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El Efecto Hawthorne explica por qué las personas que están siendo observadas para un estudio de campo o experimento modifican su comportamiento por eso de saberse vigiladas. Me entero de su existencia leyendo Satin Island, de Tom McCarthy (Pálido Fuego, 2016), una novela que más que capturar “lo contemporáneo”, como presume, es contemporánea por demostrar que el interés no tiene que estar en la trama principal, sino que se puede encontrar en las secundarias, en las reflexiones y miradas del protagonista sobre las situaciones presuntamente irrelevantes.
Leyéndola, me ha venido a la cabeza lo que lleva pasando en España estos meses en el Parlamento y alrededores. Para empezar, porque lo que hasta ahora nos parecía un argumento esencial —el Gobierno, su existencia, su trabajo— ha resultado ser realmente un conjunto vacío, algo de lo que podemos prescindir para seguir a lo nuestro, a las historias secundarias.
También, porque las negociaciones para formar gobierno no han sido más que un teatrillo en el que los actores estaban mucho más pendientes de la reacción de los que estábamos tras la cuarta pared que de rematar el planteamiento y el nudo con un buen desenlace. Como las aves que para aparearse hacen una coreografía llena de pechos hinchados, aleteos sonoros y paseítos pintureros, sólo que aquí estaba claro que nadie iba a acabar follando.
Para mi gusto, ha faltado algo de cultura futbolística entre los candidatos y negociantes. He echado de menos declaraciones como “la política es así”; “negociamos como nunca, perdimos como siempre”; “no hay rival pequeño”; o “hasta la última convocatoria del Rey, hay partido”. Cualquiera de ellas habría sido más creíble que las que hemos tenido que soportar.
Pero, ojo, los espectadores también hemos tenido nuestro rol. Como los seguidores de un equipo de fútbol, cada uno de nosotros ha tenido claro desde el principio quién iba a tener la culpa de que el partido acabase empatado, todos sabíamos que los responsables iban a estar en el bando contrario al nuestro aunque para explicarlo nos hemos llenado de sentido de Estado, como si actuásemos cara a la galería.
La verdad es que eso que hemos estado criticando todo este tiempo a los candidatos, que no estaban haciendo ningún esfuerzo por acercar posturas y entenderse, es lo que hemos hecho nosotros. En este caso sí, los políticos nos representan estupendamente. En el Parlamento, como en el bar, somos así, incapaces de ponernos de acuerdo en nada, como señalaba recientemente Manuel Jabois en una entrevista poniendo como ejemplo el 11M.
Finalmente, todos, los que pretenden gobernar y los que asistimos a sus pretensiones, somos fieles al Efecto Hawthorne, nos comportamos como si alguien nos estuviese observando. El problema está en que esta sobreactuación es completamente innecesaria porque, me temo, lo nuestro no lo aguanta ni Dios.
El Efecto Hawthorne explica por qué las personas que están siendo observadas para un estudio de campo o experimento modifican su comportamiento por eso de saberse vigiladas. Me entero de su existencia leyendo Satin Island, de Tom McCarthy...
Autor >
Pedro Bravo
Pedro Bravo es periodista. Ha publicado el ensayo 'Biciosos' (Debate, 2014), sobre la ciudad y la bicicleta, y la novela 'La opción B' (Temas de Hoy, 2012). En esta sección escribe cartas a nuestro director desde un lugar distópico que a veces se parece mucho a éste.
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