N. de los T. (XII)
Imposturas
Sobre el traductor como impostor
Patricia Antón 18/10/2019
Retrato de la impostora con tres años
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Antes de ponerme a traducir (soy ave nocturna y libro una cotidiana lucha matutina contra el biorritmo), decido poner un poco de orden en mis recientes marcadores de Google, y en el caos de páginas web y glosarios estrafalarios que he venido reuniendo y me encuentro con que me he pasado las últimas semanas documentándome sobre piratas informáticos, organizaciones terroristas y explosivos, nada menos. En eso estoy cuando suena el interfono, y me pregunto con no poco sobresalto si serán los Mossos o la Guardia Urbana, si vendrán del departamento de Lucha Antiterrorista o del de Delitos Cibernéticos… Resulta un inofensivo mensajero, pero al volver a mi despacho-armario sigo dándole al tarro y me pregunto qué habría hecho si en efecto hubiera sido la policía con la intención de arrestar a un elemento subversivo y peligroso. (Menuda sorpresa se habrían llevado al encontrarse con una supuesta ama de casa aparentemente inofensiva y con un perrito muy mono.) Pues les habría dicho que no represento ningún peligro, que soy una mera impostora, una traductora literaria que debe documentarse bien sobre los temas variopintos de los libros que le caen en las manos. Les habría dicho que, a lo largo de los años, mi trabajo me ha obligado a ponerme muchos disfraces: que he sido pirata, cocinero, reina escocesa (decapitada), asesino sanguinario (varias veces), aristócrata inglesa rebotada, político sin escrúpulos (como si hubiera de los otros), detective privado (y sexy), papa de Roma (dos veces y encima el mismo), adolescente insoportable, joven con trastorno autista, maestro de esgrima (me colé en un par de clases con mi libretita), gran duquesa rusa, compositora, inglés genial afincado en La Alpujarra (uno de mis disfraces favoritos), neurocirujano (machaqué a mi cuñado con mensajes de móvil y entre sus respuestas tengo esta perla: “Oye, te llamo luego, que tengo a un tío abierto en la mesa”), putón verbenero (va en serio, y anda que no fue duro), y un largo etcétera, que una lleva ya sus añitos en esto. Todo eso me lleva a la reflexión de que los traductores tocamos muchos temas, y hasta llegamos a profundizar bastante en ellos, pero, aunque libamos en muchas flores, siempre acabamos dejando la miel a medio hacer. Es lo que tiene ser pececitos en pecera ajena, que en realidad nunca llegamos a nadar tan bien como los verdaderos expertos en las aguas de que se trate. Tirando de refranero, podría decirse que quien mucho abarca poco aprieta, aunque me gusta más el Jack of all trades, master of none de los anglosajones. Y eso a su vez me lleva a pensar en mi padre, que siempre decía saber “un poco de todo y mucho de nada”. Era un hombre muy culto y leído, que estudió Medicina (nunca ejerció), que era retratista consumado (habría podido vivir de eso), que le escribía sonetos impecables a mi madre, que daba exitosas charlas sobre “espiritualidad conyugal” (hoy en día habría arrasado en las redes sociales), pero que, curiosamente, se ganaba la vida como empresario textil (y así le fue). Era un hombre poco práctico, al que le daba bastante igual qué comiéramos (o si comíamos siquiera, aunque suene un poco bestia), pero al que en cambio le preocupaba sobremanera nuestra salud intelectual, de modo que los seis hermanos, en lugar de en el colmado del barrio, teníamos cuenta ilimitada en Áncora y Delfín, la librería de la esquina. Quién sabe si mi padre tendría alma de traductor literario. Lo que es seguro es que fue una influencia determinante en mi vida con su amor por los libros y su lucha por saber de todo un poco sin llegar a ser experto en nada. Pero… ¡ah! Con los años, con la ristra de libros traducidos que se acumulan en la estantería (ya voy por la segunda Billy, cuando la complete celebraré una fiesta si el señor Alzheimer lo permite), con mi colección de caretas, he llegado a darme cuenta de que mi padre no estaba del todo en lo cierto. Porque resulta que los traductores literarios sí somos expertos en algo, y mucho. Somos maestros del disfraz, de la impostura. Somos verdaderos expertos en ser Jack of all trades. Y anda que no resulta divertido y gratificante. Gracias, papá.
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Patricia Antón de Vez traduce narrativa y ensayo (bueno, y lo que se tercie) del inglés al castellano. Soñaba con ser pianista, gimnasta o actriz, pero su amor por la lectura la llevó a estudiar Filología y, tras un intensivo de inglés en la forma de un novio que vivía en Nueva York, sin saber muy bien cómo, acabó en ese resbaladizo y sin embargo maravilloso mundo de espejos e imposturas que es la traducción literaria, mucho más adecuado, por lo demás, para su talante tranquilo y obsesivo y su incurable pánico escénico. Sólo espera poder seguir traduciendo muchos años más (y completar su segunda Billy) y, ya puestos, con tarifas más justas.
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