PERFIL
Javier Fernández, el pacificador silencioso
Un PSOE fracturado confía la gestora que debe propiciar la reconciliación del partido al dirigente autonómico que en los últimos 16 años apaciguó las fortísimas tensiones en las que vivió el socialismo asturiano desde los años 70
Javier Cuartas OVIEDO , 9/10/2016
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Javier Fernández (Mieres, 1948) pacificó el socialismo asturiano hace dieciséis años y ahora le han encomendado que haga lo mismo en el español tras la gravísima fractura exhibida en el seno del PSOE con el levantamiento abrupto y descarnado de los poderes territoriales del partido y el derribo de Pedro Sánchez, su primer secretario general elegido por las bases en 137 años de historia.
A la era de Fernández al frente de la Federación Socialista Asturiana (FSA-PSOE) se le ha dado en denominar el javierismo. La paradoja es que el javierismo se caracteriza por la ausencia de ismos. Consiste en un denominador mínimo común basado en abrir márgenes a las coincidencias, achicar los espacios de fricción, reducir la verbalización pública de las contradicciones internas, minimizar el protagonismo individual en beneficio de la preeminencia del partido, desplazar el foco del debate desde las cuitas orgánicas a la reformulación de la oferta ideológica socialdemócrata e imponer un tono de comedimiento en las palabras y en la acción.
Su discurso de clausura, quizá la intervención más vibrante de su vida pública, supuso el inicio del apaciguamiento orgánico
La fractura en el socialismo asturiano cuando Fernández accedió a la secretaría general en 2000 no era menor. Hacía tres meses que el Gobierno socialista autonómico, con mayoría absoluta, había sido derrotado por su propio grupo parlamentario (con la anuencia e inspiración de la dirección regional del partido) a cuenta de una profunda controversia sobre la antigua Cajastur. La crispación era enorme y Javier Fernández llegó al Congreso regional del partido como candidato de la facción mayoritaria, nucleada en torno a las agrupaciones de las comarcas carboneras.
Fernández ganó a su oponente con el 52,46% de los votos y su comisión ejecutiva apenas logró el respaldo del 48,03%, frente a una abstención del 51,97%. La FSA estaba rota por la mitad. Pero su discurso de clausura, ya de madrugada, quizá la intervención más vibrante de su vida pública, supuso un punto de inflexión y el inicio del apaciguamiento orgánico.
Su política de reconciliación fue eficaz. Han pasado dieciséis años y las batallas internas no se han reproducido. Los tres grandes clanes del socialismo asturiano (que se apoyan en territorios y en sectores productivos) no se disolvieron pero perviven en un estadio de coexistencia pacífica inédito desde el inicio de la Transición.
Fernández no sólo terminó con el triángulo de facciones en tensión. También acabó con una estructura de poder complicadísima en el socialismo regional, basado en la tricefalia y que había constituido una singularidad asturiana. Desde el primer gobierno preautonómico, en 1978, Asturias había tenido cinco presidentes socialistas, que gobernaron durante más de 33 años. Pero ninguno de ellos controló el partido. Los presidentes autonómicos socialistas no eran secretarios generales del partido. Y ni tan siquiera los secretarios generales controlaban la organización porque existía un poder de facto en manos del dirigente minero José Ángel Fernández Villa, líder entonces del sindicato SOMA, quien ejercía una portentosa capacidad decisoria mediante el control de las poderosas agrupaciones de los municipios hulleros.
Fernández preside Asturias desde 2012 (volvió a ganar en 2015) y con ello ha establecido un nuevo hito en la historia del socialismo asturiano
Javier Fernández, que llegó a la secretaría general aupado por esta tendencia hegemónica (antaño identificada con el guerrismo), marcó distancias desde el comienzo de su mandato con sus valedores, y esta deliberada posición de neutralidad le granjeó el reconocimiento de las otras dos facciones. El sector dominante, aunque descontento con su evolución, no cuestionó su figura porque las bases de afiliados se identificaron con su empeño de reagrupar el partido y restañar heridas.
Tras haberse resistido cuatro años antes a la petición de la dirección nacional para que fuese candidato a la presidencia del Principado, Fernández encabezó por vez primera en 2011 la candidatura del PSOE a la presidencia de Asturias. Ganó las elecciones autonómicas en votos pero las perdió por un escaño frente al exministro del PP Francisco Álvarez-Cascos, líder de Foro. Esa misma noche Fernández anunció su renuncia a intentar formar Gobierno. Pero la disolución de la Cámara por Cascos tras seis meses de Gobierno en minoría le otorgó una segunda oportunidad. Fernández preside Asturias en minoría desde 2012 (volvió a ganar en 2015) y con ello ha establecido un nuevo hito sin precedentes en la historia del socialismo asturiano. Por vez primera el presidente socialista de Asturias es líder de su partido, y lo es además con plenas funciones ejecutivas y no sometido a la tutela de poderes en la sombra.
