Vista de la Puerta del Sol, el 15M.
Anita BotwinEn CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
La política española gira en torno a la ocupación de marcos. Tres partidos comparten los mismos marcos. Otro, si bien parece compartir alguno, también parece que vive pendiente de no caer de cuatro patas en los marcos que los otros tres dibujan sobre él. Sí, el levantamiento de marco es el deporte oficial de la política local. Es, incluso, La política local. O, según se mire, su aplazamiento.
El 15M fue todo lo que usted quiera. Pero, indiscutiblemente, fue una ruptura cultural inaudita. Hasta el punto de hacer añicos los marcos que había ocupado la política durante décadas. De pronto, en un tiempo récord, la política se quedó sin marcos resultones. O, lo que es lo mismo, los partidos se quedaron sin discursos convincentes. Algo importante en una cultura política, única en Europa, en la que el Gobierno y los grandes partidos tenían la capacidad de modular la agenda. De decidir qué eran temas pertinentes y qué temas marginales, sin apenas participación, en la selección de temas, de la prensa. El 15M desautorizó, por todo ello y por el mismo precio, a varias generaciones de periodismo, que no iban más lejos en su información y opinión de los marcos y temas facilitados por Gobierno y grandes partidos. Para valorar el éxito del 15M en esa dirección les paso este dato/suposición: de no haber sido por él, el gran tema de discusión, y las grandes polémicas, esta mañana a primera hora, serían chorradas como el cambio horarioZzzzzz, del que estarían hablando todos los tertulianos de forma acalorada.
Me parece percibir que la política volvió a tomar aire, a adquirir cierta recuperación, con el caso Bárcenas. Es curioso, pero cuando el caso Bárcenas fue adquiriendo cuerpo y peso --gracias, lo dicho, a una nueva percepción social, que de pronto entendía como importantes cosas que, antaño, sólo hubieran sido casos individuales que no ilustraban nada estructural--, y cuando la cosa Bárcenas accedió a su tramo jurídico y político, los partidos volvieron a tener protagonismo. Tenían que justificarse o hablar de ello en sus instituciones, por lo que se les cedió la palabra de una manera espontánea. De una manera u otra, no la devolvieron. Partidos que son anecdóticos en esta crisis --es decir, que no pueden aportar soluciones, ni tan siquiera diagnósticos, tan sólo encarrilar la política en combates agotadores de marcos, tras los que se sitúan políticas reales inspiradas por otras instancias-- han vuelto a modular la realidad de una manera mayor a su propia importancia y capacidad.
Ejemplo del poderío de los partidos. La última vez que se presentó a unas elecciones un partido con un programa rupturista --es decir, que despreciaba los marcos establecidos en la política española, pasaba de ellos, le importaban una higa, y optaba por un discurso propio, incomprensible para la prensa local-- fue el Podemos en las Europeas de 2014. Un indicativo de que la libertad --de marcos-- consecuencia de la demolición --de marcos-- de 2011 se pierde, o disminuye sensiblemente, cuando un objeto nacido posteriormente se aproxima a la política. La política local, esa cosa que gestiona marcos asfixiantes y crispantes, tiene ese poder vampírico. La política, ese sitio en el que se gestionan marcos que ya no existen en su plenitud en la calle, posee esa irrealidad vigorosa.
Sorprende esa docilidad. Y más si pensamos que la sociedad, por primera vez en décadas, está dividida. Dividida generacionalmente. Hay una barrera --sobre los 50 años-- que la divide. La divide tecnológicamente y culturalmente. Pero también en su acceso al Bienestar --es dudoso que los menores de cincuenta y pico años accedan a derechos que los mayores de esa edad han disfrutado--. Es una separación tan bestial que sorprende que Podemos no apueste abiertamente por el conflicto, por ofrecer palabras que expliquen esa situación, por poéticas y marcos propios.
En los 80's, la prestigiosa marca Pepsi-Cola se encontró con un problema: jamás superaría a Coca-Cola, por más publicidad que invirtiera. Por eso, se decidió por una opción valiente. Olvidó a todas las generaciones de consumidores y se centró en la última, niños que aún no eran consumidores de nada. Para ellos elaboró publicidad, esponsorizó conciertos, juegos, fenómenos nuevos. Veinte años después consiguió que esas generaciones posteriores optaran por su refresco de cola.
Renunciar a competir en esta guerra absurda de marcos, a apostar por marcos vacíos como orden, patriotismo o cambio, y verbalizar el conflicto en generaciones concretas --las otras, me temo, son irrecuperables para otras épocas y políticas que no sean las ya vividas, y que no volverán--, quizás no sería una tontería. Es, de hecho, lo que se hizo en 2011, protagonizando el único cambio real vivido desde entonces: un cambio cultural. Lo que a Pepsi le costó 20 años de publicidad. Lo que aquí se hizo en un plis-plas y, luego, se aletargó cuando se intentaron hacer spots de Coca-Cola.
La política española gira en torno a la ocupación de marcos. Tres partidos comparten los mismos marcos. Otro, si bien parece compartir alguno, también parece que vive pendiente de no caer de cuatro patas en los marcos que los otros tres dibujan sobre él. Sí, el levantamiento de marco es el deporte...
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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