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El Gastrólogo piensa en Francia y le viene a la memoria Paul Bocuse, no en su faceta de muñecote diabólico pintado de purpurina y en el formato Oscar de su concurso Bocuse d`Or sino en su genialidad del gran cocinero que forjó la nouvelle cuisine junto con los hermanos Troisgros y Michel Guérard. Una filosofía culinaria que aprendió luego Juan Mari Arzak y se extendió con fortuna por la agonizante cocina española hasta dar a luz a un maravilloso Frankenstein de nombre Ferran Adrià que, como moderno Prometeo, superó a los dioses franceses y nos regaló a todos el fuego tecnoemocional y la tortilla deconstruida.
Pero Francia es mucho más que una sopa de trufas negras, un pollo de Bresse guisado, unas ostras de Arcachon, un foie mi cuit de Bretaña, una cuña de Roquefort o un caneton à la presse numerado. Francia es una parte visceral de la reserva espiritual de Europa y sin ella nos quedarán apenas las piltrafas, carroñas o menudillos de eso que aún llamamos Unión Europea. Estamos tan acostumbrados a desayunar el agridulce chucrut con bratwurst de Angela Merkel que no nos estamos dando cuenta de que Marine Le Pen, la candidata por el Frente Nacional a la Presidencia de la República Francesa, puede quedar en primer lugar en la primera vuelta y ganar por ¿sorpresa? la segunda.
El guisote de Le Pen no tiene las salsas pardas de su padre sino los aires sápidos de una derecha híperpopulista que sabe utilizar las redes sociales
Es fácil tatuarle una cruz gamada en la frente con el photoshop pero está guisando un menú del día apetitoso para muchos votantes de la “Francia Profunda” tradicional, y también atractivo para la “Nueva Francia” resentida y escocida por las consecuencias de las políticas neoliberales impulsadas por la casta de la derecha y el softsocialismo de extremo centro. El guisote de Le Pen no tiene las salsas pardas de su padre sino los aires sápidos de una derecha híperpopulista que sabe utilizar las redes sociales, fabular storytelling conmovedores y defender la trufa del Perigord frente al sucedáneo químico, el pollo de Bresse frente a la gallina caponata, las ostras de Arcachon frente al panga, el foie frente al paté de cosas, el Roquefort frente al queso mil leches o la receta del pato a la prensa frente al pato chino lacado con barniz de soja o minio antioxidante. La palabra Frente (y Nacional) gusta mucho allí arriba.
La France puede ser Paul Bocuse, mujeriego, comilón, refinado, miembro de la Resistencia y delicado gourmet de todo lo bueno que da el terroir… Y también de todo lo que cría el mundo sin importarle el color de su piel o las especias que eche en la sopa. Pero no olvidemos que hubo otra Francia que bebía Vichy, persiguió con saña a las hijas de Irène Némirovsky, esclavizó a los refugiados republicanos españoles, torturó en Argelia y defendió entre aplausos a Jean-Marie Le Pen cuando en 2008 el Tribunal Correccional de París lo condenó por un delito de complicidad con la apología de crímenes de guerra y negación de un crimen contra la humanidad por decir que “la ocupación nazi de Francia no fue particularmente inhumana” o que “las cámaras de gas fueron un detalle de la historia”. A esta otra Francia le gusta el potaje del Frente Nacional y puede destruir a la ya anoréxica y bulímica U.E.
Parece que Marine Le Pen no tuvo un póster de Hitler desnudo en su habitación y tiene mucho cuidado en no beber agua de Vichy o remover cualquier otra miasma de la historia olvidable de Francia. Ella sólo tiene que gratinar el “Francia para los franceses”, napar “la Europa neoliberal es caca”, rebozar “los inmigrantes nos disparan”, freír “nuestros productos son siempre mejores” y caramelizarlo todo “en nombre del pueblo” para que millones de franceses y francesas la elijan gran chef de Francia. Su menú del día tiene de todo. Aquí apenas les muestro medio en broma el menú de invierno, pero en su carta de primavera hay ciento cincuenta platos conservadores y socialdemócratas bien refritos:
--Entremeses. Defiende la cadena perpetua como forma de venganza social ¿y alimentar a los presos musulmanes con guisos de cerdo? Propone la vuelta a un “proteccionismo inteligente” que defienda los productos franceses de los producidos por países emergentes (incluye a España ¿recuerdan aquellos camiones de frutas volcados en la frontera?).
--Primer plato. Salir del euro y de sus dietas depurativas bajas en sal. Controlar las fronteras olvidando Schengen, parece que le encantan también las concertinas afiladas. Ofrece diseñar una "ciudadanía por puntos" ¿para poder largar de Francia a los inmigrantes que hagan ascos al queso Brie?
