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LO NUEVO (V)

Algo bien feo como un virus

“Mi teoría fundamental es que la palabra escrita fue literalmente un virus que hizo posible la palabra hablada” (William Burroughs)

Rubén Ángel Arias 12/02/2021

<p>Afluente del Mississippi.</p>

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* “Necesitamos algo de que agarrarnos”, dijo. “Algo bien feo como un virus” (William Burroughs, Expreso Nova).

* No se escucha decir que el planeta no es un lugar muy seguro para nosotros. Que la vida ha surgido como un malentendido que empujara desde otro lado y desde hace mucho. O, peor aún, que ni siquiera hay malentendido que valga (y nos redima); que la vida no es que insista, es que no sabe hacer otra cosa. 

* Un artesano incorpora una variación al producto que fabrica. La variación es aceptada. El artesano desaparece, pero la variación –que en el futuro instigará mejoras sucesivas en el mismo objeto– se queda. Qué diferente es esta secuencia del pedregal de nombres propios con el que se escribe la historia de la literatura.

* “La vacuna contra el virus no puede ser una obra maestra”. Esto es una buena noticia. Lleva las aguas a su cauce –¿pero qué cauce?– y nos permite –al fin– decir algo elemental sobre lo que puede o no puede ser poesía. Las vacunas no lo son, no pueden serlo, y no por ser útiles, sino por ser serviles, porque obedecen a la ley de la demanda y el aplauso, que es la de la usura (así Pound, así Bernhard). Por algún lugar deben empezar las definiciones.

* En una conversación de hace unos días, B. me dijo que una cosa es iluminar y otra bien distinta alumbrar. Hoy le he preguntado por la diferencia, porque no me acordaba (si es que B. llegó a desplegarla, que sospecho que no). Según él, la distancia entre una y otra es la misma que va de la claridad al resplandor. 

Se escriben novelas o poemas, relatos y ensayos. Yo solo escribo páginas, que es un género infinitamente más orgánico, a la escala de nuestra visión y centrado en la materia 

* La noticia, no sé si cierta, según la cual los terroristas del 11-S se comunicaban mediante correos no enviados, guardados como borradores en una misma cuenta a la que todos tenían acceso. Entraban en ella, corregían los borradores con la nueva información o con las adiciones pertinentes, y salían. Así construyeron el plan o último borrador, ese que ya no corregirían, imperfecto para siempre.

* Leyendo El visitante (The Outsider) de Stephen King, encuentro las siguientes comparaciones: “sólido como una roca”, “veloz como un rayo”, “rápido como una flecha”, “claro como el agua”, “grandes como platos”, “limpio como una patena”; y, también: “correr como la pólvora” o “dormir como un bebé”. A King se le va la mano con la baratija lingüística, como a Lovecraft se le iba con las expresiones de asombro y las exclamaciones. Uno no encontraría hoy los defectos de aquel y de este ni siquiera en el peor de los asistentes a un taller de escritura (esa cosa). Y, sin embargo, no importa, nada de eso importa, uno sigue leyendo porque advierte –¿cómo decirlo?– una fe terca y rotunda en la historia que se cuenta. ¿Es eso, una fe, una insistencia, una cabezonería? Algo, muy por encima de la frase, está ahí y, a la larga, se impone. 

* Se escriben novelas o poemas, relatos y ensayos. Yo solo escribo páginas, que es un género infinitamente más orgánico, a la escala de nuestra visión y centrado en la materia –el papel– con la que trabajan nuestras manos. 

* Borges era un escritor que, más que escribir, dictaba. 

* Recuerdo que, de pequeños, al salir de misa, mis hermanos y yo corríamos hasta ahogarnos. Todo era pedregal y cuesta abajo en cualquiera de los flancos de la iglesia y por allí nos íbamos, en tropel y a las zancadas, frenéticos los cinco, hasta no poder más, como si quisiéramos echar a dios de nuestros cuerpos. Era aquello una suerte de exorcismo inverso. Pero esto lo pienso ahora, claro, porque entonces solo había lugar para el placer del movimiento, las explosiones de alegría y nuestros gritos que, todo junto, debía ser, pero esto también lo pienso ahora, la forma en que hacíamos carne y profanábamos aquel otro cuerpo lacerado y aquel vino. 

