TECETIPO
Nueva temporada, episodio uno
Las lógicas del trumpismo son otras y la izquierda sigue sin entenderlas. Tampoco las entiende Casado si cree que el éxito de Ayuso ha sido un éxito del PP
Gerardo Tecé 5/05/2021
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Día uno después del Ayusazo. Rara vez la confirmación de un cargo –Ayuso logró ayer seguir gobernando Madrid hasta 2023, como ya estaba previsto antes de que convocase estas elecciones– provoca un terremoto y un nuevo mapa político. Tiene que ver con el cómo ha sucedido. La cita electoral era, ante todo, un pulso para liberar la tensión acumulada durante la guerra civil política que ha supuesto este último año. Y, en el pulso, la presidenta de Madrid ha destrozado la mesa. La victoria de Ayuso, aplastante, llega a pesar de su gestión sanitaria, objetivamente desastrosa y demostrable datos en mano. Llega a pesar de unas cifras económicas que, en la media nacional, no justifican haber hecho de Madrid la capital europea del virus. Llega a pesar de –o más bien gracias a– un discurso vacío que superaba la línea del esperpento en cada aparición televisiva. Un discurso que, en otros tiempos, hubiera sido perfectamente confundible con un sketch de humor en Polònia TV.
No son otros tiempos, son los de ahora. En España, el trumpismo hoy es, oficialmente, receta de éxito político. Y Ayuso lo encarna a la perfección. La franquicia de este modelo norteamericano no podía caer en mejores manos que las de quien llegó al poder prometiendo atascos y banderas everywhere. La presidenta de Madrid ha logrado adaptar el modelo americano al implantar un trumpismo local, de cercanía, a la madrileña. Tu cuñao saliendo del grupo de whatsapp y tomando el mando de las altas instituciones de la política. Un modelo que no necesita de gestión, ni de datos, ni de responsabilidad para salir victorioso. Las lógicas del trumpismo son otras y la izquierda sigue sin entenderlas. Tampoco las entiende Casado si cree que el éxito de Ayuso ha sido un éxito del PP. Trumpismo es fantasía. Es salirte de las reuniones de gestión de presidentes autonómicos para hacerte una foto promocional. Es apostarlo todo a los bares en mitad de una pandemia y que la apuesta te funcione. Trumpismo es gritar saaaabor en mitad de un incendio y conseguir liderar una conga mientras las llamas devoran el edificio. Casado no vale para esto. Trumpismo es tener la libertad de que la realidad sea algo relativo y adaptable a tus necesidades propagandísticas en cada momento. Trumpismo es que todos nos volvamos locos intentando entender qué es trumpismo. La buena noticia es que parece que el fascismo de Vox no entrará en el gobierno de Madrid. La mala es que el fascismo está encantado con Ayuso.
Este vaciado de la política y de la realidad no hubiera sido posible sin la colaboración necesaria de los grandes medios de comunicación españoles. Con medios que no evalúan a los políticos, sino que los promocionan o acosan en función de intereses empresariales, el mérito y la gestión responsable tienden a valer cero. Buenas noches, Ayuso dice que ella no gestionaba las residencias y el BOE, por su parte, dice lo contrario, opiniones las hay de todos los colores, unos anuncios y volvemos. Una diferencia clave entre el trumpismo norteamericano y el español es que en Estados Unidos la mayoría de medios de comunicación, obligados por el dichoso código deontológico y el respeto a la realidad, se situaban en la acera de enfrente de Donald Trump. Aquí comparten cama con el fenómeno hasta el punto de que la responsable de que los residentes enfermados no fueran hospitalizados nunca se ha visto en un aprieto frente a la cámara a pesar de pasearse por los platós.
