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No encajaba en aquella cena en la embajada, si bien nadie encajaba, y aún encajaban menos aquellas personas que se morían por encajar. Los hombres llevaban trajes a los que no estaban acostumbrados y las mujeres sus espaldas desnudas. Eso me hizo comprender que una espalda, aquello que nadie ve de sí mismo, es una autobiografía. En ocasiones, deslumbrante. En ocasiones, triste, una derrota. Se sirvió en primer lugar langosta. Que fue muy celebrada. Todo el mundo se aplicó a comerla como, supongo, se come una langosta en una embajada. Sin ninguna duda, con el gesto de que esta vez sólo era otra vez, aplicando pinzas y cubierto adecuado, creando con todo ello una ceremonia. Tantas personas trinchando su langosta con una armonía absoluta evocaba un mundo sin estridencias, y con la barbarie lejana y acotada. Estábamos en ello, cuando vino la siguiente sorpresa. Una pata de buey, parcialmente cocinada, que sería flambée, así se nos dijo en dos lenguas, ante nuestros ojos. Para tal efecto, se apagaron las luces. Permanecieron apagadas más tiempo de lo esperado, hasta que el embajador dijo algo gracioso sobre la situación, que los invitados intuimos entonces que sería indefinida. Y, en efecto, empezaron a transcurrir los minutos en absoluta oscuridad. Y en un extraño silencio. De pronto, las luces se encendieron sorpresivamente, y se produjo una explosión de claridad. Pude ver en ese momento a todo el mundo, todas las espaldas ahora realmente desnudas, comiendo su langosta con las manos, con los cuerpos encorvados, como el primero de nosotros que, hace millones de años, decidió comer una langosta. Tenían los ojos de una fiera cuando come a otra. Y ante el golpe de la luz, la turbación agresiva de una fiera cuando es observada y enfocada en la noche oscura.
Casi todo sucede en la luz. En la oscuridad sucede lo que se evita que suceda. Lo no gesticulado. Lo no declarado. Lo cierto. Dentro de las casas y los despachos y los cuerpos, la oscuridad para los demás, suceden cosas salvajes, milenarias, brutales, que dibujan lo público como una ficción o un anhelo. Algo prescindible e inútil. Acceder a la oscuridad durante unos segundos –los breves segundos en que la oscuridad no sabe que no es oscura y muestra sus ojos de fiera– es, sinceramente, aterrador. Te explica lo vivido bajo la luz. La barbarie. Una barbarie tan profunda que debe ser ocultada a nuestras espaldas.
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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