Crónica judicial / Gürtel
Ortega ‘el Rata’, un amigo fiel
Si aceptamos las explicaciones de Ortega y, al mismo tiempo, las de otros acusados, resulta que nadie gobernaba en los ayuntamientos, nadie decidía nada, ni los Ortega ni los Peñas ni los Moreno.
Esteban Ordóñez San Fernando de Henares , 20/12/2016
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Guillermo Ortega demostró que es más animal político de lo que aparenta. Toda su declaración fluyó con un tono medido de confidencia vacía que, de tanto en tanto, resaltaba ciertos valores que parecen exculparlo a uno de todo: profesionalidad, amor a la familia, religiosidad, lealtad… Fueron horas llenas de paja que supo salpicar con algunas perlas informativas para darnos algo que escribir. Una comidilla estratégicamente muy bien escogida: atacando a lo grande (el PP nacional y autonómico) para hacernos salivar a los periodistas, pero sólo, claro, mediante anécdotas que lo envolvieran a él con un traje de víctima.
No fue una puñalada contra Esperanza Aguirre (que suelen requerir al menos unos puntos de sutura), se acercó más a un simple escupitajo en la cara. Se quejó de que la expresidenta le obligó a retirarse de la alcaldía de Majadahonda por la adjudicación de unas parcelas y por la contratación de la Oficina de Atención al Ciudadano (OAC). Recalcó que la investigación sobre dichos terrenos acabó archivada. Otros imputados habían declarado que Aguirre le forzó a dimitir porque el dinero de donaciones y comisiones destinado al partido empezó a quedarse por el camino. Ortega lo negó: “Soy un hombre del partido”.
Dio otra versión. Un día, en el Club 31, mientras comía con el que fuera gerente del Palacio de Congresos de Madrid, Jorge Barbadillo, se les acercó la diputada Carmen Rodríguez Flores: “Nos dijo qué tal todo… sois los dos idiotas, a ti te han echado porque Molpeceres ha denunciado a Álvaro Lapuerta que no le estabas adjudicando ninguna obra”. Joaquín Molpeceres, dueño de las empresas Licuas y Coarsa, ya estaba en la memoria de Ortega por dos cosas, porque era un empresario “histórico” de la zona y porque había recibido tiempo atrás una llamada de Lapuerta pidiéndole que echara una mano a sus dos firmas porque era “gente que colaboraba con la casa”. Una llamada, que no un fax. El Rata se ocupó de desautorizar la versión de Peñas. Fuera fax o telefonazo, las conclusiones se mantienen: los donativos adquieren una categoría de sobornos. En este caso, al menos, 60.000 euros: cifra con la que Volpeceres (‘Molpeceres’ con errata) apareció en los papeles de Luis Bárcenas.
La única culpa sin reservas ni intermediarios la echó sobre Álvaro Lapuerta, extesorero del PP, hoy devorado por una demencia degenerativa que le ha librado del proceso judicial
Si uno espulga un poco el relato, advierte rápidamente que sirve a Ortega para colar su imagen de desahuciado político, al tiempo que evita meterse en barrizal alguno: la única culpa sin reservas ni intermediarios la echó sobre Álvaro Lapuerta, extesorero del PP, hoy devorado por una demencia degenerativa que le ha librado del proceso judicial.
El exalcalde de Majadahonda trató de esquivar los 50 años y cuatro meses de prisión que le solicita la fiscalía yendo a lo seguro: huyó de las preguntas de todas las partes y respondió sólo a su abogado.
Hay que añadir que Francisco Correa permaneció absolutamente tranquilo toda la sesión. Ortega es un chollo. Cumple a la perfección con su papel de mayordomo (bajando habitualmente a comprarle las Coca-Colas al cabecilla) y además declara ante el tribunal a conveniencia. Correa lo escuchaba como quien oye una brisilla marina: calmo, pacífico, reconfortado por fin.
Guillermo Ortega presumió de que Paco era su amigo. Confirmó que le regaló un crucero. “Teníamos tanta amistad como para que fuera padrino de mi hijo, tanta como para ir a cenar a su casa sin previo aviso, y él a la mía”. Sonaba sincero. Correa parece ser uno de esos que ejercen la amistad como una militancia, pero que rompen las relaciones y se alejan con un activismo igual de feroz, tanto como para reclamar el dinero de lo que, supuestamente, eran regalos desinteresados. El exalcalde también elogió a Crespo, no lo conocía antes del juicio, dijo, y se había “sorprendido gratamente”; tanto que se coloró, sonriente, y se olvidó de lo que le habían preguntado.
Correa parece ser uno de esos que ejercen la amistad como una militancia, pero que rompen las relaciones y se alejan con un activismo igual de feroz
El abogado de Willy Ortega abordó una por una las presuntas adjudicaciones fraudulentas. Sin embargo, fue una defensa etérea, ya que no se proyectaron documentos que sustentaran su versión. La estrategia se planteó como un juego de artificio. El exalcalde se presentó como el modernizador de Majadahonda, que entonces “estaba en la prehistoria”.
Afirmó apoyar la OAC de Correa al “seiscientos por cien”, también la campaña de imagen corporativa, la reforma del Palacio de Congresos... Todos eran proyectos urgentes e innovadores, dignificadores para el municipio. Se perdía en detalles y anécdotas accesorias. Hablaba de ‘trabajos de calidad’ como si la calidad fuera un factor exculpatorio del fraude. El juez Hurtado se irritaba y lo cortaba.
No obstante, más allá del floro, no recordaba los procesos de contratación. Aseguró que eso no le correspondía, el día a día era cosa de otros. A él le quedaban los grandes asuntos, el impulso visionario.
En sesiones anteriores se había sugerido que quien tenía al alcalde de su parte dominaba el municipio, y la defensa quiso desmentir la idea:
- ¿Decidía el alcalde a quién se adjudicaban contratos?
- Casi imposible… tendría que estar con 6 o 7 personas para intentar organizarlo… El alcalde sólo contrata a dedo cuando hay una calamidad.
Sobre su cuenta en Suiza, contó que la abrió para que sus hijas estudiaran alemán, que “como dice Merkel”, hay que saber alemán
Siguieron por ese camino, empezaron a despojar de competencias el puesto del primer edil hasta dejarlo como algo casi simbólico. Si aceptamos las explicaciones de Ortega y, al mismo tiempo, las de otros acusados, resulta que nadie gobernaba en los ayuntamientos, nadie decidía nada, ni los Ortega ni los Peñas ni los Moreno. Creer las dos versiones sitúa a los consistorios en un limbo, una cosa medio anarquista y medio berlanguiana.
Sobre su cuenta en Suiza, contó que la abrió para que sus hijas estudiaran alemán, que “como dice Merkel”, hay que saber alemán, pero con todo el lío, lo de la corrupción y tal, “las pobres” acabaron yendo a institutos en España.
Hubo una pregunta que movió un extraño ruido tras las bambalinas del proceso. El abogado reprodujo una cuestión que había planteado previamente el letrado de Bárcenas, a saber: si Ortega había recibido presiones por parte de otros acusados y defensores. Él dijo que sí, pero no dio nombres, por lo que no sirvió de nada: cosa rara cuando era su propio letrado el que sacaba el tema.
Hay una trastienda en el proceso de la Gürtel, hay contactos entre las partes, negociaciones, movimientos inaccesibles e incomprensibles para los profanos. Una trastienda que, al suceder lejos de nuestros ojos, a veces es real y a veces se inventa, y resulta imposible distinguir cuándo es cada cosa. La respuesta de Ortega sonó como el aborto de una misión, pero quién sabe.
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Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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