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¿Cuál es la prueba ciclista más dura de siempre? La respuesta no es sencilla, porque conceptos como la agonía física tienen un contrapunto subjetivo que no permite aprehenderlos de forma precisa. Para unos lo más exigente será pedalear bajo el frío polar en el Bondone, cuando la legendaria cabalgada de Gaul, mientras que otros se irán a los tiempos heroicos del Tour y sus etapas de más de 400 kilómetros, o los de más allá hablarán de las primeras ediciones de la Vuelta a Colombia, con sus puentes de madera a punto de caerse y sus ventajas cifradas en horas. No solo no habrá consenso, sino que todos tendrán algo de razón.
Y, sin embargo, los que escojan el Giro de 1914 quizá sean quienes tengan más argumentos en los que basarse. Jamás una prueba ciclista buscó tanto los límites de la resistencia humana. Jamás se recorrieron tales distancias, se afrontaron tales dificultades, se vivieron tales penurias. Y para hacerlo aún más dramático, el tiempo se puso gruñón y cubrió por completo algunas jornadas con tormentas inmisericordes que parecían recién sacadas de un cuento de hadas. Barro, nieve, frío, polvo. Y, al fondo, los ciclistas que empiezan a asomar la cabeza entre la niebla. Ellos. Los ciclistas. Los héroes.
Parecía decidido que el más preparado sería el ganador del Giro. Nadie podía sospechar el infierno que iba a tener que atravesar
El sexto Giro de Italia se presenta con participación excelente, pues incluye a los vencedores de las primeras cinco ediciones: Luigi Ganna, Carlo Galetti y Carlo Oriani. A eso hay que sumar otros grandes nombres italianos (Pierino Albini, Giovanni Gerbi, Leopoldo Torricelli o un Constante Girardengo que aún no era el campeonissimo que llegó a ser) y dos grandes estrellas extranjeras, dos franceses: Lucien Petit-Breton, el primer ciclista que venció en dos Tours de Francia, y Paul Duboc, cuya hoja de resultados presentaba un segundo puesto en el Tour de 1911 como punto más significativo. Quizá poco llamativo, pero se puede pensar que esa carrera tuvo que ser suya, y si no consiguió alcanzarla fue únicamente porque sufrió un envenenamiento al paso por los Pirineos que le hizo perder mucho tiempo entre las dudas de si se moría o no… Pero esa es, seguramente, otra historia que algún día tendremos que contar, con el líder Garrigou, a quien se culpaba de la situación, compitiendo disfrazado para no ser reconocido por los seguidores de Duboc…
A favor de los más fuertes de aquel Giro iba a estar el hecho de que por primera vez la general se decidiría por la suma de tiempos en todas las etapas, tras unos años probando diferentes sistemas que van desde la clasificación por puntos a otra particularísima por escuadras. De tal forma parecía decidido que el ciclista más preparado sería el ganador del Giro de Italia. Lo que nadie podía sospechar es el infierno que iba a tener que atravesar hasta llegar a la última meta.
La historia de este Giro de 1914 es una novela de aventuras frenética y desesperada, una de esas en las que el bueno es muy bueno pero acaba hecho trizas. Una donde parece que todo confabula en contra de sus protagonistas, con un mantón de secundarios que, tarde temprano, se sabe que acabarán muriendo. Eso fue el Giro de 1914, una obra de Salgari, sí, pero una en la que el barco de Sandokán se va a pique en mitad de un tifón, con tiburones saltando furiosos mientras los pobres tigres de Mompracem caen al agua Y después, rojo, vísceras y todas esas cosas que suelen ir en elipsis.
La longitud de las etapas era gigantesca, casi hercúlea. Una media de 395 kilómetros diarios. Salidas nocturnas, pedales durante todo el día, frío, desesperación. El Santo Job en bicicleta
Y es que la longitud de las etapas era gigantesca, casi hercúlea. Una media de 395 kilómetros diarios afrontaron los aventureros, con una jornada en la que se debían recorrer 470 kilómetros de una tacada. Salidas nocturnas, pedales durante todo el día, frío, desesperación. El Santo Job en bicicleta. Pero Yahvé siempre puede apretar un poco más la mano. Lo justo para ahogarte, vaya…
Narrar este Giro es epopeya que no corresponde en este momento. Páginas y páginas se podrían llenar con relatos a mitad de camino entre lo heroico y lo patético, entre lo sublime y lo humano, entre la sonrisa desencajada de quien disfruta haciendo historia y la sonrisa desencajada de quien, sencillamente, se siente morir No, no debemos ahora entrar en detalles sobre una carrera que acabará venciendo Alfonso Calzolari con diferencia récord de casi dos horas sobre el segundo clasificado y 17 horas sobre el octavo y último de la general. Hoy puntos suspensivos, hoy vamos a conformarnos con susurrar, en voz bajita, la primera etapa e imaginar las demás que vinieron.
