Domingo con Martínez
Sobre las revelaciones
Antes, en los sacrificios, los dioses se quedaban con los despojos mientras que la carne era para los humanos. Ahora se quedan con la carne, y huesos, cornamentas y tendones son para los creyentes.
Guillem Martínez 16/07/2017
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Los dioses se aparecían con frecuencia casi cotidiana. Los que más eran, sin duda, Hera y Apolo. Hera se aparecía mucho a las mujeres. Les daba soluciones para problemas de matrimonio/patrimonio, les explicaba que quedarían embarazadas, alguna característica del hijo futuro, o algún dato a tener en cuenta durante el parto. El abanico de Apolo era más amplio. Como Hera, en ocasiones Apolo se revelaba con otro cuerpo, de manera que acompañaba al caminante durante un tramo, y hablaba con él sobre temas triviales, que en realidad no lo eran. Después, se identificaba y desaparecía. Por lo común, antes pedía un sacrificio para solucionar el problema determinado del que habían estado conversando. Un sacrificio era algo divertido después de que Prometeo –la deidad más humana; tanto que jamás se aparecía– hubiera engañado a los dioses, de manera que, en cada sacrificio, la parte de los dioses serían los huesos, cornamentas y tendones, mientras la parte de los humanos sería la carne. Un sacrificio era, por tanto, una comilona. También se aparecía mucho, pero menos, Hermes. Orientaba al caminante perdido, orientaba acerca de negocios, o daba mensajes concretos de deidades más altas. En Roma los dioses se aparecían con una frecuencia incluso mayor. Los aludidos, sobre todo, pero también deidades menores, con mensajes y soluciones muy concretas ante problemas muy concretos. Con la misma familiaridad también fueron apareciéndose los dioses de nuevo culto. Isis fue un filón. Suplía, en parte, a Hermes, que ahora se llamaba Mercurio. O deidades que tenían que ver con Mitra. Y Jesús. Jesús se aparecía sin adoptar ninguna otra forma que la de él mismo. Lo mismo pasaba con infinitud de santos menores, que se aparecían, daban un mensaje y revelaban el lugar en el que estaba enterrado su cuerpo. Posteriormente, el grueso de apariciones son marianas. En sus apariciones, la Virgen pide culto, en ocasiones un templo, y ofrece un abanico de información y servicios que, en ocasiones, se parece al de Hera. La Virgen se apareció, con absoluta familiaridad, durante siglos. Hasta que dejó de hacerlo, entre el siglo XIX y XX. Sus últimas apariciones nada tenían que ver con las apariciones de los dioses en siglos anteriores. Ante miles de personas, que no la veían, y con mensajes crípticos, que nadie entendía, y que no aludían a problemas concretos y cotidianos. Un indicativo de que los dioses estaban cambiando como nunca lo había hecho.
Así se aparecen los dioses en la actualidad. No todo el mundo los ve. Los que los ven, los ven en la tele, en la pantalla del ordenador, o los escuchan en la radio. Ofrecen soluciones. Piden a cambio, como era habitual, sacrificios. Pero también han cambiado los sacrificios. Ahora los dioses se quedan con la carne, mientras nos ofrecen los huesos, la cornamenta, los tendones. Los creyentes los escuchan, su pecho se inflama, como antaño, y saben que a ellos no les pasará nada. En efecto, comen huesos, cornamentas y tendones. Como nosotros. Pero en paz. Saben que sólo será por poco tiempo. A diferencia de los no creyentes, nunca les pasará, en fin, nada, en efecto.
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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