ESPECIAL ‘OMEGA’
12. Norma y paraíso de los negros
Antonio Molina Flores 4/11/2016
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Quedo con Ángel del Río, hermano de tantos hermanos, hermano de Pilar del Río y cuñado que fue de José Saramago, el poeta portugués que publicó sus Poemas posibles en Granada. Están grabando un reportaje y quiere que hablemos de La Carbonería.
Hace unos días Pedro G. Romero y el inefable José Manuel Gamboa me dijeron si quería escribir sobre Omega. No solo por haber nacido en Orce y escuchado el disco en todos los viajes en los que conduzco solo, también por Lagartija Nick y Enrique y Federico, nombres propios y también míos. Me pido un tema, “Pequeño Vals Vienés”, pero ya no puede ser. Veo los que quedan y elijo “Norma y Paraíso de los Negros” porque el azul tiene pupilas en el desierto de la melancolía. Una vez le preguntaron a García Lorca qué era la poesía y él dijo que era la unión de dos palabras que nunca se supuso que pudieran juntarse. “Ciervo vulnerado”. Lo dijo en la habitación de un hotel, vestido con un pijama a rayas, como un preso de la palabra que espera su adviento.
Escucho otra vez Omega y me paro varias veces en Norma y paraíso de los negros. Quiero leer el poema completo para ver qué partes quedaron fuera de la canción. Tal vez podamos comprender que el duende se presenta cuando la música es poema y la poesía música. Eso que para simplificar llamamos arte. Abro las Obras Completas de Aguilar. Busco en el índice. El poema es el primero de la sección “Los Negros. Para Ángel del Río”.
Enrique y Federico vivos, porque a veces la poesía, la música y el arte forman un acorde de terciopelo que rompe las membranas entre lo visible y lo invisible. Ellos son el primer tándem que reivindica explícitamente a los negros, más allá de la obviedad de lo gitano. Los negros de Harlem pero también los negros de los sones que retumban en la percusión flamenca y en toda la hondura de los sonidos negros. Porque la renovación, la revolución mejor, que impulsa Morente en todo lo flamenco tiene mucho que ver con su relación con la poesía contemporánea. La amistad de Enrique Morente con Javier Egea, con Alberti o con García Montero, su lectura apasionada de San Juan de la Cruz o de María Zambrano lo abren a un universo muy alejado del machismo casposo de las letras del diecinueve. Lo mismo que se acerca con naturalidad a los sonidos de los rockeros granaínos, 091 o Lagartija Nick.
En la noche todos los gatos se juntan debajo de la luna llena de la Alhambra. Y entre risas y copas se intuyen los sonidos novísimos de Omega. Novísimos, fin de los tiempos, alfa y omega. Palabras mayores, así, como el que no quiere la cosa. Y todo en el aire es sueño.
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