
Ada Colau.
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Si uno observara a Ada Colau sin conocerla, nunca pensaría que su mayor arma política es el escozor. Desde el primer día en que acaparó los focos, las moquetas institucionales perdieron prestigio y, más aún, los españoles descubrieron que su rabia y su urticaria de tantos años eran una reacción alérgica a lo enmoquetado y a los nudos protocolarios de las corbatas. Entonces la piel de las élites se irritó. El sarpullido cambió de bando.
En lo estético, Colau desprende neutralidad. Hay cierto anacronismo en su aspecto. En el plano textil, es utilitarista y comodista; exhibe una grisura general que hace fácil que nos la imaginemos como una cirujana de Europa del Este que, en mitad de una operación, ya está meditando sobre la siguiente, y que nunca desayuna. Sus rebecas largas, la vagancia de sus pañuelos, sus pantalones... Tiene cuarenta y dos años, pero su peinado le saca una década. Eso va contra la estridencia perroflautensecon que intentaron etiquetarla.
Ada demuestra como nadie que la indignación no nació en la cabeza ni en el corazón, sino en el cuello. En 15-M supuso la entrada en política del pescuezo ciudadano: esa combinación de venas inflamadas y gargantas pletóricas que derivaba de haber entrado en la Historia y de la necesidad de compartirlo. Aun empuñando el bastón de mando, ella sigue con el cuello en la plaza de Cataluña. Cualquier día se hará un escrache a sí misma.
Porque la alcaldesa habla siempre con un principio de sofoco en la musculatura, hay restos de aquella urgencia en su discurso. No relaja su frenetismo verbal, los periodistas que la entrevistan no le arrancan un solo segundo de silencio. Es la única que dejó muda a Ana Pastor. Cuando le preguntan algo, asiente con mucha insistencia, pero no porque esté escuchando, sino porque ya sabe lo que va a decir. En ocasiones, se interrumpe a sí misma, lo cual le da un toque adolescente que la aleja de la típica frialdad de líder político. También suele lagrimear un poco, no se sabe si por emoción o por falta de oxígeno; sea como sea, sus ojos forman parte de su magnetismo.
No tiene una mirada incisiva ni amenazante, el papel contracultural lo cumplen sus cejas: dos cejas masivas e insobornables como dos protestas. Tiene unos ojos curvos que se expanden mucho cuando expone datos: se abren con perplejidad y, de verdad, parece que le duele lo que dice.
Hay en ella una clara hiperactividad, un hormigueo interno. Se explica retorciéndose un poco, gesticulando con el cuerpo, da la impresión de que se está conteniendo, de que, dentro de ella, la idea de horizontalidad, de que los movimientos sociales son irrepresentables, está luchando contra un afán de protagonismo innato.
En la misma línea, le cuesta que le arraiguen las sonrisas, las suyas son muecas que siempre están en transición, a punto de apagarse o de convertirse en argumento o contrarréplica. Se diría que nunca ha disfrutado de una carcajada larga y desprendida.
El poder la está cambiando, aunque no es grave. La palabrería institucional se le empieza a colar en el discurso. De tanto en tanto, pronuncia sustantivos o adjetivos oficiosos, pero todavía suenan como intrusos en su boca. Por otra parte, la alcaldía le ha ido limando algunos flecos del temperamento activista: el soniquete aleccionador y cierto resorte de distribución automática de culpas.
Sin embargo, persiste en ella una llaneza orgullosa, mantiene la obstinación, la verruga junto a la aleta de la nariz y un cansancio de hombros optando a chepa que la convierten en una Pasionaria posmoderna, y probablemente ella ha empezado a darse cuenta.
Si uno observara a Ada Colau sin conocerla, nunca pensaría que su mayor arma política es el escozor. Desde el primer día en que acaparó los focos, las moquetas institucionales perdieron prestigio y, más aún, los españoles descubrieron que su rabia y su urticaria de tantos años eran una reacción...
Autor >
Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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