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Hace 3.200 años, los imperios que se apelotonaban en el Mediterráneo Oriental sufrieron un colapso del que se le echa la culpa por lo general a los Pueblos del Mar, lo que no importa mucho porque tampoco se sabe bien quienes eran. La civilización micénica desapareció, la hitita también, los asirios quedaron muy tocados, los egipcios de perfil, el comercio se redujo muchísimo y un montón de gente dejó de beneficiarse de las rentas del negocio y pasó a depender de lo que pudiera cultivar, pescar, criar o cazar. A ese periodo se le llama Época Oscura. Ahora lo llamaríamos colapso civilizatorio, que queda más pro. En un periodo breve, sin tiempo para reaccionar como sociedad, a adaptar las estructuras políticas y productivas a la nueva realidad, todo lo que había dejó de existir. Todas las certezas se evaporaron. Todo lo sólido se desvaneció en el aire, diríamos ahora, que queda más pro.
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En un par de siglos, algunos pueblos que hablaban algo parecido al griego empezaron a rearmarse, a asentarse en pequeñas ciudades que comerciaban con los pueblos costeros del Mar Negro y del Egeo, a establecer rutas, protocolos, equivalencias, acuerdos, a tejer el contexto de un entendimiento duradero con garantías más o menos basadas en la confianza mutua y en el “no te queda otra que fiarte”, que también tiene su papel en la construcción de las civilizaciones. Y de la vida en general.
Pasado un tiempo esta gente pasó de copiar descaradamente el arte egipcio, con sus famosos kuroi y korai, a explorar formas racionales de definir la belleza. Fidias y Mirón hicieron avances importantes para consolidar la idea que ya se tenía de la relación entre belleza y proporción, pero Policleto fue mucho más lejos y creó una obra, el Canon, en el que entendemos –la obra se ha perdido y solo quedan copias de fragmentos– que se establecía todo un procedimiento para alcanzar la representación de la belleza a través de la proporción y el número, por influencia de las enseñanzas pitagóricas.
Florecieron el mundo helenístico y luego Roma con sus esculturas realistas. De golpe aconteció otro colapso civilizatorio, la caída del Imperio Romano de Occidente. De la noche a la mañana las artes figurativas abandonaron cualquier intención no ya de representar la belleza sino de respetar unas mínimas proporciones que las acercaran a un realismo básico de primero de realismo.
Tú eres adolescente y estás estudiando Historia del Arte en el insti y te das cuenta de que las obras del siglo VI son mucho más toscas que las del III y te choca. “Cuando yo tenía seis años dibujaba mucho mejor que cuando tenía tres, esto es así”. Y te planteas si es que la gente que esculpía se había dado un golpe en la cabeza porque el imperio al caer les había pillado debajo o si es que los bárbaros habían pasado a cuchillo a todas las personas que supieran cómo dibujar un caballo sin que pareciera un perro.
Ahora me doy cuenta de que la realidad era mucho más terrorífica: sabían pintar “bien” y sabían esculpir “bien”, pero no les daba la gana. De repente ya no importaba la representación de la belleza, ni la belleza misma, lo que importaba era componer iconografías que conmovieran a la gente, que la asustaran, que la galvanizaran en la defensa de la religión, lo que hiciera falta en cada momento. Pero sobre todo que la mantuvieran atemorizada. La vida había pasado de ser una aventura a convertirse en una pesada carga en este valle de lágrimas. Y el arte figurativo, el arte todo, tenía la misión de recordártelo.
En 2012, una tal Cecilia Jiménez se animó a restaurar el Ecce Homo del Santuario de Misericordia de Borja, en Zaragoza. Lo hizo adelantándose al próximo colapso civilizatorio, desoyendo las reglas del degenerado arte burgués, heredero del elitista Renacimiento y, en última instancia, del pérfido Canon de Policleto. Ahí había un rostro humano y cualquiera podía verlo. Y aún más expresivo que el original, como refrenda la afluencia de seguidores que peregrinó hasta el santuario para ver la obra.
Ahora sale a la luz otra restauración similar en el edificio de Unicaja en Palencia, y el rostro es mucho más expresivo que el original, dónde va a parar. Yo le auguro un gran éxito de público, porque cada vez más gente está demandando un arte tosco, un periodismo tosco, una televisión tosca. Trump se ha encastillado en su mausoleo dorado reclamando una democracia tosca, sin respeto por las proporciones, los cánones ni, por supuesto, la búsqueda de la belleza.
Lo mismo es el preludio de otro colapso civilizatorio.
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Hace 3.200 años, los imperios que se apelotonaban en el Mediterráneo Oriental sufrieron un colapso del que se le echa la culpa por lo general a los Pueblos del Mar, lo que no importa mucho porque tampoco se sabe bien quienes eran. La civilización micénica desapareció, la hitita también, los asirios quedaron muy...
Autor >
Alicia Ramos
Alicia Ramos (Canarias, 1969) es una cantautora de carácter eminentemente político. Tras Ganas de quemar cosas acaba de editar 'Lumpenprekariat'. Su propuesta es bastante ácida, directa y demoledora, pero la gente lo interpreta como humor y se ríe mucho. Todavía no ha tenido ningún problema con la Audiencia Nacional ni con la Asociación Española de Abogados Cristianos. Todo bien.
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