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Caía la tarde aquel viernes 30 de septiembre de 1955 en los alrededores de Paso Robles, California. James Dean (1931-1955) conducía su nuevo Porsche Spyder 550, en compañía de su mecánico, Rolf Wütherich. Se dirigía a Salinas, para participar en una carrera de coches, a 500 kilómetros al norte de Los Ángeles. Horas antes había sido multado por un agente por exceso de velocidad, 10 millas por hora por encima de la norma. El joven actor de 24 años parecía contento y relajado: concluido el rodaje de Gigante, sus desencuentros con el director, George Steven, habían cesado. Era libre de participar cuando quisiera en las carreras. Había dejado a su gata con una amiga y su caballo bien resguardado. Mientras, el resplandor plateado del pequeño bastardo -como el actor llamaba a su coche- se mimetizaba con el gris de la carretera. Avanzaba ligero como una flecha por un solitario tramo de la Ruta 46. Al aproximarse a la intersección con la Ruta 41, Dean pudo ver como un Ford Tudor se acercaba al cruce:“¡Ese tipo tiene que parar. Nos va a ver!”, exclamó el actor. Pero Donald Turnupseed, un estudiante de 23 años, no los vió. Nunca quedó claro de quién fue la culpa del accidente. Como en la propia vida del artista, todo ocurrió demasiado deprisa. Aquel viernes moría el actor, nacía el mito.
Eran los tiempos de Eisenhower. Tiempos de paz, donde una opulenta, conformista y reprimida clase media americana aparentaba disfrutar de una vida sin fisuras, de la idílica "american way of life". Solo unos pocos se atrevían a cuestionar que el trabajo duro, y el respeto a los valores de la familia, sus mayores, era una receta infalible en la búsqueda del éxito y la felicidad. Y de repente la aparición de un tímido y atractivo rebelde, tanto en la pantalla como en la vida real, sin reparos a la hora de evidenciar sus inseguridades, y sus tormentos personales, dispuesto, por encima de todo, a seguir su propia senda, supo dar voz a toda una generación de jóvenes. James Dean les puso en el camino para ser ellos mismos. Expresaba la rabia, la rebeldía, los sentimientos reprimidos y las frustraciones, que acompañan a la juventud en su integración al mundo de los adultos. Era otro Holden Caulfield. Su vulnerabilidad era su mayor baza. Poco tenía que ver con Clark Gable, Humphrey Bogart o Gary Grant, el prototipo de virilidad que había reinado en Hollywood. Él era un héroe hecho de sensibilidad, soledad y desesperación, pero también de energía e inquietud por vivir la vida al límite.
Tímido y atractivo rebelde, sin reparos para evidenciar sus inseguridades y sus tormentos personales, supo dar voz a toda una generación de jóvenes
Dennis Stock tenía 26 años cuando vio por primera vez al artista, entonces un desconocido, en casa del director de cine Nicholas Ray. A primera vista no hubo nada especial que le llamara la atención en él. Era bajo, llevaba gafas y respondía tímidamente con monosílabos a sus preguntas. Pero a medida que la conversación fluía se dejó embaucar por su ternura. Días más tarde, el fotógrafo asistía al preestreno de la película de Elia Kazan, Al este del Edén, basada en una novela de John Steinbeck. Mientras observaba a Dean interpretar al joven Cal en su lucha por hacerse entender por un padre intransigente al que amaba, no tuvo ninguna duda de que había nacido una estrella: conseguía dar al papel de adolescente unos matices que nunca antes se habían visto en la pantalla. Su manera de expresarse era excepcionalmente fotogénica. Se encontraba frente a una nueva clase de actor, capaz de dar a la interpretación un valor similar al de Marlon Brandon o Montgomery Clift. Encarnaba el paradigma del cool.
Convenció a Dean para que se dejara fotografiar. Quería retratarle en el lugar donde se había criado, eran pocos los actores dispuestos a exponer públicamente sus orígenes humildes. También, en los lugares de Nueva York que revelaran sus comienzos en la profesión. A principios de febrero de 1955 tuvieron lugar las primeras sesiones fotográficas en Manhattan. La editorial británica Thames & Hudson publicará el día 6 de octubre Dennis Stock: James Dean, un libro de fotografía que muestra el resultado de estos fructíferos días, fruto de la complicidad establecida entre estos dos artistas, y pone de manifiesto la maestría de este fotógrafo, uno de los que mejor supieron captar la esencia americana de los años 50 y 60, cuyo reconocimiento llegó mucho más tarde de lo debido. Coincide la publicación con el estreno en Francia y en Reino Unido de la película Life, dirigida por Anton Corbijn, donde Robert Pattinson en el papel de Stock y Dane DeHaan interpretando al joven rebelde, nos trasladan a los hechos que ocurrieron aquellos días. La película se estrenará en España a finales de noviembre.
