El robo de la espada que fundó la izquierda bolivariana
Los guerrilleros del M-19 colombiano rememoran su primera acción en 1974, con la que reivindicaron la figura del libertador de América
Pablo Rodero Bogotá , 7/12/2016
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Estaba anocheciendo en Bogotá y un Renault 6 esperaba con el motor en marcha en la entrada de la Quinta de Bolívar, la antigua residencia de El Libertador de la Gran Colombia. Carlos y Yoel aguardaban dentro del vehículo cuando por la puerta monumental de la casa-museo salió apresuradamente un hombre vestido con un poncho mexicano bajo el que escondía un objeto alargado. Entró en el coche y el Renault 6 se caló. Tras varios intentos infructuosos por arrancarlo, un grupo de personas se acercó al vehículo y uno le dijo a Carlos, que se encontraba al volante: “Póngalo en neutro, hombre”. El coche arrancó y se alejó hacia el norte de la ciudad.
Era el 17 de enero de 1974. El hombre que había entrado en el coche se llamaba Álvaro Fayad, aunque era conocido como “El Turco” entre sus camaradas, y el objeto que escondía bajo el sarape mexicano era la espada de Simón Bolívar. “Aquella fue la primera acción política del M-19”, recuerda, 42 años después, Carlos, el conductor y uno de los fundadores de la guerrilla, en un homenaje que varios excompañeros le están dando a él y a otros veteranos del grupo armado Movimiento 19 de abril (M-19). “No fue una acción militar importante, pero nadie lo esperaba y generamos una gran expectativa”, explica Carlos.
El M-19 trató de hacer llegar su mensaje a sectores más amplios de la sociedad colombiana, huyendo de un discurso doctrinario y de la terminología marxista
El robo de la espada de Bolívar, que fue retratado recientemente en la serie televisiva de Netflix Narcos, supuso el pistoletazo del cuarto gran grupo guerrillero de Colombia de aquella época. “Entonces estaban las FARC, que luchaban por la revolución soviética; el ELN, que luchaba por la revolución cubana, y el EPL, que luchaba por la revolución china, y nosotros dijimos: ‘Bueno, ¿y quién va a luchar por la revolución colombiana?’”, explica Carlos junto a su antiguo compañero de lucha El Guayabita, que también rememora aquella época. “Yo aún no estaba en la organización, al resto de la izquierda esto nos traumatizó porque era algo totalmente novedoso, Bolívar era entonces un personaje ajeno a la izquierda”. A los siete meses, Guayabita ya formaba parte del M-19, aunque, según admite, “en un principio pensamos: ‘Estos son de la CIA’”.
El robo de la espada
Eran las cinco menos diez de la tarde cuando el Renault 6 conducido por Carlos llegó a la entrada de la Quinta. El Turco, que acabaría siendo el líder de la organización años después, se acercó a la entrada vestido con el sarape para comprar una entrada. La taquillera le indicó que ya era tarde, dado que en 10 minutos la hacienda cerraría al público. “Por favor, vengo desde México, estoy haciendo un estudio de la vida de Bolívar, sólo me llevará un instante”, le suplicó El Turco a la taquillera, que acabó por acceder y dejarle a cargo de los celadores antes de marcharse. Dentro, otros compañeros esperaban escondidos para ayudarle a amordazar a los celadores y realizar el robo que presentaría en sociedad a su naciente organización.
Según relatan Carlos y la Mona, otra exguerrillera que participó en la operación como centinela, en el robo se involucraron hasta 30 personas aquella noche. “Yo estaba de campanera en una esquina, no tenía muy claro de qué iba la huevonada”, cuenta la Mona, que ni siquiera llegó a ver a Carlos durante aquel operativo. Mientras el coche esperaba en la entrada, llegó a la Quinta un autobús de turistas en el momento más inoportuno. Una de las guerrilleras que vigilaban la entrada abordó el bus haciéndose pasar por trabajadora del museo: “Lo sentimos mucho, pero el museo ya ha cerrado. Sin embargo, estaremos encantados de recibirles mañana a primera hora”.
Sorprendentemente, todo salió bien. Tras dejar una proclama en la vitrina de la espada que rezaba “Bolívar, tu espada vuelve a la lucha”, El Turco se montó en el coche, que logró abandonar la Quinta con la ayuda de unos desconocidos, cuya procedencia nunca quedó clara. “Fayad me preguntó: ‘¿Son de tu comando?’, y yo le dije: “No, yo pensaba que eran del tuyo’”, recuerda Carlos. El coche alquilado durmió en una gasolinera del norte de la ciudad y, tras dejar la espada en el apartamento de su compañero Ernesto, Carlos volvió a su casa en autobús, escuchando por la radio la noticia del robo.
