Enrico Toti: el ciclista-soldado con una sola pierna
Las naciones necesitan héroes, y los necesitan cuando estas son jóvenes, territorios que balbucean, cuando aún no han formado del todo su personalidad y están creando las aristas de lo que mañana será historia o mito, dependiendo de quien lo cuente.
Marcos Pereda 20/05/2015
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Las naciones necesitan héroes, y los necesitan sobre todo cuando estas son jóvenes, cuando son territorios que balbucean, cuando aún no han formado del todo su personalidad, cuando están creando las aristas de lo que mañana será historia o mito, dependiendo de quien lo cuente. Por eso en Francia hay un Roldan, en Castilla hay un Cid, en Aragón hay almogávares, en Inglaterra Rey Arturo. Por eso los héroes de Italia tenían que aparecer a principios del siglo XX, cuando el país estaba en pañales, cuando tenían en mente el Risorgimento. Y por eso, precisamente, resultan seres más pintorescos, más reales, más humanos. Coppi lo fue, el frágil Coppi, el polémico Coppi. Bartali lo fue, con su estilo tosco, con su mentalidad de hierro. Pero hubo otro héroe, otro entre tantos, uno desconocido, uno fascinante. Enrico Toti. Esta es su historia. La historia del soldado-ciclista sin pierna…
Cuando un símbolo cae siempre hay otro que surge. En 1882 muere en Caprera, una pequeña isla sarda, Giuseppe Garibaldi. Ese mismo año nace en la capital italiana Enrico Toti, familia pobre, con todos sus miembros trabajando en labores de mantenimiento de ferrocarriles, destino fijado, apenas un niño que se lanza a ganarse el jornal. Y, en 1908, el drama: Toti sufre un horrible accidente en el que pierde la pierna izquierda. Queda postrado en un primer momento en la cama, hasta que encuentra la forma de solventar su inmovilidad, una antigua bicicleta que su padre usaba para ir al trabajo. Se sube a ella, se da cuenta de que puede llegar aún más lejos de lo que lo hacía antes con sus piernas. Halla, según sus palabras, libertad.
Tras sufrir un horrible accidente, Toti queda postrado en la cama hasta que se sube a una bicicleta y descubre que puede llegar aún más lejos de lo que lo hacía con sus piernas. Halla la libertad
Aún más, el joven Enrico no es tonto (luego veremos que degenera ligeramente…), y pronto aprecia la posibilidad de sacarle partido al asunto. La figura de un ciclista cojo (le habían amputado la pierna a la altura de la cadera) resulta llamativa para todos los que le ven, así que Toti decide que quizás pueda ganarse la vida así. Está decidido: recorrerá Europa sobre dos ruedas, convirtiéndose en un espectáculo ambulante. Y así lo hace. Pasa por Francia, por Bélgica, por Dinamarca, entra en Alemania e incluso va a Austria. En Viena, dice, unos desconocidos le arrancan el brazalete con la bandera italiana que siempre lleva puesto. Es, realidad o ficción, el comienzo de otro mito.
Y es que a Enrico Toti se le puede definir con tres palabras: pundonor, fantasía y patriotismo. De la primera ya ha dado bastantes muestras, y alguna más que contaremos. La segunda le lleva a inventarse encuentros casuales con personajes importantes por toda Europa, de tal forma que, si le creemos, pareciera que no hay nadie de renombre en el continente que no lo hubiera visto, saludado e invitado a cenar.
Y el patriotismo… Toti amaba profundamente a Italia, casi tanto como odiaba a Austria. Hay que recordar que el momento en el que vive es especialmente tenso entre el recién nacido Estado italiano y el Imperio de los Habsburgo, con disputas territoriales en varios puntos y un sentimiento generalizado de enfrentamiento para ambas potencias surgido tras la unificación garibaldina que algunos quieren llevar hasta el Tratado postnapoleónico de Viena. Por ello, cuando el 23 de mayo de 1915 el Reino de Italia declara la guerra al Imperio Austro-Húngaro, dentro del marco de la Primera Guerra Mundial, Enrico Toti siente cómo su sangre hierve. Entrará en combate, eso lo tiene claro. Matará austriacos.
Toti amaba profundamente a Italia, casi tanto como odiaba a Austria. Y cuando en 1915 Italia declara la guerra al Imperio Austro-Húngaro, Toti siente cómo su sangre hierve. Entrará en combate, eso lo tiene claro
Así que, animado, coge su bicicleta y llega pedaleando hasta el noreste del país, la zona alpina donde se va a situar, con ligeras variaciones, el frente durante toda la Primera Guerra Mundial. Pero, cuando llega allí, se topa con la cruda realidad. Nadie le necesita, nadie le quiere cerca de la acción. ¿Tú te has visto? Para qué querríamos un ciclista cojo, aquí nos hacen falta hombres completos, los lisiados salen del frente, no llegan a él. No, Enrico, vuelve a Roma, vuelve a entretener a todos con tus piruetas. Aquí no pintas nada.
