Crónica Judicial / Gürtel
Los bostezos y la pegajosa sombra del delito
Esteban Ordóñez San Fernando de Henares , 12/11/2016
Isabel Jordán, durante su declaración en la Audiencia Nacional.
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Eran las dos menos cuarto del mediodía. Gustavo Galán, letrado defensor de Isabel Jordán, justo había terminado un bloque de su interrogatorio. El juez suspendió la sesión: terminamos antes y volvemos pronto, dijo, a las tres. Álvaro Pérez El Bigotes, que sobrevive al juicio acurrucándose en la silla y mirando a su regazo, levantó la cabeza, apesadumbrado: “A las tres y media. A y media”, imploró con un grito susurrado. Tenía razón, la marcha de la jornada justificaba cierto pataleo.
Después de una semana de declaración, quedaban pocos asuntos que abordar y pocas versiones que vislumbrar. Desde el lunes, Jordán llevaba la lección aprendida y apenas en un par de curvas consiguieron echarla de su carretera; de modo que el interrogatorio de Gustavo Galán venía, únicamente, a apuntalar las explicaciones ya aportadas: las desavenencias entre Jordán y los cabecillas corruptos o su papel en los trabajos de las empresas de la trama con la Comunidad de Madrid y los ayuntamientos de Pozuelo de Alarcón y Majadahonda.
No es que el relato no contuviera cierta potencia narrativa –salieron a relucir rencillas internas entre acusados, detectives privados, actos de justicia y rebelión personal, un cuñado escolta de Ruiz Gallardón—; el problema estuvo en la flema de Galán, en su manía repetitiva y su obsesión por el circunloquio. Parecía confiar en que atascando el tiempo y deslizándose por el detalle estéril aportaba solidez a su edificio argumental cuando lo único que conseguía era enojar el bigote al juez Hurtado.
Lo primero que quiso desintegrar Galán es la imagen de compradora compulsiva que Correa y Crespo habían construido sobre Jordán
Lo primero que quiso desintegrar Galán es la imagen de compradora compulsiva que Correa y Crespo habían construido sobre Jordán. Días antes Miguel Durán, abogado del número dos, había acusado a Jordán de usar la tarjeta de empresa para gastos personales y de, además, robar dinero de la caja fuerte de la sede. Ahora, Galán utilizó los datos de remuneración de Pau Collado, empleado que sustituyó a la acusada durante un año, para demostrar que éste había percibido cerca de 100.000 euros anuales aparte de la nómina. Jordán aseguró que jamás había recibido una cifra parecida, y eso que acumulaba mayor experiencia. Por eso, cogió 170.000 euros de la caja fuerte, para compensar los ‘bonus’ que le debían.
El letrado vendió una empleada ejemplar y desinteresada, una organizadora de eventos que, en cuanto captó un atisbo de irregularidad exigió explicaciones y denunció. La liebre saltó cuando Javier Nombela dejó una carpeta de “facturas especiales” en sus manos. Jordán denunció y dio pie a la apertura de una auditoría que la cúpula del entramado trató de bloquear.
Hubo detalles que devolvieron la suciedad correspondiente a los delitos, y a los delincuentes. El proceso de la justicia, con sus venías y sus códigos, desapasiona y enfría los crímenes. El carácter mediático no contribuye a remarcar la crudeza de la cosa. Debemos cumplir con unas cuotas de humorismo. La contundencia, crónica tras crónica, anestesia a los lectores. Además, entra en juego el espectáculo que, por definición, se asume como inofensivo. Por eso, el gigantismo de la Gürtel implica una porción de inevitable exoneración pública. Sin embargo, el día 11 se vivió un momento que propagó de nuevo el olor a mugre. Fue gracias a un audio en el que Isabel Jordán hablaba con Pérez Mora, un estafador que se hizo pasar por juez retirado, le sacó a Correa buenas sumas de dinero y acabó suicidándose.
Pérez Mora se coló aprovechándose del ego del cabecilla de la trama. Don Vito confiaba en su propia categoría mafiosa. Uno se lo imagina soñando con haberse construido un círculo de confianza, respeto y lealtad intraspasable, y tonteando con la idea de la conspiración. Pérez Mora sólo necesitó acercarse y fingirse un peso pesado de la justicia española, un amigo de Garzón. Correa, que se olía las fichas que la policía movía en su contra, puso en nómina a Mora; creyó que dominaba la situación y, por eso mismo, lo cazaron más rápido.
Don Vito confiaba en su propia categoría mafiosa. Uno se lo imagina soñando con haberse construido un círculo de confianza, respeto y lealtad intraspasable, y tonteando con la idea de la conspiración
El estafador de estafadores resucitó en la sala a través de una conversación telefónica grabada. Jordán pedía a Mora que intermediara en el conflicto que mantenía con los jefazos y relataba los seguimientos que había sufrido por unos tipos que llevaban unas fotos de su hija para amedrentarla. El tono de Jordán resultaba difícil de creer. No asomaba emoción a su voz al hablar de la niña, se expresaba como si recitara de memoria. Se notaba que trataba de sobrecogerse en algunos puntos, pero le salía mal: metía un subidón de volumen y una urgencia que nadie se atrevería a relacionar con el miedo o la preocupación. Un eco de cosa prefabricada habitaba en todo el audio. La historia gurteliana, en cambio, da pruebas de que Correa y Crespo se deslizaban sin tapujos al fango de las amenazas.
Cuando Arturo González Panero El Albondiguilla, exalcalde de Boadilla, se revolvió, Pablo Crespo y Paco Correa prepararon un escrito con 23 puntos sobre cómo amenazarlo: “No te queremos joder la vida”, rezaba uno de los ítems. Lo dicho, estaban dispuestos a calzarse los zapatos sicilianos.
Estos soniquetes de cine negro patrio podrían haber reverberado en la sala de no ser por la capacidad de Gustavo Galán para empantanar cualquier brote de emoción. En su lugar, los bostezos se concatenaban. Uno podía viajar con los ojos por todas las regiones de la sala saltando de bostezo en bostezo. Letrados, jueces, acusaciones, gente de leyes en general, son una especie que esconde o se tapa la boca para hablar pero que, al bostezar, exhiben sin pudor los empastes de las muelas.
Gran parte del tiempo de la sesión se invirtió en indicar rutas. Las rutas, para los profanos, son las URL que sirven para localizar un documento dentro del sumario de la causa. Cada ruta era una suma de guiones, corchetes, barras, puntos, números, letras, etiquetas. Gustavo Galán proyectó decenas de documentos que duraban un segundo en pantalla y que venían a demostrar lo mismo que los anteriores, que no aportaban nada nuevo. A saber, que diseñar los pliegos que el ayuntamiento utilizaría luego para decidir a qué empresa adjudicaba un concurso público entraba dentro de la lógica porque se trataba de un proyecto muy novedoso. En ese punto, el abogado de José Luis Peñas, Ángel Galindo, negó con la cabeza, escandalizado: “Alucinante”, murmuró y buscó a Peñas con la mirada: “Alucinante”, repitió. Peñas, el hombre que destapó la Gürtel, desde el banquillo, sonreía lastimosamente.
Jordán terminó su semana cerca de las seis de la tarde y se marchó más o menos como llegó, sin que sus denuncias y sus movimientos contra las empresas a las que un día perteneció orgullosamente le despojaran de la sombra del delito.
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Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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