JAZZ
Benny Carter, el inefable hombre orquesta
Ayax Merino 13/07/2016
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Bennett Lester Carter, el inefable Benny Carter, falleció el 12 de julio de 2003 en Los Ángeles. Tenía noventa y cinco años, a punto de cumplir los noventa y seis. Casi centenario, larga vida, vida dilatada. Y fecunda. Cosa así de siete décadas, se dice pronto, se tiró el hombre en el tajo cumpliendo con su oficio, asombrar al mundo entero con su música, excelente oficio.
Figura esencial del jazz, aunque a veces no se le haya reconocido su importancia con la justicia merecida. Compositor, arreglista, director de orquesta, tipo que tocaba el saxo alto, la trompeta, el clarinete y si le venía en gana se atrevía también con el saxo tenor, el trombón y el piano. ¡Caray, la orquesta entera si le dejan! Con el saxo alto, su instrumento más usual, dejaba pasmado al más pintado ¡Qué delicia escucharle! Benny y Johnny, Carter y Hodges, quizás los mejores altos, al menos hasta el advenimiento de Parker.
Nació Benny el 8 de agosto de 1907 en Nueva York, ciudad que le vio crecer. Sus primeras lecciones se las dio su madre ante un piano, cuando era un crío. Luego el crío fue creciendo y le dio por meterse con la trompeta y el saxo.
A los quince añitos el muchacho se vio ya con bríos para pasearse por los garitos de Harlem con la declarada intención de codearse con los mendas que sobre el escenario batallaban con sus instrumentos. Y no tardó demasiado en lograrlo. De 1924 a 1928 estuvo en algunas de las bandas de Nueva York. Y se dio una vueltecita por Pittsburgh para tocar un ratejo con el excelente pianista Earl Hines, le alabo el gusto, el viaje merecía la pena, sin duda.
Tocaba el saxo alto, la trompeta, el clarinete y si le venía en gana se atrevía también con el saxo tenor, el trombón y el piano
En 1928, con la banda de Charlie Johnson participó en su primera grabación, en la que, por cierto, había un par de arreglos de su puño y letra. Y ese mismo año entró en la orquesta de Fletcher Henderson, ahí es nada. Y allá por 1931 se largó a Detroit para tocar en la McKinney’s Cotton Pickers, buena banda, ya lo creo.
En 1932, de vuelta en Nueva York, Carter decidió que el momento había llegado y aderezó su propia orquesta, sin miedo, valor y al toro, que al toro hay que cogerle por los cuernos, es bien sabido. Orquesta en la anduvieron músicos de la talla de Teddy Wilson, Chu Berry o Sid Catlett, buenos músicos, sí señor. Pero no fue suficiente, ni le bastó con su arrojo. La cosa no marchaba como debía, a saber por qué, misterios. Y en 1934 no tuvo más remedio que echarle el candado al tenderete.
Uno de esos días le dio por pasarse por el teatro Apolo, que había un concurso. Allí vio a una chiquilla, tímida y asustada, que se arrancó a cantar tras mucho titubeo. Benny se quedó de inmediato prendado, así que se acercó a la mozuela y se presentó. Y gracias a Benny, que le pegó un buen arreón, la carrera de la muchacha despegó. Se llamaba Ella Fitzgerald.
Poco después, por fortuna, una puerta se cierra y otra se abre, le surgió la posibilidad de marcharse a Europa. Y no la desaprovechó, que la ocasión la pintan calva. Así que en 1935 ya se andaba dando un garbeo por las calles de París. Y luego por las de Londres. Y tocó y tocó. Por Escandinavia, por los Países Bajos. Con músicos europeos, como Django Reinhardt sin ir más lejos. Y con los americanos de paso por el viejo continente, Coleman Hawkins por ejemplo. Vamos, que no paró.
En 1938 estaba otra vez en Nueva York. Y montó una banda, claro, con la que tocó en el Savoy Ballroom, local de Harlem
Vientos de guerra comenzaban a arreciar sobre Europa, aires helados de muerte se avecinaban. Y Carter decidió que era la hora de regresar, antes de que aquello estallase, como de hecho estalló no mucho después. En 1938 estaba otra vez en Nueva York. Y montó una banda, claro, con la que tocó en el Savoy Ballroom, local de Harlem, un par de añejos sobre poco más o menos. Por entonces ya le quitaban sus arreglos de las manos, que nadie quería quedarse sin ellos, pero nadie. Goodman, Ellington, Basie, Miller, Krupa o Dorsey, por ejemplo, los usaron más de una vez.
Y luego California, adonde se mudó Carter quizás a la busca de límpidos cielos azules y soleados días. Y montó una banda, claro, que hay que vivir y los cielos despejados y las mañanas de sol no se comen, por desgracia. No le duró demasiado la banda. Pero no pasó hambre, no. El hombre se metió de lleno en los estudios y trabajó para el cine y la televisión, pero a destajo, años y años. Eso sí, de vez en vez, le entraría el gusanillo, sacaba la cabeza y daba un concierto o hacía una gira. Con los Jazz at the Philharmonic de Norman Granz, por ejemplo, con los que se marcó alguna que otra actuación memorable y sacó discos estupendos.
Casi nonagenario, seguía el hombre subiéndose a un escenario
Los años pasan, no, vuelan, una década, luego otra. Y Benny, a lo mejor aburrido de tanto estudio, en los 70 se sacudió el polvo y, con más arrestos que nunca, como si de un chaval se tratara, volvió a zamparse el mundo, si es que en algún momento había dejado de hacerlo. Concierto va y concierto viene, festivales, discos. Un sin parar.
Todavía a finales del siglo XX, ya con un buen montón de años a las espaldas, casi nonagenario, seguía el hombre subiéndose a un escenario cada vez que podía. Con dos bemoles.
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Esta semblanza puede escucharse en Jazz en el aire.
Bennett Lester Carter, el inefable Benny Carter, falleció el 12 de julio de 2003 en Los Ángeles. Tenía noventa y cinco años, a punto de cumplir los noventa y seis. Casi centenario, larga vida, vida dilatada. Y fecunda. Cosa así de siete décadas, se dice pronto, se tiró el hombre en el tajo...
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