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Hakan Günday / Escritor. Autor de ‘¡Daha!’

“Estos últimos cuatro años demuestran que es imposible escribir algo más violento que la realidad”

Irene G. Pérez 18/03/2017

<p>El escritor turco Hakan Günday </p>

El escritor turco Hakan Günday 

Irene G. Pérez

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Bebe un poco de agua, se peina la melena hacia atrás con la mano, respira hondo y sonríe. Hakan Günday (Rodas, 1976) no pierde el buen humor a pesar de la intensidad de su visita a Barcelona, donde ha participado en el ciclo de conferencias Vieja Europa, Nuevas Utopías organizado por el Centre de Cultura Contemporànea de Barcelona (CCCB), y donde ha venido a presentar su último libro ¡Daha! (más, en turco), traducido recientemente en castellano (Catedral) y en catalán (Edicions del Periscopi). Günday, hijo de diplomático, nacido en Grecia y educado en Bélgica, reside actualmente en Estambul y es uno de los escritores turcos contemporáneos más internacionales. Su obra --cuenta con 8 novelas en su haber-- se ha traducido a más de 20 lenguas y le ha supuesto algún que otro desencuentro con la censura. Por Topaz, en 2009, el ejército turco pidió que se le procesara acusándole, según explica, de “insultar a la identidad turca” y de “hacer sentir a la gente alejada del servicio militar”, que es obligatorio en el país. En ¡Daha! explica la historia del hijo de un pasante de inmigrantes ilegales que cruzan Turquía con el objetivo de alcanzar Europa y una vida mejor.   

El libro se publicó en Turquía en 2013, antes de la gran ola migratoria de refugiados sirios. ¿En qué se inspiró?

Por una parte, cuando comprendí que escribir era la mejor manera de pensar, hace 17 años, cuando escribí mi primera novela, me dije que sólo escribiría sobre lo que no entendiera; que intentaría entender con la ayuda de la escritura. Siempre he intentado hacerme una pregunta y construir la novela en torno a la misma y hacer mil preguntas más. La pregunta de esta novela es, de hecho, bien simple: ¿cuál es la naturaleza de la relación entre el individuo y el grupo? Por qué esta relación ha llegado a funcionar mal hasta el punto de que de ella nacieron dictaduras, por ejemplo. Por otra parte, Turquía siempre ha sido un puente geográfico para los migrantes, y el fenómeno de la inmigración tiene la misma edad que todas las desigualdades económicas y toda la violencia política del mundo. Pero llegaban a cruzar como fantasmas un país de más de 1.500 kilómetros como Turquía sin que nadie les viera, eran completamente invisibles. No eran sirios, sino afganos, paquistaníes, iraquíes, y aparecían en el periódico sólo porque estaban muertos. En 2013, podíamos leer artículos breves de cuatro o cinco líneas sólo con las cifras: “40 personas han muerto ahogadas en el mar Egeo”. No había ni nombre, ni nacionalidad, ni qué hacían ahí, de dónde venían, adónde iban. Nada. Así, por arte de magia, todos los días había gente que moría ahogada. Y, de hecho, estaban en el aire que se respiraba, estaban ahí. Sólo hacía falta levantar la cabeza y mirar un poco a tu alrededor para preguntarte la razón de su existencia en Turquía y qué intentaban hacer. No es difícil imaginar que eran personas que tenían una vida antes, una profesión --ya fueran profesores de matemáticas, jardineros, o ingenieros-- pero que, una vez abandonan sus casas para convertirse en migrantes, todo lo que han aprendido en su vida anterior ya no sirve para nada porque se convierten, por primera vez en su vida, en clandestinos. Se ven obligados a ceder toda la autoridad a un desconocido, el pasante, que es la única persona que sabe qué pasará un minuto después porque es quien dirige el viaje, así que es una especie de dios de la situación. Y, para mí, esa relación era un laboratorio para poder estudiar los lazos entre el individuo y el grupo.

¿Por qué Gazâ es un niño?