Su independencia y autonomía plena en el ejercicio de la dirección del partido quedó de manifiesto en 2014 cuando expulsó a Fernández Villa, su principal mentor en el partido y quien le dio la victoria en el Congreso de 2000, nada más conocerse que había regularizado 1,4 millones durante la amnistía fiscal del Gobierno del PP.
Aunque Villa había dejado un año antes la dirección del SOMA tras 35 años de poder absoluto, y aunque el sindicato también expulsó a su exdirigente, la contundente acción de Javier Fernández contra quien había encarnado el mayor poder en las filas socialistas durante más de un tercio de siglo acrecentó su ya acusada autoridad moral en el partido.
Su abuelo materno fue fusilado por los franquistas, y su padre, varias tías paternas y otra materna padecieron un largo periodo de confinamiento en el campo de concentración de Arnao
Fernández había llegado a la dirección de la FSA con un acopio importante de respeto y reconocimiento entre las bases y las estructuras orgánicas. Lo avalaban sus orígenes y también su trayectoria.
El presidente asturiano y ahora también de la gestora del PSOE es sobrino-nieto del fundador del SOMA en 1910, exalcalde de Mieres y dirigente carismático socialista Manuel Llaneza; su abuelo materno fue fusilado por los franquistas, y su padre (que tenía 16 años), varias tías paternas y otra materna padecieron un largo periodo de confinamiento al término de la Guerra Civil en el campo de concentración de Arnao (Castropol), cerca de la frontera con Galicia. Fue allí donde se conocieron sus progenitores, cuando la madre del presidente asturiano acudía al recinto de reclusión para visitar a su hermana.
Hijo de un maestro industrial y electricista de la compañía minero-siderúrgica Fábrica de Mieres, Javier Fernández vivió en la cuenca minera del Caudal el ambiente de resistencia (“en voz baja”) de los derrotados y la represión de la posguerra, tuvo consciencia del “desamparo” a los siete años cuando vio a su padre postrado en un hospital tras un siniestro laboral, vivió los desmantelamientos industriales de las comarcas hulleras y el éxodo de trabajadores siderúrgicos a Gijón a fines de los años 60, donde reside desde 1971; y renunció a su pasión por la arqueología para estudiar Ingeniería de Minas en Oviedo y Madrid. Antes, en el instituto, se hizo novio de quien acabaría siendo su esposa, tiempo después profesora de Secundaria, y con la que tuvo una hija, ahora médica.
Tras una etapa en la actividad privada (constituyó un despacho de ingeniería con varios amigos), opositó al cuerpo de Ingenieros de Minas del Ministerio de Industria y estuvo destinado en Cantabria y, desde 1987, en Asturias como funcionario del Principado.
Antes, en 1985, se había afiliado al PSOE. Seis años después, en 1991, comenzó a asumir responsabilidades políticas. Fue director general de Minas en el Principado (1991-1995), diputado en el Congreso (1996-1999), donde se dedicó a cuestiones de industria y energía; consejero de Industria en el primer Gobierno del socialista Vicente Álvarez Areces (1999-2000) --cargo del que dimitió cuando fue elegido secretario general de la FSA-- y senador por designación autonómica en 2008. En la Cámara Alta presidió la Comisión de Reglamento.
Su renuencia al protagonismo y su escasa ambición personal acrecentaron su respeto entre la militancia y los cuadros del partido
Durante el desempeño de sus cargos públicos y orgánicos, la militancia reconoció su talante discreto, su actitud prudente y su posición templada y dialogante. Su renuencia al protagonismo (en su toma de posesión como presidente de Asturias en 2012 se definió como “fotofóbico”) y su escasa ambición personal (en 2007 rechazó ser candidato electoral en Asturias y tanto José Luis Rodríguez Zapatero como Alfredo Pérez Rubalcaba desvelaron que también renunció a ser ministro de Industria en el primer Gobierno de Zapatero, entre 2004 y 2008) acrecentaron su respeto entre la militancia y los cuadros del partido.
Unidad de España
Fernández es fiel al ideario socialdemócrata (en sus discursos son habituales las referencias al debate entre distintas escuelas de pensamiento económico sobre las causas de la Gran Recesión y las salidas posibles de la crisis), mantiene un desencuentro público con las posiciones y procedimientos de Podemos (que en Asturias, y salvo las confluencias de Oviedo, también mantiene una actitud muy refractaria a colaborar con el PSOE, como se evidenció en la alcaldía de Gijón, donde gobierna por ello Foro) y tiene una acusada concepción unitaria de España y de rechazo a los secesionismos.
