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La persecución en redes sociales y su asimilación al terrorismo comienza durante los años de plomo de los recortes. Un PP desmelenado tomaba la sede de PRISA al grito de “todo el mundo al suelo, que esta deuda la reestructuro yo”. Soraya Sáenz de Santamaría disparaba al techo y Cebrián zancadilleaba a los periodistas que se ponían Gutiérrez Mellado en la redacción de El País. Con marchas militares sonando ya en las portadas de todos los grandes diarios nacionales, aquel reciente intento de ciudadanía llamado 15M debería quedar tocado ante la maquinaria de concentración de medios afines a la causa. “El País, con la troika”, titularía desde aquel entonces, de una forma u otra, cada mañana el que fuera diario de referencia de quienes ocuparon plazas pidiendo no ser mercancía.

Como en la página uno de cada cómic de Astérix, toda la Galia mediática estaba tomada. ¿Toda? No. Un reducto sin deuda con la que chantajear, ni una jerarquía marcando línea editorial, seguía observando, comentando e interpretando la realidad sin injerencias ni censura. Las redes sociales, especialmente Twitter, servían como único gran altavoz de una población que se había quedado huérfana. Las imágenes de la policía golpeando a ciudadanos que protestaban contra los recortes no tendrían cobertura en los grandes medios, pero estaban entre lo más comentado del día en unas redes que cada vez aglutinaban a más fieles, conscientes de que la prensa de siempre estaba, como el país, intervenida.

Si no puedes con ellos, criminalízalos. Con mucho por recortar, mucha corrupción por florecer y con pocos enemigos que asustaran al electorado más que el propio Gobierno, el PP aprovechó que el Pisuerga pasaba por Twitter. En un movimiento maestro de dos por uno –la capacidad creadora del poder es, en realidad, admirable-- donde sólo había terreno sin conquistar creció descrédito y, sobre todo, un viejo aliado cuando las cosas vienen mal dadas: el terrorismo. “Operación Araña: 21 detenidos por enaltecimiento del terrorismo en redes sociales”, anunciaban los informativos antes de las elecciones europeas de 2014. El ministro Fernández Díaz había hecho reciclaje en la Guardia Civil: los había metido a aprender marketing. Con gran éxito. Una campaña viral en la cual usuarios de Twitter sin conexión entre sí eran detenidos al mismo tiempo y asociados a una red inexistente. A esto lo llamaremos operación. Sumarios distintos, pero un pack único que vender: “En Twitter se enaltece, señora”. Cuatro Operaciones Araña hasta la fecha; tres de ellas coincidiendo con elecciones; todas falsas operaciones a pesar del nombre. Es el imperio de la ley, dicen hoy con las redes ya criminalizadas, mientras Fiscalía y Audiencia Nacional retuercen la de humillación a las víctimas hasta llevar al país a un estado de excepción y de ridículo. Miren las portadas internacionales no controladas por el Gobierno.    

Lo peor de esa durísima teoría que dice que el Gobierno pretende resucitar a ETA en las redes sociales es que es la más verosímil que tenemos hasta el momento visto lo visto.