En primer lugar, porque he querido, con la ayuda de este personaje, hacer preguntas. Y, bajo mi punto de vista, los adultos han pasado suficiente tiempo en este mundo como para olvidarse de hacer preguntas. Han tenido suficiente tiempo para acostumbrarse a las tragedias que ven en la televisión, para creer que el mundo es suficientemente grande como para ignorar la tragedia de los demás. Pero un niño no ha tenido tiempo de acostumbrarse y, por tanto, hace preguntas que empiezan por por qué. Yo quería que este niño se estremeciera, se horrorizara, se sintiera molesto por este fenómeno e hiciera preguntas sobre por qué. En segundo lugar, con las reacciones de este niño ante la existencia de los migrantes, también he querido mostrar las distintas reacciones que ha tenido la sociedad frente a este fenómeno. Por ejemplo, la primera reacción de este niño es decir “yo soy un niño, estoy en mi casa en un pueblo pequeño, venís no sé de dónde sólo con la voluntad de ir de un punto A a un punto B, y me arruináis la vida, me molestáis; los únicos culpables sois vosotros”. Esto es lo que ha hecho y sigue haciendo la sociedad. Su primera reacción es declarar culpable al propio migrante, olvidando que la migración forzada es un síntoma, una consecuencia, no la causa. Su segunda reacción es empezar a explotarlos cuando ve lo desesperados que están. Él, como la sociedad, no tiene la capacidad de construir pequeños talleres en los que albergar inmigrantes ilegales cosiendo imitaciones de bolsos, pero les empieza a vender el agua que habitualmente les daba gratis. Y, tras muchos testimonios de sufrimiento de esos inmigrantes en casa del niño, empieza la empatía. Una de las preguntas de esta novela es cuándo empezará la sociedad a sentir una empatía por estos migrantes.

El pasante es un traficante de esperanza, sólo que además la esperanza es totalmente falsa

Para el lector es aún más impactante ver que un niño es capaz de hacer todas esas cosas, de sentir ese odio hacia los inmigrantes.

Es posible hacer la comparación con los niños soldado. Hay niños en este mundo que nacen en determinadas realidades que son muy violentas. Y, siendo niños, tienden a creer que ésa es la única realidad que puede existir sobre esta tierra. Además, la novela empieza con la declaración de la autoridad, que es el padre del niño, que es el pasante, y esa declaración es bien simple: tienes que sobrevivir cueste lo que cueste; cada conflicto al que te enfrentes, va a ser tú o yo. Y el niño cree que ésa es la única realidad, y durante toda su vida intenta transformar ese “tú o yo” en “tú y yo”, porque si en cada conflicto dices “tú o yo” y ganas, al final te quedas solo.

En el libro hay un momento en el que Gazâ dice: “En Occidente (…) como es especialmente difícil borrar los restos de sangre de las alfombras del Parlamento Europeo o de la Casa Blanca, la guerra no la hacen en su casa”. Es lo que ha pasado también con el acuerdo que firmó la Unión Europea con Turquía: pagar al vecino para que retenga a los migrantes en sus fronteras. ¿Qué opina la sociedad turca al respecto?

Al principio, había dos opiniones. Una que decía que era totalmente inhumano alcanzar un acuerdo así, porque en ese acuerdo están los intereses de todos menos de los migrantes. Por otra parte, había otra opinión que decía “está bien, tendremos muchas ventajas, entre ellas, quizás, la entrada de un ciudadano turco en territorio Schengen como turista sin visa”. Y otros decían “pero será debido a que miles de personas mueren ahogadas en el Egeo por intentar llegar a Europa que yo ahora, siendo ciudadano turco, puedo ir como turista a Europa sin visa a hacer una foto de la torre Eiffel”. Había opiniones opuestas, pero el acuerdo se firmó y nos mostró que la primera reacción de la Unión Europea frente a este fenómeno, que podemos simbolizar como un incendio, fue cerrar su puerta olvidando que la habitación en la que se encuentra la UE está en la misma casa. Puedes cerrar la frontera, pero si no curas la enfermedad, que son las desigualdades económicas y la violencia política, la gente dará la vuelta al mundo y entrará por la ventana. Si cerrando las fronteras crees que puedes frenar el problema, puede que lo logres durante una generación, pero tus hijos verán las consecuencias. La Historia nos ha demostrado que ningún acto traumático desaparece. Lo puedes enterrar, pero saldrá por otro lado años después. Si hoy hay un problema de integración en Francia, en Bélgica, cabe pensar también que eso tiene que ver quizás con una relación de siglos anteriores, de problemas que empiezan con la colonización. Borrando los síntomas no es posible avanzar de verdad.

