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Acaba de salir otra edición del libro CT o la Cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española (Debate, 2012).Se trata de la tercera edición de un libro aparecido en 2012. Son, por tanto, cinco años --prácticamente/poniéndonos flamencos-- de edad. Algo extraño por aquí abajo, biotopo en el que un libro suele tener una esperanza de vida que oscila entre los quince días y los tres meses. Por otra parte, y esto también ayuda a ver el milagro de una tercera edición y cinco años de vida, se trata de un libro de ruptura. Es decir, de un libro pensado como herramienta para ser utilizada por quien así lo quiera en un momento de crisis política, económica, social y cultural.

El presupuesto de los autores del libro --yo soy uno-- era precisamente ese. Presentar una herramienta que ya conocían y que, en la mayoría de los casos, ya habían utilizado. Se trataba de observar la cultura española democrática --esto es, todos su productos culturales, desde un discurso a una peli, desde una novela, a un mitin, desde una rueda de prensa a un ensayo; desde una idea cultural o política programática hasta, todo lo contrario, el uso cotidiano de un sentido común reducido y aplastante--, a través de una originalidad: su tendencia a crear cohesión social y, en el trance de ello, a reproducir mitos y realidades gubernamentales, de forma vertical. Puede sonar pueril. A mí, explicado así hoy, me suena pueril. Pero no lo fue. En ausencia de medios y del interés de la Academia --dos indicativos de que, en efecto, no sonaba a cosa pueril--, decidimos escribir ese libro, explicando lo que sabíamos, explicando lo que se podía hacer con el concepto CT en la crítica, en los estudios académicos, en la recepción y emisión de política, y experimentado con la adaptación del concepto a algunos campos de estudio. La idea es que, quien quisiera la hiciera suya y, a su vez, experimentara. Creo que lo conseguimos. Moderadamente. Me explico.

La Academia --la universidad, vamos-- ha pasado, por lo general, varios pueblos del asunto. En lo que, en mi caso, es un fracaso personal, no existe mucho, que se diga, en las Humanidades locales. Sí que existe, no tanto en la cátedra como en el aula y en la biblioteca, en las ciencias sociales. Curiosamente, y en lo que es un fenómeno que habla antes de la universidad patria que del concepto CT que proponíamos, el término ha tenido cierta fortuna en la universidad internacional. Quizás, más concretamente, en los USA, donde existe interés y producción --muy sexy, por cierto-- alrededor del término y por parte del iberismo --el hispanismo, en los USA, va y se llama iberismo, lo que es un muy buena idea--, y de la diáspora universitaria española, consecuencia del fin del Bienestar --es decir, también de la universidad-- en España.

Los medios locales en papel no se han hecho mucho eco del término. Lo que tampoco habla tanto del concepto CT, como de los medios locales en papel, que están cumpliendo una función no prevista por sus staffs: ser el sello de una brecha generacional importantísima. Hay generaciones, en fin, que no conocen el concepto CT, de la misma manera que no conocen determinadas posibilidades de la cultura, del arte, de la política, de la ética, o del tanga brasileño. Por que ni sospechan, en parte gracias a los medios que consumen, que todo eso exista. Sí que existe y es utilizado, criticado, o incluso denostado o humorificado --utilizar una idea consiste en todo eso--, en los nuevos medios. Por lo mismo, hay generaciones para las que la CT es un paisaje cotidiano, común.

Y quizás ese sea el pequeña gran éxito del libro. En un momento de combate cultural, el libro, el concepto, ayudó a varias generaciones a interpretar --bajo una lógica sospechada, pero jamás formulada en los últimos 40 años-- los lenguajes gubernamentales locales. Es decir, también el periodismo local. Un periodismo que, lo hemos visto con la crisis del PSOE, no ha cambiado un ápice la idea de su función y de sus deberes, que siguen siendo crear cohesión, en la línea señalada desde una instancia alejada de la cultura.

Esas generaciones son las que deben hacer crecer el concepto, o recortarlo, o caricaturizarlo, o chotearse de él, o ponderar su importancia. O, en fin. Hacer con él, vamos, lo que las sociedades hacen con los conceptos y herramientas que se inventan. Discutir, consumirlo hasta que se agote. Porque este concepto cultural es, y ahí la poca o mucha importancia que tenga, algo formulado fuera de los medios y de la Academia. Es uno de los pocos que ha sido formulado así, de hecho, en las últimas décadas. Su sola existencia, la existencia de un libro de cinco años y tres ediciones formulado así, significa una ruptura cultural por aquí abajo. No prevista, como cualquier ruptura.