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29 grados son muchos grados para esta tierra mía. Pero es lo que hay. Alicia iba a ser camarera vacacional en la campa de la Magdalena, al lado del campo de polo, y le hubiera tocado trabajar absolutamente todos los días… Como a un compañero de mi hijo, en aquellos veranos adolescentes suyos y maternales míos de primeros de siglo —mejor debería decir, abuelinos, porque era mi madre la que nos cobijaba a todos— que, con el aliciente de un precio fijo y librando los días de lluvia… Bueno, a Yasha le tocó un verano como éste. Este le hubiera tocado a Alicia si no hubiera sido asesinada justo la noche en que acababa de acordar que sí, que empezaba ya. Y para todo agosto.
—Vino en bici, me dice el encargado de la terraza quiosco. A media tarde, no sé decirle la hora, las siete, yo qué sé. Estaba muy nublado, así que no había mucha gente. Pero me cayó bien. Ya se lo he dicho a la policía. ¿Usted es periodista, verdad?
—Sí.
—¿De la tele? —dice, esperanzado.
—No, de CTXT.
Trata de ocultar una cierta desilusión, y me invita a una caña que rehuso con unas efusivas gracias. “Es que no sé qué más decirle. Sólo la vi aquella vez, y un par de días antes, cuando estuvo con una pandilla ruidosa y divertida tomando tintos de verano. Que fue cuando se enteró de que yo necesitaba una camarera. Ya se lo he dicho todo a la policía”.
Entrar en la UIMP con el coche —para caminantes es un parque público, pero hay que dejar el vehículo fuera— no me ha sido difícil. Con el Volkswagen de mi hermana, que todavía tiene alguna pegatina en el cristal, de antes del actual régimen, y con que me coincide un guardia que me reconoce en el garito de entrada, ha sido muy muy fácil.
—No la hemos visto nada por aquí este verano, me saluda.
—No. Las cosas cambian, ya sabe. Pero ahora he quedado.
—Pase, pase, me hace entrar sin esperar mi cuento chino. Hace ya un tiempito que ni dirijo, ni asisto, ni participo en ninguno de los cursos. Es lo que tienen los cambios cuando son a peor.
Así que después de hablar con el de la terraza, entro en Caballerizas y paso directamente a cafetería, a pedir un gintonic solitario. La señora que la lleva me saluda en la barra –cuánto tiempo, verdad?- y me pregunta por la familia, y yo hago lo mismo, y nos contamos algunas novedades, que han sido cuatro o cinco años y quieras que no. Y le saco el tema, a modo de cotilleo.
—Fue horrible —me confiesa. La encontramos nosotros, bueno, los que me limpian la cafetería por las mañanas, y más, después de una fiesta. Estaba acurrucada en esa esquina —y me la señala—. Fuera, claro, en el porche. No sabe usted lo que ha sido.
Le digo que, por lo que dicen los periódicos —que, por cierto, no dicen ni pío— hay varios sospechosos y algún detenido.
—Yo creo que fue su novio —asegura. Les oí discutir hacia las nueve, antes de la fiesta, y parece que él cogió su bici y se largó. Luego la vi por la noche charlando con unos y con otros. Y sus amigas no estaban.
Que yo sepa, su novio no es el detenido de Palencia, el “pájaro mosquita muerta”. Pero no digo nada. Aunque su novio siga, seguro, bajo control policial, lo que parece claro es que aquí, entre el personal fijo, se ha hablado mucho, se ha cotilleado mucho sobre el tema. Como es lógico. Y debe haber otras versiones. Que me propongo averiguar.
—Me han dicho que te han visto en la Magdalena —me dice mi amiga Carmen en un aparte, mientras tomamos un aperitivo esperando mesa en La posada del Mar. Esta va a ser una cena casi de despedida, con maridos y pandilla. Así que es un aparte, y me alegro de que sea breve.
—Una siempre vuelve a donde ha sido feliz, digo.
—Sí, y al lugar del crimen, me dice para que no piense que se cae de un guindo. Que no se cae de un guindo, y que…¿me vigila?
—Deberías ir al próximo festival de novela negra, que en esta floración de la moda del género será en Valderrobres, en Teruel.
—Iría por apoyar a la librería Octavi Serret, que tiene un mérito. Ya sabes que defiendo el apoyo público al sector. Pero… Mira, con Marcelo Luján, que presenta novela (Subsuelo, se titula) y que como escritor es estimable, no hemos tenido un buen rapport personal, y José Luis Muñoz, que es el comisario del encuentro y autor de novela negra, para mi es un poco demasiado….crudo. En fin. Que ya veré como saludo la colección Orilla Negra de Ediciones del Serbal —he leído y hasta comentado algunas novelas suyas!— y a Fernando Marías, que presenta la reedición de Esta noche moriré… Como verás, estoy informada, le digo, y ya con retintín: y lo cuento. No como otras
—No me vas a comparar.
Así que no le digo que a estas alturas lo sé todo del blanqueamiento anal. A ver, lo que he visto en San Google, y lo que me han comentado esta misma mañana en la peluquería, donde por cierto, lo hacen. Y mis propias deducciones, y un poco, lo que imagino pero no contaré hasta que no lo sepa.
Para empezar por el final, me imagino que en la autopsia encontrarían rastros de hidroquinona, que es un poderoso decolorante de la piel, cuyo uso está legislado en España para cosmética desde los años ochenta, y que la ley sólo permite su mezcla al 2%. Parece que es muy tóxico, aunque no cancerígeno, y que en Estados Unidos se usa, para este uso concreto, al 4%, así que es carne del célebre tratado Europa-USA. Que fue Paris Hilton, la que hace ya cuatro años, lo puso de moda cuando confesó haberse sometido al proceso, y que este mismo verano, el mes pasado, en julio, dos famosas se hicieron un blanqueamiento completo ante las cámaras de un reality show. Era el programa Wags, que cuenta en directo la vida de algunas novias, esposas o amantes de deportistas de élite. Como se puede ver, todo muy edificante. Que el tema viene del porno, y que coincide con la moda ya larga del rasurado integral y el aumento de la práctica del amor per angostam viam. Que es una furia en USA, Brasil y Colombia, y que acaba de llegar a la vieja Europa. Y a España --donde hay varias clínicas dermatológicas que lo ofrecen por láser-- y a Santander, ya ves.
—Hay muchas chicas que lo hacen por juego, me dice la esteticista con la que hablo. Forma parte de sus jueguitos sexuales….
A mí hay algo que me chirría. Una vegetariana estricta, que va en bici y hace camping, haciéndose un blanqueo anal? Pero ya llega Tomás Merendón, que nos tiene preparada una mesa en la terraza, y una respetable fuente de percebes en su gran servilleta blanca, y le digo: a ver cómo nos tratas, que éste es el lujazo del verano. Que estamos en crisis.
29 grados son muchos grados para esta tierra mía. Pero es lo que hay. Alicia iba a ser camarera vacacional en la campa de la Magdalena, al lado del campo de polo, y le hubiera tocado trabajar absolutamente todos los días… Como a un compañero de mi hijo, en aquellos veranos adolescentes suyos y...
Autor >
Rosa Pereda
Es escritora, feminista y roja. Ha desempeñado muchos oficios, siempre con la cultura, y ha publicado una novela y un manojo de libros más. Pero lo que se siente de verdad es periodista.
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