Pero Toti, el pequeño Toti, el ciclista de una sola pierna, Toti, ese Toti, no se rinde. Su celo patriótico se lo impide. Así que se queda por la zona, paseando con su bicicleta entre las tropas, intentando demostrar que realmente sería útil como enlace, como combatiente. No le han llamado. Un par de veces es arrestado, acusado de espía, de qué otra forma se podría explicar esa insistencia en estar cerca del frente, esos paseos sin aparente fin… Le ponen en libertad y vuelve a las andadas, pero ahora son los propios soldados italianos los que le increpan, le tiran piedras, le golpean. Su fiebre bélica les hace quedar mal a ellos, que están allí obligados, que intentan pasar la guerra sin que les maten. Aquel extraño personaje, alguien dispuesto por todos los medios a morir, dicen, realza su poca disponibilidad para el combate.
Qué más da, a estas alturas ya nos habremos dado cuenta de que el tipo era algo lento para coger las indirectas. O que era un iluminado. O, sencillamente, un chiflado. No importa, el caso es que el 5 de julio de 1915 va un poco más allá y se cuela en una trinchera en la zona de Cormons, en primera línea de fuego, esperando ser aceptado por el Ejército a las bravas. No hay suerte, de forma inesperada alguien descubre que solo tiene una pierna y llama al general, que llama a los carabineros, que, según sus propias palabras, le envían empaquetado lejos de allí, a su Roma natal.
Las cartas que envía desde el frente son toda una muestra de su espíritu alucinado y ajeno a la realidad. Se cree invulnerable, alguien perteneciente a una clase especial, todo un ejemplo para los jóvenes de su país
Para nadie es una sorpresa que en poco más de cuatro meses el corajudo, idealista y algo obtuso Toti esté de vuelta en el Friuli dispuesto a entrar valientemente en combate. Las cartas que envía diariamente a su hermana son toda una muestra de su espíritu alucinado y ajeno a la realidad, con un Enrico que se cree invulnerable, alguien “perteneciente a una clase especial”, todo un ejemplo para los jóvenes de su país. Sin duda, dice, será llamado a las trincheras al día siguiente. Mientras esto ocurre (o no) se gana el sustento recogiendo escombros y vendiendo el metal que balas y bombas van dejando aquí y allá. Un chatarrero en bicicleta. A unos cientos de metros de la más horrenda guerra que jamás se hubiese visto. Y con una sola pierna.
Al fin, se alista como voluntario en el Regimiento de Bersaglieri, la sección de soldados-ciclistas del Ejército italiano donde también combate, entre otros, Ottavio Bottecchia, futuro campeón del Tour de Francia. Nadie le quiere muy cerca, pero nadie parece poder arrojarle demasiado lejos, por lo que la única opción que queda es aceptarle. Y será de esa forma como encuentre la muerte.
El 6 de agosto de 1916 los Bersaglieri intentan tomar una cota cerca de Montefalcone, al norte de la ciudad de Trieste. Es la primera línea de guerra, el fragor de la batalla, lo que Toti siempre ha deseado. Nada más empezar la escaramuza se lanza de forma alocada contra las trincheras enemigas, pedaleando con toda la fuerza de su única pierna. En pocos segundos es abatido por una ráfaga de ametralladora, que lo deja moribundo en el suelo arrasado. Si hacemos caso de lo que nos dice el Boletín del Ejército italiano Toti muere “besando la pluma de su casco (el símbolo de los Bersaglieri), demostrando un alma de auténtico orgullo italiano…”
La inútil muerte de Toti se convierte rápidamente en todo un símbolo dentro de su país. Pronto, muy pronto, su caída deviene en martirio, y su martirio en gloria. El responsable será el periódico ilustrado La Domenica del Corriere, que dedica una página completa a todo color el día 2 de septiembre de 1916 a la “heroica muerte del mutilado Enrico Toti”. Allí aparece dibujado con su flamante uniforme, ese que nunca pudo llegar a vestir porque los voluntarios llevaban otras distinciones. Las leyendas sobre su muerte empiezan a brotar de forma natural. Unos dicen que sus últimas palabras fueron "Nun moro io", que se convertirán en signo de orgullo nacional en el futuro. Porque Toti fue figura fundamental dentro del imaginario fascista que iba a nacer tras el final de la Gran Guerra. El patriota, el que nunca se rindió, el que buscó desesperadamente su muerte en mitad de la batalla. Icono del futurismo, de los poetas, pero también de las camisas negras. El propio Mussolini escribe en 1920: “La Italia del mañana no será la de Misano (Francesco Misano era un parlamentario socialista que defendía un pacifismo furibundo), sino que será la de Toti”.
Al fondo, su cuerpo, su cuerpo pequeño y mutilado, enterrado por el barro, masacrado por el fuego austriaco, en un campo cercano a Montefalcone. El mito sin cuerpo, el cuerpo sin mito.
Las naciones necesitan héroes, y los necesitan sobre todo cuando estas son jóvenes, cuando son territorios que balbucean, cuando aún no han formado del todo su personalidad, cuando están creando las aristas de lo que mañana será historia o mito, dependiendo de quien lo cuente. Por eso en Francia hay un Roldan, en...
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Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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