En un país que consigue malvivir cada mañana gracias al autoengaño, Iglesias pasará a la historia porque decidió llamar a las cosas por su nombre
Pablo Iglesias se va. Después de su derrota en este todo o nada, no tenía otra alternativa tras mostrarse su estrategia fallida. A toro pasado todo es más fácil, pero también es constatable: Ayuso necesitaba hacer de las elecciones madrileñas unas elecciones nacionales y la presencia de Iglesias lo ha permitido. Este es su último capítulo en política, pero no el que define su carrera. En un país que consigue malvivir cada mañana gracias al autoengaño, Iglesias pasará a la historia porque decidió llamar a las cosas por su nombre. Nunca antes desde la tribuna del Congreso habíamos visto a nadie recitar los nombres y apellidos de quienes controlan en privado el poder empresarial y mediático que condiciona y maltrata la vida pública. Puede que no volvamos a verlo en mucho tiempo. Nunca un líder fue tan perseguido en España. Nunca nadie recibió tantas amenazas e insultos, nadie fue tan señalado. Nunca, en este país enfermo de corrupción, los juzgados y los medios de comunicación trabajaron tanto para fiscalizar cada paso de quien hoy se va de la política limpio a pesar de mil denuncias. Nunca antes se superó la línea roja de lo privado, ni se acosó y señaló el domicilio privado y la familia. Nunca antes un partido llegó con tanta efectividad, ni tan pocos medios y tantos vetos y dificultades, al gobierno de España. Iglesias deja la política. Esperemos que algunos dejen la puerta de su casa. Los enemigos de Iglesias se quedan hoy sin el enemigo público ideal de una España cortijera que siempre necesita tener uno a mano. Es cuestión de tiempo que haya sustituto para Iglesias. O sustituta. Quizá pasado mañana, no se sabrá ni cómo ni por qué, a muchos empezará a inquietarle la mirada maliciosa de Yolanda Díaz. Y será noticia que un primo suyo veraneó un año en Cuba. Ya hay quien la señala como la ministra de Trabajo con peor dato de paro. Como si buscando pandemia mundial en Google no salieran resultados. La salida de la política de Iglesias es celebrada por un nacional-catetismo que se lo cobra como victoria. Foto junto a la pieza de caza abatida. Pero cuidado. Como pasa en el Baltimore de David Simon, lo de Iglesias podría ser un cambio de escenario y enfoque en una nueva temporada. Un cambio para intervenir la realidad desde otro lugar y, quizá, con mayor margen del que hoy tiene. Se dice, se comenta, se rumorea, que su futuro podría estar en los medios y no precisamente como tertuliano. Quizá el Iglesias que hace siete años puso rumbo a la política para cambiar la realidad haya descubierto que la política no se cambia desde la política, sino desde el poder y que hay que dar volantazo. España es un GPS estropeado. De momento todo son rumores.
Cifras en la izquierda. El PSOE es la pata que se ha roto del tridente de izquierdas, permitiendo que el mapa de Madrid sea azul hasta en el sur de la comunidad. Poner a pelear a un catedrático en Metafísica de carácter tranquilo contra Ayuso hubiera sido una apuesta exitosa en cualquier otro momento de la historia. No en este. Quizá Jorge Javier Vázquez como candidato, gritando algo identitario como que Madrid es un sitio de rojos y maricones, hubiera conseguido activar el cinturón del sur para la izquierda. Algo debía intuir Iván Redondo cuando lo llevaron al final de la campaña a un mitin con Gabilondo. La suma de Podemos y Más Madrid (especialmente estos últimos) hacen que lo surgido de las plazas del 15M consiga su mejor resultado histórico en la capital. Mónica García ya lidera la oposición en Madrid. Por otro lado, el mismo papel que ya venía jugando desde antes de estas elecciones. Con Ángel Gabilondo de casco azul en la Asamblea, qué remedio. Más Madrid es ya una fuerza con capacidad de comerse el espacio del socialismo madrileño, construido sobre un cementerio indio y, por tanto, maldito para siempre.
Ciudadanos desaparece en Madrid y está condenado a que suceda lo mismo en toda España. Que el centro no existía, que eran los padres, ya lo sabíamos. Ayer se demostró cuando los supuestos votantes de centro (PRENS.A. dixit) que hace dos años apoyaban a Rivera movían el aguilucho en la sede de Vox o se embelesaban, encantados, ante el magnífico trumpismo de Ayuso.
Una imagen para el estreno del nuevo escenario político. Mientras Ayuso celebraba su victoria en el balcón de Génova y Casado rompía toda distancia de seguridad con ella para salir en las fotos, abajo, centenares de personas se saltaban las limitaciones sanitarias montando una fiesta en plena calle en nombre de la libertad. Preguntado el alcalde Almeida por esta escena de celebración masiva y sin distancias en un barrio con una incidencia del virus por encima del riesgo extremo, este se encogía de hombros y respondía que bueno, que habían puesto unos cordoncitos que marcaban la separación. No se me ocurre mejor metáfora del funcionamiento de este país. Un funcionamiento que hoy es validado por las urnas como modelo de éxito. Encogerse de hombros, como tomarse una caña o culpar al comunismo si te contagias en la fiesta, también es libertad. Ahora, de manera homologada.
Día uno después del Ayusazo. Rara vez la confirmación de un cargo –Ayuso logró ayer seguir gobernando Madrid hasta 2023, como ya estaba previsto antes de que convocase estas elecciones– provoca un terremoto y un nuevo mapa político. Tiene que ver con el cómo ha sucedido. La cita electoral era, ante todo, un pulso...
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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