Controversias CTXT
Tras el fin de la culpa alemana (II)
Banalidad, nihilismo y odio al extranjero en el (mal llamado) Rechtspopulismus. Estrategia mediática y psicosis colectiva
José Luis Egío 21/02/2017
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En la primera entrega de este análisis político sobre la eclosión electoral de la extrema derecha alemana se analizó el trasfondo académico en el que surgieron los primeros llamamientos a romper los corsés de la culpa histórica que, en opinión de destacados miembros de la intelligentsia conservadora, atenazaban a Alemania forzándola a discurrir por los senderos torcidos de una vida política inauténtica. Se mostró cómo de un proceso de ruptura de tabús, realizado, en un principio, en aras de la verdad y el desacomplejamiento, se ha pasado en pocos años a la reintroducción en el debate político cotidiano de términos goebbelianos como “prensa de la mentira” o “traidores al pueblo”. Se destacó también como un síntoma preocupante en la nueva coyuntura política la extrema tolerancia mostrada por el establishment judicial alemán hacia los partidos del odio y se reseñó la transferencia de importantes personalidades del think tank de la CDU y de medios de comunicación conservadores al partido AfD, mucho más vinculado al ‘sistema’ de lo que sus portavoces e ideólogos dan a entender.
En esta segunda y última entrega nos detendremos especialmente en la estrategia mediática que ha catapultado electoralmente a la formación de extrema derecha. Pasaremos revista, además, a otros factores no menos importantes para entender su crecimiento, en concreto, una serie de fallos policiales difícilmente explicables en uno de los sistemas de seguridad más eficientes del mundo y la persistencia de divisiones y liderazgos personalistas en la izquierda alemana.
La Lügenpresse, ¿enemiga de la AfD? Nuevos servicios del tabloide Bild a la ‘causa de la libertad’
Las nuevas incorporaciones a una AfD que se vuelve más y más atractiva y ‘decente’ conforme crecen sus expectativas de voto no desmienten la tónica de captación de rostros conocidos de la prensa conservadora de la que me hice eco en la primera parte de este artículo. Nicolaus Fest, recientemente incorporado al partido, fue redactor en jefe de la edición dominical del famoso tabloide Bild, el periódico más vendido en Alemania.
Órgano oficial del anticomunismo en la Alemania Occidental y siempre hostil al extranjero, en el apogeo de la llegada de refugiados (octubre de 2015) publicó un titular que pasará a la historia de la manipulación periodística. Con calculadora en mano y grandes dosis de imaginación, Bild cifró en su portada en siete millones el número de refugiados que llegarían a Alemania en unas pocas semanas. La cifra shock, situada en el centro de una primera página que los editores tiñeron de negro y bajo el titular sensacionalista: “Dosier secreto: Refugiados”, dio la vuelta al país. Sólo al final de la noticia, en las páginas interiores del diario, se explicaba a los lectores más pacientes que, para hacer sus cálculos, los ‘contables’ del Bild habían procedido a sumar a la cifra de refugiados que realmente se esperaba que llegarían a Alemania, su futura descendencia y la caterva de familiares que atraerían al país aprovechándose del derecho (humano, no está mal recordar) a la reagrupación familiar.
Bild Zeitung se ha convertido en las últimas semanas en una especie de tribuna abierta para Donald Trump
Por si fuera poco, Bild Zeitung se ha convertido en las últimas semanas en una especie de tribuna abierta para Donald Trump. El pasado 16 de enero, el magnate era portada del diario con una entrevista exclusiva. El titular: “Merkel cometió un error inmenso al recibir a los refugiados”. La estrategia editorial se puede intuir fácilmente si pensamos que un día antes, el 15 de enero, copaba la portada otra entrevista, realizada en este caso en tonos melodramáticos a la hija adolescente de un matrimonio arrollado por el fanático islamista Anis Amri en el atentado que tuvo lugar el pasado 19 de diciembre en un mercadillo navideño de Berlín.
Bulos y pogromos. Al estado de excepción por la vía de las redes sociales
Aparte del apoyo explícito que la AfD encuentra en el Bild Zeitung y de las buenas relaciones que sus fundadores trabaron durante décadas con los principales diarios conservadores alemanes, es sabido que el partido y movimientos afines (como Pegida) invierten buena parte de sus recursos económicos en una estrategia de permeación ideológica directa a través de las redes sociales. En ellas se alimentan sistemáticamente bulos destinados a exacerbar el odio contra diversas comunidades de migrantes y provocar incluso pogromos violentos contra éstas.
Entre los bulos que mayores reacciones suscitaron el pasado año destaca una telenovela patriarcal protagonizada por una niña ruso-alemana de 13 años, presuntamente secuestrada y violada por varios hombres árabes en Marzahn (barrio de la zona este de Berlín y, curiosamente, uno de los caladeros de votos de la AfD) entre el 11 y el 12 de enero de 2016, justo en el momento de mayor afluencia de refugiados árabes a Alemania.
