García en el país favorito de la divina providencia
Capítulo IX. Un paseo por Barcelona
Guillem Martínez 11/08/2017
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RESUMEN DE LO PUBLICADO: A García le están pasando cosas raras. Varios servicios de inteligencia quieren algo de él. Pero también parece que quiere algo con él la Divinidad, esa otra entidad que tampoco suele dejar pistas
-¿Practicamos alguna religión en concreto?
Hola. Soy García, y el que acaba de hablar es Giovanni. Hemos tirado la casa por la ventana y estamos desayunando en una terraza. Él, tostadas de nocilla a gogó, como si no hubiera un mañana. Yo, cortadete, vichí y calippo. La razón de todo ello: hemos quedado con mi padre, que se retrasa, en esta terraza. Nos llevará en su OVNI a la playa. Había costado un huevo, por cierto, encontrar una mesa libre en la terraza. En una guía turística aparecía como la terraza en la que la CNT de los 20's se la peló al empresario catalán Feliu Roda i Xunga, inventor de la rueda de recambio. Ningún guiri conocía la aportación de Feliu o de la CNT a la ciencia, pero el caso es que cada día la terraza estaba petada de turistas abrazados a su guía, gozando del instante histórico y haciéndose selfis con el careto de Roda i Xunga al morir. Roda i Xunga, en fin, era bizco.
-¿Perdón?
-He notado que en casa rehuimos una serie de alimentos. No sé, sopa de almejas de Maine, las tres calidades de caviar, ya sean de origen ruso o iraní, pescados sin escama, es decir, mayormente marisco, la espardenya, la becada, la lamprea, la trufa negra y, no te digo ya, la blanca... Y me preguntaba si eso respondía a algún tipo de tabú religioso.
-En absoluto, hijo. Los García somos librepensadores por un tubo. O dos. Y, sí, se podría pensar que esos alimentos a los que aludes no entran en casa debido a una pobreza solemne que, te doy mi palabra, niego y desmiento. En realidad lo hacemos siguiendo, a pies juntillas, la cruzada de la OMS por el Omega-3. Gracias a esa dieta viviremos 1.000 o 2.000 años, veremos caer el capitalismo y las pirámides, y lo celebraremos, yo qué sé, con una sopa de almejas de Maine.
-Vamos, que somos pobres como ratas.
-Hijo, confundes la sobriedad espartana, en la que te educo, con la pobreza. Y, todo ello, con las ratas.
-Pero no iré al Bar mitzvah del primo Elvis en California, ¿no?
-Claro que irás. Aún faltan unos días. Simplemente estamos esperando que, por la ley de la oferta y la demanda, los billetes a L.A. bajen, cosa que, según mi asesor fiscal, es cuestión de horas.
-En ocasiones creo que me tomas el pelo. Pero no sé en qué ocasiones concretas. Mira, por ahí viene el abuelito.
En efecto, mi padre se acercaba a la terraza. Giovanni fue corriendo hacia él, se abrazaron y vinieron, cogidos de la mano, hasta la mesa. Por si no leyeron mi primer volumen de memorias -García contra la España Zombie-, les diré que mi padre, a quién creí muerto hasta el año pasado, es un extraterrestre que vive en otro espacio-tiempo. Por lo que es más joven que yo. Su jornada laboral, por la cosa espacio-temporal, es de varios meses terráqueos. Lo que será la ruina de la Humanidad cuando el FMI descubra que eso es posible.
Por si no leyeron mi primer volumen de memorias -García contra la España Zombie-, les diré que mi padre, a quién creí muerto hasta el año pasado, es un extraterrestre que vive en otro espacio-tiempo
-Hola, papá. ¿Dónde has dejado el OVNI?
Mi padre tenía un OVNI cuántico bajo el aspecto de un Seat Toledo de los 80's.
-Le están cambiando el delco. Nada. Lo hacen en una mañana. Es decir, en cuatro semanas terrestres. Será mejor que vayamos en metro.