* Me escribe J.: “uno va pisando suelo más firmemente, o patinando con más elegancia, tal vez”. 

* “Mi teoría fundamental es que la palabra escrita fue literalmente un virus que hizo posible la palabra hablada” (William Burroughs, La revolución electrónica).

* B. habla en una de sus páginas de una escritura de “elisiones jeroglíficas”. Le digo que es una glosa magnífica a la obra completa de Lacan. Seguir a Lacan en sus circunvoluciones es seguir lo elidido, como en un jeroglífico. Un jeroglífico en el que la solución final ha sido borrada, porque ha sido borrada también la pregunta a la que debía responder. 

* Glosa: del latín tardío glossa cuyo significado era ‘palabra oscura’. 

* Es probable que, en algún momento de su evolución, glosar haya significado ‘oscurecer’, lo cual supondría un felicísimo hallazgo.

* Las expresiones: vivir de la glosa o ir de glosa en glosa. 

* “Desde el punto de vista del virus, la situación ideal sería aquella en la que este se replicase en nuestro organismo sin perturbar su funcionamiento” (William Burroughs, La revolución electrónica). 

* Una de las muchas formas de leer La metamorfosis de Kafka es fijarse en aquellos momentos que delatan la progresiva –porque es progresiva y no de un golpe, como sucedería en un cuento de hadas– transformación de Gregor Samsa. De entre los muchos pasajes de este tipo que jalonan la narración, el más realista, el más conmovedor y espeluznante –adjetivos que en Kafka se entrecruzan– es ese en que la madre, conmocionada al ver al hijo ya reconvertido, se deja caer sobre la mesa del salón que aún sigue puesta, volcando así la cafetera, que derrama su contenido sobre la alfombra. Gregor, dispuesto a ir en su ayuda, llama a su madre en voz muy baja. “Madre, madre”, le dice desde el suelo mientras alza hacia ella la mirada. 

* El narrador añade entonces: “Se había olvidado ya del gerente, pero en cambio no pudo evitar, a la vista del café que se derramaba, abrir y cerrar varias veces las mandíbulas como intentando morder el vacío”. 

En nada se diferenciarían una poética de la procrastinación y otra que, como quería Canetti, se entregara de lleno a un definitivo aplazamiento de la muerte

* No hay cosmos, pues no hay un todo que cierre y nos acoja. Vivimos –enuncio solemne, seguro de mí, acosmista duro– entre un montón de piezas sueltas que solo en ocasiones encajan entre sí. Tampoco hay humanidad. Y estas son hoy nuestras dos únicas bazas.

* Dejar vacíos esos lugares, como Lacan decía que era necesario dejar vacío el lugar de la verdad. 

* La verdad no como cosa o enunciado, sino como lugar. 

* Como sitio o distrito. 

* La tinta que utilizamos para la escritura ha variado muy poco desde su invención. Una invención que, como recuerda Colin H. Bloy en su fenomenal obra –History of Printing Ink, Balls, and Rollers, 1440-1850– tuvo lugar de manera casi simultánea en distintas regiones del planeta. Por el contrario, los demás objetos relacionados con la escritura han evolucionado mucho y caprichosamente, pero siempre lo han hecho en conformidad con la tinta, como si esta –desde su origen y de un golpe– se hubiera tenido por el mejor invento posible, por el invento al que todos los demás debían doblegarse. Así el papel, así los utensilios con que hoy todavía escribimos. Ni la imprenta (cuya tinta tiene un origen distinto, pues procede de los óleos y las pinturas), ni las pantallas la han desbancado. Tremendamente útil, ubicua y barata vive su vida eterna junto al no menos perenne carboncillo de los lápices. 

* En nada se diferenciarían una poética de la procrastinación y otra que, como quería Canetti, se entregara de lleno a un definitivo aplazamiento de la muerte

* Frank Kermode empezó una tesis doctoral en 1947 y no la terminó nunca. Cuando en 2008 le preguntaron que por qué, respondió: “he estado muy entretenido todos estos años”. 

* En los rankings, en los cánones y en las listas de lo que uno debería leer jamás se menciona por qué y para qué. La suficiencia con que se nos recomienda uno u otro libro no pueden ser sino burricie, dogma o superstición.

