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Sabemos que las sirenas vivían tal vez en la actual Capri, y que eran dos, o cinco, según los textos. Su cabeza y su torso eran de una mujer en verdad bella, y el resto de su cuerpo tenía la forma de un ave. Volaban. Tenían nombres formidables, como Pisíone, Leucosia, Ligeia o Molpe. Algunos mortales pudieron ver a una con sus propios ojos. Parténope. Su cadáver llegó sobre las olas a la costa de Cumas, la primera ciudad griega fundada en Italia, según Estrabón. Fueron tantas personas de todo el mundo conocido a ver aquel portento, que no tardó en crearse una ciudad nueva, una nueva polis llamada Neopolis y, luego, Nápoles. El resto de nosotros conoce a las sirenas por las primeras personas que las vieron, mucho antes. Primero fueron los tripulantes del Argo. En aquella ocasión, narrada por Apolonio de Rodas, Orfeo evitó el desastre con su voz. Cantó, y su canto perfecto neutralizó la atrayente voz de las sirenas, devoradoras de hombres. Pero la mejor descripción de las sirenas, y la primera y última descripción de su canto, irresistible, se produjo después. En La Odisea, Circe explica a Odiseo que las sirenas viven “sentadas en una pradera, teniendo a su alrededor un enorme montón de huesos de hombres putrefactos”. También explica la calidad única de su canto, al punto que “aquel que imprudentemente se acerque a ellas, ya no vuelve a ver a su esposa ni a sus hijos diminutos rodeándole”. Circe da instrucciones a Odiseo para librar a sus compañeros de esa muerte fatal. Pero también le explica cómo ser el primer mortal en escuchar a las sirenas y sobrevivir. Odiseo, siguiendo las instrucciones de Circe, cuando considera que se aproxima a la isla de las sirenas, llena de cera fundida los oídos de sus compañeros. Antes de ensordecerlos les explica que deberán atarle al mástil de la nave, del que no deberá ser liberado por mucho que lo implore. Gracias a todo ello sabemos, por fin, en qué consistía el canto de las sirenas, lo nunca oído ni contado y que pudo oír y contar Odiseo. ¿Qué era el canto de las sirenas? Aquella forma infalible de atraer, sin remedio alguno, y con desprecio de la vida, hasta la muerte, era exactamente así: “Célebre Odiseo, gloria insigne de los aqueos, acércate y detén la nave para que oigas nuestra voz. Nadie ha pasado en su negro bajel sin que oyera nuestra voz que fluye por nuestra boca, sino que se van todos después de recrearse con ella, y de aprender mucho”. El canto era, pues, una promesa. Era poco, o nada, o todo. Pero enloqueció a Odiseo que pidió, gritó, suplicó a sus compañeros, que no le oyeron, ser desatado.
Sabemos que las sirenas tal vez vivían en Capri, que eran dos, o infinidad, que su canto era hipnótico, armonioso y mortal, que ofrecían “recrearse” y “aprender”, dos ofertas irrechazables, que mentían, y que tenían nombres como Pisíone, Leucosia, Ligeia, Molpe. U Odiseo. Sus compañeros, al menos, tampoco le pudieron escuchar y obedecer, al tener las orejas selladas a los cantos de sirena. Incluso Odiseo puede ser una sirena, por tanto. Incluso Odiseo, como todos nosotros, tiene la voz “que fluye por nuestra boca”, por lo que tiene la capacidad de mentir y atraer, la antesala de la tragedia. La capacidad de vivir “sentado en una pradera, teniendo a su alrededor un enorme montón de huesos de hombres putrefactos”.
Desconfía. De nosotros. De ellos. De ti. De las sirenas.
Sabemos que las sirenas vivían tal vez en la actual Capri, y que eran dos, o cinco, según los textos. Su cabeza y su torso eran de una mujer en verdad bella, y el resto de su cuerpo tenía la forma de un ave. Volaban. Tenían nombres formidables, como Pisíone, Leucosia, Ligeia o Molpe. Algunos mortales...
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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