¿Qué podemos hacer para evitar que haya gente como el padre de Gazâ que explotan a los migrantes?

No puedes parar un sistema así, porque el pasante también es una consecuencia. Tienes una casa, hay una habitación en la que hay un incendio, y en otra estancia hay una piscina con gente bebiendo cócteles alrededor y pasándoselo bien. Cuando empieza el incendio, la primera reacción es cerrar la puerta y no utilizar el agua de la piscina para apagar el fuego. Cuando tienes tantas desigualdades, siempre habrá gente dispuesta a renunciar a todo para empezar una nueva vida, caminarán miles de kilómetros a pie. Y siempre habrá pasantes que harán el trabajo de un traficante, y aquí la droga es la esperanza. El pasante es un traficante de esperanza, sólo que además la esperanza es totalmente falsa. Tan falsa como los chalecos salvavidas que fabricaban para vender a los migrantes y ganar un extra, y que además se los hacían fabricar a otros migrantes para vender a clientes que no verán nunca más porque o bien morirán o bien lograrán llegar a tierra firme. Cuando escribí la novela no pude imaginar algo así, pero estos últimos cuatro años me han mostrado que es imposible escribir algo más violento que la realidad. Hay una realidad que hace falta aceptar: si hay personas que están suficientemente desesperadas como para ir de un punto A a un punto B, es momento de preguntar por qué y de centrarse en la causa. Porque, durante mucho tiempo, en Europa la población estaba mucho más interesada en la democracia que había en el interior de las fronteras de su país, pero no preguntaban nada sobre qué hacía su gobierno más allá de sus fronteras. No basta con limitarse a pensar qué hace nuestro gobierno en el interior, sino también qué hace con nuestros impuestos en el exterior.

Si estás dispuesto a comprar el miedo, siempre habrá gente dispuesta a vendértelo

En su conferencia en el CCCB habló de dos tipos de información: la que te llega sin esfuerzo, que normalmente intenta venderte algo, y la que tienes que molestarte en buscar. Y de la primera dijo que, si lograban venderte el miedo, después te podían vender cualquier cosa (odio, racismo, etc.). ¿Quiénes son los mejores vendedores de miedo?

No hay que olvidar que el comercio del miedo no existiría si no hubiera compradores, y creo que este es uno de los problemas esenciales: si estás dispuesto a comprar el miedo, siempre habrá gente dispuesta a vendértelo. Y estar dispuesto a comprar el miedo quiere decir estar satisfecho de la información que te llega a casa. Eres tú quien elige ser consumidor de miedo, puedes rechazarlo, puedes decir “no, no quiero conocer la identidad de mi vecino por lo que dicen los diarios; prefiero llamar a su puerta y preguntarle quién es”. Esto significa que yo buscaré la información por mí mismo. En el comercio del miedo, creo que los mejores vendedores son los políticos que utilizan el populismo como herramienta. Son expertos de la venta de miedo porque, históricamente, tienen mucha experiencia, llevan siglos haciéndolo, y la sociedad sigue comprando y pidiendo más. Y cuando tienes tanto miedo eres muy fácil de gobernar.

Populismo de todos los colores.

El populismo es una máquina increíble que, para empezar, escribe su propio diccionario y te vende palabras con la definición cambiada, así hay una parte de la sociedad que compra el nuevo diccionario, y una parte de la sociedad que sigue usando el antiguo. El resultado es que cuando empiezan a dialogar utilizan las mismas palabras, pero quieren decir cosas distintas, divides la sociedad y es más fácil gobernar. Quizá has jugado con la definición de la palabra libertad. Si le preguntas a un soldado –o a sus padres—por qué fue a la Guerra de Irak, puede que te diga que ama la democracia y la libertad. Primero juegas con las palabras y, cuando tienes una sociedad dividida, los ciudadanos son consumidores de miedo muy dóciles. Solo hace falta renovar el modelo, cambiar el nombre del monstruo, del enemigo público, porque también hay una moda del miedo; como la ropa, va con su tiempo.