* No hay saber que no pueda reducirse a un menos grandilocuente “darse cuenta”. 

* Un autor no defendido por nadie es un autor que no existe. No solo hace falta que se lo lea, de hecho, no hace falta que se lo lea. Lo importante es defenderlo.

* Los discursos nos preceden, los recibimos al recibir el lenguaje. Pensar que hay lenguaje fuera de esos discursos es solo un espejismo de la pedagogía y la gramática. ¡No hay un afuera del discurso! Derrida podría haber llegado a esta conclusión, pero no lo hizo, se entretuvo, estaba ocioso. Los discursos nos preceden, como precedieron en milenios a la primera palabra, al primer signo.

* De los discursos a los afectos. En ese ir y venir se cifra la Historia.

* Los aviadores de combate llevan dos cuadernos sobre sus rodillas. En uno se encuentran las instrucciones del vuelo, las maniobras fundamentales y el esquema de la misión. El otro está en blanco y debe estar ahí solo por si todos los sistemas digitalizados fallaran. Porque si todo fallara, ese cuaderno seguiría funcionando y ofrecería, en plena barrena o caída en picado, una extrañísima y blanca posibilidad para la escritura. 

Los discursos nos preceden, los recibimos al recibir el lenguaje. Pensar que hay lenguaje fuera de esos discursos es solo un espejismo de la pedagogía y la gramática

* Estoy con E. y mi hermana en Saint Louis, frente al Mississippi de Twain y de Burroughs (literatura, enfermedad). Un Mississippi de feos barcos y de feas orillas que nos deja, sobre todo, aburridos e indiferentes. Un río que ni Twain ni Burroughs consiguieron concentrar en una descripción tan portentosa como la que Borges le dedicó en uno de sus cuentos, donde el narrador se refiere al Mississippi como al hermano oscuro del Amazonas, el Orinoco, el Paraná. Un río que cada año arroja –Borges no dice que arroja sino que insulta– cuatrocientos millones de toneladas de fango sobre el Golfo de México. “Tanta basura venerable y antigua –escribe Borges– ha construido un delta, donde los gigantescos cipreses de los pantanos crecen de los despojos de un continente en perpetua disolución”. Y podría haberse quedado aquí y ya podríamos celebrarlo, pero siguió, para que se nos quemaran las manos de tanto aplaudir: “y donde los laberintos de barro, de pescados muertos y de juncos, dilatan las fronteras y la paz de su fétido imperio”.

* Hemos visitado, a lo largo de tres días, una decena de pequeños afluentes del Mississippi. Ninguno de ellos tiene la épica literaria de este, ni su trajín, pero poseen algo que mucho más atractivo: la tranquilidad y el secreto. 

* El talento y el ansia de inmortalidad. Me han fallado ambas cosas. Pero primero falló la última, y ya no hubo manera de poner en marcha lo que pudo haber de lo primero. 

* La idea de entropía ha sido devorada por su delirante uso metafórico. La información básica de su definición se ha perdido, y es justamente de la pérdida de información –y no del declive y la ruina– de lo que habla la segunda ley de la termodinámica. Una ley, como se ve, devorada por aquello que pretendía enunciar. 

* Si a casi todo lo que escribo le añadiera una o dos frases explicativas, se notaría enseguida su puerilidad originaria. La conclusión es devastadora: uno solo puede ser honesto en las largas distancias, la brevedad es un –este– piadoso simulacro.

*Ayer, por primera vez, hablé con El Mago de Moscú, excepto que no fue hablar eso que hice, sino acercarme a él a escuchar lo que decía animado, sospecho, por mi presencia y mis gestos de asentimiento que no eran sino un: continúa, por favor, y que esta canción que tocas no se acabe nunca. Y, de alguna manera, no se acaba, pues como pude descubrir enseguida su vehemente habla automática vuelve una y otra vez al principio de su relato. De sus palabras, que transcribiré a continuación, se deduce que me tomó por uno de los muchos estudiantes, lo que me halagó un poco tontamente.

* Por supuesto, El Mago nunca lleva mascarilla y nadie lo ha visto enfermar de otra cosa que no sean sus palabras. En su delirio o en su sintaxis está la historia de este pueblo, la historia oblicua o torcida, la historia de su envés o única historia. 

