Manifiesto de los invisibles
Inauguramos una sección para acercarnos al mundo de la cultura a través de una serie de personas que nunca están presentes en nuestra conciencia
Carlos García de la Vega 5/10/2019
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La primera vez que escribí para CTXT cité el textito de Roland Barthes La muerte del autor de 1968, aunque hablaba de Mozart y Beyoncé. Hoy, más de dos años después, vengo dispuesto a asesinarlo yo mismo. Vivimos en una sociedad completamente esquizofrénica entre dos sistemas epistemológicos contrarios y que no nos dejan funcionar con corrección, o principalmente con coherencia. Por una parte, todas las personas que deciden, que gobiernan, que imponen modelos sociales y de relación pertenecen al antiguo régimen, al paradigma de la modernidad. Por otra, esta generación tan denostada de los millennials, que lleva incorporado de fábrica el esquema mental de la postmodernidad. El problema es que los del antiguo régimen nos consideramos muy actuales con nuestro paradigma, aunque seamos capaces de citar el estructuralismo y postestructuralismo, y los millennials, desde un registro mucho menos pretencioso, no son conscientes del cambio de paradigma que encarnan y defienden. Quizá eso sea lo que les hace más sabios todavía.
El caso es que en todas las publicaciones culturales el foco prácticamente exclusivo de atención es el autor. Y no hay nada más antiguo y trasnochado. Y hasta diría que patriarcal. El autor como unidad básica de la creación, el autor como objeto de admiración e idolatría, el autor como marcador de agenda. El autor y su ego desmedido. El problema es que, como en política, las mujeres, en general, han decidido ejercer la autoría también desde postulados patriarcales. El objeto de adoración y fetichismo es femenino en vez de masculino, pero igualmente patriarcal. Aunque hablen de temas más subalternos, más laterales, más perimetrales. Al final el hecho artístico pivota en torno a una mente brillante que se siente suficientemente privilegiada para ser el centro del meollo artístico. El faro moral en mitad de la niebla.
Barthes defendía la muerte figurada del autor en literatura con el pretexto de que consideraba al que escribía un mero notario de toda una amalgama de ideas pasadas y presentes, patrimonio universal conjunto y que su única función real sería la de ordenarlas y darles cierta forma. Es por ello que, desde principios del siglo XX, mucho antes de que Barthes lo dejara por escrito, las vanguardias estuvieron obsesionadas con innovar formalmente hasta límites en muchos casos infantiles. Hay mucha gente creadora que piensa que si no innova en la forma no es capaz de tener vigencia, y muere o bien por extenuación, o bien ahogada en su propio vómito.
Con el fin de contrarrestar las visiones historiográficas que han silenciado el nombre de las mujeres creadoras, la perspectiva académica de género ha pretendido rescatar e imponer nombres femeninos para añadir a los del Olimpo de los señores. Aunque este ejercicio haya sido valioso y necesario, creo que lo verdaderamente urgente a la hora de estudiar la historia del arte, de la música, de la literatura, es encontrar perspectivas de género que no apuntalen todavía más la figura del autor, sino que fijen el foco en las mujeres con enfoques un poco más imaginativos. En cualquier caso, como lo autoral-patriarcal no es exclusivamente masculino, no vamos a circunscribir a una perspectiva exclusivamente femenina nuestro ejercicio de muerte al autor.
En aquel artículo de 2017 defendía que Beyoncé era un ejemplo de postmodernidad porque sus canciones no pertenecían a ella como autora, (aunque se encargaba ella de arrogarse una buena porción de derechos a través de la fórmula “arreglos vocales”), sino que estaban atribuidas a una cascada ingente de personas que habían aportado cada una su granito de arena para llegar al resultado final.
