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Un día vi a un zombi. Eran las tantas. Estaba durmiendo, de pronto noté una presencia y abrí los ojos. Frente a mí, a dos palmos de mi cara, en efecto, había un zombi. Me miraba. Como miran los zombis. Sin acabar de comprender lo que ven. Para un zombi, todo lo que ve son recuerdos que no recuerda.
El párrafo anterior no es literario. Es absolútamente periodístico. Es decir, real. Podría aparecer, por tanto, en una página de sucesos. Sólo tiene una trampa --les he dicho que era periodismo--: para completarlo y ponerlo en contexto, sólo le falta unas frases. Que, por el momento, omito. Con esas frases o sin ellas, el párrafo explica una situación de miedo. Los zombis, en fin y como su nombre indica, dan miedo. El miedo, a su vez, consiste en algo que hay detrás de lo que, aparentemente, da miedo. Las cosas que dan miedo, en fin, dan miedo por su casilla anterior. Por lo que esconden detrás de su cuerpo. Todos los objetos del mundo, por otra parte, esconden otro objeto detrás, que es el importante. Sucede, por ejemplo, con el sexo. O con el humor. Dos fenómenos importantes porque detrás de ellos habita algo en verdad importante.
¿Qué hay dentro o detrás de un objeto terrorífico? Hay cosas diversas, según el caso. No sé. Los vampiros. ¿Qué esconden detrás? El primer vampiro formulado en la literatura aludía a Byron. Es decir, escondía a Byron/era un chiste muy largo sobre Byron. Era, supongo, una meditación sobre la egolatría. O, más concretamente, sobre fenómenos que se producen en la vida privada. Un vampiro, si se fijan, es alguien con la sensibilidad solucionada. Sabe lo que quiere. Y lo toma. A cambio de su víctima. El vampiro es, por tanto, el yo más íntimo. Sólo necesita a los otros puntualmente y para un uso único y determinado. El terror al vampiro, el terror detrás del vampiro, debe de ser, por tanto, el terror a sólo ser tú mismo. Los vampiros dan miedo, por tanto, porque te recuerdan a ti.
Sucede lo mismo, es decir, lo contrario, con los zombis. Un terror más antiguo y, por lo mismo, más evolucionado, rico y dinámico que los vampiros. No ha parado de crecer desde su formulación. Es decir, de ocultar cada vez más cosas y más gordas. Veámoslo. Los primeros zombis aparecen en La Odisea. Odiseo y los cuatro gatos que quedan de su tripulación los ven y hablan con ellos, durante una breve visión del Hades. Aquiles, antaño el hombre más ágil de la Tierra, es en ese momento torpe. Se mueve, lo dicho, como un zombi. Los zombis son así, en su nacimiento, seres condenados a vivir muertos para el resto de la eternidad. Es decir, son básicamente muertos sometidos a literatura. La cosa cambia un poco con el primer zombi moderno. El de la Shelley.
Mary Shelley construyó un zombi con trozos de otros muertos. Tanto muerto esconde un muerto muy importante. Su hijo. Que de algún modo seguía vivo. Los zombis son, a partir de ese momento, humanos muertos, que siguen dolorosamente vivos. Eso, convendrán, da miedo. Da más viendo que, desde entonces, el terror zombi no haya dejado de madurar en esa dirección humana. En los 70's, cuando el zombi se formula en el cine, siguen siendo muertos que siguen vivos, pero que, por el mismo precio, se alimentan de ti. Te consumen, que es, tal vez, lo que quería decir en realidad Shelley. En la actualidad, cuando la cultura de masas vive una oleada de productos de zombis sin precedentes, los zombis han crecido aún más. Son absolutamente humanos. Sienten, son conscientes de su repulsión, pero no pueden evitarla, como no pueden evitar alimentarse de otras personas. Su humanidad es tan palpable que resulta imposible matarlos, por otra parte, sin plantearse la culpabilidad. Los zombis son ahora seres completamente vivos, condenados a vivir otra vida y otras costumbres, denominadas muerte. Están tan repletos de vida que, se deduce, son una cita de algo muy vivo. Tan vivo que, por fuerza, debe de ser cotidiano. Por lo que el terror que suponen reposa en algo cotidiano que esconden tras de sí.
Creo que ese algo no es otra cosa que una enfermedad cotidiana. El alzhéimer. Un exceso de una proteína acumulada que hace que las personas que lo padecen caminen, hablen, miren como zombis. Sí, son muertos. Pero tan absolutamente humanos y queridos, que los cuidadas. Mientras los cuidas --son, no lo olvidemos, zombis--, te comen el cerebro. A pequeños bocados. Son casi caricias. Pero mortales.
Si el vampiro ilustra el terror al yo, el zombi ilustra, por tanto, el terror al cuidado. El terror a la entrega. El terror al tú. El hombre lobo no es el enemigo del vampiro. Lo es el zombi. El vampiro y el zombi son terroríficos. Pero todo el mundo quiere morder y ser mordido. Y nadie quiere caminar junto a un zombi. El zombi es, en fin, un terror mayor que cualquier otro. Y más aún por la noche, cuando --les reproduzco el primer párrafo, ahora con las frases antes omitidas-- estás durmiendo, de pronto notas una presencia y abres los ojos. Frente a ti, a dos palmos de tu cara, en efecto, hay un zombi. Te mira. Como miran los zombis. Sin acabar de comprender lo que ven. Para un zombi, todo lo que ve son recuerdos que no recuerda. Tu no eres un zombi. La recuerdas. Es mamá. Nunca te dará un beso. Está muerta. Debes cuidarla. La conduces a la cama. Estás agotado. Sabes que, lentamente, te está comiendo el cerebro.
Un día vi a un zombi. Eran las tantas. Estaba durmiendo, de pronto noté una presencia y abrí los ojos. Frente a mí, a dos palmos de mi cara, en efecto, había un zombi. Me miraba. Como miran los zombis. Sin acabar de comprender lo que ven. Para un zombi, todo lo que ve son recuerdos que no recuerda....
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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