La agonía del mediapunta
La ruptura
Emilio Muñoz 24/02/2016
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No siempre se es capaz de detectar las señales que preceden a la ruptura. A todos nos gustaría ser capaces de encontrar el punto de inflexión, el detonante sobre el que pudiéramos actuar. Tal vez un crujido, frío y seco, como cantaba Rocío Jurado con el amor de cuerpo presente de tanto usarlo. Lo cierto es que estas cosas ocurren y rara vez se puede hacer algo. El gol nos ha abandonado, es evidente. Un día, al volver a casa, nos dimos cuenta de que el gol se había marchado. Había vaciado los armarios sin dejar rastro de su ropa, solo nos quedaba su olor, todavía fresco pero ya distante. Sobre la mesa, una nota que no explicaba su huida hacía crecer todos los porqués que se agolpaban en nuestra mente. Dudando si llorar o asaltar la nevera para aplacar la ansiedad, nos echamos en la cama. Parecía enorme. Muy vacía también. El gol nos ha dejado, asumámoslo.
Tendido sobre las frías y desamparadas sábanas uno analiza si la fuga del gol comenzó hace tiempo y no supimos verlo. Mala planificación deportiva, expectativas demasiado optimistas hacia las cifras goleadoras de los delanteros más jóvenes, el affaire de Jackson, que en gloria oriental esté, menos participación de otras líneas en el asunto finalizador, los tantos que se mudaron --¡cuánto se te echa de menos, Raúl!-- a orilla del Guggenheim, carencia de jugadas de estrategia frescas recién salidas del laboratorio, la sombra de Tiago, que es alargada y lo equilibraba todo…Como les decía, no es sencillo notar el crujido que hubiese anunciado la ruptura. Entre todas las razones lo mataron y el gol, lejos de pensar en morirse, decidió huir dando un portazo.
Lo cierto es que el Atleti, con sus más y sus menos, lo intenta casi todo. Explora otras vías, echa el balón al suelo tras desesperar al personal con balones largos remitidos por los centrales sin acuse de recibo. No convencen al gol esos esfuerzos, esas demostraciones de que hemos cambiado, de que queremos que vuelva a nuestro lado. Quizá el gol, dolido por nuestro comportamiento, necesite algo más para dejar de mostrarse esquivo. Una caja de bombones, una docena de rosas frescas, un fin de semana romántico en un hotelito rural de esos cuyo encanto reside en la superpoblación de arañas que conviven a pensión completa con el turista. Habría que agotar las posibilidades y analizar las causas por las que el gol decidiera coger las maletas. Les confieso que servidor las ha masticado, digerido y debatido, consigo mismo y junto a otros, y nadie es capaz de dar una explicación totalmente satisfactoria sobre lo que ocurrió un poco antes de ese supuesto crujido anunciador de que el gol iba a pedir la separación.
Sin el gol no se puede vivir. Su falta no puede ser tapada por familia, amigos, ni por diez saques de esquina mal ejecutados, ávidos de un rebote que los deposite en las redes. No intentemos reconstruir nuestras rutinas sobre otros equívocos cimientos como la posesión o las sensaciones, que diría Sánchez Flores, no hay vida después de la ausencia del gol. Antes de echarnos en brazos de la depresión más profunda, debemos ser conscientes que, también sin previo aviso, el gol puede volver cualquier día de estos. A la vuelta del trabajo notaremos que el olor a cerrado y la percepción de abandono en el que nos había sumido su marcha habrán desaparecido. El césped, nuestra casa, recuperará la alegría como por arte de magia y todo volverá a ser como antes, balones largos aparte. No notaremos ningún crujido, frío y seco, que anuncie la buena nueva de su retorno. Simplemente sucederá, estas cosas ocurren. Puestos a pedir, por muy despechado que esté, podría hacer un esfuerzo el gol y dejar de hacerse el ofendido esta semana mismo. Vamos a necesitarlo.
No siempre se es capaz de detectar las señales que preceden a la ruptura. A todos nos gustaría ser capaces de encontrar el punto de inflexión, el detonante sobre el que pudiéramos actuar. Tal vez un crujido, frío y seco, como cantaba Rocío Jurado con el amor de cuerpo presente de tanto usarlo. Lo cierto es que...
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