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Agosto, que no el verano, se nos deshace entre los dedos. Con el no-debate de la no-investidura, parece además como si se hubiera acelerado el final. Y confieso que un tedio pesado, como la panza de burro con calor, una pereza infinita, eso, es el sentimiento que domina estos últimos días de mis vacaciones.
¿Quién ha dicho que hacer las maletas de vuelta siempre es más fácil que las de ida? No es verdad. No. No me caben las cosas. Mi hermana me enseña a hacerlas como los montañeros: enrollando las piezas de ropa en prietos ovillos, y compruebo que sí, que entonces cabe todo, aunque cada maleta pese un montón. Tiene un aspecto curioso, muy curioso, tan multicolor. Y la amenaza de que habrá que deshacerlas inmediatamente, tan pronto llegue a Madrid, porque me da la sensación de que, si no, se deformará la ropa y, con la humedad de salida, llegará hecha un higo… Sensaciones. Uf. Mi hermana me asegura que no, que incluso llegarán mejor.
He terminado de releer La paciencia de la araña, de Andrea Camilleri. Es la historia de una minuciosa y tristísima venganza, publicada por Salamandra en 2006. Si algo me gusta de Camilleri es esa separación que hace entre justicia y castigo, y esa mirada compasiva a determinados culpables. Pero ahora, cuando parece que ya se está resolviendo el caso de la UIMP, entiendo lo difícil que es ese pro reo que piden la justicia y la ecuanimidad. Y siento que me da un asco espantoso Armando Javier (apellido) López, que por fin ha confesado.
--Un tipo oscuro, cabreado –me dice Carmen. Se ha acercado un minuto a tomar un cafetín al lado de mi casa, en el bar de Quico. Una pausa entre maletas.
--He visto en el periódico que, de profesión, es biólogo teórico.
--Sí, es como se define…
--¿Y qué hacía en la UIMP?
--Asistía a una especie de taller cerrado de bioética, un stage de tres días, que parece que se había currado abundantemente, pero desde una sombra oscura como él mismo. De hecho, su nombre no aparecía en el programa, ni siquiera como ponente, pero en cambio tenía uno de esos dormitorios de caballerizas que en general están destinados a los docentes permanentes, al equipo…
--¿Era el que intentó suicidarse, verdad?
--Sí. Hay que joderse, dice Carmen amargamente. ¡Podría haber empezado por el final!!! Y dentro de todo, menos mal que aquellos chavales le quitaron la idea, que debía darle bastante miedo. No sé cómo se hubiera resuelto esta historia con este pájaro muerto.
--Porque la policía, en el momento, no relacionó una cosa con otra…
--Pues no. Eran unidades distintas –defiende Carmen-- y ahí quedaron, sin embargo, su nombre y sus señas. Sólo cuando unos días más tarde se consiguió identificar a la víctima, y cuando se supo que coincidían los dos en un sitio, la Facultad de Medicina de Valladolid, y aquella noche al menos, en la UIMP, la cosa empezó a tener cuerpo… También casualmente. Un inspector que, en circunstancias normales, ni hubiera visto el dosier de intento de suicidio, y que lo intuyó. Bueno, ya sabes que a veces se da que asesinos de mujeres se suiciden, o monten el paripé…
--¿Crees que fue premeditado?
--Él dice que no, y la defensa alegará locura temporal, pero él llevaba ese cordón azul en el bolsillo… Y mira, es muy difícil y costoso estrangular a una mujer. Hacen falta fuerza y… voluntad. Y más, cuando la persona se resiste como se resistió Alicia. Ya ves lo poco que le duró la locura suicida, y cómo pudo incluso cambiarla de sitio, caliente todavía…
--¿Y nadie le vio?
--Sí, claro que le vieron. Abrazado a una chica borracha… eso es lo que vieron. Y estaba muerta. Y la pudo sentar, sin quitarle la cuerda, y dejarla acurrucada en esa esquina, sin llamar la atención de nadie… Se habría metido algo, pensarían. Y deshacerse de sus cosas, de su bolso, de su móvil. Y luego, volver tranquilamente a su cuarto, y dormirse, hasta que le despertaron los ruidos de la poli por la mañana. Y eso que no usaron sirenas ni tales acuerdos. Todo con discreción.
La historia es sórdida, muy sórdida. Alicia está muerta, irremediablemente. Tiendo a pensar qué pasaría por la cabeza de este tipo, pero me lo prohíbo.
--Yo mañana me vuelvo a Madrid, le digo. ¿Y tú? Esta historia ya está acabada…
--Pero yo no vine a esto, querida. Mi tema, por el que me han dado este traslado, es mucho más complejo. Si quieres te doy un par de palabras clave: energía, corrupción… y muertos. Pero no, concluye Carmen. No te digo nada, que luego vas y lo cascas todo.
Agosto, que no el verano, se nos deshace entre los dedos. Con el no-debate de la no-investidura, parece además como si se hubiera acelerado el final. Y confieso que un tedio pesado, como la panza de burro con calor, una pereza infinita, eso, es el sentimiento que domina estos últimos días de mis...
Autor >
Rosa Pereda
Es escritora, feminista y roja. Ha desempeñado muchos oficios, siempre con la cultura, y ha publicado una novela y un manojo de libros más. Pero lo que se siente de verdad es periodista.
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