Hoy en día pondría el ejemplo de la artista completamente diluida en su personalidad que es Rihanna (1989), una millennial en toda regla. Hace poco se estrenó para todo el show apabullante que ofreció durante la Semana de la Moda de NYC. Era un desfile de lencería, pero a la vez, tanto por escenografía, como por concepción, era lo más parecido a una ópera realmente contemporánea que yo he visto en mucho tiempo. Al margen de la visibilidad de todo tipo de cuerpos, de todo tipo de tonos de piel, por no olvidar que incluso desfilaron personas con prótesis de hasta las dos piernas, la personalidad creativa de Rihanna se desvanece hasta ser capaz de reunir a un equipo técnico y artístico impresionante para un espectáculo tan corto como impactante cuyo fin último es vender lencería. Aunque creo que la lectura puede ir un poco más allá, en el espacio simbólico de la representatividad de personas desfilando en tanga que jamás habrían subido a la idílica y normativa pasarela de Victoria’s Secret. No obstante, lo que hila todo el vídeo del show es la figura de Rihanna. Que no hace nada,más allá de su labor de argamasa de todo el despliegue. Pero claro, en nuestra sociedad, si no hay un autor o autora, no hay tema. Por más que ella ejerza durante todo el vídeo, deliberadamente, de asesina de sí misma como artista.
Por eso hoy inauguramos una sección mensual por la que vamos a acercarnos al mundo de la cultura a través de los invisibles. Aquellos cientos de profesionales que no se llevan entrevistas, aplausos, ni parabienes, y que forman parte de la creación del autor tanto como las ideas del autor mismo. Detrás de todo producto de consumo cultural hay una cadena ingente de personas que se dedican a cuidarlo.
Que ningún autor ni autora sientan que esto es una amenaza. Fuera de este medio e incluso en este, seguiremos idolatrando sus mentes sublimes y tratando de hacerles sentir que gracias a ellos el mundo merece la pena. Esta sección tratará de ser solo un ejercicio epistemológico, historiográfico, antropológico y disruptivo con el que queremos aportar una visión complementaria no tanto al hecho creativo en sí, sino a su materialización.
En este sentido querría hacer una matización respecto del comentario inicial, un tanto provocador, acerca de que la figura del autor es patriarcal. Vamos a excluir de esta categoría a aquellos autores y autoras que reconozcan pública, pero sobre todo íntimamente a todas las personas que colaboran con ellos para que sus ideas se puedan materializar. Los invisibles son plenamente conscientes de su labor en el proceso de producción, suelen tener el ego ajustado a la importancia de su parte del trabajo, pero desde aquí reivindicamos que cuando baje el telón, se apaguen las luces, o la grabadora deje de registrar, los autores demuestren a sus invisibles que les agradecen el trabajo.
Es cierto que hay lobbies de invisibles muy bien organizados, como los cuerpos técnicos de las unidades de producción del INAEM, que hace un año fueron capaces de paralizar la actividad de sus teatros para evitar la fusión del Teatro de la Zarzuela con el Teatro Real. Finalmente, lo que no pudieron evitar ellos lo hizo el presidente en funciones con la moción de censura. Pero por más poder que tengan a nivel de convenio colectivo, con reconocimientos de premios por parte de las Academias o las instituciones, no vamos a dejar fuera a ningún sector de los invisibles, porque lo que nos interesa realmente es ver qué aportan al proceso de creación.
De los invisibles buscaremos anécdotas, quejas, implicación emocional, relación con los autores, contaremos sus historias para que seamos conscientes de lo que cuesta poner en pie la función de teatro a la que asistimos, la exposición que visitamos o el videojuego al que jugamos. En definitiva, dar voz y poner cara a una serie de personas que nunca están presentes en nuestra conciencia a no ser que trabajemos directamente en uno de estos sectores, para recordarnos entre todos que, por lo menos desde 1968, el autor está moribundo.
El 1 de octubre, CTXT abre nuevo local para su comunidad lectora en el barrio de Chamberí. Se llamará El Taller de CTXT y será bar, librería y espacio de debates, presentaciones de libros, talleres, agitación y...
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Carlos García de la Vega
Carlos García de la Vega (Málaga, 1977) es gestor cultural y musicólogo. Desde siempre se ha dedicado a hacer posible que la música suceda y a repensar la forma de contar su historia. En CTXT también le interesan los temas LGTBI+ y de la gestión cultural de lo común.
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