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Un daguerrotipo precisaba exposiciones de hasta 30 minutos. Un retrato era, por tanto, algo costoso. En todos los sentidos. Una gran cantidad de dinero, y una gran cantidad de tiempo. Una gran apuesta. La persona sometida al objetivo debía modular la misma expresión durante mucho tiempo. Eso limitaba las actitudes personales. Dificultaba la sonrisa. O el llanto. No hay daguerrotipos con sonrisas o lágrimas, de hecho. El resultado no era un rostro espontáneo. Tal vez no era, ni siquiera, un rostro reconocible, o similar al de la persona retratada. Era la fotografía de una persona intentando ser ella misma a lo largo del tiempo, a través de una expresión estática, que quizás nunca antes o después había gesticulado. Se podría pensar que esos cuerpos y rostros no estaban vivos. Pero, a su vez, salta a la vista que no estaban muertos. Modulaban un momento único, dilatado. Un retrato, por tanto, era una suerte de biografía. Explicaba en parte toda una vida. Quien carecía de biografía –no sé, un bebé– no podía ser fijado en un retrato.
Todo cambió en 1888 con la cámara Kodak. Permitía captar el instante. Captar hasta, en cierta manera, la espontaneidad. El resultado fueron miles, millones, miles de millones de fotos poco costosas, en tiempo y dinero, de personas lanzándose al agua, aguantando la Torre de Pisa. Sonriendo, pero nunca llorando. Posando teatralmente. No hay, en fin, nada más teatral, ni repetitivo, que la espontaneidad. El resultado de esas fotografías, que desde entonces no han cesado, son rostros reconocibles. Son millones de décimas de segundos de millones de personas haciendo lo mismo. Ves esas fotografías y entiendes que son personas vivas o que vivieron. Una vida similar, previsible, y con reacciones previsibles. Una suerte de muerte. Siguen siendo biografías. De un mundo sin biografías.
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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