Esa jornada inaugural lleva a los ciclistas desde Milán hasta Cuneo. Nada complicado, pues, una trayectoria en ligero descenso y unos 200 kilómetros en línea recta. Pero el Giro de 1914 no conoce las carreteras directas, siempre busca el más difícil todavía. Así que la etapa hace un diabólico recorrido por el norte, atravesando el Puerto de Sestrieres a más de 2.000 metros de altitud, antes de bajar a Cuneo vía Saluzzo. En total, 468 kilómetros…
Los ciclistas esperan la salida en plena noche milanesa, acompañados por una multitud enfervorizada de más de 10.000 tiffosi. Pero unos quince minutos antes de la carrera se desata una tormenta apocalíptica, que durará casi 36 horas. Los aficionados son sustituidos por el granizo, y empieza de esa forma una de las jornadas más épicas que jamás se han vivido encima de una bicicleta.
Pero ellos salen. Ellos. Los ciclistas. Los ciclistas siempre salen.
Un nuevo contratiempo se suma a las desgracias que tienen que soportar los corredores. Los granjeros locales han sembrado la ruta de clavos
Bajo la lluvia inclemente, la carrera llega al Lago Maggiore. Allí un nuevo contratiempo se suma a las desgracias que tienen que soportar los corredores. Los granjeros locales, en protesta por las pérdidas que supone para ellos el paso de la prueba (dicen que el trajín de vehículos pone nervioso al ganado hasta llegar a cortar la leche) han sembrado la ruta de clavos, y todos los participantes, sin excepción, tienen que arreglar uno, dos, tres y hasta seis pinchazos. No hay mecánicos, las normas los prohíben. No los hay.
Pero ellos continúan. Ellos. Los ciclistas. Los ciclistas siempre continúan.
A la altura de Susa, Petit-Breton, el francés irreductible, va en cabeza de carrera. El barro se ha adherido a su jersey de lana (olviden los modernos tejidos en los maillots, esto es 1914) hasta convertirlo en una estatua viviente. Suciedad, mugre y un peso adicional que perjudica al deportista. Así que, aprovechando un nuevo pinchazo, Petit-Breton solicita al coche del Atala, su escuadra, un nuevo jersey. Su director, circunspecto, se niega, la organización no permite el cambio de prendas en plena carrera, sería descalificado si le diera lo que pide. El campeón monta en cólera, empieza a insultar a todos, al organizador, a Italia entera, a ese dios que le ha convertido en un Job aún más desgraciado. Coge su bicicleta y la arroja contra el coche de equipo, luego la emprende a patadas con el automóvil hasta romper la luna. Le tienen que agarrar cuando se lanza al cuello de su director y empieza a estrangularle. No hace falta decir que se retira en ese momento de la carrera.
El resto de ciclistas sigue su ascenso lento e infructuoso a Sestrieres. En la cima, niebla y nieve. En el descenso, frío y hielo. El primero en llegar a Cuneo, Angelo Gremo, lo hará de noche, 17 horas después de haber tomado la salida en Milán. De los 81 corredores que salieron en la capital lombarda tan solo 37 llegan a Cuneo. El último, un joven de 18 años llamado Mario Marangoni, lo hace casi siete horas después de Gremo, habiendo completado las 24 horas encima de su máquina. Un día entero pedaleando. Y era, solamente, la primera etapa.
Pero ellos no se quejan. Ellos. Los ciclistas. Los ciclistas nunca se quejan.
Eso fue, eso nos contaron que fue, el Giro de Italia de 1914.
¿Cuál es la prueba ciclista más dura de siempre? La respuesta no es sencilla, porque conceptos como la agonía física tienen un contrapunto subjetivo que no permite aprehenderlos de forma precisa. Para unos lo más exigente será pedalear bajo el frío polar en el Bondone, cuando la legendaria cabalgada de Gaul,...
Autor >
Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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