La investigación policial llevada a cabo en los días posteriores en medio de un ambiente enrarecido (se registraron ataques violentos de manifestantes contra ciudadanos de origen árabe y turco y contra los periodistas que cubrían las protestas, acusados de ser parte integrante de una Lügenpresse que ocultaba el secuestro y violación de la pequeña Lisa) concluyó que tras el caso Lisa no había más que la fuga de una adolescente con su novio mayor de edad para disfrutar de relaciones (afectivas o sexuales) consentidas. La mentira ‘inocente’ de una niña, hábilmente vehiculada por los propagandistas xenófobos de la AfD, se transformó de esta manera en una calumnia ‘enfermiza’ que hubiera podido desatar una oleada de violencia racial aún mayor si las contradicciones existentes en el discurso de la niña no hubieran caído por su propio peso. Se trata del intento más logrado hasta la fecha por producir esa situación límite de violencia generalizada y guerra civil social y racial por la que suspira la extrema derecha. Como el resto de partidos del odio, la AfD necesitaría, en realidad, el estado de excepción permanente para poder gobernar sin traicionarse a sí misma.
Los ataques contra centros de refugiados se multiplicaron en 2015 y 2016, alcanzando una cifra cercana a los mil ataques por año
Una policía extrañamente ineficiente. NSU, atentados islamistas evitables y psicosis colectiva
Aunque los niveles de violencia no han llegado a la altura del pogromo incontrolado, los ataques contra centros de refugiados (con bombas incendiarias, piedras y palizas a los refugiados mientras intentan escapar de los centros) se multiplicaron en 2015 y 2016, alcanzando una cifra cercana a los mil ataques por año. Se cuentan además más de dos mil agresiones anuales contra extranjeros impulsadas por motivaciones racistas. Se trata de una situación de auténtico terrorismo social supremacista que parece no interesar al Bild ni a los grandes medios de comunicación alemanes. No sólo es la prensa la que calla (y otorga) en este caso, sino también un establishment judicial, que, al rechazar la ilegalización del NPD, no tuvo en cuenta la implicación de varios miembros del partido en el grupo terrorista Nationalsozialisticher Untergrund (Clandestinidad Nacionalsocialista), responsable del asesinato de, al menos, diez inmigrantes, en los últimos años.
Sorprendentemente, la existencia de esta banda criminal pasó también desapercibida durante más de diez años a la policía alemana. Conforme avanza la investigación sobre el asunto, se van descubriendo insospechadas y vergonzantes conexiones entre este grupo terrorista de extrema derecha y el aparato represivo del Estado. Según informaciones publicadas por el periódico Die Zeit, avalado por el rigor informativo del que carece el Bild, la organización NSU contó con la colaboración activa de altos funcionarios de instituciones como la Oficina Federal para la Defensa de la Constitución y sus homólogas en Turingia, Brandemburgo y Hesse. Policías del servicio secreto dieron además empleo y armas a los neonazis, escondiéndolos y llegando a destruir pruebas fundamentales para evitar que fueran localizados.
Además de estas complicidades alarmantes entre funcionarios estatales y terroristas de extrema derecha, merece la pena reseñar otro elemento relacionado con las políticas de producción estatal de seguridad y terror que resulta crucial para el futuro político de Alternative für Deutschland. Es innegable que el partido seguirá creciendo en la medida en la que la demanda de seguridad crezca y tienda a convertirse en una preocupación importante para los ciudadanos alemanes. Se trata, en efecto, de la única demanda verdaderamente populista de su programa. Capaz de aglutinar a cualquier tipo de colectividad que se siente amenazada, la seguridad funciona como el significante vacío en la coyuntura política que necesitan y ayudan a crear (en la medida en que requieren de ella) los imaginarios violentos de Petry, Gauland y compañía (por no hablar de Trump, Le Pen o Wilders).
Para hacerse con el control del Estado, la AfD deberá presentarse como la salvadora de una Alemania amenazada en un contexto de psicosis generalizada. Para generar, a su vez, este contexto de terror, Petry y sus colaboradores necesitan contar no sólo con la colaboración habitual de los medios, sino con errores policiales de bulto que alimenten una continua sensación de peligro ante atentados islamistas inminentes.
Aunque las teorías de la conspiración son, a menudo, odiosas, resulta difícil de explicar por qué el Centro de Defensa Conjunta contra el Terrorismo (conocido en Alemania por las siglas GTAZ) no detuvo o expulsó del país al tunecino Anis Amri, autor del atentado que tuvo lugar en un mercadillo navideño de Berlín el pasado 19 de diciembre y que costó la vida a doce personas. De acuerdo con una investigación publicada por el periódico Süddeutsche Zeitung, uno de los más críticos con este episodio incomprensible de laissez faire policial, la inteligencia antiterrorista alemana investigaba al joven desde hacía un año y era consciente de que planeaba un atentado en complicidad con otros simpatizantes del Estado Islámico. Pocos días después del atentado (el 23 de diciembre) circuló también en varios periódicos la información de que los servicios secretos marroquíes habían informado a sus colegas alemanes sobre los planes y la peligrosidad de Anis Amri tres meses antes de que robara un tráiler y embistiera con él a cientos de transeúntes en pleno centro de Berlín.