Recuperar a Bolívar
El robo de la espada fue un acto representativo de las acciones del M-19, una guerrilla cuya mayor innovación fue centrar su actividad en el terreno urbano con una estrategia propagandística totalmente novedosa. Fundado y comandado de manera indiscutible por el exguerrillero de las FARC Jaime Bateman, hasta su muerte en accidente aéreo en 1983, el M-19 trató de hacer llegar su mensaje a sectores más amplios de la sociedad colombiana, huyendo de un discurso doctrinario y de la terminología marxista. “Dejamos el marxismo-leninismo a un lado y aceptamos a todo el mundo, lo importante era la revolución colombiana”, explica Carlos. Desde aquel día, la espada de Bolívar se convertiría en el símbolo del grupo y el apellido “bolivariano” comenzaría a estar vinculado a la izquierda.
Para América Latina, los tiempos de revolución son ya el rumor de un pasado al que ni Fidel Castro sobrevivió
En la mañana siguiente al robo, el comando se reunió con Bateman, que había vigilado la acción mientras comía patatas fritas a dos calles de distancia de la Quinta. Contrariado por ver la espada en un preocupante estado de oxidación, Bateman ordenó a Carlos y a Ernesto limpiarla. Para ello, los dos jóvenes revolucionarios eligieron el producto que más simbolizaba al imperialismo gringo contra el que luchaban: la Coca-Cola. También compraron un mapa de América Latina y Carlos realizó la foto que pasaría a la historia y que apareció en todos los medios colombianos al día siguiente. Ernesto, portando una ametralladora, posó en cuclillas sobre el mapa, la espada, los estribos y las espuelas del libertador con una pancarta con las siglas M-19 de fondo.
Después del robo de la espada vendrían secuestros, asaltos, combates y la famosa toma del Palacio de Justicia en 1985. Con la idea de realizar un simbólico juicio político al presidente de la república, Belisario Betancur, un comando guerrillero se internó en la corte y mantuvo como rehenes a los más altos magistrados del país. La respuesta del Ejército fue feroz. Asaltó el edificio, llegando a emplear cuatro tanques en pleno centro de Bogotá. En el ataque murieron 87 personas, entre ellas todos los guerrilleros excepto una, y once civiles desaparecieron en el transcurso de la acción.
Revoluciones del pasado
Ahora, Bati, un veterano del M-19, ha organizado un acto de homenaje a viejos compañeros en una casa de campo a una hora de Bogotá. Reunidos en una terraza rodeada por la selva, Carlos, La Mona y El Guayabita reflexionan sobre las consecuencias de aquella histórica hazaña de 1974. “Antes del robo de la espada, Bolívar era considerado un reaccionario”, explica La Mona, “era el fundador del partido conservador, es lo que le enseñaban a uno en el colegio”, apuntilla Carlos. “Fue el renacimiento de la cultura bolivariana”, opina Guayabita. Después llegarían Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa y todo lo que se llamó la izquierda bolivariana, una idea que incluso las FARC acabaron por adoptar en sus últimos tiempos.
En 1990 el M-19 firmó su desmovilización y un año después devolvió la espada. La tizona bolivariana está hoy custodiada en una caja blindada en las bóvedas del Museo del Oro, alejada de visitantes curiosos y revolucionarios sospechosos. Los gobiernos de la izquierda bolivariana sobreviven a duras penas y en Colombia, hasta las FARC han desistido de alcanzar el poder por las armas. El gran legado del M-19, según sus veteranos, es la Constitución del 91, firmada tras su desmovilización, y las historias de sus espectaculares y simbólicas acciones. Para América Latina, los tiempos de revolución son ya el rumor de un pasado al que ni Fidel Castro sobrevivió. Pero los reencuentros renuevan el ánimo y, como La Mona no para de repetir, “si volviera a nacer, volvería a ser M”.
Estaba anocheciendo en Bogotá y un Renault 6 esperaba con el motor en marcha en la entrada de la Quinta de Bolívar, la antigua residencia de El Libertador de la Gran Colombia. Carlos y Yoel aguardaban dentro del vehículo cuando por la puerta monumental de la casa-museo salió apresuradamente un hombre vestido con...
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Pablo Rodero
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