¿Qué opina del conflicto diplomático entre Holanda y Turquía?

Si volvemos al miedo, son dos sociedades que ya han comprado miedo del uno y del otro. Un conflicto basado en la prohibición de un mitin político que es progubernamental, pero que es sobre el referéndum que se celebrará en Turquía. Un referéndum que bloqueará el progreso democrático en Turquía y que tendrá impacto en las generaciones futuras. Por tanto, es una votación crucial. Si gana el referéndum, pasaremos a un autoritarismo de un nivel más elevado, pero si los países europeos siguen prohibiendo estos mítines, ganará el referéndum, porque de la falta de comunicación real entre Turquía y Europa, si hay una victimización de nuestros políticos, los votantes turcos indecisos creerán que les tienen que apoyar y votar a favor. Y, por otro lado, en los Países Bajos hay una extrema derecha que está ganando fuerza, hay elecciones, y el Gobierno, para no ser criticado por la extrema derecha, hace lo que haría la propia extrema derecha. Este conflicto conviene a los dos extremos. Yo me pregunto si los extremistas no habrán hablado a escondidas para hacer algo así (ríe).

Si gana el referéndum, pasaremos a un autoritarismo de un nivel más elevado, pero si los países europeos siguen prohibiendo estos mítines, ganará el referéndum,

¿Cuán fácil o difícil es producir y buscar información crítica en Turquía?

Es muy difícil porque la mayoría de medios son progubernamentales, y para un periodista es muy difícil hacer bien su trabajo. Si buscas información veraz, es necesario buscar varias fuentes, no contentarse con una sola, aunque sea de la oposición, porque en una sociedad tan polarizada, la oposición también puede ocultar tantas cosas como quienes están en el gobierno. Es una sociedad tan polarizada que te conviertes en militante. Pero Internet es un canal muy importante, como en todos los países en los que los principales medios de comunicación están muy presionados. En Turquía se utiliza mucho Twitter, allí se hace la política. Es uno de los medios más dinámicos y lo podemos ver también en el hecho de que hay muchos procesos judiciales a partir de mensajes de 140 caracteres.

Como escritor, ¿se siente cómodo trabajando en Turquía?

Un tuit de 140 caracteres puede que lo lea un millón de personas en dos minutos, pero una novela, en el mejor de los casos, quizás vende 200.000 ejemplares. La censura es muy práctica, va donde hay más ruido. Hace 160 años actuaba contra los poetas, después contra los novelistas, y ahora va contra los periodistas. Siendo escritor, personalmente, no tengo ese tipo de problemas. De todas formas, no hay que olvidar que siempre es necesario preguntarse, quizás después de cada frase que escribes, en un país en el que hay una presencia de la autoridad en el aire, ¿me estoy autocensurando o no? Y es preciso estar seguro de que estás siendo honesto, porque puede que te estés autocensurando sin darte cuenta.

¿Cree que ser el hijo de un diplomático le ha ayudado?

Seguramente. El hecho de haber nacido en el extranjero, en Grecia, de haber vivido en Bélgica, de haber viajado, aprendido lenguas, leído literatura extranjera de diferentes culturas seguramente me ha ayudado a elaborar una especie de mundo que es un poco distante. Puedo tomar un poco de distancia, pero es necesario tener fuerza para mantenerse ahí, porque cuando los acontecimientos son tan candentes es difícil mantenerse al margen, es una lucha continua, pero es necesario para intentar entender qué pasa realmente. Porque si te pierdes en los acontecimientos, puede que te quedes con un único punto de vista, cuando contar una historia es, en realidad, explicar el objeto dando una vuelta de 360 grados a su alrededor y verlo desde todos los ángulos posibles. 

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