Pecios escogidos
Rafael Sánchez Ferlosio 26/06/2019
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No ha de extrañar que el ánimo en que me pone la mañana sea, cada día más decididamente, el de correr en el acto a presentar mi dimisión irrevocable. Pero no puedo darme tal satisfacción, porque no existe el organismo idóneo para una dimisión como la mía.
(Testimonio de nunca) Cuando oigo las canciones irresistiblemente alegres de un ayer remoto me pregunto si ha habido alguna vez tanta alegría, y pienso que sólo la ha habido en las canciones mismas, como alegría de esperanza, y hoy seguimos oyéndola tan solo en ellas, como recuerdo de alegría de esperanza.
(Personal) Me metí en un bosque de coníferas al pie de La Maliciosa y me dio un extrañamiento: ¿qué hago yo aquí como un animal sin instinto y un hombre sin experiencia?
¡Qué iniciativa tan gentil por parte de alguno de los grandes organismos internacionales sería la de declarar un día sin fecha! Pero qué tenebrosamente sospechoso, no sé si para el calendario o incluso para el tiempo, es que tal decisión sugeriría inmediatamente la idea de un indulto.
(Discordias sobre la enseñanza de la historia) El patriotismo es el delírium trémens de los que se emborrachan con ese infecto aguardiente de alcohol de quemar que es la “conciencia histórica”. Pero el solitario histrión que a altas horas de la noche acaba por sacar la vieja y negra pistola y poniéndola con un sonoro golpetazo sobre el mármol del mostrador del bar se vuelve hacia los atónitos clientes de las mesas y les grita “Viva España” es, a despecho de las apariencias, un residuo anecdótico mucho menos peligroso que los sabios alquimistas que ahora con nuevos sabores ajustados al gusto de los tiempos andan riñendo por destilar en sus alambiques ontológicos el veneno bebedizo.
(Equívoco pronominal) Se ponen como muy arrogantes usando el plural, porque piensan que Nosotros tiene la ejemplaridad de no ser personal sino solidario; pero Nosotros es tan persona como Yo, y, si cabe, muchísimo peor persona.
¡Cómo os habéis equivocado siempre! Era al afán, al trabajo, al quebranto, a la fatiga, no al sosiego, ni a la holganza, ni al goce, ni a la hartura, a quienes teníais que haberles preguntado: “¿Para qué servís?”.
(La televisión) Todos se conocen, todos se tutean, todos se besan, todos se admiran, todos se alaban, todos se aplauden, todos se adoran ¡Pero qué mono todo! ¡Qué lindo es el mundo!
(Televisión) La simpatía es una variante risueña, afectada, aduladora, impúdica, agresiva y lela de la mala educación.
La aparente boutade de Voltaire al protestar contra el terremoto de Lisboa fue una magnífica respuesta anticipada contra el claudicante principio de realidad moderno, que podría enunciarse así: “Las catástrofes que no tienen remedio no son catástrofes”.
Pero ¿qué mayor prueba de que el futuro está ya escrito que la del periódico de cada mañana? ¿Cómo, si no, podrían pasar todos los días exactamente treinta y dos páginas de cosas? Un mecanismo tan tenaz e indefectible no puede ser más que algo muy premeditado; resulta inconcebible como improvisación. Por eso, sólo el día en eu venga algún periódico con, por ejemplo, tres páginas y trece diecisieteavos de página en blanco o bien dos páginas y ocho onceavos de páginas de más empezaré a pensar que tal vez es posible que, con todo, pueda en algún sentido hablarse de que hay, en cierto modo, porvenir.
(Virilidad) El que ante un niño que bajo la sonriente complacencia de unos padres incapaces de imaginar que pueda molestar a nadie corre por entre las mesas del local dice “Lo que ese niño necesita es un par de hostias bien dadas” está expresando lo que él necesitaría: poder dárselas. Pertenece a la misma ralea viril que el que, ante una chica nerviosa o estridente, dice “Lo que esa necesita es un buen polvo”, porque le humilla reconocer la vibración que enciende su deseo y tiene que camuflarla en expresión de afrenta y de desprecio. Estos que saben remediar al prójimo con hostias y con polvos son los maquereaux de le bâton et la carotte, que no aguantan a los demás como sujetos, sino sólo como objetos de sometimiento y de control.
(Españolez) Uno de los rasgos característicos de la españolez es el de que los españoles nunca oyen nada que les merezca decir “Es falso”, sino tan sólo cosas de las que decir “Es total, absoluta y rotundamente falso”.
("Hacienda somos todos") ¡No nos vengan ahora con ficciones! Ni siquiera los accionistas de una empresa privada pueden hoy ya decir que son la empresa; tienen tan poco que ver con ella como un caballo por el que hayan apostado, a veces con la más fiable información, en las carreras.
Prohibido terminantemente, de una vez por todas, que se me cuentes experiencias o sensaciones nuevas.
¡Ojalá el escociente sentimiento de ridículo que me produce oír el tono de petulante convicción de la voz que me resuena al repasar algún escrito mío fuese capaz de mejorar, o sea de hacer más neutra y más impersonal, la responsabilidad de mis palabras! Pero no: quien, como yo, carece de humildad esperará siempre en vano que el sentido del ridículo pueda servir de sucedáneo de esas virtud que le falta. Le servirá, a lo sumo, de castigo una y otra vez, pero jamás de correctivo; le hará sentir hastío y hasta odio de sí mismo, pero jamás le ayudará a cambiar. Así pues, pienso que el sentido del ridículo es una humildad que llega siempre tarde, cuando ya la estúpida arrogancia del convencimiento ha conseguido despacharse a sus anchas una vez más.
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Selección de Carlos Acevedo.
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Rafael Sánchez Ferlosio
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