Intentamos ir hacia la boca del metro más próximo. Estaba saturada de turistas. Intentamos abrirnos paso con los sprays de pimienta que, a tal uso, llevamos todos los barceloneses en el bolsillo de atrás. Por sorprendente que parezca, los turistas agradecen esa acción, que en una guía se dibuja como una tradición carolingia, introducida en Barcelona por Sant Guillem, vencedor franco frente a los sarracenos, con la que los barceloneses demuestran homenaje y cariño. Cuando, aún lejos del torno de entrada, nos quedamos sin sprays, decidimos ir tras nuestros pasos y hacer el camino a pie.
Intentamos ir hacia la boca del metro más próximo. Estaba saturada de turistas. Intentamos abrirnos paso con los sprays de pimienta que, a tal uso, llevamos todos los barceloneses en el bolsillo de atrás
En la Plaza Catalunya, mi padre me dijo:
-Te veo pocho, hijo.
Le expliqué lo del bar mitzvah del primo Elvis, y la desazón que me provocaba no poder acceder a un billete de avión. Tuve que hablar a grito pelado, pues una guía turística había comunicado al mundo que era tradicional disparar con subfusiles ametralladores a las palomas de la plaza. Mi padre también me contestó a gritos:
-Hijo, ya sabes que un billete a L.A. es calderilla para mi. Pero por la Directriz Spock, que me impide intervenir en el destino de la Tierra y los Humanos, no puedo darte un euro, más allá de los 20 euros para un taxi que me levantas en cada encuentro.
En la Rambla de Canaletas, mientras una docena de ambulancias recogía otros tantos turistas del suelo -una guía había escrito que era un signo de buena fortuna, así como garantía de un próximo y feliz retorno a Barcelona, abrirte la cabeza a golpes contra los grifos de bronce de la Font de Canaletes-, mi padre volvió a tomar la palabra:
-Pero, insisto, gastas un careto de preocupación diferente. A ti te pasa algo.
En el tramo medio de las Ramblas tuvimos que esquivar a varios grupos de turistas con lanzallamas. Una guía había informado que en Barcelona no sólo era tradicional expulsar a los barceloneses de sus pisos, reconvertidos en apartamentos turísticos, sino que era lícito eliminar a los supervivientes.
En un momento en el que nos refugiamos en una portería, mientras neutralizábamos a un turista, especialmente agresivo arrojándole nuestros zapatos, le empecé a explicar a mi padre mis cuitas con el CNI, con la BURRA, con la Catalonian Brigate, y con las urnas, con Puigdecabanes y con Dios.
Llegamos a Colon. Sorteamos la cola de control de pasaportes que empezaba en el Prat, cruzaba Barcelona y finalizaba en La Junquera. También esquivamos a los turistas que se lanzaban de cabeza desde la estatua de Colón. Una guía, en fin, había informado que la tradición dictaba lanzarse en ese punto, y que la siempre hospitalaria y extrovertida ciudadanía de Barcelona se encargaría de abrazar al vuelo a los que así lo hicieren. Cosa que, por cierto, nunca había pasado. Y, hoy, pues tampoco. El grueso del camino hasta la Barceloneta lo invertimos en una conversación con un tono más relajado. En este tramo sólo había, en fin, turistas al solano, deshidratándose en terrazas, mientras intentaban ingerir sangría. La sangría, según decía una guía, era a su vez una bebida más barcelonesa que no dar los buenos días, traída por los almogávares, y de ahí el nombre, de Sangrilá.
En este tramo sólo había turistas al solano, deshidratándose en terrazas, mientras intentaban ingerir sangría. La sangría, según decía una guía, era a su vez una bebida más barcelonesa que no dar los buenos días, traída por los almogávares, y de ahí el nombre, de Sangrilá
-Mira, hijo, yo no me preocuparía mucho por Dios, pues Dios no es más que una construcción humana -dijo mi padre.
Empezamos ahí una profunda conversación sobre Dios, que duró varias horas. Al cabo, la conversación quedó un poco sobrepasada por los hechos, pues nos topamos, de morros, con Dios.
No se lo pierdan.
[Continuará...]
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Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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