, le dio por ponerse lírico y elaborar un discurso apelando a los sentimientos, que posteriormente colgó en redes sociales. En CTXT tuvimos un arranque colectivo de colgar ese tuit como si fuera un artículo. Finalmente no lo hicimos. De alguna forma, tras el calentón inicial, consideramos que el trabajo de los políticos es radicalmente contrario al de los rapsodas. Si los políticos están en contra de una medida que, finalmente, se la tienen que tragar en modo no-hay-tu-tía, deberían explicar por qué se la envainan, argumentar el fracaso y no ponerse líricos, no apelar a otra serie cultural que no es la política. En términos generales, es bueno exigir a los políticos materialidad –iba a decir materialismo; ¿lo recuerdan, snif?– antes que palabras y llamamientos a los sentimientos, esas cosas que, como recordarán, en política las carga el diablo. La apelación a los sentimientos, por parte de los políticos, siempre tiene gato encerrado. Lo entenderemos mejor si observamos al mejor poeta en prosa en castellano del mundo mundial, y a uno de los mejores de la liga peninsular, más discreta. Ambos fueron políticos de profesión, por cierto. El primero no es otro que José Martí, el mejor poeta en prosa jamás habido, sin la menor duda, en nuestro ámbito lingüístico. Su prosa es una explosión turbadora y constante y sorprendente, que te deja del revés y te hace próximo y sensible a lo cierto, esa categoría superior a la de lo real. Y más intensa. Utilizó, claro, esa prosa también como herramienta política –la sentimentalidad es una herramienta de la política, no LA herramienta; en política, se pueden decir cosas eléctricas periódicamente, pero no decirlas constantemente, como un vendedor de crecepelo, o un político de los años treinta o cuarenta del siglo XX–, y a su vez la limitó absolutamente. Exigió que en la política –en la revolución incluso, donde la política es más movidita, por lo que admite posturas raras– fuera ética y transparente. Sobria, real. No lo consiguió, a pesar de dejar su vida empeñada literalmente en ello. El segundo poeta en prosa aludido, al que he calificado como uno de los mejores poetas en prosa de la península, deja más claro que Martí –al cabo, un genio incuestionable– los límites del género. Se trata de José Antonio. Un brillante escritor –que había leído a Martí y a Ortega, fijo–, si bien un político fatídico, nefasto, prescindible, vinculado a todos los tics del fascismo de los años treinta –uno de ellos, el asesinato–. Y, en efecto, la poesía en prosa en política puede ser trascendente –Martí–, pero por lo general confunde más de lo que explica, por lo que se parece, mucho, a hacer trampas –José Antonio–.
En un mundo, en fin, en el que una nueva extrema derecha tiene un discurso sentimental descomunal –como siempre, la nación, la familia, la religión, si bien ahora con novedades: los sueños, la libertad, la revolución inaudita en la economía y en la vida–, parece, no obstante, que estamos condenados a un contacto íntimo con la sentimentalidad en política. Es más, en toda Europa y América no paran de aparecer políticos de izquierdas o progresistas dispuestos a competir con las derechas en su propio campo: la sentimentalidad, la identidad, la electricidad a toda costa, sustentada en hechos reales, pero que suele hospedarse en las palabras antes que en la realidad. Algo, por cierto, que no ocurrió en los años treinta, momento en el que las izquierdas se enfrentaron a la tormenta léxica y sentimental de los fascismos desde otra casilla, sumamente diferente. De esa época, por ejemplo, data un suceso protagonizado por Léon Blum, presi del gobierno de Francia en 1936, cuando el golpe de Estado en España. Aquel verano, un comité de solidaridad con España convocó en París una manifestación contra la no intervención –la opción defendida por León Blum, por cierto, al punto de imponerla–. Al finalizar la mani, se iniciaron los parlamentos. Y, de pronto, de manera imprevista, Blum se presentó en la tribuna de aquella mani contra el gobierno y empezó a hilvanar un discurso, en el que explicaba, con detalle, que tenía las manos atadas por Gran Bretaña, por lo que no podía hacer nada contra la no intervención. Su discurso no fue sentimental, sino realista, didáctico. Si bien hizo algo que nunca se había visto en la política –y que hoy es tan harto frecuente que ya no significa nada–. Lloró. Se quedó sin palabras y empezó a llorar, al reconocer, como político, como presidente del gobierno, que la soberanía era menor de la supuesta. No era un llanto sentimental, por cierto, sino el de una persona humillada, que estaba reconociendo el límite de la política, esa cosa de la que nadie habla hoy, cuando ese límite está más cerca de las narices. Porque es preciso señalar que, a pesar de sus manos atadas, Blum, aquel pollo, para entonces ya había instaurado las vacaciones pagadas, ya había nacionalizado los ferrocarriles y, en pocas semanas, posibilitaría el envío a la República Española, de estranjis, mirando hacia otro lado, de unos aviones Potez.
El sentido de estas líneas es eso, animarles a llorar de impotencia, pero también animarles a nacionalizar los ferrocarriles. Es decir, pasar de la sentimentalidad en política. Como de la peste. No valorarla en los políticos. Un político sentimental es como un médico sádico, un sinsentido que, si se ve, es necesario denunciar. Y, sí, la sentimentalidad es parte de la política en tanto es parte de nosotros. Nuestra ideología está cerrada y confirmada a los 15 años de edad, momento en el que, de alguna forma, tal vez sentimental, poco argumentativa o racional, sabemos si estamos a favor de la igualdad o en contra. Es normal que la sentimentalidad nos acompañe desde esa edad en nuestras decisiones políticas, por eso mismo. Pero tampoco le den mucha bola. No recurran mucho a ella, habiendo otros argumentos más sexis. Es más, miren cómo los chicos y chicas de la no-igualdad se ponen como motos con la sentimentalidad, e intenten evitarlo. La sentimentalidad está copando la política –lo hará aún más, amiguitos, y no en la línea del gran Martí, sino en la de los pequeños José Antonio– y, por lo mismo, también está copando la información, por lo que tenemos que defender nuestra propia e unívoca sentimentalidad –nuestro tesoro, nuestro secreto, nuestra esencia– de los malos. Nos están bombardeando con sentimientos. No respondamos con sentimientos, o estaremos perdidos. No los ensuciemos en esos trabajitos. O habremos perdido.
El sentido de esta carta era tan básico y cutre como todo eso. Les he escrito esta carta, sencillamente, para proponerles que defiendan sus sentimientos a ultranza y que, por lo mismo, no los mezclen, ensucien, ni confundan con esos sentimientos de segunda o tercera mano que construye la política. El sentido de esta carta era agradecerles que nos lo permitan hacer en CTXT. Hablar de lo que pasa, no de las olas que empapan todo lo que pasa con una violenta confusión sentimental. No sabemos lo que es el trumpismo, por cierto, pero si lo describimos, dejaremos de ver las olas que lo esconden. Quedará, supongo, como un perro mojado, todo huesos, esquelético, sin las olas que le movían el pelaje. Gracias por animarnos a hacerlo y por participar en ello.
Por mi parte, les dejo, ahora mismo, para volver a mi actividad constante. Buscar un mechero en este desorden de casa.
Atentamente,
Guillem Martínez
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El presi de un Estado, al que Trump amenazó con freírlo a aranceles si no permitía el aterrizaje de un avión cargado de inmigrantes, en el trance de asumir que se iba a comer con patatas ese y todos los aviones que le enviaran, le dio por ponerse lírico y...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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