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Un tipo con cara de universitario y una pinta de cerveza en la mano me mira desde un panfleto electoral que reparten en la puerta del supermercado. Es Richard Hendron, el joven candidato del UKIP para los barrios de Londres Brentford y Isleworth y no tiene muchas posibilidades de ganar en las elecciones del jueves, por no decir ninguna. Saberlo me reconforta. En este país donde el alcohol hace estragos y puedes ver sus efectos cada fin de semana en el último metro del día asistiendo a escenas de ciencia ficción que no cabrían ni en las memorias de los replicantes de Blade Runner, que los candidatos ‘se vendan’ abrazados a un vaso de cerveza es una metáfora de lo simplona que puede ser a veces la política. Y los votantes. Por suerte, o por desgracia, este barrio es muy conservador así que no van a echar a una señora muy seria llamada Mary Macleod para poner en su lugar a un expolicía que va de guaperas y que ingiere líquidos como parte de su programa electoral -y, sólo un detalle, promete quitar el carril bus para mejorar el tráfico de la ciudad...-.
Desde que arrancó la campaña electoral, el jefe de Hendron, Nigel Farage, líder del UKIP y representante de éste en el Parlamento Europeo, aparece a diario en la prensa sujetando vasos de pintas en posturas de lo más variadas. Daría para un álbum de cromos, o para un juego -‘Adivina dónde se tomó esta birra’-, puesto que ha convertido su campaña -como ya hizo durante la europea- en una peregrinación alcohólica cuyo recorrido abarca toda la geografía nacional. Farage, un señor casado con una alemana, habla de los inmigrantes "que nos quitan el trabajo" (todos, los europeos y los de otros países) mientras saborea ‘la esencia inglesa’ cada vez que se le pone a tiro un pub, esa institución tan británica como la monarquía y abrumadoramente más popular. Sí, es cierto, la mayoría de los ingleses adoran a sus reyes, príncipes y princesas pero en su orden de prioridades la cerveza se lleva la corona.
El UKIP, como todos los partidos de ultraderecha, busca la cercanía con el pueblo a través de los símbolos más sencillos, y en Gran Bretaña el pub y la pinta son los lugares con los que se identifican todos, aunque en especial la clase trabajadora. Lo describía magistralmente el artista Grayson Perry en su serie documental sobre el gusto de las clases inglesas In the best possible taste: según este artista, mientras que para la clase media su casa es el espejo de su condición económica, las clases populares utilizan sus peinados, sus tatuajes y su forma de vestir para decirle al mundo quiénes son y adónde pertenecen y eso, además, no se hace en la casa de uno en cenas con manteles comprados en el último mercadillo molón de Londres, sino en el pub.
No deja de sorprenderme que el truco de la cerveza dé resultado: el UKIP aspira a conseguir este jueves el 8% de los votos, sólo que con el sistema electoral mayoritario, que favorece al bipartidismo, tiene pocas posibilidades de tener representación en el Parlamento, quizás arañe uno o como mucho dos diputados. Farage, con una abultada cuenta bancaria fruto de sus años cobrando bonus como broker en la City, le habla al pueblo como si fuera uno de ellos: critica a los ricos (aunque él también lo sea), dice que bajará los impuestos (y sin duda lo haría, sobre todo los suyos y los de la gente con altos ingresos como él), ataca a Europa porque obliga al Reino Unido a repartir su riqueza con países más pobres – pero allí está cobrando un sueldo de la Unión Europea como parlamentario- y, como lo hace enarbolando una pinta, la gente se cree su discurso.
Ocurría lo mismo con el estadounidense George W. Bush, un hombre millonario de familia que cambió sus problemas con el alcohol por la entrega ciega a la Biblia y que tras convertirse en cristiano renacido emprendió una carrera política que le llevó hasta la presidencia de Estados Unidos en 2000. En aquella inolvidable campaña contra Al Gore -y el pucherazo posterior-, sus simpatizantes solían decir: "Es un tipo muy cercano con el que me podría tomar una cerveza en el bar". Y eso que el personaje ya no bebía. Pero no por ello dejó de pisar algún que otro garito en su campaña para apoyarse en la barra y mostrarse ‘cercano al pueblo’.
Ante personajes como estos yo entiendo que los jóvenes se sientan desencantados con la política y prefieran hacer las cosas de otra manera. Según las encuestas, sólo el 16% de los jóvenes está seguro de que votará el jueves. Pero el Reino Unido es hoy un apasionante mapa de organizaciones pequeñas y muy combativas habitadas precisamente por jóvenes con objetivos ambiciosos: evitar desahucios y conseguir vivienda social digna -Focus E15-, subrayar los efectos de los programas de austeridad -UK Uncut- o eliminar las empresas de combustibles fósiles de los fondos con los que se financian las universidades -People and Planet-. Se trata de un mapa en cierto modo muy parecido al de España. Y si tuviera que elegir con quién tomarme una cerveza no tendría dudas de a quién elegir, aunque haya quien los llame, despectivamente, antisistema. Pero algo debe de fallar en el sistema cuando la política hay que buscarla en el fondo de un vaso de cerveza, así que ¿cómo culpar a los jóvenes de vivirla al margen de los circuitos establecidos? En cuanto a mí, me gustaría poder votar, aunque fuera para poder elegir entre Guatemala o Guatepeor -hace cien años, siendo mujer, ni siquiera hubiera tenido ese derecho- pero, siendo española, no tengo permiso para votar en Reino Unido así que el jueves buscaré consuelo, y no política, abrazada a una cerveza.
Un tipo con cara de universitario y una pinta de cerveza en la mano me mira desde un panfleto electoral que reparten en la puerta del supermercado. Es Richard Hendron, el joven candidato del...
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Barbara Celis
Vive en Roma, donde trabaja como consultora en comunicación. Ha sido corresponsal freelance en Nueva York, Londres y Taipei para Ctxt, El Pais, El Confidencial y otros. Es directora del documental Surviving Amina. Ha recibido cuatro premios de periodismo.Su pasión es la cultura, su nueva batalla el cambio climático..
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