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Me importan muy poco las promesas. Suelo responder con indiferencia cuando alguien me hace una desde que yo mismo comprobé su debilidad siendo un crío y un día le prometí a mi madre que si confiaba en mí no se arrepentiría. Y se arrepintió.
Ante una promesa reacciono de forma plana e inerte. Como si alguien me enseñase las fotos de su gato o pronunciase cualquier oración enunciativa intrascendente, del tipo "La puerta es verde" o "Ilsebill volvió a salar". El valor de una promesa no es superior al de cualquiera de esas dos frases. No pesa más. No tiene una mayor consistencia. Una promesa, en sí, no significa nada. Antes de su cumplimiento ni siquiera existe. Es solo una frase elástica, tramposa, del mismo modo que un cheque solo lo es en el momento de ser cobrado y hasta entonces no es más que papel. Su cumplimiento, ajeno a la frase misma, se producirá o no dependiendo de las consecuencias que se deriven de no hacerlo.
De entre todas ellas, la más volátil y marchita es quizá la promesa electoral. En cuanto destapas una te das cuenta de su olor a rancio. Como aquellas chaquetas antiguas que tu abuelo, con fiel sentido de la actualidad, había condenado al olvido dentro de un armario, invadidas por la naftalina. La promesa electoral suele ser una frase vieja y mal conservada. Puedes advertir incluso una fina película de moho instalada desde hace siglos entre el sujeto, el verbo y el predicado. Se lleva repitiendo sin variación a lo largo de generaciones, valiéndose de parches y remiendos que disimulan la corrosión, pero sigue siendo útil a algunos, a pesar de su caducidad, para decir lo que los demás quieren oír. Y por desgracia muchos la toman por buena a la desesperada, como un balón colgado a ciegas en el área pequeña, tal vez confiando en que sea una de esas cosas a las que se refería Josep Pla al describir el propio mundo, celebrando que funcionasen aunque todas fuesen mal.
Pero lo cierto es que no funcionan. Como las promesas que se le hacen a un niño pequeño, se agotan con solo pronunciarlas porque no se van a cumplir jamás. Y algunas son tan absurdas, y por lo tanto tan insultantes, que no duran ni siquiera eso. "Vamos a construir una playa en el parque González Hontoria, con su agua, su arena y su chiringuito", prometía hace unos días María José García Pelayo, alcaldesa de Jerez y candidata a la reelección, mientras todavía resonaban los ecos de las grabaciones a Alfonso Rus, explicando que todo consiste en crear la ilusión de gobernar: "Dije: traeré la playa a Xàtiva. ¡Y se lo creyeron! ¡Si yo mando, traeré la playa! Y van y se lo creen todo. ¡Serán burros! ¡Y me votaron!". Estos días he escuchado a uno de los candidatos de mi municipio, que podría ser el de cualquiera, prometer que eliminará los parquímetros. A otro prometer que la ciudad estará más limpia. Y a otro decir que si queremos que el ayuntamiento esté bien gestionado y bajen los impuestos, le votemos a él. Se conoce que si votas a otro es porque quieres un ayuntamiento mal gestionado e impuestos más altos. Habría que ser idiota para no votarle.
Hay una frase de Quevedo que resume con precisión el espíritu de la promesa electoral: "Nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir". En unos días tocará ejercer el derecho al voto. Algunos se lo guardarán en el bolsillo y otros, los que todavía albergan la esperanza de que sirva para algo, lo colocarán con cuidado sobre la superficie de esta ciénaga en que se ha convertido el panorama político, confiando en que no se ensucie demasiado. Los segundos tengan muy presente a Quevedo al hacerlo y recelen de quienes les prometan que si confían en ellos no se arrepentirán. Pregunten si no a mi madre.
Me importan muy poco las promesas. Suelo responder con indiferencia cuando alguien me hace una desde que yo mismo comprobé su debilidad siendo un crío y un día le prometí a mi madre que si confiaba en mí no se arrepentiría. Y se arrepintió.
Ante una promesa reacciono de forma plana e...
Autor >
Manuel de Lorenzo
Jurista de formación, músico de vocación y prosista de profesión, Manuel de Lorenzo es columnista en Jot Down, CTXT, El Progreso y El Diario de Pontevedra, escribe guiones cuando le dejan y toca la guitarra en la banda BestLife UnderYourSeat.
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