James Byron Dean era Jimmy en Fairmount, Indiana, el pueblo de sus antepasados, adonde había llegado con nueve años en tren, con su abuela, escoltando el ataúd de su madre. Su padre no le quiso acompañar. Fueron sus tíos quienes le acogieron en la granja de Fairmount, en la que vivió hasta los dieciocho años. “El viaje fue un nostálgico adiós a sus orígenes, una forma de despedirse de su pasado”, recordaba Stock. “Se debatía entre dos mundos muy distintos, el de sus orígenes y el de su incipiente estrellato; de ahí el conflicto. Volvía para ver qué podía conservar de su viejo mundo que fuera relevante para él”. Durante esos fríos días de invierno, Stock fue poco a poco recomponiendo un biografía visual, tratando de incluir los elementos que habían conformado el carácter del actor. Recorrieron los paisajes de su melancólica niñez marcada por el recuerdo de su madre muerta y un padre al que apenas trataba, los lugares más emblemáticos de su temprana adolescencia, donde escuchaba música, leía poesía o arreglaba bicicletas. Captó su ironía mientras ofrecía un concierto de timbales para las vacas y los cerdos, su lado más tierno en el trato con su familia, el más macabro, cuando le pidió que le retratase dentro de un féretro. Dicen que tenía la certeza de que iba a morir joven. Quería conquistar a la muerte, enfrentarla y doblegarla mirándola de frente, por eso admiraba a los toreros y convirtió la velocidad en una pasión.
Quería conquistar a la muerte, enfrentarla y doblegarla mirándola de frente, por eso admiraba a los toreros y convirtió la velocidad en una pasión
60 años más tarde, esas fotos, junto a las que tomó en Nueva York, nos ayudan a desvelar parte de la esencia del misterioso actor. Solo parte, “ James Dean tiene un club privado al que pertenecen muy pocos miembros”, advertía entonces Elia Kazan. La relación entre ambos tampoco fue fácil. Stock era conocido en la agencia Magnum como Dennis The Menace (Daniel el travieso) por su carácter irascible. Dean por su parte era muy sensible a la proximidad de la gente y tenía un humor muy variable. “Vivía como una animal abandonado. De hecho llegué a pensar que era un animal abandonado”, escribía Stock al recordar cómo el actor ponía al límite su paciencia. Su famoso insomnio le hacía pasar las noche vagando por las calles, en los bares o en las sesiones de cine de madrugada y, durante el día, quedarse dormido en cualquier esquina. Las fotos fueron publicadas el 7 de marzo en la revista Life, pese a las reticencias iniciales por parte de los responsables de la revista por ser todavía un actor desconocido. Días más tarde se estrenaba Al este del Edén. Fue todo un éxito, su carrera se había disparado. Dean no acudió. “Lo siento” le dijo el actor a su agente, “No sabría cómo dominar la situación”.
El reportaje fotográfico se prolongó hasta ya comenzado el rodaje de Rebelde sin causa, bajo la dirección de Nicholas Ray. Después llegaría Gigante. Pero Dean no pudo verlas. Pocos días antes del 30 de septiembre, Jimmy llamó a Dennis, quería que le acompañara a Salinas para fotografiar la carrera :“Me hubiera encantado, pero algo dentro de mi me decía que no fuera. Sin saber por qué, le dije que no podía”, cuenta el fotógrafo, en el documental James Dean´s crash, the truth? Una corta carrera cinematográfica de 18 meses y una muerte prematura sirvieron para hacer realidad su propio credo: Vive rápido, muere jóven y deja un bonito cadáver (frase que había adoptado de la película de Nicholas Ray Llamad a cualquier puerta). Humphrey Bogart decía que "de haber vivido más años, nunca hubiera podido sobrevivir su leyenda". Tal vez fuera la tragedia la que creó el mito, pero sea como fuere, su complejidad, su vulnerabilidad, su rebeldía, su belleza, su estilo y su misterio siguen conservando la misma validez que hace 60 años. Quizás todo se deba a que en el fondo no fue un rebelde sino que simplemente supo ser él mismo.
Llovía aquella fría mañana en Times Square. La niebla desdibujaba levemente el escenario que servía de fondo a una imagen destinada a consolidar una leyenda, la imagen de la persecución del sueño de un rebelde solitario. Jimmy había llegado tarde a la sesión de fotos, malhumorado y con ojeras. “Dispara ya, Dennis” le gritó el actor al fotógrafo. James Dean quedó inmortalizado para siempre. Como escribió el periodista Adam Gopnik, “ llevando el peso de toda un generación en sus hombros”.
Caía la tarde aquel viernes 30 de septiembre de 1955 en los alrededores de Paso Robles, California. James Dean (1931-1955) conducía su nuevo Porsche Spyder 550, en compañía de su mecánico, Rolf Wütherich. Se dirigía a Salinas, para participar en una carrera de coches, a 500 kilómetros al norte de Los...
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