En su visión de la unidad de España aúna su ideario de país y su pensamiento de izquierdas. En su posición política, la solidaridad interterritorial entre regiones ricas y pobres, la indivisibilidad de la caja única de la Seguridad Social y las transferencias de rentas también forman parte del corpus doctrinal del socialismo.
Fernández es fiel al ideario socialdemócrata, mantiene un desencuentro público con Podemos y tiene una acusada concepción unitaria de España
Esto lo situó en posiciones de rechazo a cualquier eventual acuerdo del PSOE con los independentistas para formar Gobierno. Y aunque no participó de la verbalización pública de las diferencias con la dirección federal de Pedro Sánchez de la que hicieron gala en los últimos meses los dirigentes meridionales del PSOE (los barones territoriales que alimentaron con sus declaraciones la imagen de un partido polifónico y desunido, incluso durante la campaña electoral de Galicia y País Vasco), se sabe de su incomodidad con la indefinición táctica en la que se movió la ejecutiva de Sánchez sobre la posibilidad de entablar negociaciones con los soberanistas catalanes para formar Gobierno en España y desbancar a Rajoy.
De modo que cuando los socialistas del sur --con el único apoyo norteño “in extremis” de forma pública del presidente socialista de Aragón, y con la ayuda estelar de Felipe González-- lanzaron la arremetida pública final contra Sánchez, Fernández estaba mucho más dispuesto a apoyar la formación de una gestora que a acceder al propósito de Sánchez de convocar un congreso y unas primarias de inmediato y sin aguardar a resolver la gobernabilidad de España.
La convocatoria de nuevos comicios era la única de las tres opciones posibles del PSOE (las tres, diabólicas y con un alto coste para el partido) que el comité federal socialista no había prohibido a Sánchez, una vez que por unanimidad se le había vetado apoyar o colaborar con la entronización del PP como lista más votada y también se le había vetado aliarse con los soberanistas para intentar su propia investidura.
Fernández ha ido decantándose por la abstención: repudia cualquier acercamiento a los secesionistas y considera que unos nuevos comicios favorecerían al PP
Tras dos elecciones fracasadas que no depararon mayorías parlamentarias suficientes, dos intentos de investidura frustrados (Sánchez y Rajoy) y nueve meses con un Gobierno del PP en funciones y que gestiona el país sin someterse al obligado control del Parlamento, Fernández fue decantándose, sin decirlo abiertamente, por la abstención: repudia cualquier acercamiento a los secesionistas y considera que unos nuevos comicios favorecerían al PP. “Hay algo peor que un Gobierno en minoría del PP: un Gobierno del PP en mayoría”. El que Fernández calificó como “bochornoso” espectáculo de hace una semana, con los socialistas exhibiendo sus diferencias en público de forma tosca apuntalaría la hipótesis de un mayor derrumbe electoral del PSOE en caso de nueva convocatoria a las urnas.
Hoy el dirigente asturiano reconoce que los socialistas (sin distingos entre pedristas y antipedristas) se equivocaron por no haber abordado meses atrás un debate serio y sin tapujos sobre la endiablada disyuntiva a la que está sometido el PSOE: abocar al país a nuevas elecciones, pactar con los independentistas y Podemos o permitir por inhibición la formación de un Gobierno del PP en minoría, una vez descartados tanto el Gobierno de coalición como la colaboración parlamentaria.
Se sabe que en las elecciones primarias que invistieron a Sánchez secretario general hace dos años, el dirigente asturiano, afín al aparato e integrante por edad de la generación de dirigentes y cuadros procedentes de la Transición, apoyó con ellos a Eduardo Madina, lo que situó al dirigente asturiano en una posición antagónica a la de la presidenta andaluza, Susana Díaz, que respaldó a Sánchez.
En aquel 38º Congreso Federal del PSOE, la Federación Socialista Asturiana (muy preocupada por la cohesión territorial de España, a la que Asturias, por su dependencia de la solidaridad nacional y de la transferencia de rentas, es muy sensible) estuvo a punto de ausentarse en disconformidad con que Sánchez desplazara a Javier Fernández del consejo de política federal en beneficio de la presidenta andaluza. La situación se recompuso cuando el nuevo dirigente nacional del partido creó para los asturianos un Consejo de Industria que acabó teniendo, como se sospechó, poca relevancia.
Ahora, Susana Díaz y Javier Fernández aparecen alineados. La presidenta andaluza fue uno de los dirigentes que apostaron de forma más decidida por confiar en el asturiano el difícil tránsito de un partido más que centenario y que, por los errores de todos sus dirigentes, de una y otra facción, vive sus horas más bajas: desunido, desorientado, polifónico, sometido a una encrucijada de la que no podrá salir sin costes (opte por la vía que opte) y con sus electores estupefactos y decepcionados. Fernández se ha puesto a la titánica tarea de minimizar daños.
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Autor >
Javier Cuartas
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