Este misterioso y, a todas luces, evitable atentado islamista, ha sido profusamente aprovechado por los portavoces de la AfD. Su portavoz, Frauke Petry, no perdió la ocasión, en estas mismas fechas, de considerar que el atentado se debía a “una errónea política migratoria”. En una lógica claramente schmittiana de amigo-enemigo, la portavoz del partido del odio consideraba a renglón seguido: “Tenemos que vérnoslas con enemigos que creen ser enviados de Dios. Es ridículo recibirlos con ofertas de integración”.
Una izquierda dividida, ingrediente final de una receta explosiva
La confusión política en Alemania ante el crecimiento de la AfD crece día tras día. Lo hace, como dijimos, en la medida en que se incrementa un sentimiento de inseguridad omnipresente en los medios y espoleado por las misteriosas cadenas de errores en uno de los servicios policiales mejor financiados y preparados del planeta. No sólo en la CDU y en su radical aliado bávaro CSU, sino también en el socialdemócrata SPD y en el izquierdista Die Linke, han encontrado émulos Petry y sus compañeros ultraderechistas.
En 2016 y 2017 ha sido la vicepresidenta y portavoz del Partido de La Izquierda (Die Linke) la que ha provocado la cólera de sus compañeros de partido con su acercamiento a las posiciones de la AfD
Si en 2009 fue el ‘socialista’ Thilo Sarrazin (responsable de finanzas en el Berlín gobernado por el SPD) el que, con su bestseller xenófobo Deutschland schafft sich ab (Alemania se disuelve), se descolgaba de la posición oficial de su partido favorable a una cultura de bienvenida y optimista con respecto a las capacidades de integración de turcos y árabes, en 2016 y 2017 ha sido la vicepresidenta y portavoz del Partido de La Izquierda (Die Linke), Sahra Wagenknecht, la que ha provocado la cólera de sus compañeros de partido con su acercamiento a las posiciones de la AfD.
Las continuas declaraciones de Wagenknecht en contra de la llegada a Alemania de nuevos inmigrantes y refugiados encontraron su punto más álgido el pasado 5 de enero, cuando en declaraciones a la revista Stern se alineó con Petry y atribuyó la responsabilidad por el atentado de Berlín a la “apertura incontrolada de fronteras” presuntamente favorecida por Merkel y a la financiación de la policía, insuficiente en una “situación de alto riesgo” como la que, en su opinión, se vive en Alemania.
Ni populista, ni popular, ni antisistema. El proyecto y apoyos elitistas de la AfD
Las declaraciones de Wagenknecht son la guinda que corona un pastel de gran toxicidad. Como en otros países en los que la extrema derecha xenófoba se ha hecho con el control del Estado (Israel, Estados Unidos, Rusia,…) o aspira a tenerlo, la izquierda alemana aparece dividida y ausente. Se trata de una no-presencia fundamental en la medida en que la no tematización de los conflictos de clase abre la brecha que los partidos del odio necesitan para colar sus propuestas y bulos en el debate y agenda públicos. Unidos a la santificación de la libertad de opinión en los códigos y sentencias judiciales, a los misteriosos errores policiales y al sensacionalismo de los medios de comunicación, en los que la violencia y el racismo se incorporan como una más de las varietés que desfilan ante un lector-espectador atraído por supuestos escándalos y evidentes banalidades, suponen las cuatro grandes patas sobre las que se construye el sillón elitista de la AfD.
Ni populista, ni popular, ni antisistema. La ‘nueva’ AfD es un producto de laboratorio cuyos miembros provienen del sistema que, pretendidamente, quieren abolir y que, como he mostrado, crece y crece al amparo de ese mismo sistema. Por otro lado, su propuesta no tiene que ver, ni mucho menos, con unir al pueblo, sino todo lo contrario. La vieja estrategia conservadora y xenófoba de dividir al gran pueblo mundial en pueblos enfrentados vuelve adecentada con meros retoques estéticos. Regresa también acompañada por un sentido del humor perverso y nihilista que el nacionalsocialismo (pre-posmoderno) no pudo explotar a fondo por su incompatibilidad con la severidad militar y la retórica marcial.
Si la apuesta de Ernst Nolte, Klaus Hildebrand y los historiadores conservadores que estimularon la ruptura de tabús sobre el nazismo en la famosa Historikerstreit (1986-89) de los ochenta coincidió, curiosamente, con la caída del Muro de Berlín, el segundo llamamiento libertario de la derecha alemana post Segunda Guerra Mundial se produce en paralelo a la construcción del Muro de la Vergüenza de Trump y en los prolegómenos de la que parece inminente construcción de la Gran Muralla Europea. La otrora polémica ‘científica’ en torno al nazismo es ya comidilla popular. La salida del armario de Nolte y su escuadrón de valientes dispuestos a deshacerse de anticuados complejos históricos ha conducido a la abominable supresión de esos códigos lingüísticos y éticos que Le Pen, Petry o Wilders dan también por caducados. Pretenden, simplemente, deshacerse del imperativo esencial que hace posible la convivencia social y la política: el fundamental respeto al otro.
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