--Segundo plato. Sacar a Francia de la OTAN y dejar a Cuervo Ingenuo sin su pipa. Acabar o disolver en caldo corto el FMI, el Banco Mundial y la OMC porque son una "máquina infernal al servicio de la ideología ultraliberal". Negociar salidas agrupadas de los países que están sufriendo con el aceite de ricino que actualmente están bebiendo Grecia, Italia, España y Portugal ¿por culpa del euro y el chucrut?
--Postres. Reducir un 10% los impuestos y a la vez defender el modelo social francés, mantener las 35 horas y la edad de jubilación a los 60. ¿Dulce, dulce?
La U.E. no está proponiendo ningún menú saludable, ninguna dieta mediterránea alternativa. En su oferta todo son platos precalentados conservadores o precocinados neoliberales
Este menú nos puede empalagar a algunos o repugnar a muchos porque sube el colesterol malo, el xenófobo, el chovinista, el nacionalista, el egoísta… Pero la U.E. no está proponiendo ningún menú saludable, ninguna dieta mediterránea alternativa. En su oferta todo son platos precalentados conservadores o precocinados neoliberales que ya pocos países tragan. El visionario psicoactivo Michel Houellebecq ya describía en su novela Sumisión algunas de las claves que han alimentado las simpatías sociales hacia Marine Le Pen y solo desde la “izquierda nítida” se ha denunciado la destrucción y el terror sin cuento que implica que gane Le Pen el próximo 7 de mayo.
En España, la “izquierda difusa” y la “derecha suave” se han conformado con tacharla de “populista” e incluso equipararla a Podemos desde el mínimo común denominador de su crítica a las actuales políticas económicas europeas o su oposición al CETA y al TTIP. Pero cualquier ciudadano español sabe que el Frente Nacional y Podemos son agua y aceite, meterlos en el mismo cajón de sastre del “populismo” sólo prueba que las tácticas goebbelianas y la posverdad, la máquina del fango y el periodismo voz-de-su-amo se sienten hegemónicos y arrogantes… O sordos y ciegos ante la atronadora marea tóxica que está a punto de llegar a nuestras costas.
Apuntó hace unos días Ignacio Sánchez-Cuenca que “Podemos ha conseguido un éxito formidable obteniendo un 20% de apoyo electoral. Pero es muy difícil imaginar que pueda crecer mucho más (salvo que llegara una nueva catástrofe económica, en forma de crisis del euro o similar)”. Yo también lo pienso, pero la crisis es esta, una victoria de Le Pen, un nuevo referéndum brexit en Francia y el consecuente acojone y anunciado derrumbe de la UE si ganase el euro-sortie.
Sólo entonces, cuando descubramos que el neofascismo nacionalista es un obeso movimiento europeo, crecerán los votos de los partidos de la izquierda nítida, esos que proponen una refundación social de la UE, pero ya será tarde. Por desgracia no son posibles los “alternative facts”. Si gana Marine Le Pen se acabó el pastel. Dará entonces igual que Rajoy le mande a Marine un jamón ibérico como guiño de buena voluntad, que Ciudadanos se haga por fin nudista, que los diputados del PSOE y los de Podemos se den un beso de tornillo y con lengua en medio del Congreso. Sin Francia, el sueño de Europa se habrá aguado o se habrá secado para siempre.
Me confieso glotón apocalíptico, nunca integrado, me encanta la mantequilla sobre una buena baguette, soy un gourmet afrancesado, ilustrado, sesentayochista, nieto de las hijas de la Némirovsky, de los republicanos que salieron por Portbou y se hicieron para siempre franceses, extranjero en todas partes como Albert Camus, admirador de La Comuna, antifascista de la Resistencia como el gran Bocuse o los chicos de la columna Dronne que entraron los primeros en París… Por eso veo detrás de la simpática Marine Le Pen lo peor de Francia, lo peor de Europa, la Europa zombi.
Estamos aún a tiempo de relanzar una nouvelle cuisine europea sana, sincera, justa, igualitaria, fraterna, hacer desde la izquierda un nuevo programa político para esta Europa del siglo XXI. Un programa del que ahora, como dice Bruce Ackerman, carecemos. Pero me temo que después del 7 de mayo se acabó. Poco tiempo después ¿un año?, ¿tres? ¿cinco? volverán los guisos pardos, los garbanzos bárbaros y una nueva tiranía de la que habla tanto la vieja Marsellesa.
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Autor >
Ramón J. Soria
Sociólogo y antropólogo experto en alimentación; sobre todo, curioso, nómada y escritor de novelas. Busquen “los dientes del corazón” y muerdan.
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