* Dijo así: “De esta ciudad sale uno fácilmente en dirección a Canadá, Utah, Montana o Washington… Pero yo no sé de qué huían… estudiantes, profesoras, bedeles y señores de la limpieza. Tú aún puedes marcharte, muchacho. Yo no puedo, pero tú… No sé de qué huían… pero sé que hicieron las maletas con prisa y que los vi marchar en sus coches formando una larga hilera de destellos metálicos. Los seguían de cerca el humo y el ruido de los escapes. Ese ruido, ¿sabes?, como de máquinas que trabajan. Brum, brum, plop, plop, plop... Y al verlos así, en resplandeciente caravana, me dieron ganas de echar a correr detrás de ellos para arrojarles piedras como un niño… pero yo no soy un niño. Con todo, no soy un niño, pero lo hubiera hecho… Juro que los hubiera apedreado allí mismo... si no me hubieran pedido, por favor, que me quedara y que cuidara de las calles, los bloques, las estancias. Y porque me lo pidieron, lo hice… Y así he constatado su ausencia, quiero decir que he cumplido el papel de guardián que me asignaron. Estos días han sido para mí una ininterrumpida vigilia en la que he recorrido palmo a palmo todas las esquinas de la ciudad. He hecho de Moscú mi reino y lo he tomado sin violencia… Deben saberlo… Debo decirlo… Tú también debes saberlo, muchacho… He entrado en los más de diez mil pisos que nadie habita y he dormido en todas las camas, en todas las cunas, me he arropado con todas sus mantas, que son muchas… algunas muy buenas. Y he mirado dentro de todos los armarios y he husmeado en el interior de todos los garajes, donde el aire huele a motor de cortacésped, a barniz y a insecticida… huele mucho, ¿sabes?, y detrás de todos esos olores está el olor a metal de las conservas que es el olor… ¿cómo te diría…? Huele a la gloria de nuestros antepasados que nadie conoce porque están muertos. Me he mirado también en todos los espejos de todos sus cuartos de baño y de la misma manera, y sin ellos saberlo, no he querido nada suyo, y todo se lo he devuelto y con ello les he devuelto el páramo… ¿Me sigues?, ¿puedes verlo?... Está aquí, todo alrededor… Es eso… También he recorrido las entradas de cemento de todas las cocheras por las que pensé que algún día regresarían… regresarían tristes y cansados, o ansiosos y cansados, o alegres, tal vez, pero cansados. He pisado los jardines en que jugaban con sus hijos o con los hijos de sus hijos; he comprobado el estado de todas las bocas de riego de la ciudad y he orinado sobre ellas… como un signo, ¿lo entiendes?, ¿entiendes eso?, eh, muchacho, seguro que puedes entenderlo… Y en todo, al caminar, he escuchado el eco de mis pasos. Nadie puede librarme ahora de ese eco. ¿Huían del eco? Todos los que se fueron, ¿huían del eco?, ¿lo sabes tú?, ¿del eco de mis pasos…? De esta ciudad sale uno fácilmente en dirección a Canadá, Utah, Montana o Washington”. 

* ¿Cómo que una obra no puede entenderse desde sus resúmenes? Una obra que no acepta el resumen se tiene a sí misma por sagrada. Una obra que no acepta el resumen no quiere ser leída, quiere la veneración y a sus profetas. 

* B. me envía un –genial y reciente– poema suyo. El poema podría llevar el título de “Tu diario”, pero no lleva ninguno. Por apropiación e identificación, y por ganas de gloria bendita, rescato ahora los versos finales: “Este era tu Diario incendiado en la precisión de su mediana falta de cordura, / en tu ligera disposición para dejar los poemas / sin un final rotundo y silencioso”. 

* No viene a matarnos a todos, viene a estar con nosotros.

* “Los animales hablan. No escriben” (William S. Burroughs, La revolución electrónica).

* “Necesitamos algo de que agarrarnos”, dijo. “Algo bien feo como un virus” (William Burroughs, Expreso Nova).

* No se escucha decir que el planeta no es un lugar muy seguro para nosotros. Que la vida ha surgido como un malentendido que empujara desde otro lado y desde hace mucho. O, peor aún,...

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Autor >

Rubén Ángel Arias

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